29 nov 2009

Deseo



No pensar, no existir, no hablar, no vivir, dejar de respirar para empezar a morir en él. Es en ese instante cuando tus sentidos se entremezclan sólo en uno, desatan una lucha contra toda naturaleza conocida, contra todas las leyes que rigen nuestro entendimiento. Una fuerza te destruye, te invade apoderándose de ti, de todo lo conocido, de tu mundo y hasta de tu propia sangre. Dejar de ser el dueño de uno mismo para rendirse ante él, ante esa llamada poderosa que es capaz de deshacerte, ante el deseo. Es entonces, sólo entonces, cuando dejas de ser para nacer en otro cuerpo, en otro corazón, donde la delgada línea que separa una piel de otra se desvanece. Ya no hay identidades, ni mentes, ni límites, ni almas. Es entonces cuando despiertas viviendo en otro ser, alimentándote de su aliento, sediento de permanecer para siempre inmerso en él. No tiempo, no palabras, no nada. Miles de mariposas te asesinan por dentro con sus alas, los labios se vuelven espadas afiladas que te provocan el más placentero de los dolores. Tu corazón se abandona en un latido frenético, arrollador, desesperado. Tus ojos se cierran inminentes ante el fuego que, antes de arder, ya te ha quemado.


No encuentras ninguna explicación posible, ni aceptable, que te haga entender el miedo que experimentas al saberte vencido, derrotado, condenado por esa realidad que se engrandece y que se contiene en un instante. No logras comprender cómo te diriges inconscientemente a ese destino tan dulcemente peligroso únicamente gracias al poder de unos ojos que te miran, de unas manos que te hablan, de una voz estremecida, de un aroma, de una caricia, de unos brazos que te abrigan y de una boca que te guía. Sí, lo sabes, la culpable de todo es su presencia. Tener a esa persona delante de ti se convierte en tu propia perdición, es tu final, y ya no hay vuelta atrás. Conocedor hábil de ese camino que empieza en sus labios, enciendes la llama que contiene ese mensaje indescifrable y apasionante, ese viaje compartido hacia el rincón de los auténticos amantes y de sus secretos prohibidos. Nada hay más importante que el instante. Tú te vuelves instante, naces y mueres una y otra vez de la mano de la su efímera belleza. No, no quieres que se agote. Te esfuerzas en retener el sonido del reloj cada vez que se desdibuja un segundo más bajo tu piel.


La piel: ese cálido escenario donde te destrozan sin piedad las caricias, ese universo de sensaciones que te hacen caer, caer y caer. Su piel, tu piel, dos pieles que mueren para llegar a ser una sola piel. El concepto de ti mismo se vuelve ridículo, inverosímil, infantil, pequeño. Ni siquiera el cristal más nítido de esa habitación puede mentir al reflejar tu imagen en el espejo. Eres lo que ves, no importan los defectos. Las ropas no sirven, de nada valen los complejos, ya no eres cuerpo, ni carne, ni ser. En esa instancia, a la luz de una vela, lejos de todo y, sobre todo, los únicos habitantes sois tú y él.


Dos. Dos mitades, dos extremos, dos polos que se atraen. Dos responsables, dos opuestos, dos protagonistas, dos destinos en uno, dos piezas que completan un sentido compartido. Más allá del amor, más allá de amar, más allá de conocer, sólo navegar. Un mismo fin, un mismo objetivo: sentir. Se quiebra la distancia que separa lenguas, países, culturas, ciencia, ideales, palabras. El único idioma, la única ley, el único sintagma: el deseo. Las acciones dejan de tener consecuencias, pues nada importa, sólo volar, volar, desaparecer para no regresar jamás. Se descubre un edén que no entiende de lugares, ni de razas, ni de edades, ni de formas, ni de reglas. Entonces, sólo entonces, te conviertes en el testigo de tu propio desenlace. Nada te importa más que encontrarte en esa persona, nada te hace responder a tus preguntas como ese alguien lo hace. Entonces, sólo entonces, te desprendes de todos tus miedos, de todas tus inseguridades, de todo lo experimentado y vivido. Partes hacia lo desconocido. Te ahogas, al fin, en un mar que se adueña de tu interior con su invencible corriente; el deseo te abraza y te arrastra entre sus olas para siempre.


3 comentarios:

  1. Azyyy!!!!! me encanta! es precioso, hermoso, divino, real!

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  2. M'encanta com escrius i tot el que expresses... sencillament, eres genial!

    Sílvia

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  3. Nada hay más importante que el instante. Tú te vuelves instante, naces y mueres una y otra vez de la mano de la su efímera belleza. No, no quieres que se agote. Te esfuerzas en retener el sonido del reloj cada vez que se desdibuja un segundo más bajo tu piel.

    Placenteros y ardientes secretos se esconden bajo las piedras del tiempo que ahora, bella Marianne, has desenterrado para mí;

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