23 dic 2010

Del miedo




Miedo, no cierres la boca, pues moriré entre tus dientes.
Fuerte, abrázame fuerte, silencio.

¿Cómo fue esto que empezó y que ahora no sé contener?

Apareciste tú, con tus ojos de otro mundo, y hoy la nada se viste de ti.
Pequeña, me hago pequeña en el error de nuestro fin.

¿Cómo fue esto que empezó y que ahora no sé contener?

Quizás estoy equivocada, los sentimientos me atrapan.
Solo soy la mujer que quiso ocupar tu corazón.

Mis dedos se resbalan entre los tuyos, el destino los suelta. Caeré.
Pequeña, me hago pequeña en el error de nuestro fin.

¿Cómo fue esto que empezó y que ahora no sé contener?

Miedo, de lo que tengo miedo es de tu miedo.
Solo soy la mujer que quiso ocupar tu corazón.

Podría estar en un error creyendo estar enamorada.
Pero dejé mi cordura en la barra de algún bar.

De lo que tengo miedo es de tu miedo.






Azahara

17 dic 2010

Soy





Soy trozos de ti y de mí.

Voy siempre delante de ti,
pero mirando hacia atrás.

Soy trozos de ti y de mí.

Voy siempre delante de ti,
pero mirando hacia atrás.

Soy un río oscuro, soy como tú.
Soy un cuadro abstracto, soy como soy.

Sí, dime mil veces que sí.

Soy mucho más fuerte que tú,
cuando te dejas ganar.

Soy los restos de la noche anterior...
Soy como las nubes, soy como soy.

Soy un río oscuro, soy como tú.
Soy un cuadro abstracto, soy como soy.

Sí, dime mil veces que sí.


(Diego Vasallo)

9 dic 2010

Hierros de dolor




Marina pasea lentamente mientras sus ojos dulces recorren una a una las estatuas metálicas de Chillida. De repente, el viento comienza a rugir y en su cabeza suena el estribillo de una canción de Cabaret Pop: Sabor a sal, agua y metal; sabor a ti, quien sigue aquí. Sombras de amor, hierros de dolor. El peine de los vientos, secreto infiel...

Mientras se deja llevar por el metal y su sabor a sal, las olas rompen contra las rocas y el mar es incapaz de abarcar los recuerdos que llenan de niebla infernal el instante. Marina no puede olvidarle, es imposible. El mar fue testigo de lo que ocurrió apenas un par de años atrás. Cierra los ojos y aparece un hombre de boina gris y jersey negro susurrándole con ternura aquella frase traicionera: Tú y yo rozamos la verdad, la luz, la eternidad. Solo tú supiste comprender, tocar, ver y creer. Y detrás, solo el mar, que fue testigo fiel de que dejé la piel yo por ti; el mar queriendo hablar para ti y para mí...

Marina, perdida, se detiene y se ahoga ante el peine de los vientos como una sirena enloquecida. Su vida no tiene sentido. Si sigue así, paseando como un fantasma por la playa, su corazón se endurecerá y se volverá oscuro, rígido y frío como las estatuas. Entonces, será demasiado tarde. Es demasiado tarde. Dentro de cinco meses se casará con un buen hombre, una bella persona, un amante incondicional al que nunca le falta un detalle y que la cuida como a una hija. Está profundamente enamorado de ella y no se imagina que, cada vez que besa a su futura mujer, el alma de Marina navega sin rumbo hacia otra parte. Quiere desparecer, las olas la aterran y se hacen demasiado grandes.

Marina se sienta en uno de los escalones de piedra y acaricia con miedo el paisaje que se extiende ante el objetivo de las cámaras de tantos turistas. Preferiría no ser vista, el dolor acabará haciéndole llorar. Una, dos, tres, cuenta despacio las gaviotas. Saca el teléfono móvil del bolsillo de su abrigo y abre el buzón de entrada. En la cabeza de la lista hay dos mensajes de Mikel, el hombre triste al que conoció en Donosti y que dejó su vida en blanco y negro. Marina recorre la pantalla con sus dedos y recuerda el tacto de sus labios, el roce de su piel. No puede ser, a pesar del tiempo la memoria sigue intacta. Allí, donde permanece sentada, le vio por primera vez. Un suave xirimiri descendía de las nubes y ambos llevaban un paraguas gris oscuro. Ella había olvidado un libro de poesía en las escaleras, corrió a recogerlo y lo encontró en las manos de un extraño melancólico. El hombre dejo caer el libro, detuvo sus pupilas en las de ella y aquella mirada causal fue culpable de un cataclismo de amor.

Entre canciones, miel y rock pasaron cuatro meses. Compartieron noches y sueños, crearon ilusiones y se regalaron promesas. Él encontró un antiguo faro en una playa escondida y le dijo que algún día lo comprarían y lo llenarían de muebles comprados en Ikea. Ella le habló de la ciencia, del romanticismo, de Dios y de los poetas. Abrazados en el peine, cada atardecer el mundo parecía perfecto. Llegó el invierno y, tras la felicidad navideña, se instaló la muerte. En febrero él se fue. Silencioso y sin razones, subió a un barco que se lo llevó para siempre a combatir contra una estúpida guerra más allá de Iraq. El destino les propinó un golpe tan duro y retorcido como las estatuas de Chillida.

Marina, destrozada por el silencio, intentó llevarse bien con la ausencia y buscó todas las formas posibles de rehacer su puzzle. Sin embargo, siempre faltaba una pieza, un fragmento perdido y que dejaba inacabada aquella maravillosa imagen. Pasaron los días, los meses, los años. De vez en cuando Mikel enviaba carta, pero la esperanza de volver a verle se iba agotando como las luces del viejo faro. No volvería y ella, resignada, debía dejarlo marchar. O eso creía.

Empezar otra vida se hacía pesado y los días dejaron de ser felices. Una tarde, mientras tomaba café, se encontró con un amigo y reanudaron su relación. Poco a poco, la amistad se fue transformando en una amalgama de sentimientos que acabaron, eso pensaba ella, en algo parecido al amor. Una noche de verano, él le confesó que quería casarse con ella y, sin vacilar, Marina aceptó. La vida ya no le importaba nada, al menos aquel chico guapo y enamorado le daba tranquilidad.

Nunca le olvidó. Todas las noches, antes de dormir, Marina susurra aquel nombre y espera la llegada de una nueva carta, de un pequeño mensaje que demuestre que Mikel sigue vivo. No quiere acabar como su profesora, una mujer infeliz que fracasó con su marido y se encuentra con un amante cada jueves en un hotel. Marina siempre luchó, estudió mucho y soñó todavía más. Esto no le puede estar pasando a ella. Ama lo que no tiene, el amor se ha convertido en algo tan distante...

Marina pasea lentamente y sonríe ante el precioso color del mar. Cree que puede verle, siente como unos brazos la estrechan por la cintura y se deja llevar. Mikel sale de su memoria para convertirse por unos segundos en algo real. Empieza a llover, pero esta vez no lleva paraguas. Marina corre, deja la playa y, a lo lejos, ve a su novio en un Mercedes con las luces en ámbar. Con el pelo empapado y temblando, Marina sube al coche y su futuro marido le reniega por ser tan descuidada: Ya te dije que el cielo estaba feo, reina. No sé dónde te has dejado la cabeza, a ver si te vas a resfriar...

El coche se adentra en el tráfico y las laberínticas calles. Marina, que deja caer su cabeza contra el cristal, sube el volumen de la radio sorprendida por una noticia que llega desde Bagdad: "Al menos quince bases extranjeras situadas en los alrededores de la capital dejarán marchar a sus soldados en las próximas horas, según informan fuentes gubernamentales". El corazón de Marina, acelerado, se estrella contra la realidad. Si Mikel no regresa ahora, lo habrá perdido para siempre. El Mercedes se detiene en un semáforo y un anciano sonriente cruza de la mano de una mujer brillante y hermosa pese a la edad. Marina suspira, empapa el cristal con su aliento mientras el coche vuelve a ponerse en marcha y, en lo más hondo de su alma, el recuerdo de Mikel permanece encerrado, como las olas, entre hierros de dolor.



2 dic 2010

Caperucita




Mientras se dirige a clase sostiene su cesta con fuerza, mucha fuerza. En su interior viajan una carpeta, un móvil y una agenda. Baja la mirada hasta encontrarse con sus zapatos. Corre, corre y escapa. A lo lejos, el camino conocido. Solo en este lugar puede hacer en paz su recorrido. Llega a la universidad.

Quiere ocultar su helado rostro de mujer entre sus miedos de niña. De la capucha color carmín sobresalen algunos mechones negros. Corre, corre y escapa. Los árboles la acompañan, silenciosos, mientras se pierde entre las sombras de la larga avenida. Descansa y estudia por unas horas, pero cuando el reloj marca las siete, el hechizo se termina. Caperucita despierta y, con más temor que nunca, regresa a la realidad.

El lobo ha vuelto. Ya no se esconde para sorprenderla en el bosque, ha conseguido las llaves de su casa. Cuando está sola con su madre, Caperucita respira y todo es más tranquilo. El lobo ahora abre la puerta y la madre llora, presa del nerviosismo. Los aullidos anuncian histeria, horror, violencia y egoísmo. Caperucita abre el armario, entra y nota que sus largas piernas tiemblan. Su madre no puede defenderse, en unos segundos la bestia la ha devorado entre gritos.

Un segundo, dos, tres. El tiempo muere y Caperucita cuenta los días, los minutos y las horas para poder dejarlo todo. Quiere irse lejos, muy lejos. Sin embargo, hoy los leñadores parecen sordos... Nadie la escucha, nadie advierte su dolor. Nadie se detiene en las lágrimas de su madre. Caperucita intenta taparse los oídos para sentirse mejor. Lejos, muy lejos, sabe que puede brillar algún sol.

Silencio. A su alrededor, la nada amenaza con su aterrador silencio. Despacio, la chica de abrigo rojo abandona el escondite y entra en otra habitación. La luz del ordenador es su única compañía. Caperucita se deshace en lágrimas y sollozos, su mundo se ha convertido en un paisaje desolador. Acaricia con ternura y tristeza cada arista de su alma e intenta suavizar cada rincón. Un dardo repentino parece haber dormido al lobo feroz, que ahora ronca en la cama. Su madre ha salido, deshecha, en busca quizás de telarañas.

Caperucita sale también, sube unas cuantas escaleras y golpea la puerta de su abuela. Nadie responde, nadie aparece en el rellano para abrazarla. Caperucita suspira y extraña la leche con miel que le prepara su abuela, echa de menos los dulces y el chocolate de la nevera. Cabizbaja, recorre otra vez esos peldaños y se resigna a volver al estudio para escribir este relato triste. Al menos, mientras teclea, sabe que el lobo no la puede atacar.

Escapar, quiere escapar. Se imagina sonriente y bien lejos mientras se agota su paciencia. Continúa a la espera de una respuesta que la aparte del dolor, pero hoy nadie contesta.


1 dic 2010

Cuando llega diciembre


Bajo del tren y, mientras me abrocho el abrigo y anudo mi bufanda, la ciudad se muestra ante mí de una manera muy especial.

Cada vez llega antes, cada vez se instala con más prisa una ficticia "Navidad". Camino hacia la puerta de la estación y, a mi paso, las tiendas atrapan miradas y bolas y luces cuelgan en sus escaparates. En una esquina, un par de hombres se afanaban ayer en dejar listo lo que ahora veo. Han montado una casita en la que, desde sus ventanas, uno puede ver a los míticos tres osos merendando pasteles y tomando chocolate caliente. La pequeña cabaña está decoradísima, y los habitantes giran sus cabezotas y las mueven una y otra vez cuando los miras.

Continúo y las luces, carísimas energéticamente, parpadean y alumbran las grandes avenidas con sus elegantes dibujos y mensajes: millones de bombillas nos desean unas felices fiestas acompañadas de turrón, regalos y, cómo no, de árboles de plástico y campanitas.

La gente sube al metro tapada hasta el cuello; diciembre ha llegado y corremos como locos para lucir nuestros gorros de lana, nuestras botas de piel y nuestras chaquetas de Zara. Los niños saltan y ríen contagiados por una alegría que les anuncia que, en breve, van a disfrutar de juguetes nuevos. En los supermercados, los más listos ya han comprado el marisco, las botellas de cava y han encargado las cestas para sus amigos, familiares y empleados. Las ONG arrasan con sus tarjetas "solidarias" y los padres, ahogados por la crisis, corren a comprar revista en mano los deseos que sus hijos han plasmado con inocencia en la carta a los Reyes Magos de Oriente.


El frío, el cielo gris, el viento, la lluvia, el olor de las chimeneas y la calidez de los hogares... Todo nos recuerda que vuelven esos días cortos pero intensos, esas vacaciones tan esperadas y efímeras. Sin embargo, olvidamos que muchas personas no celebrarán la Navidad, simplemente, porque alguien llamado destino (o tal vez la crisis, o el paro, o la mala suerte) se ha encargado de recordarles que, para ellos, la Navidad es un derecho que no existe. Comamos todos como cerdos, bebamos y celebremos bien calentitos que, en otras partes del mundo, el invierno es realmente crudo y nuestra felicidad consumista duele y mucho.

15 nov 2010

Clásicos en el olvido


Cada mañana subo al metro y, ante mis ojos, comienza un ritual que siempre llama mi atención: personas de todas las edades y estilos sacan un libro de su cartera y empiezan a leer ansiosamente, algunos haciendo grandes esfuerzos para no perder el equilibrio con tanto vaivén. Me fijo en los títulos –no puedo evitarlo- y me pregunto qué pensarían autores de la talla de Umberto Eco o Joan Fuster al verse amenazados entre tanto best-seller.

Como decía el propio Fuster en su artículo “L’art de llegir”, publicado por la revista Jano en 1978 y perteneciente a su libro Discordances, “cada día nos enfrentamos al dilema de tener que escoger entre las novedades editoriales o los textos venerables. Los best-sellers suelen ser fugaces y simples, por lo que merece la pena volver a los clásicos”. Las cosas no han cambiado mucho desde que el escritor valenciano advirtió, hace tres décadas, que nos encanta jugar a ser “intelectuales”. Los españoles leemos poco, pero cuando por fin nos decidimos por un libro queremos que sea la última novedad para demostrar que somos bien “cultos”. Hemos olvidado a Cervantes, hemos enterrado para siempre a Dante, Shakespeare, Proust o Víctor Hugo. De los poetas, mejor no hablemos.

Sin embargo, todavía existen lectores que se conmueven con un libro antiguo, con el olor y el color de esos clásicos ocultos entre el polvo de las estanterías. El problema radica en que, como afirma Juan José Millás en “Clandestinos”, un artículo publicado por El país en octubre de 2005, “las personas que se interesan por los clásicos, especialmente si son jóvenes, son consideradas como psicópatas o anormales”. Nosotros mismos, presos por la ignorancia y ajenos al beneficioso poder de la literatura clásica, estamos negándole a nuestro espíritu y al de las nuevas generaciones el placer de conocerla.

La literatura es una ventana, pero también un espejo. En ella descubrimos mundos nuevos y nos conocemos mejor a nosotros mismos. La literatura también nos permite decir y entender lo que nuestra boca calla, pero no lo valoramos. La sociedad se enfrenta a un grave problema que martiriza a profesores, periodistas y escritores: los jóvenes leen por obligación, los estudiantes de periodismo no tocan los periódicos y las nuevas tecnologías parecen desbancar a las publicaciones en papel. Leemos de cualquier manera, leemos con rapidez y nos importa bien poco si la saga de Crepúsculo o el Código Da Vinci nos aportan algo más que un rato entretenido o un momento de evasión.

“Leer es releer”, afirmaba con razón el gran Fuster. Es cierto que nuestro tiempo libre es escaso y es cierto que nuestras circunstancias condicionan la lectura; por eso, regresar a los brazos de Quevedo o Kafka debería ser una obligación. Uno es incapaz de comprender los secretos que estos autores encierran sin detenerse a disfrutar de sus páginas, sin dedicar un fragmento de nuestro valioso tiempo a releer obras como La metamorfosis, Madame Bovary o El buscón. Aún es posible reencontrarse con los genios de la literatura sin necesidad de adquirir caros iPads o E-books; aún existe la posibilidad, como dice uno de las grandes obras de Proust, de partir En busca del tiempo perdido. En nuestras manos está.


13 nov 2010

Hombre


En el mal de tu impresencia
mi ser se quebraba al llorar.
Era como esa flor en el desierto,
alma sedienta del agua de tu oasis.

¿Cómo recorrer los mapas que dibujas,
solo con cinco sentidos y una piel?
La belleza que te oculta alberga veneno
y hay perdición en su poder.

Me perderé.

Resbalaré a lo largo de tu perfecto perfil
y hallaré sombra bajo tus columnas.
Me ahogaré entre las ondas de tu pelo negro,
pero no será suficiente para apagar el deseo.

Deseo, mire donde mire te veo...
Hombre, vayas donde vayas, llévame.
Deseo, mire donde mire arde el fuego.
Tú serás mi agua, yo seré la sed.

Me perderé.


10 nov 2010

Irse




Quiero un destino -lejano- idéntico a tu mirada.
Me dejo lo que no tengo, llevo lo puesto y no llevo nada.

Vente...

Mira cuántas margaritas salen a mi encuentro,
acarician mis pies y bailan con el viento.

Sigamos...

No le temo al miedo, lo he visto perderse -lejano- como tu mirada.
En tus labios llevo espadas.

Quiero olvidarles, dices que la vida no es resignarse a la nada.
Queda atrás el vacío y mi llanto arde ahora -lejano- como tu mirada.


6 nov 2010

Cançó de bressol a la llibertat


Tanca els ulls i dorm, no deixes que t'ofegue la por.

Arriba la nit a la teua ànima i, valenta, vols lluitar. Ara no pots.
Voldries volar, però han desaparegut les ales que aquells diables van tallar. Ara no pots.

Als teus somnis arriben les veus d'aquells homes i dones que van donar la vida per tu, que van morir dignament per amor. Avui, més que mai, importa el record. No els importava l'edat, no els importava deixar el seu ofici d'escriptors o llauradors. Amb armes o sense, lluitaren amb el cor.

No et deixen parlar, han apagat la teua veu i han reforçat la seguretat de la gàbia. Intenten ferir-te en nom d'uns ideals buits i narcotitzats. T'has convertit en la princesa d'aquell conte malvat i eres la presonera de la torre. Has perdut la identitat, víctima d'un encanteri que poc entén de pietat.

Nosaltres, per la nostra part, unim fortament braços i mans. No volem ideologies ni un país enderrocat. Desfarem cada barrera i la unitat ens portarà. Seràs com aquell colom que recorria el món amb un missatge d'esperança per a tots els habitants.

La nit és freda i és llarga, ho sabem, però això no ens detindrà. Encara és possible que et despertes demà. Encara és possible que el somni de tants siga una realitat.

Arriba la tristesa a la teua ànima mentre escoltes aquesta cançó. Vols lluitar, però ara no pots. La nit és freda i llarga, tanca els ulls i dorm.


2 nov 2010

Noviembre



Rozo el sabor de las hojas al crujir,

el cielo melancólico se viste de gris.

Roza una mano mi mano dormida

y vuelve la paz del otoño a mi vida.


Noviembre siempre fue largo sin ti,

fue un mes nostálgico y por abrir.

Noviembre llegaba y se había ído

como otro soplo de viento sin sentido.


Ahora los árboles no lloran, sonríen.

Ahora los pájaros rápido nos persiguen.

La tierra rojiza y el olor de su letargo

dejan de ser tristes en este abrazo largo.


Todo es amarillo, naranja y marrón.

Todo sigue el ritmo de nuestro corazón.

Lloro, grito, río. El miedo no es verdad.

Escondida en tu jersey veo mi risa volar.


Noviembre siempre fue largo sin ti,

fue un mes nostálgico y por abrir.

Noviembre nos acoge y pone título

al tesoro del más dulce de los capítulos.


Roza una mano mi mano dormida

y vuelve la paz del otoño a mi vida.

24 oct 2010

Noctilucas


El mar nunca deja de sorprender, otra vez me ha sobrevenido el asombro al pasear por una solitaria playa en la noche. Perteneciente a los protistas dinoflagelados y de anatomía simple, un nuevo regalo de la naturaleza guarda un secreto en su interior: cuenta con una enzima que, al reaccionar con el oxígeno, provoca un destello de luz. Estoy hablando de la noctiluca.
Como cada viernes a las ocho, me despido de mi insípida rutina y subo al vagón número cinco del tren de los sueños. Me quito la chaqueta, elijo un asiento con ventana, cierro los ojos y me dejo llevar por la música del i-Pod: hoy toca Drexler. La noche se instala en la ciudad y, con una sonrisa de agradecimiento, saludo otra vez a la luna llena y me abrocho el cinturón. Los pocos viajeros conversan, leen o escriben. Otros no hacen nada. Todos buscamos lo mismo, todos buscamos la playa.

Media hora de viaje es suficiente para olvidar el ruido, el humo, los coches, las prisas, los desencantos del día a día. Los locos transeúntes se deshacen ya en mi mente. No quiero recordar, solo trato de escapar. El viaje es dulce. Un señor con pajarita y grandes gafas lleva a su lado una cesta de mimbre en la que guarda unas botellas de cava que tiemblan con el vaivén del tren. A su lado, una anciana detiene sus ojos en el reloj una y otra vez. Nadie quiere llegar tarde a su cita. La temperatura es la correcta, el murmullo de las voces me acaricia y, entre tantos desconocidos, me siento como en familia. Abrazo mi mochila y me pongo un poco de crema en mis labios. Ya casi hemos llegado.

Me despido del hombre del asiento de enfrente con un guiño simpático y bajo despacio. Me gusta disfrutar de la brisa que golpea mi cara nada más llegar. Todo es perfecto en el pequeño pueblo de Meralia. Unas casitas blancas son el refugio de gente humilde, gente trabajadora, sabios pescadores. Ando poco a poco a lo largo de la calle principal, disfruto de sus esquinas y observo las azules ventanas. Allí está: ante mis pies, empieza el camino que me lleva a la playa.
La cala del Adrión es el lugar más mágico que he conocido. Las rocas trazan una línea interminable que parece acabar en el infinito. El mar murmulla tranquilo y el olor a sal me sumerge en un paisaje idílico. Un barco, a lo lejos, navega solitario. Me gusta el tacto de la arena, suave y fría, entre los dedos de mis pies. Una sensación de paz me abraza y dejo mi mochila en el suelo. Me siento, abrocho los botones de mi chaqueta y una música empieza a sonar... ¿Esos destellos, de dónde vendrán?

¿Una, dos, cinco, doce, cincuenta, cien, mil? ¿Qué son esas lucecitas que encienden la orilla y hasta mi cara hacen brillar? El agua ha cambiado de color y, entre la oscuridad de la noche, las estrellas del universo parecen haberse puesto a bucear a lo largo de toda la costa. Todo se convierte en un espectáculo de destellos y siluetas fosforescentes que se extienden como un manto. Saco mi cámara y enloquecidas, las noctilucas me hacen cantar una canción encandilada. Un fuego en mi alma empieza también a parpadear y no se puede apagar. No quiero dejar de girar.
Me eclipsan pequeños faros de luces intermitentes y diminutas. Brillan y brillan las noctilucas, puntos en el mar oscuro donde la luz se acurruca. Un concierto. Todo se transforma y la arena ahora es un reflejo de lo que acontece mar adentro. Como faros, estas criaturas me dirigen hasta el puerto de los náufragos. Sin embargo, yo me busco sin encontrarme en esta playa desierta.
Enciendo una vela y algo en mi pecho me advierte de que algunas heridas siguen abiertas. Brillan, brillan las noctilucas, puntos en el mar oscuro donde la luz se acurruca. Me acerco lentamente hasta la orilla y entran mis pies en la calidez de un inmenso mar. Como luciérnagas o estrellitas, ahora me acompañan las noctilucas al nadar.
La noche está cerrada y, a lo lejos, siguen palpitando más y más protozoos. Salgo del agua, pero golpeó con mi pie y sin querer una botella. Un mensaje se enrolla en su interior: El miércoles nos veremos, ese día tan especial. El miércoles veré cuál es esa sorpresa, seguro que será bonita. Prométeme que, hasta que venga a buscarte, no dejarás de brillar.
Miro al cielo y sonrío, mis pasos pesan y con mis huellas imborrables escribo una contestación. Alguien parece haberme escuchado, por fin hay alguien que venga al rescate de mi corazón. El mar es ahora una fiesta y la energía lumínica se desborda... Brillan, brillan las noctilucas, puntos en el mar oscuro donde la luz se acurruca.


Un día entendrás que habla de ti mi canción encandilada...


15 oct 2010

Tu naturaleza muerta


Cuando el único sonido perceptible es el estrépito de una bala, cuando el cielo se quiebra por la mitad bajo una somnolienta lluvia de sombras, todo ha muerto.

Extrañas figuras danzan al son de un compás arrítmico que les dirige hacia el borde del precipicio. Los asientos del metro se convierten en mentiras de viento cuando jóvenes y viejos entran y salen de los vagones. Los pasos pesan, los presos pasan lentamente y caminan hasta llegar a un destino cruel: el vacío.

El mundo conocido se vuelve absurdo y el triste escenario de lo cotidiano se convierte en un patético circo donde los trapecistas caen de sus trapecios y los payasos lloran sin consuelo. Los leones atacan con sus garras a sus domadores y los elefantes, que creen poder volar, se estrellan contra el suelo.

Ya nadie aplaude, ya nadie ríe. La vida está en coma y la tierra se divide. Los edificios han perdido sus colores y, mientras el humo invade las casas, los corazones apagan para siempre su ineficiente motor. Hasta las campanas más antiguas han silenciado su voz.

El silencio. El silencio se convierte en tu único amigo. Tú no eres como los demás, crees que hay un lugar mejor para ti y no estás dispuesto a ser carne para los leones. Dejas tu historia y tu casa, cruzas el umbral de la puerta y te despides del río. Hace tiempo que el pueblo también está muerto, pero tú no estás dispuesto a vivir en una tumba. Con tu abrigo y diez monedas, emprendes un viaje sin retorno hacia lo desconocido.

Piedras, árboles que se desnudan y el murmurar de un otoño pasivo. Bajas tu cabeza, centras tus pupilas en las huellas que ya se dibujan en el camino. Has hallado la respuesta y, sin mirar atrás, sigues adelante para olvidar, entre recuerdos, a los que nunca serán tus amigos. Te duele más la verdad que la tristeza. Eres valiente, desapareces borrando para siempre tu naturaleza muerta.


13 oct 2010

Ángel



He dejado atrás las quimeras y las traicioneras ilusiones, ya no vagaré nunca más a bordo del cuento aquel... No me mires así, joder, tienes cara de ángel. Ya se terminó eso de ir maldiciendo por los rincones.

Intentaba emborracharme de cualquier instante de luz, de cualquier tesoro perdido en los secretos de la ciudad. Intentaba apartar de mí esta sombra de llena vacuidad, pero en el borde de la indiferencia encontré mi propia cruz.

Cierto que huí de los laberintos y sus amaneceres, cierto que borré las huellas de tantos muertos pedazos; cierto que me encontré encerrada entre mis paredes hasta que una tarde, tan gris y tan incierta, resucité entre tus brazos.

Intentaba alejarme para siempre de esa gente intoxicada y mis fuerzas flaqueaban si escuchaba, lejos, el sonido del amor. Odiaba más que nunca verme presa de aquel ciego dolor, pero entre tanta mierda y tanto humo me vi nacer en tu mirada.

He dejado atrás las quimeras y las traicioneras ilusiones. Ya se terminó eso de ir maldiciendo por los rincones. Ya no vagaré nunca más a bordo del cuento aquel.

No me mires así, joder, tienes cara de ángel.

5 oct 2010

París llora


Vistas al Sena desde el mirador,
nada ha cambiado un año después.
Aquí fui feliz, igual que tú...
Cuánto daría por perderme otra vez,
por perderme otra vez.

Nuestro interludio se volvió
a destrozar, se volvió a detener
siempre en el mismo je t'aime,
en el mismo je t'aime...

El agua se lleva las palabras,
ahoga las lágrimas de papel que
ahora ya no saben ni pueden caer.
Nunca será más ayer.

Y estos amargos recuerdos
son más bellos que las rosas.
París llora y se estremece,
llora hoy por tantas cosas...

Vistas al Sena desde el mirador,
nada ha cambiado un año después...
Esa niña triste que se asoma al puente
es ahora y, ante ti, una melancólica mujer.

Vistas al Sena desde el mirador.
París llora hoy por tantas cosas...





28 sept 2010

Instante de adiós



Y tu amor le dice adiós a edificios que se besan...



Azota el viento las finas ramas,

el verano acaba en melancolía.

Gritan niños y corren en la plaza,

cuando las horas pasan vacías.


Dos hombres observan el cielo,

tiemblan, y el frío les abraza.

Un pájaro descansa en el suelo

y se rompe en el bar otra taza.


Los edificios se acarician tristes,

la belleza en ellos se transforma

cuando vuelven las tardes grises

y la vida en muerte se torna.


Morena y con labios rojos,

una mujer dibuja un camino

tras las miradas y los ojos

que saben a vino tinto.


Un extraño músico se derrite,

se marcha solo con su guitarra

cuando los amantes se despiden

en la plaza de la Alfalfa.

(A Mikel)

8 sept 2010

Polka triste de septiembre


Me imagino como tú, Diego Vasallo, temerosa ante el vuelo de un avión y ahogada en recuerdos rotos. Paseo como tú, por la orilla de una playa sin nombre bajo un cielo gris y un paraguas negro como mi abrigo. Sonrisas vacías, espíritus que salen al frío de la noche y esta canción para tratar de entender qué sucede dentro de mí... ¿Lo entenderías tú? Dime que sí.


Paso a paso, mis pies se confunden con las profundas pisadas de otros solitarios paseantes que dejaron una huella junto al mar de un febrero en el que todo acabó y se convirtió en una polka triste. Todo se redujo a cenizas que cubrieron la ciudad inundando sus tejados.


La espuma de mar se entremezcla con mis lágrimas y el blanco de los callados edificios. La noche azul de este septiembre me duele... La quietud de este silencio hace temblar a los periódicos que he convertido en pequeños barcos de papel. Las cortinas de la habitación tiemblan otra vez.


Déjame sentarme contigo junto al viejo piano, Vasallo. Vamos a inventar versos que consigan acortar los días y alargar los sueños. Hablemos de antiguos otoños, o de nuevos, en los que los árboles griten más que nunca al perder sus hojas y el viento nos devuelva las húmedas tardes que sin darnos cuenta perdimos.


Juegan, tan nostálgicos, los niños. Los parques les recuerdan que su largo verano termina y mañana vuelven a sus colegios. Los padres parecen felices y, en esta casa, la familia celebra un cumpleaños. Se abren los regalos que para la ocasión se habían comprado y todos sonríen, menos mi corazón amordazado. Cierro la puerta, me oculto entre las notas de las canciones que un día hiciste. Alguien entra en la cocina en busca de algo que calme la sed en una noche de celebraciones. Cierro la puerta, me dejo llevar por la soledad de este momento y de tus canciones.


Quisiera ser como tú, Vasallo, para que mientras me habla tan rota tu voz pueda entender qué se esconde entre las trampas de tanta gente que no conozco. Los padres dejan de ser padres y se convierten sólo en un instrumento; cierro los ojos y pienso cómo sería mi vida lejos de aquí. Todo lo conocido de repente se desconoce, las calles se confunden y se entremezclan las voces.


Más que nunca, Vasallo, necesito que me devuelvas ese otoño que tan bien conocemos. Devuélveme la lluvia que bailaba tras los cristales, devuélveme la suerte de la que hablan tantas postales. En el palpitante valle de espinas, de nubes y teclas dulces... Bebamos de ese vaso en el que el licor, su hielo y los faros, como hacen nuestras miradas, se apagan mientras nos envuelve otra polka triste.

Dime que sí...

2 sept 2010

Pluja i margarides



I la vida, com el temps, té dies grisos. Camine sense direcció ni sentit per un corredor tan llarg com el silenci que envaeix l'estança fins arribar al fons de la meua ànima. He perdut la identitat de la meua veu, no puc parlar. No arribe a entendre com em costa tant trobar un punt i final que tanque per a sempre aquesta lluita tan ridícula.


No puc mirar amb claredat, els meus ulls tenen por de veure més fantasmes que tracten d'assassinar l'envoltori amb el qual vaig protegir tots els meus records des d'aquella vesprada de febrer. Pensava que havia deixat enrere les meues vivències més obscures, les derrotes i el sabor acre dels desaires de l'amor. Pensava que confiar en algú amb els cinc sentits no seria mai més una experiència tan dolenta com fou la primera. Pensava que mai més em sentiria ofegada en les aigües d'un bassal ple d'inseguretat, por i zels. Però he caigut, i amb la punta del meus peus puc tocar el més absurd dels fons. Caic, caic i torne a caure amb la pluja dels meus dies.


El sentiment que recorre tots els racons de la meua ment és molt abstrús, no el puc entendre. La sensació de solitud que s'estén al meu voltant m'aïlla de la resta del món i el meu cos no és capaç de fer-se amb la força suficient per retrobar-se amb qualsevol indici d'humanitat. No sé on es troba l'eixida, sols demane que aquestes llàgrimes siguen les últimes i em trobe a les acaballes d'aquest dolor que em colpeja i m'allunya de tu. No puc tornar enrere, ja no, la vaig vore a ella i vaig vore també a les altres... ¿Com ha sigut, que del meu cel d'amor ha tombat una estrela?


La vaig vore a ella. Vaig obligar el meu cor a restar quiet i imparcial, però no va voler. M'agradaria esborrar per a sempre eixe capítol del meu llibre de la tristesa. L'angoixa em va deixar sense alé, de colp i volta al meu interior va començar un hivern. La ràbia va prendre forma de poema, forma de nits i de vivències que vas tindre que compartir amb ella.


No puc passar més temps obligant els meus llavis a somriure sense ganes ni raó. L'alegria es torna mort quan els núvols se m'emporten cap al vent de la tempesta.


Ja no vull cura, ni un abraç que m'envolte. Tota dona es somnia sent estimada sense ferides ni crits i m'agradaria que fóra així. Ara no vull menjar, no puc riure ni dormir.


Ja no vull cura, ni abraç que m'envolte. A les meues mans sols guarde uns pètals que algun caminant va recollir un matí. Voldria estar amb tu, però no, ja no vull margarides per desfullar "nos" i "sis". Ha acabat el temps d'aquesta espera tan llarga... Dis-me que, amb tot, el meu somni és vertader; dis-me que serà possible sota un arc de Sant Martí.


No, ja no vull margarides per desfullar "nos" i "sis".


30 ago 2010

Taza gris



Apago el televisor. Este estúpido aparato cada vez me ofrece menos cosas de las que puedo sacar algo bueno. Menudo mundo estamos construyendo... ¿Quién puede ser el guionista de tanta atrocidad, de tanto drama encerrado en una caja metálica?

Me siento en el sillón verde y paso mis dedos por los libros que se amontonan sobre la mesa. Este planeta está necesitado, cada día más, de verdaderas caricias. Qué desesperación...


Quiero ordenar las habitaciones de mi mente, pero no sé por dónde empezar. Echo de menos el otoño, el viento nostálgico, la lluvia, la calma tras los días tristes de noviembre. El verano, aunque sea en esta ciudad en la que todos presumen del frío, acaba con mi paciencia y mi esperanza.


Me levanto y me dirijo a la cocina a ver si preparo algo que pueda sofocar esta sed. Cojo un par de cubitos de hielo y dejo enfriarse una taza de té. Los imanes de mi nevera roja me traen tantos recuerdos... A veces mi vida se entristece de golpe, como aquellos viajes agridulces en blanco y negro. Un poco de azúcar y ya puedo llevarme la taza.


Vuelvo al sillón. Me dejo llevar por la voz de Leonard Cohen y un Le chant des partisans que versionó el grupo Noir Desir. Tomo el primer sorbo... El té de manzana es una de las mejores cosas que uno puede encontrar en Turquía. Alzo la vista y me detengo en la antigua Polaroid que duerme en la estantería. Querría volver atrás, o quizás corregir los sinsabores que aún tiene que traer este futuro. En fin.


Un trago más, dos, tres. Cierro los ojos y saboreo la voz de un desconocido cantante francés. A menudo pienso que sin los violines nada sería lo mismo. Al fin encuentro algo que puede aliviar mi por momentos tenue corazón. Dejo caer mi cabeza y me pregunto qué hubiera dicho Él, Jesús, al encontrarse perdido en un escenario lleno de escombros como estos. Recuerdo ahora las palabras de mi padre cuando le enseñé una cartulina que hice hace poco para unos niños, en la que decía algo así como que todos debemos de amarnos... Cuánta razón tenía mi padre cuando al verla, me dijo: "Ojalá que esa frase estuviese escrita en cada rincón de la Tierra, en cada farola. Hay demasiados desalmados sueltos por ahí."


Enciendo, desafiante, la televisión con rapidez. Nada cambia: mujeres con un maquillaje ridículo enseñando casi hasta la garganta, hombres insolentes que pretenden ser reyes, niños envueltos en miseria, incendios, hambre, muerte. Me rindo y castigo al pobre televisor que, a fin de cuentas, no tiene la culpa de nada. Nadie le preguntó si quería ser un instrumento para lavar los cerebros y acallar las conciencias.


Un trago más, dos, tres. La brisa de la tarde inunda el salón y de repente la radio se calla. El silencio me abraza y tomo el último sorbo de la taza de té. Suena el teléfono, no sé si responderé... A veces mi vida está toda en blanco y negro.






24 ago 2010

La sexta carta





Estambul, 21 de un agosto en el que el año exacto poco importa




Son las cuatro de la madrugada y no puedo dormir. La noche se encierra en sí misma y me atraganto entre este olor a especias y carne asada. La habitación es pequeña y, a pesar de estar en un sexto piso, abro la ventana y me falta el aire. Mi piel se estremece al invadirme las voces que invitan a la oración desde los minaretes cercanos. Esos gritos indescifrables hacen que tiemble y me asombre a la vez. Es algo inexplicable, digno de ser escuchado. La gente duerme, aparentemente. Algunos dejan de lado el sueño y se arrodillan mirando a la Meca.


En la calle, poco pasa. Los cubos de basura descansan medio abiertos y algunos gatos deambulan sigilosos en busca de comida. Saben que, en esta ciudad, tienen suerte... probablemente más suerte que yo. He vuelto al hotel cansada, vencida, sin ganas de pensar. He encendido la lámpara y he empezado esta carta. La policía escribe y comprende tan despacio...


La vida aquí es una ilusión. De poco sirve frotar con insistencia la vieja lámpara de un inocente Aladino. De poco sirve echarle la culpa al destino o a los sueños. La princesa del velo rosa no bailará en el palacio esta noche. El miedo se ha incrustado en su mirada y ya no es capaz de confiar en nadie. Y es así la vida, cuando crees que lo has perdido todo te das cuenta de que no has perdido mucho, pues sigues viva. Mi pelo baila bajo las estrellas y, desde lejos, el Bósforo me acuna en su canción mientras pienso en ti y en tu olor a canela. A veces, lo más seguro para aferrarse a alguien y amarle con sentido es decirle adiós, al menos por un tiempo, para saber qué significa ese ser que has tenido contigo.



Sin embargo, la tristeza te invade al sentirte sola y perdida en medio de una ciudad tan peligrosa como soñada. Bellos hombres de ojos negros te amenazan con sus hambrientas miradas y una sed tan incomprensible como incontenida. Silenciosas mujeres ocultan su cuerpo y casi su rostro detrás de largas faldas y coloridas pashminas. Los taxistas deboran las avenidas engañando a los turistas y, bajo la luna llena, las mezquitas reinan ajenas al mundo que se extiende ante sus pies. Todo parece estar del revés.




Al fin se escucha el silencio en el cuarto y cierro los ojos. Entonces, imagino tu risa y veo caer sobre tu tostada frente unos mechones negros. Preciosas alfombras nos rodean en una sala con paredes claras de mármol. Alguien, desde fuera, hace sonar la más hermosa de las guitarras y nos eclipsa una enigmática melodía. No hay nadie más, sólo los dos, sólo la luna en plenitud y los aromas que nos acerca un sutil viento desde el jardín. Te miro, caigo en tus brazos y empezamos a bailar. Sigues con alegría, divertido, el baile de mis caderas. Me besas, apartas el velo y recorres mi mejilla despacio con la mano. Tapas mis ojos y, de repente, me sorprendes con una taza de té de manzana. Nos abrazamos, la guitarra sigue sonando y el Bósforo nos regala una soleada mañana.




Una lágrima resbala ya en mi cara. A veces, la realidad es capaz de superar a la ficción. A veces, el hilo se vuelve demasiado débil y se confunde, como yo. Me gustaría poder cerrar la ventana y salir de aquí, pero no puedo. Los barrotes de mi cárcel son fruto de una decisión. Quisiera ser como ese tango árabe que le gusta tanto a los turcos: libre, alegre, poderosa y resbaladiza. Mi maleta, frente a mí, espera abierta. Te prometo que haré lo posible por volver. Te prometo que guardaré las pocas liras que me quedan y volveré. No me conformo con soñar contigo.


Deshago las horas y los minutos que me quedan, si es que no logro detener el maldito reloj esta noche. Nunca me habían aterrado de esta forma los aeropuertos, a veces la espera se hace interminable. Odio los trámites, las colas, las preguntas sin respuesta. Esperar, tendré que esperar. Hace unos minutos te escuchaba en el teléfono y daría cualquier cosa por recuperar esa voz, esas palabras que me devolvían la esperanza. Este lugar es así, cuanto más intensamente estás disfrutando de algo, te lo rompe.


Dormido, imagino que ya te habrás dormido. Mañana trabajas y te levantas temprano. Espero que tengas más suerte que yo. Voy a intentar arreglar las cosas para llegar al autobús, sólo de esa manera veo la salida un poco más cercana. Descansaré un par de horas y veré qué me ofrece este hoy que ya es mañana.


Tengo que empezar a despedirme, el sueño y los nervios han acabado conmigo. Si todo sale bien, te prometo que en pocos días estaré contigo. Eres todo lo que tengo. Tengo que ser fuerte, sé que apuestas por mí y supongo que verme así te desharía. Intentaré volver, ahora sé que la cárcel de mi casa no es nada comparada con la que me ha tenido encerrada entre delincuentes esta madrugada. La cárcel de mi casa, si es que existe, tiene los barrotes dibujados y podemos romperlos. El egoísmo y la incomprensión los mantienen erguidos, pero sé que me ayudarás y acabaremos con ellos. Tengo que salir de esto.


Nunca sé cómo terminar las cartas desde que aterrizó mi avión en este país. Aquí tienes mi sexta, la sexta carta. Hoy sé que el número seis es para mí algo más que esperanza. Seis lágrimas que mojan el papel, seis estrellas sobre mi cabeza, seis besos que te daría, seis canciones que te susurraría, seis vidas que a tu lado pasaría... y sé que nunca tendría bastante.


No olvides que esta carta, la número seis, es la más importante de todas. Quizás no sea la más alegre, ni la más bonita, pero sin duda es testigo de que hoy, más que nunca, quiero dibujar una espiral con sabor a canela en el fondo de tu corazón.


Hasta pronto, si las cosas salen bien. No me olvides, si puedo te llamo. Sabes que el Bósforo está también de nuestra parte. Pensaré en ti a cada instante, aunque no consiga hacer otra llamada.


Volveré, yo no me conformo con un seis... ¿Te conformarías tú?






Espérame...




20 jul 2010

Cínicos no, gracias.


En cuanto a la segunda parte de su pregunta, nuestra profesión no puede ser ejercida correctamente por nadie que sea un cínico. Es necesario diferenciar: una cosa es ser escépticos, realistas, prudentes. Esto es absolutamente necesario, de otro modo, no se podría hacer periodismo. Algo muy distinto es ser cínicos, una actitud incompatible con la profesión de periodista. El cinismo es una actitud inhumana, que nos aleja automáticamente de nuestro oficio, al menos si uno lo concibe de una forma seria.
Naturalmente, aquí estamos hablando sólo del gran periodismo, que es el único del que vale l apena ocuparse, y no de esa forma detestable de interpretarlo que con frecuencia encontramos.


En mi vida, me he encontrado con centenares de grandes, maravillosos periodistas, de distintos países y épocas distintas. Ninguno de ellos era un cínico. Al contrario, eran personas que valoraban mucho lo que estaban haciendo, muy serias; en general, personas muy humanas.


Como sabéis, cada año más de cien periodistas son asesinados y varios centenares más son encarcelados o torturados. En distintas partes del mundo se trata de una profesión muy peligrosa. Quien decide hacer este trabajo y está dispuesto a dejarse la piel en ello, con riesgo y sufrimiento, no puede ser un cínico.




R. Kapuscinski, Los cínicos no sirven para este oficio

7 jul 2010

Olvidada Amélie


Suena una antigua canción francesa e invade el salón, mientras su cuerpo yace inmóvil en el suelo: Si tu n'etais pas la, comment pourrais-je vivre... Je ne connai trais pas ce bonheur qui m'enivre. Quand je suis dans tes bras, mon coeur joyeux se livre. Comment pourrais-je vivre, si tu n'etais pas la...
Suena el girar de un viejo carrusel bajo el Sacré Coeur de París. Unos niños gritan y empieza a llover. Suena lentamente el gemir de unas gotas sin alma que golpean una y otra vez un cristal tan triste como su silencio. La feria teme derretirse ante la tormenta y llegar al suelo en forma de mermelada.
Muere. Se triza, se quiebra, se pierde entre un olor a chocolate caliente y las notas que traspasan la mítica radio de los cincuenta. Muere mientras la ciudad, ajena a su pena, palpita entre la lluvia y los charcos de la calle. Su gato la mira e intenta ayudarla, pero sabe que ya es tarde. Sigue lloviendo y, tras la ventana, la capital francesa olvida a una mujer y entre nubes se deshace.

Él era alto y rubio. Su piel se confundía con el color del mejor pan y sus ojos eran marrones estrellas bajo los árboles de julio. La encontró, la tuvo, la deseó. Era sensible y taciturno y todo en él temblaba cuando la tenía cerca. Ella era joven y hermosa. Sus labios rojos se confundían con las más intensas rosas de los balcones de Montmartre. Su melena corta y oscura bailaba con el viento del verano y él, con sus lánguidos dedos, se recreaba acariciándola todas las noches de luna llena. La amaba y se lo repetía cada vez que ella lo abrazaba con sus piernas. Era una mujer tan dulce, tan imprevisible y tierna...

Sin embargo, la asesinó. De nada sirvieron los largos paseos por las intrínsecas avenidas. No pudo ayudarle el camarero, ni la señora rubia del metro. Nada hicieron el nostálgico músico ni su acordeón. De nada valieron las velas ni los violines. Los árboles de aquella montaña no pudieron sostenerla. No ayudó aquella piscina, ni el canal, ni mucho menos la torre. Los bombones de las panaderías y las enigmáticas tiendas del barrio no fueron capaces de advertir lo que sin previo aviso sucedería. La asesinó.

Cuando salieron del gris apartamento nada parecía alterado. La temperatura era perfecta, el tren llegó a su hora y encontraron dos asientos. La gente les sonreía a su paso, felices como en un cuento. Sostenía su mano en la de ella y cerraba los ojos mientras el vagón bailaba de un lado a otro y un par de excursionistas miraban por última vez un mapa. A lo lejos, tras el plano de la inmensa ciudad, las teclas de un piano susurraban libres versos de amor acariciando el último cielo.

Llegaron. Un hombre amable les indicó cuál era su fila. Entraron y se sentaron. Se miraron y, al mismo tiempo, cuatro ojos oscuros amanecían entre lágrimas. Se abrazó a él, pero el joven ya sostenía escondida su daga. La acompañó hasta la última puerta y se embarcaron en el más largo y apasionado de los besos. Fue el último. En ese mismo instante, cuando los labios de ella aún permanecían con los de él sellados, éste hundió el arma en su corazón. El mundo que compartían empezó a girar violentamente bajo sus pies. Todo se desvanecía y no se comprendían las palabras de los viajeros. Todo se detenía, se ahogaba, se despedía.

Mientras su corazón se apagaba de golpe, vio como él se dio la vuelta y salió con prisa del aquel trágico escenario. Retuvo aquella última imagen, retuvo el sabor de sus venenosos labios fijos. Se abandonó al olvido y se derrumbó en un suelo manchado de sangre. Eran más de las cinco.

Alguien se apiadó de ella y la llevó en brazos hasta el taxi que la dejaría en la entrada de su edificio. Un vecino abrió su puerta y la dejó tumbada en el sofá verde. El pequeño piso la recibía enlutado y desde la pecera observaban el espectáculo unos peces.

La taparon con una chaqueta de lana negra. La dejaron descansar entre sus libros y salieron. Sola, con la mirada perdida en la postal más cenicienta de un lluvioso París, deja caer sus brazos al suelo y apaga su última inocencia una olvidada Amélie.



2 jul 2010

Aviones


Tengo veinte minutos para escribir este poema. Dirijo mis ojos al triste cielo de la tarde mientras algo en el teléfono todavía se quema.

Se apaga tu voz y, de repente, advierto que ha regresado la luz. Para que ella volviese, parece ser que primero debías despedirte tú.


Despegaba un avión junto a ti y, al otro lado del mundo, el mismo viento que cruzaba el auricular me acariciaba también a mí. No he podido evitar que mi sangre se estremezca.


Se apaga tu voz mientras resuena el eco de tantas lejanas palabras. No te matará una guerra, no te matarán las armas ni tampoco el olvido; te matará la soledad con la que amenaza el adiós. Te matará todo lo que no has vivido, un estúpido reloj.


No habrá más pistolas ni ondearán más banderas, no. Subirás a ese avión. Una estela se dibujará en forma de melancólica canción.


Los extraños como nosotros sueñan con viajes infinitos. Romperán las distancias, inventarán los caminos. Los países, la lluvia, los otoños, los instantes y las ciudades compartirán en blanco y negro sus secretos. Los océanos y las fronteras amanecerán abiertos. Los extraños como nosotros sueñan con viajes infinitos, eternos, nuevos...


Quién sabe, quizás nos crucemos algún día y entre cenizas en el mismo aeropuerto.


30 jun 2010

El rincón


Uno, dos, tres, cuatro peldaños. Sube con prisa la escalera y abre la puerta roja. La azotea del edificio es tan grande que seguro que, si se esconde bien, nadie la encontrará. Lo último que quiere ahora es tener que dar explicaciones a las inoportunas vecinas. Sí, allí está. Ha encontrado su rincón pequeñito, ese que está detrás de la chimenea y la vieja escalera de madera. Allí está. Volverá a esconderse y, en sus brazos, descansará su muñeco azul. Por si descubre algo interesante esta tarde, ha cogido también su cámara. El cielo parece tan acogedor a bordo de esas nubes rápidas...

Quiere olvidarlo todo. Ha conseguido despistar a su madre y se ha escapado. No le gustan las preguntas. Mientras mira pasar una vieja gaviota solitaria siente caer las primeras lágrimas. Tampoco le gusta llorar, pero a veces no puede evitarlo. Intenta abrazar a su muñeco azul más fuerte que nunca. No le gusta llorar, pero sabe que él no se lo dirá a nadie. Son buenos amigos. Otro pájaro desorientado sobrevuela su cabeza. Al observarlo, se acuerda de la pequeña golondrina que rescató ayer. Tenía las alas casi abiertas, pero aún no podía volar. Sintiendo compasión de ella misma, se da cuenta de que ella tampoco puede. Se iría ahora mismo, volaría lejos y sin mirar atrás.


No es una niña solitaria, es que la gente normalmente la decepciona y prefiere estar sola. Está cansada, y eso se nota en sus húmedos ojos y en su tierno rostro sonrojado por el sol. No es como el resto de sus amigas, no se parece a los niños de su edad. A veces siente que tiene que crecer deprisa y no lo entiende. A veces la obligan a hacerse mayor y a crecer. Ahora piensa en sus amigos. Deben estar de viaje, algunos se iban hacia el norte. Piensa en Jack, es su mejor amigo. Tiene ganas de verle y, mientras llora de nuevo, recuerda cuánto le echa de menos. Los extraña, a todos. Querría estar con ellos, pero no puede, de momento no viajará a ningún lugar. Al menos tiene su pequeño escondite y la compañía de sus dos primos pequeños, aunque no suelen quedarse en su casa muchos días. Le encantaría que pudiesen darse cuenta de su tristeza. Quizás podrían ayudarla. Le encantaría tener a alguien que la entienda. El mundo se vuelve tan horrible tan a menudo...

No puede explicarse lo que hacen con ella. Después de los largos meses de clase y de haber sacado unas notas muy buenas, tiene por delante todo un verano y sólo le han mandado escribir una historia y leerse un par de libros. Le encanta leer y le encanta inventarse historias, pero hoy no tiene fuerzas ni para eso. Se siente tan perdida y tan sola...

La calle sigue su ritmo, la gente compra en el mercado y sus primos sonríen mientras nadan con ella en la piscina y le dan algún que otro besito en la mejilla. Los quiere tanto que le gustaría enseñarles su escondite, pero no puede. Ahora les oye comer, les oye mientras permanece escondida en su refugio. Se pregunta cuáles serán sus problemas, si es que tienen alguno. Seguro que algo les preocupa, pero ella les cuida y les lee bonitos cuentos para que duerman tranquilos. Ojalá ella pudiese dormir tranquila, pero ya no juega con juguetes, ya no le compran libros de recortables ni le leen cuentos.

Cuando está con otros niños siente pena de ella misma y echa de menos su inocente libertad. Ha tenido que crecer muy rápido, pero los gritos y las injustas culpas siguen pesando en su pequeña espalda. Quiere desaparecer, subir a ese avión que en este momento cruza el cálido cielo... Escucha un ruido y se encoge en forma de bolita. No quiere que nadie la vea. Intentará respirar muy bajito y volverá a abrazarse a su muñeco azul. No quiere que la amenacen, ni que la asusten, ni que la hundan más. Sabe que eso es muy injusto para un niño y para cualquiera. Coge aire y se deja caer contra la blanca pared. Su rincón es el mejor escondite del mundo, el mejor lugar para esperar ese pequeño milagro. Su pequeño milagro.

28 jun 2010

Libertad




El sol lanza sin clemencia los últimos rayos de una mañana de junio y un niño se descalza y se mete en el estanque de un parque. Llama a dos compañeros de juego y les enseña su trofeo: ha conseguido un puñado de renacuajos para su pequeña fiambrera. Los tres ríen, divertidos, mientras andan sin preocupaciones por el agua en busca de alguna rana. Un poco más lejos un sauce deja de llorar, por un momento, y sus finas ramas le sonríen tímidamente a ese verano que ya es más que evidente.

Los bancos acogen jóvenes parejas, viejos amigos, niños y ancianos. Las fuentes se rodean de insectos curiosos y de paseantes sedientos. Las calles se visten de mil colores, como los balcones y sus macetas. Los grititos de algún bebé y las risas de sus padres se escuchan bajo las escasas sombras de un árbol. De noche, el barrio comparte los últimos secretos del día con las ventanas abiertas y, hasta el cielo, sube un rumor de voces entremezcladas con los sonidos de los platos, las cocinas y televisiones de tantas casas. Los pájaros nocturnos parecen prestar atención a esas pequeñas vidas que guarda cada edificio, todas alimentadas por una rutina que ahora parece darnos a todos una tregua. Hace calor y, en la azotea más alta, dos amantes improvisan una cena sencilla con algunas velas y otros muchos besos bajo una luna resplandeciente y llena.
La vida deja tener sentido para sentirse vivida. Suena música en las plazas y mil bombillas de colores acompañan las noches de verbena. Como si respondiesen a la llamada de la selva, cientos de turistas aparecen por las esquinas de la ciudad con su cámara al cuello y muchos lugares que visitar. Tiemblan los bares en las últimas horas del día, cuando en sus terrazas en bullicio y la cerveza más fría están servidos.

Colegios vacíos, playas atestadas, mercados abarrotados, gente sin calma y sin prisa, piscinas repletas de bañistas sin consuelo...

La desazón del invierno deja paso al aburrimiento del verano, a las pistolas de agua y a tantos viajes por hacer. El sol marca el incierto camino que se dibuja en la costa, cuando con la mirada perdida en el más lejano horizonte, un velero se deja llevar mientras una pareja se abraza en lo alto de un puente. El mar sigue tan inmenso y bello como siempre, los años no lo cambian ni a él ni a esos pescadores amantes que ahora más que nunca recorren sus aguas sin descansar.

Un billete de avión y un pueblo blanco. Una casa de ventanas azules cerca del mar. Una mochila repleta de sueños y un pañuelo rosa sujeto en las caderas. El viento hace bailar una melena brillante y unos pies descalzos avanzan a lo largo del paseo marítimo. La tarde se ha teñido de un cálido arco iris que deshoja las nubes. Las palmeras se agitan cuando el sol se despide y se abre la puerta de la brisa. Se besan, limpian sus pies como pueden para librarse de la arena. Se divierten, se dejan llevar. Cierran bien su mochila. Suben al coche y, mientras regresan a la música de Ailea sueñan con un billete de avión y un pueblo blanco, con una casa de ventanas azules cerca de su mar.