6 nov 2013

¿Noviembre negro?





Es necesario un punto de inflexión en nuestras vidas, un momento crítico o un cambio para que despertemos del letargo. En mi caso, también para retomar el hábito de publicar entradas en este blog. Esta vez, la ocasión lo merece. 

Aquí estamos, señores. El verano se ha esfumado y la cuesta que da miedo ya no es la de enero, no. Acabamos de estrenar mes y ya vamos de culo. En Valencia, un poco más.

No sólo la vuelta al cole ha venido acompañada de agitación y desazón en las calles. Nuestros gobernantes han vuelto a hacer de las suyas. Y digo nuestros porque forman parte de este peculiar ecosistema en el que vivo. No me reconozco en ellos y, obviamente, no les voté. Tampoco tantos otros miles de jóvenes que, al igual que yo, andan como locos por salir de este agujero y buscarse la vida. 

Ahora nos cierran nuestra radiotelevisión. La pública. La de todos. La que nos vio crecer y con la que vivimos. Nos la arrancan, la asesinan. Se acabó. ¿Cómo pueden tomar decisiones tan trascendentales amparándose en pretextos tan absurdos como ellos mismos? Lo siento, pero no hay derecho. Acabar con nuestra radio y con nuestra televisión es terminar con parte de nuestra vida, de nuestra infancia y, sobre todo, de nuestra identidad. No sólo nos están ahogando con sus despiadados recortes sociales y sus terribles iniciativas políticas. Están burlándose de las luchas y los esfuerzos de grandes valientes que con sudor y sangre trabajaron por dignificar la lengua y la cultura de los valencianos. 

Hoy recupero mi blog, dejo de lado mis turbias experiencias personales y plasmo por escrito mi indignación, mi enfado y mis ganas de que estos señores dejen de representarnos. ¿Qué les diremos a nuestros hijos en el futuro? Sinceramente, creo que no estoy preparada para confesarles pañuelo en mano que, gracias a unos respetables e inteligentes señores, su madre (al igual que los jóvenes de su tiempo) terminó la carrera para estrellarse contra el suelo, volvió de las manifestaciones llorando de rabia a una casa de la que le costó salir, se quedó sin becas ni cama en los hospitales, se sintió insultada por hablar y pensar en otra lengua y, además, se quedó sin la televisión que la acompañó en la etapa más tierna de su vida... Sobran recuerdos y faltan palabras. 

Es una faena tener que contarle esto algún día a mis futuros hijos (si es que me dejan al menos el derecho a parir tranquila, que a este paso...), pero es una jugada aún peor que seamos la primera autonomía en cerrar su ente público y que silencien nuestras voces sin tan siquiera habernos pedido permiso. ¿Alguna vez nos lo pidieron?

¿Qué futuro le vamos a dejar a los que vendrán después? Me niego a que mis hijos acaben jugando y creciendo en un descampado triste y gris, lleno de escombros, de cristales rotos y basura... porque es en esto en lo que ustedes, entre fallas y paellas, están convirtiendo a la Comunidad Valenciana. Muchas gracias, señorías.