8 mar 2010

Yo, mujer

Vuelve el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer. Parece que esta anonadada sociedad necesita tener en el calendario una especie de recordatorio para no olvidarse de que la mujer, ese ser débil e inferior aún para muchos -por desgracia-, necesita un reconocimiento. Sí. Vuelve ese día que intentamos entre todos pintar de sabrosos derechos equitativos y de un color rosa idealizado. Nos manifestamos, paseamos con globos de la mano... Qué estampa más bonita. Sin embargo, los mismos que celebramos este día somos testigos de una realidad que sigue dando dolores de cabeza y, por qué no, dolores de corazón. El corazón duele, al menos a mí me duele y no porque yo también sea mujer, cuando los medios anuncian como si se tratase de una cínica moda que "muere otra mujer a manos de su pareja, ex-pareja..." o lo que le toque. El corazón duele, digo, cuando la cifra de muertes por violencia machista se eleva con saciedad y sin piedad año tras año (y eso que avanzamos tecnológicamente, industrialmente y, por qué no, imbécilmente). Duele el corazón cuando los salarios, quién sabe por qué inexplicable y misteriosa razón, son mucho más bajos si se trata de mujeres. Paradógicamente, ellas son la mayoría en las universidades y en los centros de educación superior. Ellas son, según las encuestas, más responsables y mejores emprendedoras en sus trabajos. Sí, las mujeres también trabajan... No sólo valen para quitar mierda y parir hijos, pero parece que algunos aún no pueden -o no quieren- darse cuenta. La verdad es que sí, el 8 de marzo es especial. Vuelve un día que debería hacer reflexionar y transformar tanto mentes como corazones. Pero seguimos igual de ciegos, en el mismo lugar de siempre... Al menos a mí me lo parece.
En fin, en mi condición de mujer, de mujer que habla mucho y se resigna poco... La entrada de hoy más que de protesta o de repulsa será de gratitud. Sí, a pesar de vivir en una sociedad que me desagrada y me provoca con demasiada frecuencia una intensa animadversión, hoy tengo más razones para agradecer que para patalear. Será porque hace una semana mi propio eje temporal se detuvo en las dos décadas. Veinte años, veinte primaveras, veinte películas llenas de sonrisas y lágrimas.
Cuando tengo entre mis manos un disco nuevo, siempre me detengo en la parte del libreto que lleva los agradecimientos del cantante, los músicos o quien sea. Me gusta, sinceramente, leer con detenimiento esas líneas, cargadas de gratitud y emotividad. Es ahí donde uno reconoce que, sin el apoyo o la fuerza de sus compañeros, del productor o de cualquier otra persona, ese trabajo nunca hubiese sido posible. Cuánta razón tienen. Personalmente, yo no he grabado ningún disco, pero mis veinte años han sido hasta ahora eso: un trabajo arduo e intenso lleno de notas y acordes emocionales; lleno de sacrificios, metas y buenas y malas letras. Lleno de subidas y bajadas, de poesía y de música. Y mi música, la música que describen los latidos de ese corazón que retumba entre mi pecho, nunca podría sonar sin la fuerza de los que están ahí, de mi particular pentagrama que es mi vida, de los que conforman las cinco líneas de mi pentagrama y de mi vida. Y es por eso que, si en este momento suena algo -más o menos armónico- dentro de mí, es gracias a que vosotros formáis parte de mi particular partitura. Y es por eso que las notas que suenan hoy, desde mi alma y a mis veinte años, son de alegría y de gratitud, a pesar de todo.

¿A quién debería dar las gracias por tensar y mantener el pentagrama de mi vida? ¿A quién, o a quiénes dirijo hoy esta inconmensurable gratitud?

En primer lugar, a mi familia. En primer lugar a mis padres, a mis abuelos y a mis tíos. A mis primos. También a todos aquellos que sin tener mi sangre son mi familia y forman parte de ella. A mi gran familia. Sí, a mi familia... porque siempre apostaron por mí, porque llorar y ríen conmigo. Porque me dan la fuerza. Porque sé que están aquí, bien cerca y porque me consideran perfecta cuando nunca podré conseguirlo. Gracias. Y es que sin vosotros no sabría ser, ni sería. Porque la mayor parte de mí sois también vosotros. Especialmente, gracias a Samu y a Gersón.
En segundo lugar, doy gracias a mis amigos. Reconozco que, uno de los logros más difíciles de la vida es encontrar verdaderos amigos. Sí, amigos que se cuentan con los dedos de una mano y quizás con menos. Gracias a vosotros y vosotras, por lo que me dais, lo que sois y habéis sido. Porque formáis parte de mi identidad, de mis alegrías y mis lloros. Gracias porque me aceptáis tal como soy, porque me dais la mano y sigo adelante y sonriendo. Gracias, por supuesto, a ese grupo de "periodistas" o periodistas y ahora también "histórico-artísticos" que apareció en mi camino hace casi dos años. Gracias a vosotros: Lu, Lau, Pau S, Pau F, Llum, Nuria, Carlos, Gala, Eugenio, Silvia, Ángela... Porque decir que "os quiero" se me queda corto e insuficiente. Por lo que compartimos, hemos compartido y aún compartiremos. Por los días de clase, risas, aventuras y aburrimiento. Por las celebraciones y los exámenes. Gracias también a vosotros.

Gracias, cómo no, a la vida. Sí, a la vida. Gracias a ella y a su caprichosa cuerda que tan pronto te eleva como te estrella contra el suelo. Gracias a la tristeza, gracias a la alegría. Gracias a ambas porque sin una, apreciar la otra sería imposible. Gracias a la nostalgia y también a la melancolía, porque de ellas nace la mayor parte de mi poesía

Doy también las gracias a aquellos que un día me enseñaron y me inculcaron ese amor por la música, por mi musa literatura y por muchas cosas más. Gracias, Iso. Gracias Ximo, Albert e Inma. Gracias, Pailar; gracias, Domènech; gracias también a Josep Lluís, Pepelu y Pilar S. Ahora me doy cuenta de que, como decía el refrán, "la educación es lo único que queda cuando todo lo aprendido se ha olvidado".


Mi gratitud no puede pasar por alto, cueste lo que cueste, a aquellos que me hicieron un día caer. Gracias a los que me dejaron, intentaron pisarme y me abandonaron. Gracias a los que me odiaron sin motivo y sin justificación. Gracias a los que jugaron conmigo e intentaron hacerme daño, gracias a todos. Os doy las gracias porque, sin vosotros, no sería quien soy. Gracias a vosotros y a vuestras heridas, mis cicatrices hoy me hacen fuerte, me hacen más valiente y decidida. Gracias a esta estúpida sociedad por hacerme entender que, a diferencia de lo que la mayoría y las absurdas modas proclaman, no por tener más a la vista los huesos se llega más lejos. Gracias a vosotros sé lo que quiero, pero sobre todo estoy segura de lo que NO quiero. Encontrarme con vosotros me hizo reaccionar, abrir los ojos y convertirme con más o menos trabajo... en esta mujer. Y es que una rosa nunca será auténtica sin sus espinas.


Pero claro, no todo son espinas en una rosa. Como dicen los dueños del lenguaje popular "una mujer, como una flor, sin amor se marchita". El amor, sea cual sea su forma o estado, la embellece y la mantiene viva. El amor, como el sol o la tierra o el agua, la nutren y vivifican. Porque una rosa no crece ni florece sin amor. Una rosa sin amor es como una carta no escrita. De este modo, también le doy las gracias al AMOR, porque como al Fénix, hace renacer a esa mujer y la dignifica. Gracias al amor, desde sus diferentes muestras y maneras. Gracias a todos los que me dais y me abrazáis con vuestro amor... y, de una manera especial gracias a ti, amor, por querer descubrir y compartir conmigo esta espiral de intensidades que es mi vida. Gracias por encontrarme, gracias por dejarte encontrar, gracias por esa tarde donde de la mano empezamos a caminar.

Dejo las últimas líneas para darte las gracias a ti, a mi Dios, por ser de mi gratitud el motivo principal. Gracias a ti, Señor, por dejarme ser, crecer y embellecer. Gracias a ti por mi familia. Gracias también por mis amigos, por la vida, por los que me enseñaron y también por los que me causaron alguna herida. Gracias, sobre todo, por el amor que recibo y encuentro en esta espiral de la vida. Gracias por el amor, gracias por tu amor, gracias por hacer latir un corazón que sin tu fuerza y tu aliento nunca latiría. Gracias, en definitiva, por darme esta vida... por ser mi vida. Gracias, porque desde ese lugar donde quiera que se encuentra el cielo... Tú me mantienes siempre en paz y con los pies en la tierra.

En el Día Internacional de la Mujer y, rozando ya los primeros días de mi segunda década de vida... Os doy las gracias por ser parte de mí, por querer conmigo vivirla.

Vuestra Azahara, vuestra Azy, vuestra "nena" y, también ahora... tu Marianne.