29 dic 2009

El principito


¡Ah, pequeño príncipe! Así, poco a poco, fui comprendiendo tu sosegada vida melancólica. Durante mucho tiempo, tu única distracción se había reducido a la suavidad de las puestas de sol.

Me enteré de este nuevo detalle el cuarto día por la mañana, cuando me dijiste:


- Me gustan las puestas de sol. Vamos a ver una puesta de sol.


- Pero tenemos que esperar...


-¿Esperar a qué?


- Esperar a que se ponga el sol.


Al principio pareciste muy sorprendido. Luego te reíste de ti mismo. Y me dijiste:


-¡Siempre me creo en mi tierra!


En efecto.Cuando es mediodía en Estados Unidos, el sol, como todo el mundo sabe, se pone en Francia. Bastaría poder ir a Francia en un minuto para asistir a la puesta de sol. Por desgracia, Francia queda muy lejos. Pero a ti, en tu pequeño planeta, te bastaba correr tu silla unos pasos. Y mirabas el crepúsculo siempre que te apetecía...




-¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!




Y un poco más tarde añadías:




- Sabes... cuando uno se encuentra tan triste, gustan las puestas de sol...


-¿Tan triste estabas el día de las cuarenta y tres veces?




Pero el principito no respondió.






Antoine de Saint-Exupéry, El principito.

24 dic 2009

¿Feliz Navidad?

La Navidad, sí. Esa época fría e íntima donde la gente se ilusiona más que nunca y las tarjetas de crédito sufren las peores consecuencias de la mano de un consumismo aterrador y hambriento. Entonces, las calles se llenan de luces, se adornan con más o menos gusto las casas y los árboles, se hacen caros regalos, se come bien y mucho y se colocan belenes con el niño Jesús aunque ni siquiera la gente se acuerda de Dios. Decía que en la Navidad la gente se ilusiona mucho, sí, se vuelve completamente ilusa y piensa que el tiempo se detendrá el día 31 de diciembre para que todos volvamos a nacer, más guapos, más ricos, más felices que nunca. Mentira. La televisión, el Corte Inglés, los famosos que nos enseñan (ni que fuésemos tontos) a meternos las 12 uvas "de la suerte" en la boca mientras lucen unos vestidos más propios de verano que de cualquier otra época (yo pensaba que en Madrid hacía frío también, no?) mienten. Luego está la lotería, está también ese simpático hombrecito viejo y gordito que reparte regalos a diestro y siniestro por todo el mundo, en una única noche y con la ayuda de unos renos. Qué irónico. Y es que la Navidad es muy irónica, sí, sí. Estoy convencida de que lo es.




La ironía navideña, voy a llamarla así, es muy fácil de comprender. En primer lugar, compramos mucho y comemos aún más cuando, en la mayor parte del planeta (que se encuentra ya sin apenas recursos naturales pero, en cambio, despilfarramos cantidades inimaginables de energía en preciosas bombillitas) la gente no tiene nada que llevarse a la boca, ni mucho menos tarjeta de crédito, ni tampoco regalos, ni por supuesto Navidad. Yo pensaba, de pequeña, que la Navidad era algo que se celebraba en todo el mundo, eso sí, de diferentes maneras (en algunos lugares con nieve, en otros con fiestas en la playa, con más o menos vacaciones, no sé.). Lo que yo desconocía era que millones y millones de niños como yo la "celebrarían" muertos de frío y hambre, siendo víctimas de guerras, esclavitud y muchas otras catástrofes. Si Papá Noel vuela con su trineo por todo el mundo, ¿por qué nunca se acuerda de todos estos niños?. Quizás la culpa es nuestra, pues ni valoramos la suerte que tenemos ni la compartimos con los que no tienen nada. Qué egoístas parecemos, no?. Pedimos deseos, recibimos y regalamos, pero gracias a las abismales diferencias entre nuestro mundo y el de afuera, la ironía sigue haciéndose más y más grande cada invierno.
La gente pasea, disfruta de los maravillosos escaparates pensando en ese regalo que le gustaría recibir. La gente escribe cartas a unos hombres muy simpáticos que vienen en camello todos los años y que se comen los turrones y las galletas que les dejamos bajo el árbol. La gente, en definitiva, hace muchas cosas en Navidad, incluso se reúne con personas a las que durante el resto del año no ve. Todos nos volvemos más buenos, más encantadores, más generosos... Sin embargo, nunca nos paramos a pensar en las personas que, mientras vamos de tienda en tienda, tiemblan de frío en un banco o tirados sobre una acera, sí, esos individuos tristes de ropa sucia que nos observan con la mirada perdida y sin esperanza. Tampoco pensamos en aquellos que no pueden ir al cine como nosotros, ni sentarse junto a la chimenea, ni saborear un chocolate caliente de su abuela... porque es muy probable que no sepan qué es el cine, que no tengan chimena, ni chocolate, ni abuela. Puede ser que estén solos, sí, pero sobre todo puede que estén solos porque nadie les recuerda. También están los que sí conocen la Navidad pero no pueden celebrarla porque están enfermos, porque han perdido su casa, porque no tienen ya familia, porque están en otro país lejos de los suyos en busca de una vida mejor y de un futuro más digno.


Sea como sea, la verdadera Navidad debe ser un tiempo de compartir, de agradecer, de valorar, de disfrutar sin necesidad de lujos, simplemente conservando el verdadero espíritu navideño, ese que te mueve a ayudar al más necesitado, al que llora, al que nunca sonríe. La Navidad, sí, ese tiempo que debe ser especial por las personas que nos acompañan (o por el recuerdo de las que ya no lo hacen), por los momentos que compartimos y no por el dinero que gastamos ni por los regalos que recibimos.

18 dic 2009

Gracias por elegirme



Las buenas canciones perduran en el tiempo, se enredan en la memoria del oyente, superan la indiferencia de los medios y se transmiten mediante el boca-oído, premian a sus autores con la gloria de haber hecho feliz a algún oyente, o a miles...







Han pasado 30 años. El grupo que se formó alrededor de los hermanos Urquijo (Javier, Álvaro y Enrique) lanza su último disco, "30 años", para celebrar así su larga carrera musical y su permanencia en el panorama musical, a pesar de los golpes de la vida y de sus cicatrices. Ellos han sabido continuar sin caer en la oscura trampa del silencio, sin sufrir las consecuencias que conllevan el paso del tiempo y el cambio de generaciones. Los Secretos se han convertido en una de las bandas más significativas del pop español aportando calidad, humildad y esperanza con su música, con sus palabras ocultas entre acordes de guitarra. Se cumplen 10 años de la desaparición de Enrique Urquijo, pero son sus mismos seguidores quienes siguen pidiendo a gritos sus canciones, quienes reclaman su voz y se niegan una y otra vez a continuar sin él. Es aquí donde se encuentra el principal motor de este grupo, que sigue adelante con más fuerza que nunca empujado por el aliento de la ilusión.


Sin embargo, este grupo ha tenido que vivir una larga historia marcada tanto por el éxito como por la tragedia. En sus comienzos, cuando eran conocidos como Tos y, a las puertas de La Movida madrileña, el sueño que comenzaba para ellos se detuvo inesperadamente por la pérdida de su batería, Canito, quien era la luz de los hermanos Urquijo. Seis canciones registradas en forma de maqueta fueron su único legado. A principios de los ochenta, cuando ya convertidos en Los Secretos empiezan a darle forma a su proyecto musical y nacen temas como el conocidísimo "Déjame", el grupo vuelve a sufrir la muerte de otro componente, esta vez del también batería (el segundo ya), Pedro Díaz. La banda se viene abajo y abandona su sueño por un tiempo...

El renacer se produjo en la segunda mitad de la década, cuando Enrique Urquijo toma la dirección de la banda movido por sus ganas de componer, reorientándola hacia el country y los sonidos fronterizos. Los Secretos vuelven, movidos por el afán de romper con el pasado. Es entonces cuando viven un momento de crecimiento, conciertos, grabaciones y colaboraciones en el que ven la luz muchos temas nuevos, algunos de los cuales se convertirían después en leyenda.

Tras varios años de cambio, éxito y tras reencontrarse con el pop, los componentes del grupo juntan sus fuerzas para cumplir uno de sus sueños: grabar en Inglaterra. Es allí donde se da forma a "Dos caras distintas", en el año 1995. El momento más dulce de la banda se trunca cuando, con tan sólo 38 años, Enrique Urquijo aparece muerto en el barrio madrileño de Malasaña a causa de una desacertada combinación de estupefacientes. Junto con Enrique desaparecía uno de los mayores escritores del pop español, pero también la leyenda de una banda activa desde 1978... Era el fin.









Por último y, después del más trágico de sus episodios, Los Secretos comienzan su tercera etapa, su tercera "vida". Álvaro Urquijo se convierte en la voz del grupo y, decidido a continuar y a mantener viva la memoria de su hermano, sigue adelante la aventura que hoy cuenta con 3 décadas. Como auténticos supervivientes y con una discografía memorable a sus espaldas, Los Secretos cumplen 30 años de complicada y admirable carrera, habiendo conseguido un merecido lugar entre los grandes. Y es que, es difícil hablar de la historia musical de este país sin recordar algunos de los temas que marcaron generaciones y que siguen escuchándose en la habitación de muchos jóvenes soñadores de hoy, como "Pero a tu lado", "Ojos de gata", "Déjame", "Una y mil veces", "La calle del olvido" y, por supuesto, "Gracias por elegirme".





15 dic 2009

Con besos de rock y miel



Aún se escuchaba a Tim Rogers
con su Corazón pesado.
Sonaba también Leonard Cohen...
La enigmática sala, con mis tacones, a tu lado.

Tú me escribías "Te quiero"
en la proa de un barquito de papel.
Chaqueta de cuero, con guitarra y sin miedo.
Noches de azul y plata, con besos de rock y miel.

Nuestra ley, ¿teníamos alguna?
era el sabor de no atarnos con normas.
Dibujar un mañana, tentando a la Luna.
Soñar en las calles, burlando las formas.

Tú me escribías "Te quiero"
en la proa de un barquito de papel.
Chaqueta de cuero, con guitarra y sin miedo.
Noches de azul y plata, con besos de rock y miel.

Porque soy igual que ese cantante,
y hoy me pesa el corazón.
Ya es muy tarde, triste príncipe...
suena nuestra última canción.

Se hundió mi dulce barquito
de tequieros y papel.
Se fue y naufragó en la mar
con besos de rock y miel.







9 dic 2009

La fábrica



Otra mañana como tantas. Tras una noche fugaz volvían a sentirse los pasos de hombres y mujeres que dejaban atrás su humilde y pequeña casa para empezar, nuevamente, un día más de color gris, un día más dentro de aquella oscura y fría fábrica. El sol todavía no había aprecido y la niebla aún resultaba más espesa a causa de la ausencia de farolas. Entre sonidos desesperados y brutales movimientos de chimeneas y de máquinas, el proceso volvía a repetirse. El grito agudo de una sirena anunciaba el principio de aquellas interminables y abominables horas de trabajo.

A través de las minúsculas ventanas -que eran la única vía de supervivencia dentro de aquel ambiente insalubre, húmedo, lleno de cenizas y humo- podía contemplarse el barrio obrero. Decenas de diminutas casas iguales establecidas en linea recta una junto a otra, todas tan cenicientas y tristes, esperaban la llegada de sus pobres ocupantes, los cuales jamás llegarían a ser ni siquiera sus propietarios. El hambre voraz del capitalismo más enfurecido acababa tragándose la vida de mayores, de jóvenes y de niños. Sí, los niños. En aquel escenario propio de una pesadilla con muy poca gracia, los más pequeños del grupo eran muchas veces los más deseados. Con sus manos finas y hábiles, eran capaces de hacer funcionar enormes monstruos. Para ellos nunca existiría la infancia, ni los juegos, ni los parques, ni nada. Al igual que sus padres, crecerían entre la resignación y el silencio mientras los engranajes de aquel terrorífico mundo controlado por las almas más crueles seguirían girando y girando hacia el destino de la esclavitud y de la muerte.


Un sistema de trabajo único y sencillo: utilizar al obrero como un títere, como un pequeño robot al que se le podía exprimir hasta la sangre. Y es que algunos ni tan siquiera salían muchas noches de la fábrica. Quedarse atrapado entre las garras de aquellas máquinas podía suponer el final. Pero nada se detenía. No importaban las vidas que se pusieran en juego. Nadie debía pararse. En aquel mundo hostil no existían derechos, ni opciones, ni posibilidades. No importaba ser un niño, ni ser madre, ni estar enfermo. A cambio muchas veces de nada, la sirena obligaba a todos a trabajar, trabajar, trabajar. Al fin, cuando el reloj se había agotado, montones de rostros ennegrecidos y cuerpos derrotados volvían a caminar tan vacíos hacia sus habitáculos, libres de aquel suicidio permanente hasta que la sirena les volviera a llamar.


Lo que los creadores de aquel despiadado sometimiento desconocían era que, entre las sucias pareces de aquellos tenebrosos y congelados edificios, se albergaba un rayo de luz, un halo de esperanza protagonizado por las más entrañables historias de sus valientes protagonistas. En un lugar tan poco idílico como lo era la fábrica, hombres y mujeres se amaron intensamente, lucharon conjuntamente y se ayudaron hasta la muerte. No sólo latían las cenizas en aquellos hornos, o los motores de aquellas máquinas hilanderas. Apasionados corazones encontraban el alivio sintiéndose alimentados gracias a la mirada de sus amantes, sintiéndose eternos durante los escasos minutos que duraba el tiempo de descanso. Y era allí, en el humedecido patio lateral, cuando en el cielo se abría una brecha que mandaba el aliento suficiente, en forma de amor, para poder continuar...

"L'Elionor tenia catorze anys i tres hores quan va posar-se a treballar. Aquestes coses queden enregistrades a la sang per sempre. Duia trenes encara i deia: sí, senyor i bones tardes. La gent se l'estimava, l'Elionor, tan tendra, i ella cantava mentre feia córrer l'escombra. Els anys, però, a dins la fàbrica es dilueixen en l'opaca grisor de les finestres, i al cap de poc l'Elionor no hauria pas sabut dir d'on li venien les ganes de plorar ni aquella irreprimible sensació de solitud. Les dones deien que el que li passava era que es feia gran i que aquells mals es curaven casant-se i tenint criatures. L'Elionor, d'acord amb la molt sàvia predicció de les dones, va créixer, es va casar i va tenir fills. El gran, que era una noia, feia tot just tres hores que havia complert els catorze anys quan va posar-se a treballar. Encara duia trenes i deia: sí, senyor i bones tardes."

Miquel Martí i Pol, La fàbrica



4 dic 2009

Escribir, ese impulso vicioso.




Me he equivocado, sí, me he equivocado. La literatura fue mi forma de amar, de conocer, de acariciar, de aprender. No fue un refugio frente a nada. Ver la vida literariamente no es cegarse a la vida, sino verla más clara. El que escribe no vive para contar: cuenta para vivir más y, de paso, contagia más vida a los que leen. Escribir no consuela de nada; no, no cura, sino que reabre las heridas: es una llaga nueva por la que, como por un ojo, se ha de ver todo de nuevo; por la que, como por una boca, se ha de contar todo de nuevo; revivir lo que de veras no se ha sabido vivir...


Y si alguien hubiese aprendido a escribir a la perfección, todo estaría aún por empezar: que nadie se ilusione. Entonces debería aprender qué decir: "Ya tienes el envase, llénalo." Se trata de un oficio que, por sí mismo, salvo para el que lo ejerce, es inútil; pero que es previo a todo. Una literatura que no sirva para la vida ni siquiera será literatura: no será nada, nada. Porque la vida, o lo que así llamamos, tiene siempre razón. No es sagrado lo que separa a los hombres ni lo que destruye el fervoroso goce de vivir... porque, para algunos seres, literatura y vida son dos nombres de la misma ansiedad y el mismo júbilo. Aunque los dos le duelan sin remedio en el mismísimo centro de los huesos...

Todas las cicatrices tienen un deber que realizar, que significan a la vez su razón de existir y su destino. Yo estaba convencida, hasta el tuétano de esos huesos, que el mío era escribir. Como el deber de ser bellas, perfumar, tener espinas y morirse deprisa es el deber de las rosas.


Papeles de agua, Antonio Gala







29 nov 2009

Deseo



No pensar, no existir, no hablar, no vivir, dejar de respirar para empezar a morir en él. Es en ese instante cuando tus sentidos se entremezclan sólo en uno, desatan una lucha contra toda naturaleza conocida, contra todas las leyes que rigen nuestro entendimiento. Una fuerza te destruye, te invade apoderándose de ti, de todo lo conocido, de tu mundo y hasta de tu propia sangre. Dejar de ser el dueño de uno mismo para rendirse ante él, ante esa llamada poderosa que es capaz de deshacerte, ante el deseo. Es entonces, sólo entonces, cuando dejas de ser para nacer en otro cuerpo, en otro corazón, donde la delgada línea que separa una piel de otra se desvanece. Ya no hay identidades, ni mentes, ni límites, ni almas. Es entonces cuando despiertas viviendo en otro ser, alimentándote de su aliento, sediento de permanecer para siempre inmerso en él. No tiempo, no palabras, no nada. Miles de mariposas te asesinan por dentro con sus alas, los labios se vuelven espadas afiladas que te provocan el más placentero de los dolores. Tu corazón se abandona en un latido frenético, arrollador, desesperado. Tus ojos se cierran inminentes ante el fuego que, antes de arder, ya te ha quemado.


No encuentras ninguna explicación posible, ni aceptable, que te haga entender el miedo que experimentas al saberte vencido, derrotado, condenado por esa realidad que se engrandece y que se contiene en un instante. No logras comprender cómo te diriges inconscientemente a ese destino tan dulcemente peligroso únicamente gracias al poder de unos ojos que te miran, de unas manos que te hablan, de una voz estremecida, de un aroma, de una caricia, de unos brazos que te abrigan y de una boca que te guía. Sí, lo sabes, la culpable de todo es su presencia. Tener a esa persona delante de ti se convierte en tu propia perdición, es tu final, y ya no hay vuelta atrás. Conocedor hábil de ese camino que empieza en sus labios, enciendes la llama que contiene ese mensaje indescifrable y apasionante, ese viaje compartido hacia el rincón de los auténticos amantes y de sus secretos prohibidos. Nada hay más importante que el instante. Tú te vuelves instante, naces y mueres una y otra vez de la mano de la su efímera belleza. No, no quieres que se agote. Te esfuerzas en retener el sonido del reloj cada vez que se desdibuja un segundo más bajo tu piel.


La piel: ese cálido escenario donde te destrozan sin piedad las caricias, ese universo de sensaciones que te hacen caer, caer y caer. Su piel, tu piel, dos pieles que mueren para llegar a ser una sola piel. El concepto de ti mismo se vuelve ridículo, inverosímil, infantil, pequeño. Ni siquiera el cristal más nítido de esa habitación puede mentir al reflejar tu imagen en el espejo. Eres lo que ves, no importan los defectos. Las ropas no sirven, de nada valen los complejos, ya no eres cuerpo, ni carne, ni ser. En esa instancia, a la luz de una vela, lejos de todo y, sobre todo, los únicos habitantes sois tú y él.


Dos. Dos mitades, dos extremos, dos polos que se atraen. Dos responsables, dos opuestos, dos protagonistas, dos destinos en uno, dos piezas que completan un sentido compartido. Más allá del amor, más allá de amar, más allá de conocer, sólo navegar. Un mismo fin, un mismo objetivo: sentir. Se quiebra la distancia que separa lenguas, países, culturas, ciencia, ideales, palabras. El único idioma, la única ley, el único sintagma: el deseo. Las acciones dejan de tener consecuencias, pues nada importa, sólo volar, volar, desaparecer para no regresar jamás. Se descubre un edén que no entiende de lugares, ni de razas, ni de edades, ni de formas, ni de reglas. Entonces, sólo entonces, te conviertes en el testigo de tu propio desenlace. Nada te importa más que encontrarte en esa persona, nada te hace responder a tus preguntas como ese alguien lo hace. Entonces, sólo entonces, te desprendes de todos tus miedos, de todas tus inseguridades, de todo lo experimentado y vivido. Partes hacia lo desconocido. Te ahogas, al fin, en un mar que se adueña de tu interior con su invencible corriente; el deseo te abraza y te arrastra entre sus olas para siempre.


24 nov 2009

¡No!


No. Nunca más. Jamás. Estoy cansada. Que no, que no quiero. Lo siento. No más disfraces, no rosotros que no tengo, no más miserias escondidas, no mentiras, no sonrisas trágicas, no nada. He decidido dejar de esconderme, ya sé que soy así, que no puedo evitarlo... pero el mundo está demasiado saturado de basura sentimental y de hipocresía. Yo no tengo lugar ahí, para bien o para mal soy demasiado transparente, mi cristal es pobre e inútilmente resistente como para no reflejarme tal y como soy. Y es que soy así, soy ésta, y estoy harta de vestir y enmascarar a mi propia alma con trajes inservibles y baratos. Se acabó.

Puede que sea la entrada más personal que escribo, o no, pero no me importa. El mundo se dirige al caos, al abismo, a esa mierda que nosotros, los tan inteligentes y capacitados humanos hemos creado. Merecemos un premio, un premio a la bestialidad y a la idiotez. Lo que más me duele, sinceramente, es estar absurdamente inmersa en esta montaña de seres vacíos, de violencias aterradoras, de autodestrucción inminente y sumamente egoísta.

No me gusta lo que veo, no me gusta nada. No me gusta estar sola, pero a veces prefiero estarlo. Me da asco todo, sí, esa es mi frase. El hastío me rompe en pedazos y el desasosiego me oprime, me deja sin aliento, apaga mi pequeña luz. No hay verdad, no hay sol, no hay amor, no hay inocencia, no hay compromiso, no hay vida, no hay nada. Sólo este silencio, el cielo y tú.

Mi naturaleza es triste, no sé si algún día sabré el motivo. Soy nostálgica, melancólica, un bichito raro y dulce que a veces quiere cambiar el mundo. Pero es que el mundo es un desastre, y la culpa es nuestra. No. Estoy harta. Quizás desaparecer... Esa podría ser la solución.

Me escondería, me ocultaría de todo y de todos si no fuera por él. Porque hoy por hoy, la voz de ese ángel es lo único que me mantiene despierta, que me ayuda a continuar mis pasos por estas calles y este mundo de mierda. Su voz, y sus palabras, y la fe en lo que se cree, en lo que no se puede ver pero se espera.

22 nov 2009

Mapa de los sonidos de Tokio

Ryu es una chica solitaria, fría, gris, de aspecto frágil y vida reservada. Ni siquiera su único amigo, un misterioso ingeniero obsesionado con registrar en su equipo cualquier sonido del exterior -sobre todo si procede de ella- llegará algún día a conocerla. Por las noches, Ryu trabaja en una lonja de pescado perdida en la capital japonesa. Otras veces, de forma esporádica, esta joven de mirada infinita y de inquietante belleza, recibe encargos como asesina a sueldo. Sin embargo, su último encargo no será igual que los demás. Ryu no irá esta vez, como acostumbra a hacer los domingos, a limpiar la tumba de otra víctima más. Su vida, y su destino, se dirigirán inesperadamente hacia el abismo de la mano de una pasión extrema y de un vendedor de vinos español.

David, un empresario catalán instalado en Tokio, es considerado culpable de la muerte de su novia, Midori, la hija de un poderoso empresario japonés que decidió quitarse la vida sin más. No caben investigaciones. Para el padre de Midori sólo existe una posibilidad: "Ese hombre no puede seguir viviendo, ni riendo, ni respirando."



Un hotel, Bastille, dejará de recordar a la famosa prisión francesa para convertirse en la particular prisión de amor y pasión nocturnos de Ryu y David. Una habitación con forma de vagón de metro. Una banda sonora exquisita y sensual que entremezcla clásicos franceses con canciones japonesas. Una pistola que nunca más disparará y otra que pondrá punto y final al destino de Ryu. Una película sorprendente, sensible, diferente... marcada por el latido de unos corazones, por la respiración de sus protagonistas, por el grito de la muerte, por los innumerables e imprevisibles sonidos de Tokio.


Isabel Coixet ha escrito y dirigido este nuevo filme, un 'thriller romántico y sentimental', que narra una historia "absolutamente marciana". Acompañada por un más que satisfecho Sergi López y por la japonesa Rinko Kikuchi, nominada al Oscar por su actuación en 'Babel', Coixet ha tachado de "aventura extraordinaria" el proceso de rodaje, que inició en Japón y terminó muy cerca de su casa, en el barrio de Gràcia barcelonés.


Aunque reconoce que siempre le cuesta hablar de sus proyectos, la cineasta ha explicado que empezó a imaginar este filme -"la más dramática de todas mis películas"- hace dos años, cuando en el mercado del pescado de Tokio vio a una mujer muy guapa, que no quería ser fotografiada, limpiando la sangre de unos atunes. A partir de ese momento, empezó a hacerse preguntas, a imaginar cuáles serían los motivos de esa chica para negarse a ser inmortalizada. Esta historia, junto con otra muy diferente que ocurría en Barcelona, fueron el punto de partida a un proyecto arriesgado, poco convencional, impactante, poético.


A pesar de su alta dosis de sensibilidad, Mapa de los sonidos de Tokio no se ha salvado de las críticas de aquellos que, desafortunadamente, no son capaces de adentrarse en una realidad nueva y desconocida dispuestos a dejarse llevar, a navegar sin tabúes por una historia inusual, diferente y emocionante que, para bien o para mal, a nadie deja indiferente.






18 nov 2009

La vida mata






Todavía no asomaba el primer indicio de luz por la ventana de la oscura habitación y Jane ya llevaba varias horas despierta. A su lado, su pobre marido abrazaba la almohada con fuerza, profundamente dormido. Llevaban meses sin hacer el amor y ya nunca hablaban ni se besaban antes de apagar la luz para asesinar a otro día más que se esfumaba. Con los ojos fijos, la mujer detenía su mirada en la mesilla que había junto a la antigua cama. Allí, tras la lámpara china, la dentadura postiza de su marido se ahogaba en un vaso de agua y bicarbonato. Un poco más a la izquierda, el despertador mataba el tiempo apresuradamente y, justo delante del pequeño joyero aterciopelado, se encontraba abierto un botecito de plástico que guardaba los somníferos de Jane. Y es que, últimamente, la mujer de piel tostada y largo pelo castaño -que aún conservaba sin esfuerzo la exótica belleza que la había caracterizado durante un pasado no tan lejano- no se dejaba vencer por el sueño.




Aquella vida la mataba, aquella rutina tan inútilmente feliz la torturaba de nuevo cada amanecer. Ella sabía que, en el fondo, era una afortunada. Cada vez que salía al pequeño jardín para llorar a solas pensaba en sus viejas amigas y en lo desdichadas que habían sido todas. La una no podía tener hijos, la otra había perdido su casa y su dinero por culpa de un amor que, tras engañarla y robarle todo cuanto tenía, quemó aquel sueño que tanto le había costado construir. Jane no había sido presa de tantas desgracias, al menos de tantas penurias materiales. Su marido, un hombre dulce y trabajador que había heredado la relojería de su padre, la cuidaba constantemente y cada martes le traía un ramo de flores de la plaza. Su sencillo matrimonio quedaba ya muy lejos, al igual que las largas tardes de invierno leyendo libros junto a la chimenea con su hijo John, el único que habían tenido. Él se había convertido en un admirado profesor de literatura en el colegio del pueblo y se había casado dos años atrás con una joven alemana de padres belgas. Sin embargo y, pese a toda esa alegría disfrazada, el corazón de Jane se estremecía cada vez que subía al desván y abría aquella cajita de madera cubierta de polvo y recuerdos.



Treinta años, ocho meses, dos semanas y cinco días. Ese era el tiempo que la separaba del último encuentro que tuvo con él. Mientras acariciaba tiernamente el mechón de pelo negro que aún ocultaba secretamente envuelto en una tela, Jane revivía sin piedad y con cariño las últimas caricias, los últimos susurros y el último abrazo bajo la lluvia incesante de noviembre que marcarían para siempre su despedida. Bajo aquel cielo encapotado y ceniciento, ambos sellaron con un beso una sentencia de muerte. Lo amaba. Lo recordaba y lo necesitaba con toda su alma, con toda su tristeza, con todo el dolor de saberse tan lejos y tan perdida sin él. Lo abrazaba en el silencio y estrechaba contra su pecho aquellas largas cartas humedecidas por las lágrimas. Él nunca dejó de escribirle, incluso cuando se encontraba con su viejo barco cruzando el Atlántico. Era lo único que le hacía feliz, era lo único que le permitía seguir viviendo sin ella: navegar. A Jane siempre la había maravillado mirar las estrellas desde la cubierta, escenario de tantas noches eternas de amor entregado y exprimido. Cuando empezó la guerra y tuvo que cruzar la frontera con sus enfermos padres y sus cinco hermanos, Jane era incapaz de caminar, atada para siempre a la silla de la resignación, a esa compañera que la perseguiría de por vida. Con poco tiempo para salir del país, viajaba a toda prisa acompañada de las últimas palabras de aquel hombre enigmático que un día había escrito su nombre junto al de ella en la cubierta de un pequeño velero.







Nada había cambiado, salvo que ahora ella vivía en otro país casada con alguien a quien nunca había logrado querer ni tan sólo movida por la lástima. El marinero, que pasaba sus horas en el faro abandonado que una vez fue propiedad de un tío suyo, nunca se casó. Nunca más quiso mirar a una mujer, se volvió frió y solitario; muchos incluso lo tomaron por loco. Su corazón había muerto hacía más de treinta años. Aún la esperaba, aún conservaba intacto en sus labios el adiós que le regalaron los de ella.


Las cuatro y media de la tarde. Pronto llegaría su marido del taller. Era martes y, fiel a su costumbre, seguramente la sorprendería con otro ramo de flores, esta vez quizás serían margaritas -sus preferidas-. Su hijo vendría a merendar para enseñarle los trabajos que le entregaban, ilusionados, los alumnos del colegio. Mientras acariciaba tiernamente el mechón de pelo negro que aún ocultaba secretamente en la cajita que se escondía tras la máquina de escribir, Jane se secaba los ojos mientras veía, a lo lejos, como su amor naufragaba y se trizaba como un vaso. Entonces, como cada tarde, ya solamente le quedaba cerrar aquel tesoro, salir, mirarse en el reflejo de su empañado cristal para, al fin, volver a verse morir.





15 nov 2009

A solas con la soledad

Esta madrugada me ha sucedido algo inusual, inesperado. He pasado del sosiego y la calma del sueño a la repentina necesidad de abrir los ojos, encender mi lámpara naranja y empezar a pensar. Era una feroz sensación de angustia que sólo he conseguido apaciguar escribiendo. Ya lo decía Oscar Wilde: No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Pensar, pensar y pensar. Al mirar el reloj, mi vida estaba detenida en el siete.


Me sentía sola. La bohemia de mi habitación no bastaba. Me encontraba sin rumbo, navegaba a la deriva por el mar agitado de mis pensamientos. La soledad, el mayor de mis miedos, se convertía ahora en mi propia sombra. Reconozco que siempre fui un tanto solitaria, quizás porque no tenía hermanos; quizás por alguna extraña razón innata. Recuerdo que, a veces, me hacía feliz cerrar la puerta y adentrarme en el pequeño universo de mi habitación. Entonces, me recreaba entre libros, canciones, historias, poetas y secretos. Hoy no.


La vida, ese cajón de sastre lleno de giros, cárceles, encuentros y desencuentros, nos lleva por caminos raros. En ellos, pueden advertirse diferentes caras de la soledad. Cuando paseo por los tristes parques del otoño, no puedo evitar sentir compasión por esos hombres viejos y grises que exprimen su tarde sentados en un banco como si esperaran a la muerte. Luego, me cruzo con esos otros que, gracias a un revés de su existencia, viven congelados en cualquier esquina con la única compañía de su pobre perro y una ennegrecida caja de cartón. Solos. Muy solos. Todos.


Existen muchas formas de estar solo, alguna de ellas por voluntad propia. Yo, sin embargo, me refiero a esa sensación que te oprime, que te hace pequeño y se derrama a lágrimas desde la fuente de tu alma. Hablo de ese momento de naufragio y de destierro, de esas horas de madurez contigo mismo, con la vacuidad y con el silencio. Es entonces cuando se alberga la certeza de hallarse perdido aunque haya mucha gente a tu alrededor. Es entonces cuando frases como mejor solo que mal acompañado y estoy más solo que la una resultan estúpidas, inservibles, baratas. Nadie parece advertir que lloras por dentro, que tu frágil sonrisa es un mero recurso inútil para enmascarar ese dolor. La realidad emerge ante tus ojos y te encuentras hablando, sonriendo y amando solo. Absolutamente solo.
A lo lejos una voz, un rayo de luz que anuncia la mañana. Te aferras a la esperanza de que alguien se digne a hablarte, de que una mano oportuna se acerque para sujetar y acariciar la tuya. Buscas a Dios, buscas el latido de algún corazón cerca del tuyo. Cubres tu cuerpo con la manta y te resignas a aceptar que nadie irá a la cocina para prepararte un café, que tal vez lo mejor que puedes hacer es pisar el suelo y servirte tú mismo una taza. Bueno, una para ti y, también, otra para tu compañera soledad. Seguro que tienes muchas cosas que contarle, seguro que, como dice Jorge Drexler en una de sus canciones... Soledad, creo que pasaremos juntos temporales. Propongo que nos vayamos conociendo. Sientes como se desliza el primer trago de café por tu garganta. El reloj ya no te importa. En la mesa, testigos de un silencio desafiante y, frente a frente, tu soledad y tú.







13 nov 2009

Argentina: represión, lucha y victoria


La dictadura militar argentina puede entenderse como un acontecimiento histórico y político tanto pasado como actual. Aunque se llevó a cabo entre el período comprendido por los años 1976 y 1983, las consecuencias sociales de aquella época siguen apreciándose en nuestros días tanto en la vida de los argentinos como en las relaciones económicas y políticas de su país, marcado para siempre por la huella implacable de la violencia y el terror.
La dictadura militar instaurada en Argentina el 24 de marzo de 1976 , conocida como Proceso de Reorganización Nacional, estableció mediante el golpe de Estado un régimen totalitario basado en una metodología de desaparición forzada y masiva de opositores, así como la imposición del sentimiento de temor entre la sociedad. Diversos colectivos guerrilleros pretendían derrocar al nuevo gabinete para instaurar un régimen socialista y revolucionario, basado en una ideología de carácter marxista-leninista. Sus integrantes, mayoritariamente de clase media, eran estudiantes universitarios
En 1966 comenzó la etapa más violenta, cuando los militares de línea dura atentaron contra el poder civil, ostentaron los más altos cargos de la sociedad y reprimieron el movimiento sindical. La disputa entre el sector derechista (presidido por los militares) y la izquierda (formada por sindicalistas y guerrillas revolucionarias) se intensificó notablemente. Entre sus medidas de actuación más frecuentes, los militares emplearon la tortura clandestina y la ejecución para someter así a los opositores. El Campo de concentración de Mayo y la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) fueron los centros de tortura y exterminio más importantes, los cuales actuaban también como hospitales de maternidad clandestina. De las más de 5.ooo personas detenidas y llevadas al Campo de Mayo, sólo sobrevivieron unas 15. Por otra parte, a las prisioneras embarazadas se les provocaba muchas veces el parto, tras el cual se entregaban los niños a militares sin hijos y, posteriormente, sus madres biológicas eran asesinadas.
El tiempo y la Justicia, sin embargo, han conseguido devolver la esperanza a las familias de los desaparecidos. Argentina juzga estos días a su último dictador, Reynaldo Bignone, y las Abuelas de Plaza de Mayo (el conocido colectivo que lleva luchando 32 años por encontrar a sus hijos y nietos arrebatados) siguen recibiendo buenas noticias. La última de ellas se refiere al hallazgo de Martín Amarilla Morfino, el caso 98º -se busca a unos 400 jóvenes-, un posible nieto arrancado de los brazos de su madre encarcelada que fue entregado a una familia afín al régimen dictatorial.


11 nov 2009

Mil y una noches











Mil y una noches, Bin bir gece


Al trompetista turco



Siente la atracción
de esta ciudad soñada
entre especias de ilusión,
en siglos de historia bañada.

Estrechos callejones te ocultan
de los vendedores de alfombras
y te envenena una danza,
entre la pasión y las sombras.

Su negrísimo pelo,
su devastadora mirada
de cerezos en flor.
Su piel de atardeceres
pintada y, en sus labios,
todo el sabor del Sol.

Estambul:
El mar me arrastra
allí donde aguardas tú.

Llegará otra noche a morir.
Yo bailaré para tus ojos,
tú tocarás para mí.

Estambul:
Tu luna me embruja
en un delirio azul.

Llegará otro beso a morir.
Yo cantaré entre tus manos,
tú danzarás para mí.

Siento el sabor de estas
delicias prohibidas.
Entre tus cuentos de amor,
mil y una noches vencidas.

Estambul:
Su canto me arrastra,
arrástrame tú.




*Azahara

7 nov 2009

Mañana de sueño y clase


Habíamos entrado a las ocho. La noche se había vengado de nosotras y sus restos se reflejaban claramente en nuestras caras. Teníamos que editar y montar unas noticias, mirábamos a duras penas la pantalla. Entonces, como de la nada, alguna de nosotras pronunció la primera frase, y aquí recojo la conversación que tuvimos y que creo digna de esta entrada...

A -Venga, va, coge otro plano.
G -Sabéis... Tengo un problema. Se me ha acabado el vinagre.

L -¿Es que tienes piojos?...

N -¡Pero si se está volviendo loca!.

L -Así es precioso. Es súper chulo este plano.

G -Nuria, estoy súper deprimida porque van a cerrar mi bar. Íbamos allí desde los trece.

N -Pues encadénate...


N -Vi a Bananas.

L -Apunta que he gastado el 167LP.

A -Vale...

G -Nuria, yo declararé a tu favor en el juicio.

N -No me digas que no veías Malcom!!!

G -En mi casa, ver la tele era tabú.

L -¿Llevo ya un minuto? -cantando- ...Ti, ti ri, ti ri...

N -Te sale ahí lo que llevas, mira. Llevas veinte segundos.

G -Los estás haciendo larguísimos, los planos.

L -¿Y eso es cruel?...

G -Quítale la mitad.

L -Vamos a observar la magnificencia de la noticia...

G -Ese plano es un coñazo.

A -¿Tú te crees que esto es normal?.

N -Que no, que no tiene ninguna magnificencia.

G -A ver, que no es una creación, son imágenes...

N -Si hicieras una película, sería la más aburrida del mundo.

L -Sería de reflexión -sonriendo con la mirada perdida-.


N -¿No se estará colando ningún negro?.

L- Sí, sí. Aquí hay un agujero negro por lo menos.

A -Madre mía...

G -Que alguien opine por mí....

N -Mmmm, el cuero mola.


(Se oye un golpe: toc, toc, toc...)

L -Eso es que nos callemos

TODAS -Y la libertad de expresión, ¿eh?.

L -Es que, lo que pasa es que le cojo aprecio a los planos. Es como extirpar un cacho de plano...

N -Tengo bajada Kárate a muerte en Torremolinos.

(G se levanta, desesperada, como las demás. Cubre a L con su chaqueta, apenas la deja respirar para evitar que siga estirando y encogiendo la barra que hay bajo la secuencia de planos, esa que produce un efecto de zoom. L, presa de una extraña crisis nerviosa, grita y estira el brazo en dirección a la mesa, casi rozando el teclado.)

L -No!!, no!!... -con la cabeza tapada aún por la chaqueta, golpeando fuertemente la mesa con el puño- ¡Quiero ver el tránsito, el tránsito!.





4 nov 2009

Soldados de Salamina

Hace un par de días terminé de leer un libro que me ha dejado una huella imborrable, un impacto brutal. Sencillo y fantástico, se trata de un relato real que no deja indiferente a nadie.
Javier Cercas es un periodista que decide indagar en un episodio que marcó los últimos meses de la guerra civil española, cuando las tropas republicanas se retiraron hacia la frontera francesa y se decidió fusilar a un grupo de presos franquistas. Entre ellos, destacaba la presencia de Rafael Sánchez Mazas, fundador e ideólogo de la Falange, al cual un soldado republicano perdonó la vida en el último momento sin llegar a delatarlo.
El sorprendente proceso de investigación (acompañado por inesperados giros y golpes de suerte), así como una de las historias más impactantes y entrañables de nuestro pasado, llena de personajes valientes, anónimos y luchadores, dan forma a este libro, Soldados de Salamina, cuyo propósito es lograr que los verdaderos héroes jamás se pierdan; que no mueran nunca y que nunca los mate el olvido.
...¿Sabe? Desde que terminó la guerra no ha pasado un solo día sin que piense en ellos. Eran tan jóvenes... Murieron todos, Todos muertos. Muertos. Muertos. Todos. Ninguno probó las cosas buenas de la vida: ninguno tuvo una mujer para él solo, ninguno conoció la maravilla de tener un hijo y que su hijo, con tres o cuatro años, se metiera en su cama, un domingo por la mañana, en una habitación con mucho sol. (...) Nadie se acuerda de ellos, ¿sabe? Nadie. Nadie se acuerda siquiera de por qué murieron, de por qué no tuvieron mujer e hijos y una habitación con sol; nadie, y, menos que nadie, la gente por la que pelearon. No hay ni va a haber nunca ninguna calle miserable de ningún pueblo miserable de ninguna mierda de país que vaya a llevar nunca el nombre de ninguno de ellos.


1 nov 2009

Impresiones


Suenan en el piano las suaves notas del tema Tristesse, de Chopin. Acarician mi piel intensamente, me hacen volar y siento que viajo entre emociones. Nunca me canso de escuchar esta canción, tan íntima y melancólica. Cierro la puerta. Mi abuela, con una enigmática sonrisa en el rostro, llena de amor, me acaba de dejar un platito con dos boniatos al horno -antes, había preparado unas gachas-. El olor que desprenden impregna la casa, impregna mi habitación y hasta mi alma. Con los ojos cerrados aún es más fácil perderse entre ese aroma, entre las esencias que me devuelve de nuevo el otoño.


Otoño. La vida se vuelve más solitaria en los parques, más intensa tras los cristales, más breve en los atardeceres. Se desnudan los árboles sutilmente acompasados por la danza de la lluvia. Las calles se transforman en observadoras nostálgicas de la actividad que, tarde tras tarde, se agota. Regresan las castañas al fuego, regresan las setas a las cestas. Los pájaros taciturnos baten sus alas mientras tratan de encontrar su pequeño refugio. Los amantes, bajo el paraguas, comparten secretos mientras se esconden perdidos en medio de la cortina de agua. Se marchitan las flores que cubren caminos y cementerios. Las cenizas empiezan a aflorar en las grisáceas chimeneas. Se prepara nuevamente el chocolate caliente, rebosan de calor y recuerdos las tazas. Las luces de las farolas, efímeras, se apagan...


Y, al fin, siento que noviembre se instala, con su abrazo de eterno visitante, nuevamente en esta casa.

31 oct 2009

El gorro de lana

...¡Pero si llevas la etiqueta colgando!. Ya sé por qué nos miraba mal aquella chica rubia, está claro. ¡Llevas la etiqueta puesta!... ¿Yo no la tengo, verdad?. Venga, va, no te lo quites, vamos a ver cuánto aguantamos. Mira, mira, el panel dice que la temperatura es de 29ºC. ¿Has visto la cara que ha puesto ese hombre?... ¿Crees que habremos salido en la foto de ese tipo?. No te lo quites, anda, aguanta un poco más...
Qué sencillo es caminar por la ciudad cuando no tienes nada mejor que hacer. Qué sencillo es encontrar un lugar donde comer cuando estás feliz y tienes la compañía de alguien que te comprende y comparte tu pequeña -o grande- locura, tus preocupaciones, tus sonrisas. Kilim, comida turca. Sentadas en la terracilla nos integrábamos en la mañana de aquellos paseantes mientras, curiosas y divertidas, escudriñábamos el menú rebosante de platos turcos. Qué bueno todo. Luego, aquella tienda llena de sorpresas. Qué objetos tan exuberantes, no podíamos ni imaginar cómo se aprenderá a usar esas cosas, tampoco nos preocupaba demasiado. Demasiado para nosotras. No era ese nuestro sitio, pensábamos entre carcajadas. Al llegar al estante, más tarde y ya en otra tienda completamente distinta, algo nuevo nos estaba esperando. El otoño ya era invierno, a pesar del calor, y los tibios gorritos de lana parecían llamarnos: ¿Nos lo compramos, no?. Yo me quedo con el negro. Creo que a ti te quedaba muy bien el de antes, el marrón. Voy a dejar el rojo, me parezco a Wally, ¿no?... Mira qué bonitos, se pueden colocar de varias maneras y todo. Venga, pagamos y nos lo ponemos ya.
Salir, mirarnos, descubrir nuestras cabecitas cubiertas con ese cálido y suave gorro de lana. Ver las caras de asombro de tantos que, buscando una sombra desesperados, nos señalaban. Andar más rápido, parar. Disfrutar descubriendo todas esas amargas caras. Nos daba igual lo que pensaran, nuestra complicidad era lo único que importaba. Era 30 de octubre, hacía un día absolutamente veraniego y llevábamos un gorrito de lana. Queríamos imitar a las mujeres parisinas, lo queríamos todo y a la vez no queríamos nada. Éramos libres, hacíamos lo que nos daba la gana.
(Esta entrada va por ti, y por nuestra mañana... por esos momentos y nuestros gorros de lana.)

29 oct 2009

Como pez inmóvil


Ya lo decía -y no se equivocaba- Ismael Serrano en una de sus canciones: Mi vida, poco a poco, se va llenando de esos días tristes, grises y opacos, que uno omite en su biografía... Y yo, como pez inmóvil, me quedo quieta en medio de la inseguridad de una sociedad que, cual ballena, nos engulle.

El problema no viene únicamente de ayer, ni del siglo pasado; el problema nace y renace cada mañana ante nuestros ojos. Retrocedemos, nos dirigimos sordos y ciegos hacia un abismo hambriento, cruel y desalmado que nos sucumbe. De nada nos sirvió el miedo, ni el horror, ni una devastadora dictadura. De nada nos sirve tenerlo todo, ni poder comprarlo todo... Y es que la realidad es que no tenemos nada. No sabemos tener nada. Ya no valemos para luchar por nada. Hemos olvidado -error pequeño pero crucial- cuál era la razón de ser de quienes nos precedieron. Hemos asesinado todo amor por la cultura, nos hemos burlado del tesoro que se esconde en los libros, en las canciones y en los corazones de aquellos viejos poetas. Ni tenemos ideales ni nos importan. Nos dejamos arrastrar, arrastrar y arrastrar por la ceguera de la masa.

La mujer, por otra parte, ha pasado de ser un objeto resignado a ser un objeto disfrazado. Estamos obligadas a ser perfectas, a mostrar los huesos y un maquillaje que sature los poros de nuestra piel. Tenemos que dejar de comer; tenemos que ser madres, hijas, esposas, trabajadoras, estudiantes y bombas sexuales al mismo tiempo. Nuestra vida es frenética, pero si nos portamos bien y obedecemos a este estúpido canon de belleza, tendremos nuestro merecido caramelito de la aceptación social. Los hombres, no sé, son otra cosa. Ellos pueden salir a la calle en pijama si quieren. Nosotras, tenemos que ser muñecas guapas, estupendas y, no lo olvidemos, tontas. Ni gordas, ni feas, ni listas, ni descuidadas. Si queremos formar parte del juego, tenemos que ser una celebrity más.

Pese a todas estas cosas, lo que menos gracia me hace, lo siento mucho por los ignorantes e incrédulos que piensan que nuestro mundo termina en Gibraltar, es que millones y millones de personas siguen presas del hambre, del terrorismo, de la desesperación. Ellos no comen, a diferencia de nosotros, no por miedo al rechazo social, sino porque no tienen nada que llevarse a la boca. Ellos lloran por su trabajo, no porque tengan depresión o estrés, lloran porque los explotan. Ellos no van al hospital, no porque no quieran probar el milagroso bótox, simplemente porque allí los hospitales y los médicos no existen.

La lista de desajustes, ironías y barbaridades podría hacerla más larga, pero lo que hoy me preocupa más todavía es que, en gran medida, la responsabilidad de todos nuestros problemas la tendrán pronto los jóvenes. Sí, los jóvenes, esos individuos fluctuantes que se desahogan con el alcohol, que celebran su inmadurez con drogas, que no saben ni quieren vivir, que nunca lucharon ni lucharán por nada. Ellos, los que se conforman con ser mileuristas, tener un choche nuevo y una aventurita cada fin de semana.

Abróchense los cinturones, el barco de la resignación ya ha zarpado. Y yo, como pez inmóvil, veo crecer a esa ola que a más de uno nos ha tragado.

28 oct 2009

Días

Otra vez lo mismo de siempre: abrir los ojos, estirar los brazos, apoyar los pies en el suelo helado, despertar.

Quién sabe lo que estará pasando ahí fuera. Muchas veces me resisto a encender la caja tonta, demasiadas desgracias para un corazón tan tenue como el mío. Qué le vamos a hacer. Quién sabe lo que estará pasando ahí fuera. ¿Por qué la ventana me trae de vuelta una imagen tan vacía, tan lánguida, tan triste aunque brille -aparentemente- el sol?. A veces pienso que el sol es eléctrico, que alguien lo enciende y lo apaga. Menudo misterio. Quizás funcione mediante una batería gigante. Si es así, no me imagino qué pasará si se apaga, sin más, sin avisar y de repente. Qué más da.

Y es que es muy difícil engendrar sonrisas por la mañana. La realidad te golpea sin piedad, luego te lanza contra el suelo. Entonces, descubres sin ánimo las rutinas de otros, sus dolores, sus canciones desazonadas, su salir a la calle, su volver, sus pasos subiendo escaleras. Descubres tus rutinas, tus dolores, tus canciones desazonadas, tu hablar sin querer decir palabras. Saludas sin ganas, voces en desperdicio. Cuánta vida pobre y resignada dentro de un edificio!.

Debe haber algo más. De hecho, estoy segura de que lo hay. Si no, no puedo imaginar cuál es el sentido de tanta sangre, de tantos motorcillos bombeando. Habrá que mirar debajo de los coches. Tal vez allí se esconde, olvidada, alguna papeleta de la suerte. Puede ser que un niño se la llevara a la escuela entre sus libros, o que viaje atada a la rueda de la bicicleta de un anciano cualquiera que, por miedo a no volver a verlo, se pasea cada amanecer por los bordes de su campo, de su sacrificado sudor. A pesar de todo, aún las calles conservan, bajo sus cansadas aceras, algunos rescoldos de felicidad. Es por eso que tendré que bajar, abandonar el portal. En algún lugar debe estar el mio. Sí, voy a bajar ya. No vaya a ser que un caminante inoportuno no lo vea y me lo pise. No vaya a ser que se hiele para siempre bajo el frío.

27 oct 2009

¿Hasta cuándo esperarías al amor de tu vida?




El amor en los tiempos del cólera es una novela de amor de Gabriel García Márquez, Premio Nobel en 1982, publicada en 1985. Es, principalmente, un compendio acerca del amor y sus múltiples variantes, una reflexión sobre el paso del tiempo que destruye y reconstruye almas y ciudades, sobre la memoria y sus infinitos laberintos, sobre el amor y sus consecuencias.

La trama se desarrolla en Cartagena (Colombia) a principios de siglo XX, época en la cual, según el narrador, los signos del enamoramiento podían ser confundidos con los propios síntomas de la enfermedad protagonista: el cólera. Al igual que el caudaloso Magdalena, a cuyas orillas la historia serpentea y fluye, rítmica y pausada, García Márquez describe durante más de sesenta años la vida de los personajes principales: Fermina Daza, Florentino Ariza y el doctor Juvenal Urbino de la Calle. Todo se entremezcla entre este escenario y estos personajes como una combinación tropical de plantas y arcillas que la mano del autor modela y fantasea, como una espiral de emociones que desemboca en los terrenos del mito y la leyenda, acercándose a un oscilante y tenue final feliz.

De la misma manera, El amor en los tiempos del cólera, (Love in the Time of Cholera), es una película de 2007 dirigida por Mike Newell y protagonizada por Javier Bardem, Giovanna Mezzogiorno y Benjamin Bratt. La película fue rodada principalmente en la ciudad de Cartagena de Indias en el año 2006 y está basada en la obra homónima del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Cuenta con la participación de varios actores de origen hispano y permite acercarse, sin duda, a un mundo de pasiones, aromas, texturas y colores, acompañado de una magnífica banda sonora en la que la artista colombiana Shakira ha interpretado algunos de sus temas, como La despedida y Hay amores.




Más información:

http://www.filmaffinity.com/es/film522524.html