31 may 2011

Mi carrera universitaria hecha poema







Dedicado a los que, como yo, sufren estas penas y alegrías.
No hace falta decir nombres :)


Yo sólo quería escribir, sí,
o al menos eso pensaba
al irme de Mordor, mi casa,
para venir a estudiar aquí.

Aquel primer día de clase,
hasta las cejas maquilladas,
las "princesas" más mimadas
presumían de sus trajes.

Sus madres podían pagarles
esta carrera en la privada,
pero como eran espabiladas
fueron a ver qué hay por la calle.

Entonces a mi padre llamé
y le dije que de ahí me iba.
No seas tonta, hija mía;
estudia, que yo no estudié
-dijo él-.

Los que éramos de pueblo
y hablábamos valenciano
nos sentíamos marcianos
directos al matadero.

Vuestra lengua es horrenda,
a mí me habláis en español,
nos dijo con gran dolor
la que se creía estupenda.

Había césped para todos
donde jugábamos a cartas
y también comíamos tarta
si no había que hincar codos.

Algunas noches fuimos de fiesta
para perdernos por la ciudad
y explicar qué es la humanidad
a la gente más molesta.

No necesitamos carnaval,
por clase vagan fantasmas.
Vendrán a robarnos el alma
a un consejo de guerra mortal.

Hicimos alguna que otra amiga
que parecía buena gente
pero con su lengua de serpiente
nos empapó con sus mentiras.

Cosas buenas, por ejemplo,
las que vi en Nochevieja.
Con pareja, o sin pareja,
todos estábamos contentos.

A clase de televisión
llegó una chica finlandesa
que con cara de vampiresa
nos quiso comer el corazón.

Hay compañeros que explican
que han ganado muchos premios.
Supongo que debe salir un genio
si froto su cabecita.

Estos chicos ambiciosos
harán que tiemble Gabilondo.
Me parece muy cachondo
su "talento" empalagoso.

Espero que sean muy ricos
cuando en nuestras televisiones
los jefazos les condicionen
a mentir como borricos.

Pero este no es mi sitio.
Perdónenme, periodistas.
Buena suerte, yo no me alisto
bajo la bandera de Camps y Rita.

Si puedo me iré bien lejos
a visitar a niños tristes
que ni pudieron vestirse
ni podrán llegar a viejos.

Queda un año por delante
y tenemos que sobrevivir.
Es nuestra lucha resistir
entre gente tan pedante.






19 may 2011

Arde la noche, Valencia quema






Muchas cosas importantes están pasando estos días en Valencia. La primavera golpea la ciudad con su fuerza y todo parece renacer, hasta nuestras esperanzas. Por fin un halo de luz. Por fin Valencia arde, y nosotros con ella. Se despiertan del invierno muchas luchas, luchas anónimas y compartidas que son de todos y de cada uno. Luchas pequeñas o grandes que tendrán ciertamente consecuencias.

Dos enamorados anónimos pasean por el centro de la urbe sin prisas. Entran en una tienda de discos antiguos que recién han descubierto, una tal Oldies, y allí se encuentran con algunos coleccionistas, con clientes que buscan lo más extraño. Compran una cinta de Joan Báez, grabada en 1976, y ella la guarda con cariño en su bolso. Salen, se pierden por los callejones y sus vericuetos. Comen algo que han comprado en una tienda de productos ecológicos. Sonríen, se cruzan con turistas y curiosos. Entran en una vieja casa donde un hombre y su perro inspiran poca confianza y huele mal. Todo asusta y les da miedo, no es lo que buscaban. Se han equivocado otra vez. Andan un poco más, de laberinto en laberinto. Llaman a varias puertas, algunas voces les sorprenden, como ese lugar que se hace llamar "Hostal del Cid Campeador". De pronto, un edificio rosa oscuro les sale al encuentro y no lo dudan. Es perfecto. Se quedan.

Una, dos, tres. Desde la torre de la iglesia las graves campanadas se instalan con ellos en una habitación donde la noche resucita y los tacones no cesan bajo el balcón. La madrugada promete. Un músico extranjero toca el violín en la plaza cercana, luego se oye un saxo y, por encima de ellos, cobra protagonismo un acordeón. Las notas arden, suena un tema de Sinatra y los enamorados se abrazan en la paz de su calor. La felicidad, piensan, está al alcance de sus manos... al menos por unas horas. La luna también.

Una, dos, tres y hasta ocho. El reloj avanza, la mañana no espera. La lluvia tampoco. Los enamorados de mi cuento salen de su refugio y avanzan con destreza entre calles, cruces, semáforos y aceras. Los turistas se agitan como hormigas, uno tras otro con algo cargado sobre la espalda. La pareja llega a la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, donde gente anónima y decidida, como ellos, se agrupa en busca de un presente y un futuro mejor. Desde el pasado día 15, ciudadanos de distintas edades e ideologías se unen sin descanso para defender sus derechos y manifestarse a favor de una democracia verdadera y renovada. Todos hablan, todos explican sus opiniones, todos hacen fuerza y se apoyan. La ciudad abre los ojos. La balanza empieza a equilibrarse y el pueblo resurge de sus cenizas, pese a lo que digan en los medios de comunicación y en esos programas basura.

Algo está cambiando en esta ciudad y en muchas otras del país. Los políticos temen que el despertar del pueblo les haga daño este domingo. Pero nuestros amigos jóvenes y mayores, como los enamorados de mi cuento, no tienen miedo. Mi pareja también forma parte de esas voces anónimas que arden, de esas víctimas inocentes que pagan y se quedan sin casa, sin trabajo y sin vida. Valencia quema, los ojos ya no duermen. Caminamos entre sombras, rodeamos abismos presos de nuestra ceguera. Hay un mañana que no espera. La energía y la lucha, como el amor o la felicidad, son eternos mientras duran. Pues que duren, que no mueran. Arrasemos el teatro.





16 may 2011

Canción de cuna de otro verano





Escaleras del metro de París. La lluvia amenaza con atravesar las ventanas. Un acordeón y un titiritero hacen soñar en el vagón gris. A las puertas del Sacré Coeur un mago danza, mientras los niños hacen palmas. Nadie deja de reír.

En la esquina suena un violín. Las lágrimas y un beso cantan una canción desesperada. La ciudad arde entre amantes y viajeros; los labios se funden; explotan las almas. La tarde se desgrana entre olores, adoquines y chimeneas manchadas de hollín. Entonces suena otro violín. El fotomatón congela una imagen que morirá desangrada. Pero ellos sonríen y bajan alegres las escaleras del metro de París. Comen panes a la luz de una vela. La habitación ahora es rosa, el amor es así.

Escaleras del metro de París. Un aeropuerto amenaza con asesinar la mañana. Una pareja con su equipaje mira un mapa en el vagón gris. En la entrada del Charles de Gaulle un niño llora, mientras los padres arrastran las maletas. En la puerta de embarque nadie puede sonreír. Junto a la cinta roja suena un violín. Las lágrimas y un beso gritan en su canción desesperada. El cielo arde entre aviones que despegan y viajeros; los labios se funden; explotan dos almas. El momento se desgrana entre sollozos, caricias y mejillas manchadas de carmín. Entonces suena otro violín. El cristal del aeropuerto congela una imagen que morirá desangrada. Pero ellos sonríen, él se aleja y baja esta vez solo las escaleras del metro de París. Ella espera como cualquier otra viajera. La despedida le ahoga, el amor es así.


Cierran los ojos, ella en su asiento y él en el metro de París. Cierran los ojos, los cierran bien fuerte y recuerdan . La manta amarilla, la estufa y un poco de queso con mermelada antes de irse a dormir. La miel en los labios, el albaricoque listo. Las noches suaves de París.

El avión se tambalea. La lluvia amenaza con atravesar las ventanas. Él ha vuelto a la habitación. Mientras se arropan en los recuerdos de su propia canción de cuna, el destino envuelve sus corazones con tramposas telarañas. Fuera, en la calle, suena el violín. La vida les mata, el adiós es así.




11 may 2011

En el laberinto de espejos




Los cristales, como los obstáculos de la vida, sólo existen dentro de nosotros. Si nosotros queremos, ellos nos abrirán paso.

Me ves correr, me ves bailar.
Tus ojos brillan al mirar y un sol te quema.

Me ves llorar, me ves temblar. Te vas entre cristales.
Caigo, se rompe un día de pasos que pesan.

Luces, espejos, destellos infernales y un estrecho pasillo.

Oscuro, todo está oscuro. Un laberinto transparente me rodea y me hace tropezar. Lo intento, pero no puedo. Camino, vuelvo al suelo y no logro avanzar. No dejo de dar vueltas en el mismo sentido. El mismo viaje. Ninguna puerta.

Me siento en el suelo, lloro. Los tétricos vidrios me observan cuales vigilantes fijos. A lo lejos me hago pequeña, me rompo, me trizo. Todos mis lados se encogen, se deshacen en el infinito. Pasan las horas; pasa el horror con sus gritos.

Una sombra se acerca y la sigo. Una sombra dice que vaya, que tiene frío: "Ven, y nos arroparemos los dos. Te dormirás en tu hueco, tendrás abrigo en tu nido". Pero todo está oscuro, muy oscuro. Me golpeo contra mi propio reflejo y esa imagen asustada de mí misma parece haberse ido. Me pongo en pie, estiro los brazos.

Doy un paso, dos, tres. El último espejo me regala lo que sé: estás muy cerca, aunque te vea tan lejos. Doy un paso, dos, tres. Tus manos regresan, me acogen con sed. Damos los últimos pasos y nos vamos. El miedo también.

Nunca tuve el valor de enfrentarme a las trampas del laberinto en el que se enreda mi vida. Nunca quise luchar contra mi esfera perfecta, contra la posibilidad de perder mi camino de regreso. Nunca pude evitar esa sensación de ahogo, ni esas ganas de escapar pidiendo auxilio.

Tus manos. Tus manos son mi llave y son la puerta que siempre se espera cruzar. Las manos de un amigo al que se ama, de un amante al que se anhela. Las manos que me ayudan a avanzar.




2 may 2011

Aquell desig




Són moltes les ocasions que ens conviden a formular desitjos. Estan els aniversaris, estan les nits estrelades, estan els petits trèvols de quatre fulles... Estes ocasions són com els desitjos: infinites. Tot el món, al mateix temps, té el dret i el deure de tancar alguna vegada els ulls i pensar en aquell desig que voldria complir. Menuts i majors, joves i grans... Tots deuríem demanar algun desig, encara que sols fóra un, al llarg de la nostra vida. Ocorre que els desitjos, com la vida, són ben importants.

Són moltes les persones que desitgen tindre una vida determinada, i són moltes les persones que, després d'haver lluitat pel seu desig, viuen la vida que sempre desitjaren. No és impossible complir un desig, sempre que el desig formulat siga senzill i no massa artificiós. Si seguim aquesta regla, més tard o més prompte el nostre desig es complirà. I es complirà si demanem petites coses, coses reals al cap i a la fi... com quan érem xiquets.

De sobte, m'envolten els records de la infància que encara romanen als àlbums i intente recordar quines coses demanava quan m'agafaven fort i m'apropaven al pastís. Les fotos, les imatges immortalitzades em retornen aquella dolça sensació plena d'innocència. Sempre demanava coses senzilles, petites, reals. Primer demanaves algun joguet, alguna nina, algun regal inesperat. Després, demanaves tindre sort amb aquell examen, o amb el xic més espavilat del grup. Més tard, ja et trobes a tu mateixa emocionada, amb una copa de cava a la mà, mirant als teus familiars i demanant que es pare, per sempre, eixe instant d'absoluta i enigmàtica felicitat. Tots eleven les seues copes per celebrar un any més, un casament més, un naixement més. La vida no para, tots ens fem grans i al nostre cor cada cop dormen menys desitjos, més petits amb el transcurs del temps.

La duresa de la vida, les experiències negatives i la maduresa ens ensenyen a no desitjar el que tenen els demés. Arriba el moment de fer-se major i, quan les coses pinten mal, sols desitgem quedar-nos com estem: "passe el que passe, millor si em quede com estic!", pensem.

Jo he desitjat moltes coses al llarg de la meua vida. He desitjat coses petites i també, per què no dir-ho, coses grans. Molts desitjos s'han fet realitat (viatges, experiències, regals...) i altres, en canvi, no s'han arribat a complir -cosa que m'ha estalviat algun mal de cap-.

He demanat desitjos a les estreles, també als ciris d'aniversari i als trèvols. He demanat desitjos cada vegada que he pogut retirar-me per assaborir millor un instant congelat en una fotografia. He demanat fer-me petita de nou, reviure les coses que em van marcar, trobar aquell amic imaginari, quedar-me per sempre vora mar.

Març, any 2010. Una taula llarga i, al seu voltant, els pares, els oncles, els avis i els cosins. Vint espelmes sobre un pastís de xocolata, vint flames ardents com la sang al meu cor. Les càmeres en marxa, els somriures dels cosins, els plats, la música i les culleres. "Que demane un desig, que demane un desig". La meua mirada va fer un viatge de dos segons i, en el meu horitzó, un vaixell de vida es va detindre en els teus ulls marrons. Aleshores, les nostres pupil·les coincidiren en un punt.

"Que demane un desig, que demane un desig", deien. La meua ment esperava, transparent, que formulés aquell secret, però aquell dia no calia. El meu desig el portaves tu. Obrires les mans, t'apropares al pastís i, mentre jo bufava divertida, la teua mirada es convertia en el meu destí.