20 feb 2012

La fidelidad, brumosa palabra






Evolucionar constituye una infidelidad: a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo. Cada día debería tener al menos una infidelidad esencial, una traición necesaria. Se trataría de un acto optimista, esperanzador. Garantizaría la fe en el futuro, una afirmación de que las cosas no sólo pueden ser diferentes, sino mejores.


A lo largo de nuestra vida, todos nos enfrentamos a alguna clase de infidelidad, ya sea con uno mismo, con los demás, con nuestros ideales o con nuestra forma de ser. La infidelidad, esa falta de fidelidad que muchas veces experimentamos, no es perjudicial en sí misma. En ocasiones, ser infieles con nosotros mismos (o con la sociedad, o con lo que los demás quieren que seamos) no es malo. Romper con una antigua manera de pensar, de vivir o de actuar puede ayudarnos a crecer, a evolucionar y a conocernos mejor. Cada ser humano posee una libertad que nada ni nadie debería cuestionar nunca. Querer avanzar demuestra que somos valientes, que pese a los problemas tenemos la capacidad de mirar hacia el futuro con optimismo. A menudo, nos conformamos con la vida, el trabajo, la rutina y las relaciones que tenemos. El mundo cambia tan deprisa que no nos paramos a pensar en nuestra felicidad, y en si podemos hacer alguna cosa para aumentarla. Nos conformamos con estar vivos y no nos miramos al espejo con ojos críticos. Romper con la comodidad es complicado, pero la mayoría de las veces, tomar decisiones con valentía según aquello que el corazón nos dicta puede ayudarnos a tener una vida mejor y con sentido.


No podemos olvidar que la palabra infidelidad suele provocarnos miedo y prejuicios. Lo primero que pensamos es que si nuestra pareja nos abandonara, el mundo se nos rompería a pedazos. ¿Por qué nunca pensamos que, si nuestra pareja decidiera dejarnos, esto nos haría más fuertes y nos permitiría conocer a alguien mucho mejor? Tenemos miedo. Mucho.

Hay personas cuya naturaleza les perjudica en este sentido. Muchos hombres y muchas mujeres confiesan que necesitan ser infieles a sus parejas porque así obtienen la emoción y la motivación para seguir adelante. Otros afirman que el éxito en las relaciones se consigue cambiando de pareja con frecuencia para no caer en la rutina, en el desánimo o en el aburrimiento. Existen personas infieles que no tienen reparo en admitir su problema, pero otras lo niegan sin cesar.


Caminamos por la ciudad y nos cruzamos con miles de historias anónimas, con miles de individuos de los que no sabemos nada. La infidelidad, hasta en su expresión más inocente, es un elemento más del aire que se respira. En un mismo vagón de metro, una chica rubia de unos 20 años, soltera, mira con disimulo al joven de 25 que tiene delante, guapo y moreno, sin novia desde hace dos meses. Él posa su mirada en la chica castaña de pelo rizado (con pareja desde hace un año) que acaba de subir, de 30 y pico, con gafas de pasta. Un hombre casado, de unos 50, mira a una mujer elegante que se retoca el maquillaje con un espejito. La mujer se fija en un padre de 42 años que está jugando con su hijo pequeño, y piensa en su marido, del cual se separó hace poco.

En la universidad, la tensión se concentra en un minúsculo ascensor. Un profesor catalán, de 39 años, observa con malicia a una estudiante alta y risueña de 22. Ella ha subido con su amiga, de 24, que mira con timidez al chico pelirrojo que bajará en el tercer piso. El chico pelirrojo mira a una compañera belga, con pecas y ojos verdes, que cada día le gusta más. La chica belga recorre con sus ojos verdes la cara del atractivo profesor, que ahora disimula. Nadie dice nada, sólo se escucha una voz automática que les anuncia que han llegado. Se abre la puerta. Todos se van.


En un parque del centro de la ciudad una pareja discute. Empezaron a salir hace un par de años, y hasta el momento han sido más o menos felices. Ella se seca la cara, mojada por las lágrimas, y acusa a su novio de mirar con frecuencia a otras mujeres. La joven, que nunca fue celosa, está enfadada porque cree que a su novio le gusta una de sus amigas, más joven, morena y provocadora. El chico, molesto, se esfuerza en darle explicaciones y se contradice, nervioso. Ella le grita, le dice que no valora lo que tiene, le amenaza con dejarle. Él no se atreve a confesar que su novia está en lo cierto, y que esa amiga le gusta hasta el punto de no atreverse a pasar ni un minuto a solas con ella. Se pone nervioso, muy nervioso... ¿Cómo decirle la verdad? Siente pánico al pensar en otra ruptura, en otra relación fallida más. No podría superarlo, o eso cree.

Amar es una aventura difícil. Crecer también lo es. El problema es que no sabemos estar solos. Somos cada vez más individualistas y egoístas, pero necesitamos tener a alguien que nos apoye o que, simplemente, esté ahí, en cuerpo y alma, para nosotros. Los cambios conllevan dudas, inseguridad y temor. Pero también aportan esperanza, optimismo y fuerza. Evolucionar, día a día y en todos los aspectos, es necesario. Ser felices, y libres, también lo es. Amar a una persona no quiere decir que tengamos que atarla a nuestros deseos contra su voluntad. Amar significa respetar, cuidar, dejar volar lo que más queremos en ocasiones (aunque nos duela). Amar es desear que el otro sea feliz, quizá lejos de nosotros. La resignación es un suicidio diario, y mirar hacia el futuro nos obliga a recapacitar, valorar, a hacernos preguntas.

¿Eres feliz con la vida que estás viviendo? Espero que sí. He tratado de convencerme de que abandonar a una persona (o ser abandonados), o romper con una vieja forma de vivir no es lo peor que podemos hacer. Puede resultar doloroso, pero no tiene que ser una tragedia. Si uno no dejase nunca nada, ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Y lo nuevo, si es para bien, será mejor.