9 nov 2011

Abrázame





Es tarde y tengo frío. Este mundo que se me atraganta no ha dejado de girar. Tengo sueño y tengo miedo. La noche es larga, mis ojos son tristes. No te marches, vuélveme a abrazar.

Vamos navegando por el mar de la vida en un barco que a veces pierde el rumbo. Creemos que hemos avistado tierra firme, pero las olas renacen de golpe y el viento agita hasta nuestros huesos. Hoy la tormenta perfecta amenaza con hundirnos y, como dos niños pequeños, lloramos. Lloramos porque el corazón nos duele y porque en esta sociedad es muy fácil perder el sentido. Lloramos porque ya no nos quieren y ya no queremos. Lloramos porque el dolor es injusto e inevitable a la vez. Tus ojos me lloran, mis ojos los miran. Tus manos me rozan y una pequeña luz parece que brilla.

Quizá el mundo nos resulta demasiado grande o quizá le resultamos demasiado pequeños al mundo. Tú y yo, dos personas cualquiera, nos abrazamos y compartimos un sufrimiento mutuo, una desazón que nos impide caminar. Cuando queremos expresar lo que sentimos, resulta imposible. Entonces, de una manera mágica, nuestro abrazo en su esencia habla por nosotros. Durante esos instantes que nuestro abrazo nos regala, nuestros brazos se convierten en el calor de nuestras almas. Por unos segundos la ansiedad se esfuma, el dolor se reduce y el afecto se convierte en nuestra mejor medicina. No hay fronteras, no hay paredes, el cariño ahora es libre. Un abrazo cura las heridas más abiertas. Un abrazo une y renueva las fuerzas.

Puede que el cielo se haya oscurecido tanto que no encuentres el camino por el que debes andar. Puede que te sientas perdido y que alguien te haya robado ese valioso tesoro que hasta ahora guardabas. Puede que la vida nos haya juntado en un mismo golpe, en una misma sangre, en un mismo círculo vicioso del que no sabemos escapar. Sin embargo, existe un lugar donde siempre estaremos seguros, protegidos y aliviados: ese hueco que se forma en medio de nuestros brazos.

La noche es larga, y mi llanto amargo. La noche es agridulce y ha cerrado nuestros labios. Tengo frío y tengo miedo. Me acerco a ti muy despacio. El dolor es profundo, nuestros ojos se derraman sin descanso... Aún así, cuando te miro, tengo la certeza de que algún día la luz inundará nuestro cielo. Ese día, como dos niños pequeños que renacen, resurgiremos de las cenizas que apagamos esta tarde en el hueco de nuestros brazos.

Tus ojos me lloran, yo los seco en los míos. Nos dormimos cansados de tanto llorar.



Para Carlos