27 oct 2014

El otoño se acerca


El otoño se acerca con muy poco ruido: 
apagadas cigarras, unos grillos apenas, 
defienden el reducto 
de un verano obstinado en perpetuarse, 
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.

Se diría que aquí no pasa nada, 
pero un silencio súbito ilumina el prodigio: 
ha pasado un ángel 
que se llamaba luz, o fuego, o vida.


Y lo perdimos para siempre.



(Ángel González)



29 ago 2014

Dolor





El ser humano, oxidado hierro
es a veces un lamento de huesos.
Los años vuelan densos, espesos
en mitad del horror y del destierro.

Sólo las palabras, y el recuerdo,
pueden llenar estas horas vacías
cuando mata el dolor, lluvia fría,
y los días de alegría quedan lejos.

Escribiré para poder ayudar
a la triste figura que ahora veo.
Se fue el calor, se fue el deseo
y el tiempo más bello vi marchar.

Los minutos muertos bailan tristes
mientras la cama es hoy el puerto
donde un atormentado cuerpo
batalla por volver a volar libre.

Dejad a esta tinta a mí venir
porque si no escribo, duermo.
No quiero ser como ese enfermo
que resignado se ve morir.



28 ago 2014

Lija y terciopelo





Entre el cielo y el suelo
sigue vivo un recuerdo
de historias de dos,
de pereza y desvelo.
Lija y terciopelo.

Un amor temporero
entre olivos y besos.
Un lamento severo
y un ardor en los huesos.

El cuerpo se me revuelve
cuando regresa tu voz.
Revolcón y patera,
una guitarra sin cuerdas,
eso somos tú y yo.

Un colchón remendado
en un octubre de luz.
Una boca sedienta
en un jardín desolado.

Una habitación y una cruz.

Tus palabras son acero.
Mi corazón es de mimbre.
Tu chaqueta es de cuero.
Si te alejas me muero.

Ojalá me quieras libre
entre promesas y celos.
Es nuestro amor temporero.
Somos lija y terciopelo.



26 ago 2014

Aquel amor





Y esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor...
(G. G. Márquez)



Los años han pasado como las páginas de un libro que no pudo terminar de escribir. Ya no encuentra un motivo, no logra el modo de empezar un nuevo capítulo. Sus días son grises y opacos, han perdido su color y hoy nada la inspira. Ha buscado esa pequeña luz en cada rincón de su mundo, ha viajado y ha tratado de congelar en su retina cualquier imagen bella y llena de vida. Ha coleccionado atardeceres, sonrisas, paisajes, sonidos, miradas, momentos... pero no es suficiente. Sentada frente al espejo de la cómoda de su dormitorio de matrimonio no se reconoce. Aún conserva la belleza de entonces, aunque en sus ojos se ha instalado una mirada nueva. Es una  mujer más pacífica, más serena. En su mano izquierda brilla delicado un anillo de diamantes. Lleva puesto un camisón rosa que contrasta con su negro pelo. Todo en ella ha madurado, pero en su corazón hay una herida que sangra y que ya ni quiere ni sabe ocultar. Una inexplicable tristeza (que dicen que se irá si tiene hijos) se ha detenido en sus ojos y en su corazón. Sólo el olor de las castañas asadas y la luz triste del faro, cada doce segundos, parecen aliviarla. 

Hubo un tiempo en que su irónica vida no era mejor, pero sí más fácil. Nada la preocupaba, nada la detenía y cada segundo merecía ser saboreado como el último. Los días tenían un brillo especial. Estaba viva, bailaba y sonreía. En aquella intensidad era feliz. Cerraba los ojos y se dejaba llevar por el cuerpo de su amante mientras la voz de Billie Holiday llenaba la habitación. Bailaban durante horas y sus noches se alargaban entre secretos y besos. Aquel dolor era el más intenso y agradable que había experimentado. Sangraba orgullosa y soñaba despierta disfrutando del sabor más dulce, el cual se había detenido para siempre en sus labios desde que lo conoció. Lo veía en el cielo de la mañana, en la brisa de la noche, en todas las caras de la Luna. Como una pareja eclipsada por su propia tragedia, disfrutaban de aquella enfermedad dichosamente compartida. No pensaban en las consecuencias de su extraña locura porque les embriagaba la pasión, el deseo y melancolía. Los tres elementos se necesitaban, se entrelazaban como sus labios y sus dedos hambrientos de amor. 

Entonces no le molestaba arrugarse el vestido, ni acostarse en la hierba. Era una joven guapa, divertida y despreocupada. Era la dueña de su vida y su día a día estaba teñido de éxito y sonrisas. Coleccionaba escondites y las paredes se convertían en testigos de lo que a nadie contó. Todo le iba bien, era una buena estudiante y sólo perdía la cabeza por los hombres. En especial por uno, por su gran amor. Eran jóvenes y la inexperiencia les mantenía siempre vivos, deseando agradar, sorprender, imaginar. Eran dos almas libres y opuestas pero no sabían separarse y cualquier excusa era buena para volverse a encontrar. Ni el paso de los años ha evitado que tiemblen cuando se escuchan, que le tengan pánico al teléfono, que se deseen cuando se miran, que se acaricien sin llegarse a tocar. 

Pero todo lo que empieza, le dijeron, tiene que terminar. ¿Terminó algún día? Nunca lo creyó. Conoció a otras personas, viajó por muchos países y vivió aventuras tan grandes como peligrosas. Se vistió de novia, creyó haberlo encontrado todo pero se dirigía al abismo más oscuro. Por las noches una roca pesada amenaza con destrozarle el pecho. El dolor regresa y no puede dormir. Un fantasma la persigue, salta de la cama y solloza a escondidas porque se siente sola, desdichada y vacía. Dicen de ella que lo tiene todo, al menos lo que cualquier mujer que conserve un poco de cordura podría desear: una casa grande, un marido trabajador y atento, un armario lleno, una agitada vida social. Por las madrugadas abre su cajita y vuelve a rozar con cariño un mechón de pelo castaño. Observa las fotos en sepia, las abraza y rompe a llorar.

Sucedió de repente. Una noche, mientras su marido dormía, sentada en la cama lo comenzó a observar. El hombre, que respiraba tranquilo tras el acto sexual, descansaba plácidamente ajeno a la terrible batalla que se estaba librando en el corazón de su mujer. Para ella la convivencia se había vuelto insatisfactoria e insípida. El sexo, soso y aburrido. Las noches, amargas y destructivas. Ya no lo ama. Tal vez nunca lo amó. Se había entregado a él hambrienta de unos brazos que le diesen, por una vez en su vida, seguridad. Toda mujer ansía en algún momento compartir la cama con un hombre que la proteja, que le dé estabilidad. Para ella, no obstante, la estabilidad tiene un coste demasiado grande y encontrar el equilibrio es imposible. Su compañero huele bien, le transmite calma y la complementa con su racionalidad. Pero su día a día es frío y repetitivo. La rutina se ha convertido en una losa que no la deja respirar.

Hay noches que se tiñen de rojo, de cuchillos y silencios. Ella recuerda aquellos días en los que se sentía volar. Su vida era agridulce, pero la intensidad de su locura la mantenía despierta. Lloraba y reía con el mismo placer. Se sentía deseada y poderosa. Era una guerrera radiante, dueña de su caminar. 

Sucedió de repente. Se apagó una voz. Su sonrisa se borró y las manos se separaron. No recuerda las razones, no hay responsables ni hay culpa. Sólo hay un deseo que se reaviva, noche tras noche, como las cenizas de su amor. Sigue cayendo, tropezando e intentando salir de su absurdo laberinto. Hay amores que se vuelven resistentes a los años. Parece que se acaban y florecen, pero en las noches del otoño reverdecen acompañados por una magia y una tristeza necesarias.

Dicen que a los muertos sólo los mata el olvido. Si algo es recordado es que nunca terminó.


(Para Fermina y Florentino)






20 ago 2014

Volar



A veces no es necesario perder el tiempo intentando contener entre nuestras manos la complicada madeja de la vida controlándola, protegiéndola. A veces simplemente es mejor cerrar los ojos y sentir con los pies descalzos el contacto de la tierra. Escuchar el reloj que nos late en el pecho. Oler el jersey de esa persona que nos hace sentir bien. Encontrarse lejos pero en casa. Encontrarse en casa pero distinto. Volver a esos lugares conocidos, pisar de nuevo las calles y ver que todo sigue, que nada es diferente menos tú mismo. El vértigo es tan natural como puro. Los atardeceres más bellos sólo se observan a tres metros sobre el cielo, por encima de las nubes desde la ventanilla de un avión.

Las mismas caras, pero un nuevo sentido. Te miran y algo de ti ha cambiado para siempre. No volverás a ser la misma persona. Todo cambio te engrandece y toda muerte te renueva. Te abrazas a esa fuerza, al valor para marcharse y al miedo a llegar. Sientes las cosquillas recorrer tu cuerpo. Sonríes sin motivo y no te avergüenza llorar. Ya no es necesario comprenderlo todo. La belleza de la vida también se encuentra en esos instantes inciertos, en el impredecible azar.

A veces no es necesario buscar razones. Sólo debemos abrazarnos a lo nuevo, al sueño y al despertar. Siempre hay algo bueno en lo malo, y a veces lo bueno no quiere decir lo mejor. Todo depende del vidrio con que lo mires. El camino está lleno de sombras, porque allá donde vamos encontramos espejismos. Tú eliges la imagen que mejor define cada uno de tus pasos. Ya no importan los porqués, ahora todo lo entiendes. Y te das cuenta de que has cambiado cuando comprendes que ya no es necesario buscar respuestas a lo que jamás las tuvo. Ya no buscas comprender lo incomprensible, porque sabes sentirte lleno reconociendo estar vacío. Ahí está: la sabiduría se esconde tras cada piedra. Los tropiezos son necesarios para perder el miedo al camino. Sólo sigues esa luz interna que te hace avanzar. Eres firme como una montaña, delicado como una rosa, fuerte como las raíces, libre como las corrientes del mar. 

Uno sabe que le pertenece todo cuando no se aferra a nada. Uno aprende a valorar lo que tiene cuando se desprende de sus cosas, cuando parte hacia lo incierto y se va. Todo cuanto amamos tiene que sentirse libre: si regresa, es nuestro; si no, nunca lo será. Todo hombre anhela ser como un pájaro: elegir el momento de partir y el instante para llegar. Pero la libertad es el tesoro más precioso, la fruta prohibida y la piedra filosofal. No se consigue fácilmente. Es una meta por la que luchar. La libertad, tan hermosa como necesaria, tiene un precio muy alto. Algunos por ella dan la vida. Otros simplemente se contentan con aprender, a base de golpes, a volar. Todos llevamos dentro un pequeño pájaro. Más aún, uno puede ser libre aunque esté en una celda rodeado de cadenas si conoce la grandeza de su mente. La mente no tiene límites, su límite siempre tiende al infinito. Y entonces sucede la magia: cuando el hombre comprende que es libre para pensar, entonces se da cuenta de que siempre ha tenido el precioso derecho a volar. De hecho, siempre supo hacerlo. 



Para mi sirena, un ave melancólica que dio su vida por volar libre.






12 jun 2014

Lejos





La vida se ha detenido en mitad de una carretera perdida y solitaria.  Pasan los coches lentos como los recuerdos y las luces frías iluminan el asfalto cubierto de nieve. Solo. Totalmente solo. Es una ciudad que no conoce, llena de personas que caminan con rapidez. Nadie se detiene. Nadie lo ve. Es una tarde extraña y fría, es un lugar triste para pensar. La casa está muy lejos, ya no lo abraza el calor de ninguna chimenea y sabe que, a pesar de todo, nunca volverá...

En silencio contempla las últimas imágenes que se han registrado en su memoria. Pasan sin pena ni gloria los segundos y, entre la maraña de sus pensamientos, son pocos instantes agradables los que logra rescatar: la risa de los niños, alguna canción, los abrazos de los visitantes, la pelota verde. Aunque ha decidido huir y sabe que a veces lo mejor es alejarse, su vida no siempre fue tan gris. Hubo un tiempo en que la casa estaba llena de mariposas y los rayos del Sol se colaban por las ventanas. Los niños jugaban, la música llenaba las estancias de ilusión y color. No entiende cómo, no sabe cuándo, pero un día llegó la tormenta y todo su universo se quebró.

No ha podido llevarse nada, sólo viajan con él un collar, unas galletitas y su pequeño corazón. Se siente abandonado, decepcionado, maltratado. Siempre fue ese amigo fiel que soñó con hacer de aquella casa un lugar feliz y soleado. Fue el mejor compañero, y también un gran hijo. Nadie supo darse cuenta, nadie pudo valorarlo hasta que sin previo aviso los dejó.

Sabe que no debe mirar atrás, que los recuerdos son muy traicioneros. La calle está sucia, los coches lo amenazan y tiene hambre. Sin embargo, hoy se siente libre. Se sienta porque sabe que tiene derecho a descansar, a esperar algo mejor. Sabe que hoy está solo, pero ha encontrado su camino. Un nuevo camino. El miedo y las dudas ya no son una opción. El mundo le pertenece, es el dueño de los sueños que guarda bajo llave dentro de su corazón. 




17 may 2014

Cinco minutos






Lo más bello de la existencia no depende de la cantidad de tiempo vivido, sino de la importancia y la magia de los momentos compartidos. Hay instantes tan breves como un suspiro que pesan más que una vida. Y cada uno de esos instantes es especialmente hermoso en su mágica brevedad. Cuando el mundo se detiene entorno a un beso, la eternidad parece insuficiente y la dolorosa espera se convierte en una agradable parte de un satisfactorio dolor. 

Lleva el pelo húmedo, es una noche de agosto en una pequeña casa de campo perdida bajo el cielo estrellado. Hace calor y sólo se escucha el murmuro del agua de la piscina, acompañado por las llamadas de los grillos solitarios. Los animales cazan en silencio y en el aire se adivina el intenso aroma del amor. Los grandes sauces convierten su escondite en un lugar más secreto si cabe y, acompañados únicamente por la música de una antigua radio, los dos jóvenes se besan. No saben cuándo volverán a verse, sólo saben que han tenido suerte esta vez. La habitación es pequeña, la Luna está llena. La chica está radiante. Los cinco minutos la hacen florecer. 

Él intenta ser romántico mientras se recorren la piel. Intenta susurrarle alguna palabra bonita, y eso lo hace enrojecer. Es un chico de pueblo, de maneras un tanto bruscas y acento cerrado. Es atractivo y sabe hacerle reír a su amiga de ciudad, aunque a simple vista parecen polos opuestos. Ella es un ser libre. Él, un hombre formal quiere parecer. Corren descalzos por la hierba y el campo se convierte en el mejor escenario para sus juegos. La coge en brazos y la ayuda a trepar por una cerca. A oscuras y entre risas miran al cielo en busca de estrellas fugaces. Es tarde y tratan de despedirse. Sólo les quedan sus cinco minutos. Los saborean en su agonía, lentamente, hasta llegar a enloquecer. Son como dos rosas silvestres, sedientas y hermosas a punto de renacer. 

Se conocieron en el relámpago, en la duda, en el quizás. Eran tan distintos y tan parecidos a veces que no se querían separar. Eran el viento y el fuego. Eran la calma y la tempestad. No les importaba nada. Pese a sus vidas ajenas y a sus universos paralelos, lograron escribir la historia más pura que nadie ha contado jamás. 





15 may 2014

La extraña


Nadie me ve, porque camino por las calles envuelta en bruma y espuma. Como una narradora omnisciente que está presente sin que nadie la advierta, como una sombra transparente que se escapa. Pero estoy allí y conozco tus misterios. Soy tu secreto inconfesable.

Deambulo por las aceras acariciando con mis pies la alfombra morada que han dejado, al caer, las flores de las jacarandas. Sigilosa como un gato, sutil como una pluma que flota en una burbuja perfecta. Estoy entre los besos de esas parejas que se ocultan. Me asomo por las ventanas de los coches y veo cómo algunas mujeres se pintan los labios aprovechando los semáforos en rojo. Abrazo a los transeúntes que se reencuentran, y lloro con aquellos que entre lágrimas se despiden. Me escondo en las esquinas y te observo. Dibujo en el aire cada uno de tus lentos movimientos y acompaño con mis manos el baile de las tímidas mariposas. 

La ciudad huele a primavera, a la flor del naranjo y a sangre que bombea. Su latido me envuelve, me renueva. Me detengo en mitad de la carretera cuando la Luna ha salido, cuando ya nadie queda. Soy un silencio, un suspiro, un deseo. Soy escurridiza y a la vez tan frágil como una telaraña.

Vuelve la noche y entonces los monstruos se quitan los disfraces. Salen a la calle en busca de una suerte deseada. Pero yo vuelvo a mi escondite, entro en mi alcazaba. No me parezco a ellos. Yo sólo quiero ser la niña que llamaba a tu puerta y soñaba. 






9 may 2014

30 días






Hay personas que son demasiado puras,
para este mundo demasiado humanas.
Hay princesas que vuelan lejanas
a pesar de su miedo a las alturas.

Pasan días en habitaciones oscuras,
lloran ocultas tras las ventanas.
Hay niñas que se cantan dulces nanas
con voces suaves para sus cicatrices duras.

Se desvanecen como el humo sus figuras
cuando la vida y la muerte parecen vanas.
Junto a estas sirenas en los mares te bañas
porque son tus diosas, son hermosas criaturas.



30 días sin ti.





22 abr 2014

Mr. Aguirre






Son las dos de la madrugada en un motel perdido. En un punto indeterminado de la Ruta 66, oculta en una antigua habitación, ella lo espera. Huele a cerrado y las cortinas están descoloridas por el humo del tabaco y los años. La decoración es extravagante y sobre el escritorio hay una jarra de cristal con un ramo de rosas rojas. Son sus flores favoritas. Pasan pocos camiones por esta carretera solitaria. La luz de una farola entra por el cristal en mitad del silencio nocturno. Se esconden tras los rincones algunas sonámbulas cucarachas. 

Mia se ha puesto su mejor vestido y ha logrado, por primera vez, llevar la ropa y los zapatos a juego. Ha apostado por el rojo de sus rosas, el color de las heridas de su pasión, y se ha pintado los labios. En el motel hace frío y Mia se ha puesto una bata de seda propia de las amantes de los años cincuenta. De hecho, se siente como una amante culpable y no entiende el porqué. Hoy se ha rizado el pelo y frente al espejo del baño trata de estar perfecta. El teléfono arde esperando una llamada que no llega. Se suceden los minutos en el reloj acompañados por una lenta y profunda agonía. Mr. Aguirre no vendrá. Mia se siente abatida, abandonada. Se deja caer sobre la cama y llora.

Aguirre es un hombre taciturno, reservado y romántico. No quiere visitas cuando está enfermo y en su tiempo libre se recrea tocando la guitarra eléctrica y leyendo poemas de Pablo Neruda. En otra vida habría querido parecerse a Mikel Erentxun, un cantante español al que adora. Tiene una obsesión enfermiza por su país, los Estados Unidos, y también por Los Dodgers. Le gusta verlos en el estadio y le gusta la cerveza. También disfruta saboreando el whisky con hielo cuando llega a casa, y en su reproductor suena siempre algún tema de Wilco. Suele llevar boina, como los vascos, y también sudaderas con capucha. Aguirre trabaja para el ejército del aire en una base militar perdida en el desierto de Las Vegas. Su vida es sencilla y, a pesar de su aparente fortaleza, Aguirre es un animal profundamente melancólico. Lo que nadie sabe es que tiene miedo a envejecer. Pensar en ello le hace sudar por las noches. A veces se muestra triste; otras contagia esperanza y entusiasmo. Se trata, sin duda, de un tipo muy extraño.

Se conocieron viajando. Entre aviones, puertas y multitudes se vieron por primera vez. Ambos compartían las mismas inquietudes, los mismos deseos. Eran dos almas solitarias abandonadas a una pasión entregada sin motivo y sin perdón. Las mismas canciones, los mismos otoños, el faro del Norte. Era un día lluvioso del mes de noviembre. No quedaban galletitas de la suerte en el bar del aeropuerto y, como un viento repentino, aquella mirada casual fue la culpable de un cataclismo de amor. 

Han pasado algunos años, se han sucedido varios otoños y pensar en él siempre le devuelve una extraña nostalgia. Sus vidas paralelas se han estrechado y ambos han cambiado mucho. El destino, o la mala suerte, ha decidido que esta vez tengan una nueva oportunidad. Mia ha encontrado una razón para viajar al estado de Nevada y Aguirre no debe estar a demasiadas millas de distancia. A veces la felicidad llega para quedarse. Otras, se esfuma sin avisar. Pasas años esperándola y, cuando crees que la has cazado, se escapa. Le había prometido lo imposible. Iba a ser suya al menos por un día. Iban a tatuar en sus pieles promesas más allá de la muerte. Iban a tenerse de nuevo. Todo parecía de color naranja, ese color difícil de encontrar en sus vidas habitualmente oscuras y tristes. Ella se había puesto su mejor vestido. Aunque parezca cruel, Mr. Aguirre nunca apareció. Algo mucho más fuerte que su amor lo había atado de manos y pies, haciendo imposible aquel reencuentro. Mia no lo sabía, ¿o sí? Prefería continuar con los ojos vendados. No se resignaba a perderle y no pensaba abandonar su destrozado sueño americano.

Empieza a amanecer y abre los ojos. Mia se descubre a sí misma en el suelo, sangrando y con cristales esparcidos por el cuerpo. Nadie ha venido. Presa del silencio, Aguirre parece haber muerto.

Nacen muchas historias inolvidables en los aeropuertos.


                                    



16 abr 2014

La chica del barrio alto







Hace mucho tiempo coincidí con una mujer joven de ojos melancólicos. Su profunda mirada marrón, serena y perdida, me embriagó como un licor venenoso. La chica jugueteaba con los mechones de su pelo sentada en la barra de un bar. Yo pasaba por allí, era una noche cualquiera en el Raval y me apetecía una cerveza. Aunque yo vivía en el sur de la ciudad, decidí perderme un rato por la soledad de esas calles escondidas. Lo que no sabía era que aquel encuentro fortuito me iba a eclipsar de por vida.

Era la primera vez que la veía, pero cualquiera se podía dar cuenta de los secretos que guardaba bajo aquella apariencia un tanto misteriosa y aquella chaqueta de cuero negro. Me acerqué a ella y me atreví a preguntarle por qué sólo salía por las noches. Ella, con voz amarga, me dijo: No preguntes, no quieras saber demasiado, porque entonces tendrás que beber conmigo para olvidar...

Su frase escondía demasiados cristales rotos, demasiados recuerdos vacíos. No quise saber más, simplemente me dediqué a observarla de vez en cuando mientras me tomaba unas cervezas. La chica, que había pedido una extraña bebida de color rojo, se limitaba a pegar pequeños sorbos sin hablar con nadie, sola y lejos de todo. Su melena negra contrastaba perfectamente con el labial rojo y la piel pálida. Poseía una belleza un tanto peculiar, tan salvaje y oscura que nunca logré apartarla de mi cabeza. En mitad de la madrugada, cuando la chica se marchó, intenté averiguar algo más y entonces me acerqué al camarero. En voz baja y, asegurándose de que nadie escuchaba nuestra conversación, me advirtió: No juegues con fuego y presta atención, porque sobre esa mujer se cierne una leyenda.

Triste como el otoño, frágil como el vidrio, fría como un muerto. La chica de los ojos de gacela deambulaba cada noche y sin rumbo por las calles empedradas. Alguna vez la vieron dibujar en las servilletas de los bares, a los que siempre acudía sin compañía. Sus dibujos, de una calidad extraordinaria, mostraban corazones heridos, lágrimas y rosas secas. Algunos cuentan que se sentaba en los portales a ver pasar las horas. Otros aseguran que la escucharon cantar tras las esquinas. Lo que ninguno de nosotros sabía era que, de día, la chica del barrio alto se desvivía por abandonar aquella oscuridad. En su estudio pasaba las mañanas pintando óleos y acuarelas, leyendo libros y dibujando historias. Tras la máscara de pestañas negra se ocultaba una flor pura y bella, una niña que creció sin la comprensión de nadie, soñando despierta en un mundo imaginario. De pequeña siempre estaba sola. Sus únicas alegrías eran una antigua Polaroid y un espejo con el que lanzaba mensajes de ayuda a la nada aprovechando los rayos que se filtraban por la ventana. 

También tuvo un amor. Un chico de pelo largo y ojos claros, dicen. El destino les regaló instantes maravillosos, amaneceres cargados de promesas y esperanzas. Sólo él comprendió la frustración y el dolor que ella guardaba. Fue su paño de lágrimas y el ladrón de sus sonrisas. Trató de ayudarla con todo el amor que fue capaz de sentir, pero ni sus abrazos ni su tiempo fueron suficientes. Han pasado los años y todo lo que queda de aquella mujer son los recuerdos y las cenizas.

Dicen que hay flores que crecen solas, que brotan de repente en mitad de los lugares más apartados y oscuros. Y es su belleza la que eclipsa toda la destrucción que tienen a su alrededor. Una vez alguien me aseguró que la flor que crece en la adversidad es la más rara y hermosa de todas. Estoy convencido de que tenía toda la razón.

(Para Ítaca)





10 abr 2014

Sirena varada





Nos devolveremos las sonrisas que huyeron a ningún lugar,
 y cada parte de nuestro cuerpo que nos hemos robado.
 Nos devolveremos el tiempo que ahora es vacío
 y lo cambiaremos por aquel que tuvimos lleno de promesas.
 Nos entregaremos las partes más secretas
 y nos diremos al oído todo lo que queda por descubrir. 
Nos daremos lo imposible, haremos todo lo posible.


Hoy me despido de ti con tus propias palabras y con tu imagen en en ese gris con el que nos dejas. Mi sirena varada, la soñadora rebelde que compartía conmigo pasiones, aficiones y sensibilidad. Entendías como nadie mi amor por la literatura y la fotografía. Apreciabas como nadie la belleza de esos instantes capturados para siempre en blanco y negro. Sólo tú sabías emocionarte de esa manera especial cuando leías mis textos, y sólo tú podías comprender mis miedos y mis sombras. Sirena incomprendida, bella y perdida en tu propia odisea; esa odisea dolorosa de la que ni con todo nuestro amor te hemos podido rescatar. 

Sólo tú sabías elevar lo cotidiano a extraordinario con tus cámaras de fotos y con tus desgarradores poemas. Tu vulnerabilidad y fragilidad te convirtieron en una princesa sombría pero a la vez llena de luz y de esperanza. Sólo tú sabías describir la esencia de lo humano, de la vida y de la muerte con tanto realismo y facilidad. Convertías en divino y venerable cualquier objeto, cualquier cuerpo desnudo, cualquier paisaje sobrecogedor. Vestida de inocencia y a la vez de oscuridad has sabido exprimir cada una de tus vivencias y de tus agridulces pensamientos. Has amado las cosas más sensibles de la existencia y has sabido hacer que los demás las amemos con un respeto especial. Has luchado por tus sueños y has disfrutado de tu experiencia más salvaje, acompañada por la brisa de tu mar. Eras la sirena más bella, esa princesa taciturna que luchaba por salir de un laberinto tenebroso. 

Espero que allá donde estés nunca olvides todo el amor que aquí te dejas. Que ese mar al que amabas te acoja y te acompañe para siempre con su suave y dulce vaivén. Que la espuma te acaricie y que las olas te puedan mecer eternamente para que continúes dormida e inmersa en tu sueño maravilloso, ese sueño por el que luchabas y que seguro que algún día, aunque lejos de nosotros, cumplirás. 

Hasta siempre, sirenita. Al fin eres libre. Te quiero y en mi corazón siempre brillarás. Siempre serás mi sirena y volveremos a abrazarnos cada vez que tenga entre mis manos una delicada estrella de mar. 

Te quiero, y espero que nunca lo olvides. Buen viaje hasta Ítaca.






26 mar 2014

Cincuenta sombras





Todos tenemos un pasado, más o menos oscuro y doloroso que nos determina y decide, en parte, quiénes somos ahora y por qué. Nadie puede escapar del pasado, por muy sombrío que éste haya sido. ¿Por qué? Porque, al fin y al cabo, nuestro pasado tiene mucho que decir acerca de nosotros mismos. Nos recuerda de dónde venimos y nos ayuda a entender todos los cambios y todos los progresos que hemos realizado a lo largo del camino. El pasado habla sobre nuestros temores, nuestros miedos y nuestra personalidad.

Todos tenemos sombras. Pueden ser cincuenta, o sólo dos, o diez, pero sombras al fin y al cabo. Todos conocemos lugares prohibidos y secretos que intentamos cerrar con candado para que nadie más acceda a ellos. Lo que no sabemos es que por mucho que tratemos de ocultarlo, el pasado forma parte del hoy, de nuestro rostro, de la forma en que miramos y de la intensidad de nuestra voz. Y no hay máscaras posibles a nuestro alcance. O uno aprende de él o se resigna a borrarlo inútilmente.

Tiene 27 años y el negro piano de cola describe, nota a nota, una lenta agonía. Una juventud rota y unas cicatrices redondas en el pecho no pueden ocultarse tras tantos trajes de diseño y tanta aparente frialdad. Es humano, aunque a veces sus ojos sean tan duros y fríos como las losas de un cementerio. En su corazón descansa un recuerdo envenenado, una historia que regresa por las noches con cada pesadilla. Las notas de Chopin son tristes, melancólicas y desgarradoras, pero el hombre que acaricia las teclas todavía conserva un poco de calor que circula con la sangre por sus venas.

A veces pensamos que somos capaces de dirigirlo todo. Somos unos obsesos del control. Tras el antifaz se esconden nuestros peores temores, pero nos esforzamos en mostrarnos firmes, rígidos, fuertes. No hay nada que pueda dañarnos y al mirarnos al espejo nos encontramos con la falsa sonrisa que día a día nos acompaña. Seguimos pensando que la vida puede ser como queremos y que sólo nosotros decidimos quién merece nuestro tiempo y nuestra atención. Parece que todo sigue un curso invariable hasta que, de repente, el azar, o la casualidad, le dan la vuelta a nuestro mundo. No somos los dueños del devenir. No estamos preparados para el caos. Ya no vale encerrarnos en el cuarto de juegos, en esa habitación del dolor.

Una sonrisa. Un instante. Una puerta que se abre. En el momento más impredecible, una simple gota de lluvia puede inundar nuestra existencia. La burbuja en la que vivimos explota y la realidad nos golpea con crueldad. Nos enfrentamos al pasado. El control se desvanece. Cuanto más seguros estamos de nosotros mismos, más tiembla el suelo hasta que caemos por un precipicio desconocido. Somos vulnerables, somos pequeños, somos frágiles. Ya no podemos ocultarnos en la sombra, es hora de salir y caminar hacia la luz. Sólo así, sólo fuera del blanco y el negro nuestra existencia podrá encontrar su sentido.

Puede ser un encuentro casual. Puede ser en un edificio de treinta pisos, o en mitad de una calle desierta. Puede ser al lado de nuestra casa o en la otra parte del planeta. Puede ser el día menos pensado. Puede ser dentro de un segundo o puede ser mañana. La luz, al igual que la sombra, es una elección. Sin embargo, se trata de una opción efímera que a lo largo de toda una vida quizás se presente una vez y durante un pequeño instante. Y he aquí su belleza. Porque la sombra depende de la luz, y quizás de esa luz dependerá nuestra felicidad.



27 feb 2014

Asfixia






Entra en la bañera y se escurren sus miedos, lentamente, hasta desaparecer por el desagüe. Todo el jabón del mundo no parece suficiente para limpiar tanta rabia, tanta suciedad incrustada en sus poros y hasta en su cerebro. Se sienta, abre el grifo y cierra los ojos. Un torrente de agua caliente empapa su cuerpo, tembloroso y encogido formando un ovillo. Abraza sus rodillas con fuerza y se deja llevar. El agua la inunda. Se hunde entre grises pensamientos.

Apenas una hora antes había sido devorada por un pánico irracional, incoherente y devastador. En mitad de la ciudad, todo a su alrededor giraba y giraba sin sentido. Quería gritar, pero no encontraba su voz. Quería correr, pero las piernas le temblaban. Quería pedir ayuda, pero no conocía a nadie y las personas que la rodeaban eran vagas figuras sin rostro. El miedo volvía a jugársela, esta vez con mala leche y sin ninguna gracia. Esta sola. Absolutamente sola. No sabía qué hacer ni adónde ir. Cansada de girar y, con el corazón atravesándole el pecho, se sentó en el suelo y se dejó ir. El mundo ya no era el mismo. Sus sentidos la estaban traicionando hasta convertirla en una sombra, en un fantasma sonámbulo. Las manos habían dejado de obedecer y el aire se había vuelto denso, pesado, tóxico. Intentaba respirar, pero era imposible. Volvía a ser presa de la asfixia.

Uno, dos, tres. Bajo el chorro de agua los segundos parecen haberse normalizado. Hay burbujas de jabón volando por el cuarto de baño y el gel de lavanda huele realmente bien. Las luces se han vuelto suaves y la espuma ha cubierto su cuerpo de fina nieve caliente. El agua le trae paz y buenos recuerdos. La ansiedad antes vivida se desvanece como una lejana pesadilla al final de un túnel borroso, muy borroso. Su corazón se ralentiza y se calma. El aire vuelve a inundar sus pulmones al ritmo de siempre. Se frota el pelo con calma y disfruta del movimiento de sus dedos. Vuelve a ser una niña y chapotea en la bañera. Tras la cortina del baño, una sombra intenta asustarla. Es negra, grande y difusa. Pero no puede entrar. La barrera de su mundo se cierra y no está dispuesta a abrirla pase lo que pase. La sombra espera sin prisa. Quiere hacerle daño, al menos eso piensa ella, pero esta vez no lo hará.