29 dic 2009

El principito


¡Ah, pequeño príncipe! Así, poco a poco, fui comprendiendo tu sosegada vida melancólica. Durante mucho tiempo, tu única distracción se había reducido a la suavidad de las puestas de sol.

Me enteré de este nuevo detalle el cuarto día por la mañana, cuando me dijiste:


- Me gustan las puestas de sol. Vamos a ver una puesta de sol.


- Pero tenemos que esperar...


-¿Esperar a qué?


- Esperar a que se ponga el sol.


Al principio pareciste muy sorprendido. Luego te reíste de ti mismo. Y me dijiste:


-¡Siempre me creo en mi tierra!


En efecto.Cuando es mediodía en Estados Unidos, el sol, como todo el mundo sabe, se pone en Francia. Bastaría poder ir a Francia en un minuto para asistir a la puesta de sol. Por desgracia, Francia queda muy lejos. Pero a ti, en tu pequeño planeta, te bastaba correr tu silla unos pasos. Y mirabas el crepúsculo siempre que te apetecía...




-¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!




Y un poco más tarde añadías:




- Sabes... cuando uno se encuentra tan triste, gustan las puestas de sol...


-¿Tan triste estabas el día de las cuarenta y tres veces?




Pero el principito no respondió.






Antoine de Saint-Exupéry, El principito.

24 dic 2009

¿Feliz Navidad?

La Navidad, sí. Esa época fría e íntima donde la gente se ilusiona más que nunca y las tarjetas de crédito sufren las peores consecuencias de la mano de un consumismo aterrador y hambriento. Entonces, las calles se llenan de luces, se adornan con más o menos gusto las casas y los árboles, se hacen caros regalos, se come bien y mucho y se colocan belenes con el niño Jesús aunque ni siquiera la gente se acuerda de Dios. Decía que en la Navidad la gente se ilusiona mucho, sí, se vuelve completamente ilusa y piensa que el tiempo se detendrá el día 31 de diciembre para que todos volvamos a nacer, más guapos, más ricos, más felices que nunca. Mentira. La televisión, el Corte Inglés, los famosos que nos enseñan (ni que fuésemos tontos) a meternos las 12 uvas "de la suerte" en la boca mientras lucen unos vestidos más propios de verano que de cualquier otra época (yo pensaba que en Madrid hacía frío también, no?) mienten. Luego está la lotería, está también ese simpático hombrecito viejo y gordito que reparte regalos a diestro y siniestro por todo el mundo, en una única noche y con la ayuda de unos renos. Qué irónico. Y es que la Navidad es muy irónica, sí, sí. Estoy convencida de que lo es.




La ironía navideña, voy a llamarla así, es muy fácil de comprender. En primer lugar, compramos mucho y comemos aún más cuando, en la mayor parte del planeta (que se encuentra ya sin apenas recursos naturales pero, en cambio, despilfarramos cantidades inimaginables de energía en preciosas bombillitas) la gente no tiene nada que llevarse a la boca, ni mucho menos tarjeta de crédito, ni tampoco regalos, ni por supuesto Navidad. Yo pensaba, de pequeña, que la Navidad era algo que se celebraba en todo el mundo, eso sí, de diferentes maneras (en algunos lugares con nieve, en otros con fiestas en la playa, con más o menos vacaciones, no sé.). Lo que yo desconocía era que millones y millones de niños como yo la "celebrarían" muertos de frío y hambre, siendo víctimas de guerras, esclavitud y muchas otras catástrofes. Si Papá Noel vuela con su trineo por todo el mundo, ¿por qué nunca se acuerda de todos estos niños?. Quizás la culpa es nuestra, pues ni valoramos la suerte que tenemos ni la compartimos con los que no tienen nada. Qué egoístas parecemos, no?. Pedimos deseos, recibimos y regalamos, pero gracias a las abismales diferencias entre nuestro mundo y el de afuera, la ironía sigue haciéndose más y más grande cada invierno.
La gente pasea, disfruta de los maravillosos escaparates pensando en ese regalo que le gustaría recibir. La gente escribe cartas a unos hombres muy simpáticos que vienen en camello todos los años y que se comen los turrones y las galletas que les dejamos bajo el árbol. La gente, en definitiva, hace muchas cosas en Navidad, incluso se reúne con personas a las que durante el resto del año no ve. Todos nos volvemos más buenos, más encantadores, más generosos... Sin embargo, nunca nos paramos a pensar en las personas que, mientras vamos de tienda en tienda, tiemblan de frío en un banco o tirados sobre una acera, sí, esos individuos tristes de ropa sucia que nos observan con la mirada perdida y sin esperanza. Tampoco pensamos en aquellos que no pueden ir al cine como nosotros, ni sentarse junto a la chimenea, ni saborear un chocolate caliente de su abuela... porque es muy probable que no sepan qué es el cine, que no tengan chimena, ni chocolate, ni abuela. Puede ser que estén solos, sí, pero sobre todo puede que estén solos porque nadie les recuerda. También están los que sí conocen la Navidad pero no pueden celebrarla porque están enfermos, porque han perdido su casa, porque no tienen ya familia, porque están en otro país lejos de los suyos en busca de una vida mejor y de un futuro más digno.


Sea como sea, la verdadera Navidad debe ser un tiempo de compartir, de agradecer, de valorar, de disfrutar sin necesidad de lujos, simplemente conservando el verdadero espíritu navideño, ese que te mueve a ayudar al más necesitado, al que llora, al que nunca sonríe. La Navidad, sí, ese tiempo que debe ser especial por las personas que nos acompañan (o por el recuerdo de las que ya no lo hacen), por los momentos que compartimos y no por el dinero que gastamos ni por los regalos que recibimos.

18 dic 2009

Gracias por elegirme



Las buenas canciones perduran en el tiempo, se enredan en la memoria del oyente, superan la indiferencia de los medios y se transmiten mediante el boca-oído, premian a sus autores con la gloria de haber hecho feliz a algún oyente, o a miles...







Han pasado 30 años. El grupo que se formó alrededor de los hermanos Urquijo (Javier, Álvaro y Enrique) lanza su último disco, "30 años", para celebrar así su larga carrera musical y su permanencia en el panorama musical, a pesar de los golpes de la vida y de sus cicatrices. Ellos han sabido continuar sin caer en la oscura trampa del silencio, sin sufrir las consecuencias que conllevan el paso del tiempo y el cambio de generaciones. Los Secretos se han convertido en una de las bandas más significativas del pop español aportando calidad, humildad y esperanza con su música, con sus palabras ocultas entre acordes de guitarra. Se cumplen 10 años de la desaparición de Enrique Urquijo, pero son sus mismos seguidores quienes siguen pidiendo a gritos sus canciones, quienes reclaman su voz y se niegan una y otra vez a continuar sin él. Es aquí donde se encuentra el principal motor de este grupo, que sigue adelante con más fuerza que nunca empujado por el aliento de la ilusión.


Sin embargo, este grupo ha tenido que vivir una larga historia marcada tanto por el éxito como por la tragedia. En sus comienzos, cuando eran conocidos como Tos y, a las puertas de La Movida madrileña, el sueño que comenzaba para ellos se detuvo inesperadamente por la pérdida de su batería, Canito, quien era la luz de los hermanos Urquijo. Seis canciones registradas en forma de maqueta fueron su único legado. A principios de los ochenta, cuando ya convertidos en Los Secretos empiezan a darle forma a su proyecto musical y nacen temas como el conocidísimo "Déjame", el grupo vuelve a sufrir la muerte de otro componente, esta vez del también batería (el segundo ya), Pedro Díaz. La banda se viene abajo y abandona su sueño por un tiempo...

El renacer se produjo en la segunda mitad de la década, cuando Enrique Urquijo toma la dirección de la banda movido por sus ganas de componer, reorientándola hacia el country y los sonidos fronterizos. Los Secretos vuelven, movidos por el afán de romper con el pasado. Es entonces cuando viven un momento de crecimiento, conciertos, grabaciones y colaboraciones en el que ven la luz muchos temas nuevos, algunos de los cuales se convertirían después en leyenda.

Tras varios años de cambio, éxito y tras reencontrarse con el pop, los componentes del grupo juntan sus fuerzas para cumplir uno de sus sueños: grabar en Inglaterra. Es allí donde se da forma a "Dos caras distintas", en el año 1995. El momento más dulce de la banda se trunca cuando, con tan sólo 38 años, Enrique Urquijo aparece muerto en el barrio madrileño de Malasaña a causa de una desacertada combinación de estupefacientes. Junto con Enrique desaparecía uno de los mayores escritores del pop español, pero también la leyenda de una banda activa desde 1978... Era el fin.









Por último y, después del más trágico de sus episodios, Los Secretos comienzan su tercera etapa, su tercera "vida". Álvaro Urquijo se convierte en la voz del grupo y, decidido a continuar y a mantener viva la memoria de su hermano, sigue adelante la aventura que hoy cuenta con 3 décadas. Como auténticos supervivientes y con una discografía memorable a sus espaldas, Los Secretos cumplen 30 años de complicada y admirable carrera, habiendo conseguido un merecido lugar entre los grandes. Y es que, es difícil hablar de la historia musical de este país sin recordar algunos de los temas que marcaron generaciones y que siguen escuchándose en la habitación de muchos jóvenes soñadores de hoy, como "Pero a tu lado", "Ojos de gata", "Déjame", "Una y mil veces", "La calle del olvido" y, por supuesto, "Gracias por elegirme".





15 dic 2009

Con besos de rock y miel



Aún se escuchaba a Tim Rogers
con su Corazón pesado.
Sonaba también Leonard Cohen...
La enigmática sala, con mis tacones, a tu lado.

Tú me escribías "Te quiero"
en la proa de un barquito de papel.
Chaqueta de cuero, con guitarra y sin miedo.
Noches de azul y plata, con besos de rock y miel.

Nuestra ley, ¿teníamos alguna?
era el sabor de no atarnos con normas.
Dibujar un mañana, tentando a la Luna.
Soñar en las calles, burlando las formas.

Tú me escribías "Te quiero"
en la proa de un barquito de papel.
Chaqueta de cuero, con guitarra y sin miedo.
Noches de azul y plata, con besos de rock y miel.

Porque soy igual que ese cantante,
y hoy me pesa el corazón.
Ya es muy tarde, triste príncipe...
suena nuestra última canción.

Se hundió mi dulce barquito
de tequieros y papel.
Se fue y naufragó en la mar
con besos de rock y miel.







9 dic 2009

La fábrica



Otra mañana como tantas. Tras una noche fugaz volvían a sentirse los pasos de hombres y mujeres que dejaban atrás su humilde y pequeña casa para empezar, nuevamente, un día más de color gris, un día más dentro de aquella oscura y fría fábrica. El sol todavía no había aprecido y la niebla aún resultaba más espesa a causa de la ausencia de farolas. Entre sonidos desesperados y brutales movimientos de chimeneas y de máquinas, el proceso volvía a repetirse. El grito agudo de una sirena anunciaba el principio de aquellas interminables y abominables horas de trabajo.

A través de las minúsculas ventanas -que eran la única vía de supervivencia dentro de aquel ambiente insalubre, húmedo, lleno de cenizas y humo- podía contemplarse el barrio obrero. Decenas de diminutas casas iguales establecidas en linea recta una junto a otra, todas tan cenicientas y tristes, esperaban la llegada de sus pobres ocupantes, los cuales jamás llegarían a ser ni siquiera sus propietarios. El hambre voraz del capitalismo más enfurecido acababa tragándose la vida de mayores, de jóvenes y de niños. Sí, los niños. En aquel escenario propio de una pesadilla con muy poca gracia, los más pequeños del grupo eran muchas veces los más deseados. Con sus manos finas y hábiles, eran capaces de hacer funcionar enormes monstruos. Para ellos nunca existiría la infancia, ni los juegos, ni los parques, ni nada. Al igual que sus padres, crecerían entre la resignación y el silencio mientras los engranajes de aquel terrorífico mundo controlado por las almas más crueles seguirían girando y girando hacia el destino de la esclavitud y de la muerte.


Un sistema de trabajo único y sencillo: utilizar al obrero como un títere, como un pequeño robot al que se le podía exprimir hasta la sangre. Y es que algunos ni tan siquiera salían muchas noches de la fábrica. Quedarse atrapado entre las garras de aquellas máquinas podía suponer el final. Pero nada se detenía. No importaban las vidas que se pusieran en juego. Nadie debía pararse. En aquel mundo hostil no existían derechos, ni opciones, ni posibilidades. No importaba ser un niño, ni ser madre, ni estar enfermo. A cambio muchas veces de nada, la sirena obligaba a todos a trabajar, trabajar, trabajar. Al fin, cuando el reloj se había agotado, montones de rostros ennegrecidos y cuerpos derrotados volvían a caminar tan vacíos hacia sus habitáculos, libres de aquel suicidio permanente hasta que la sirena les volviera a llamar.


Lo que los creadores de aquel despiadado sometimiento desconocían era que, entre las sucias pareces de aquellos tenebrosos y congelados edificios, se albergaba un rayo de luz, un halo de esperanza protagonizado por las más entrañables historias de sus valientes protagonistas. En un lugar tan poco idílico como lo era la fábrica, hombres y mujeres se amaron intensamente, lucharon conjuntamente y se ayudaron hasta la muerte. No sólo latían las cenizas en aquellos hornos, o los motores de aquellas máquinas hilanderas. Apasionados corazones encontraban el alivio sintiéndose alimentados gracias a la mirada de sus amantes, sintiéndose eternos durante los escasos minutos que duraba el tiempo de descanso. Y era allí, en el humedecido patio lateral, cuando en el cielo se abría una brecha que mandaba el aliento suficiente, en forma de amor, para poder continuar...

"L'Elionor tenia catorze anys i tres hores quan va posar-se a treballar. Aquestes coses queden enregistrades a la sang per sempre. Duia trenes encara i deia: sí, senyor i bones tardes. La gent se l'estimava, l'Elionor, tan tendra, i ella cantava mentre feia córrer l'escombra. Els anys, però, a dins la fàbrica es dilueixen en l'opaca grisor de les finestres, i al cap de poc l'Elionor no hauria pas sabut dir d'on li venien les ganes de plorar ni aquella irreprimible sensació de solitud. Les dones deien que el que li passava era que es feia gran i que aquells mals es curaven casant-se i tenint criatures. L'Elionor, d'acord amb la molt sàvia predicció de les dones, va créixer, es va casar i va tenir fills. El gran, que era una noia, feia tot just tres hores que havia complert els catorze anys quan va posar-se a treballar. Encara duia trenes i deia: sí, senyor i bones tardes."

Miquel Martí i Pol, La fàbrica



4 dic 2009

Escribir, ese impulso vicioso.




Me he equivocado, sí, me he equivocado. La literatura fue mi forma de amar, de conocer, de acariciar, de aprender. No fue un refugio frente a nada. Ver la vida literariamente no es cegarse a la vida, sino verla más clara. El que escribe no vive para contar: cuenta para vivir más y, de paso, contagia más vida a los que leen. Escribir no consuela de nada; no, no cura, sino que reabre las heridas: es una llaga nueva por la que, como por un ojo, se ha de ver todo de nuevo; por la que, como por una boca, se ha de contar todo de nuevo; revivir lo que de veras no se ha sabido vivir...


Y si alguien hubiese aprendido a escribir a la perfección, todo estaría aún por empezar: que nadie se ilusione. Entonces debería aprender qué decir: "Ya tienes el envase, llénalo." Se trata de un oficio que, por sí mismo, salvo para el que lo ejerce, es inútil; pero que es previo a todo. Una literatura que no sirva para la vida ni siquiera será literatura: no será nada, nada. Porque la vida, o lo que así llamamos, tiene siempre razón. No es sagrado lo que separa a los hombres ni lo que destruye el fervoroso goce de vivir... porque, para algunos seres, literatura y vida son dos nombres de la misma ansiedad y el mismo júbilo. Aunque los dos le duelan sin remedio en el mismísimo centro de los huesos...

Todas las cicatrices tienen un deber que realizar, que significan a la vez su razón de existir y su destino. Yo estaba convencida, hasta el tuétano de esos huesos, que el mío era escribir. Como el deber de ser bellas, perfumar, tener espinas y morirse deprisa es el deber de las rosas.


Papeles de agua, Antonio Gala