14 may 2010

Una nueva historia



Y los últimos pasos del día se escuchan, sigilosos, entre los rincones de la casa. La noche sabe a medicina y a huracanes de viento y azúcar. Ellos, juntos desde hace tantos años, besan su frente mientras dejan que el silencio entre la cama. Ella, al fin sola, desnuda sus pensamientos y desata el corriente que la arrastra más allá de los sueños que guardaban.

Esta tarde le vio. La vida es pura metamorfosis. Bajó las escaleras para reencontrarse, como con un relámpago inesperado, con los ojos de aquella noche y aquel amante equivocado. Las alas del barrio, abiertas a la tarde, recogían los últimos soplos de un recuerdo olvidado cuando desde lejos despedía a su amiga y las nubes sonreían.

Susurran las calles y laten las estrellas mientras ella observa las líneas de sus manos y suspira. Vuelve esa maleta, la roja mermelada, París y su aeropuerto y las plazas encantadas. Su cantautor favorito insiste en que en la vida todo está más cerca de lo que parece; todo se entremezcla y se diluye en la misma marea donde un día nadaron tantos peces.

Regresan acantilados y lunas de julio y mayo, cuando el planeta aceituna se desbordaba apasionado entre las bocas de aquellas sombras en un huerto deshabitado. Pétalos, canciones y un hada ingrata a la que un tuno le cantaba y le pedía amor eterno emergen del otro lado como cenizas en el invierno.


Viajes que nunca hizo, viajes que siempre repitió; viajes sin destino ni salida, reencuentros que prometió y no cumplió. Pudo haberse quedado en la isla, perderse en el castillo de Jaén, recoger rosas en Barcelona o tener un bar francés. Cartas, vuelos, despedidas; voces, ruidos, un balcón. Bailes y piedras esparcidas en un Estambul en flor. Noches frías de Alemania, luces tenues en Nueva York; California y sus mentiras o el Caribe y su color. Rompe aquellas promesas vacías, las rompe sin miedo y las pierde como perdió el avión.

Mientras espera su momento, el mundo parece más hundido y, como dijo un viejo amigo... Nadie parece hoy contento. Le observa dormir y es brutalmente hermoso el camino que trazan los pliegues de sus labios. Acaricia sin prisa su negrísimo pelo, mientras se pregunta dónde se encuentran el destino y su misterio. Mientras se vuelve pequeño y frágil entre sus manos, ella se esconde en su pecho y sus latidos se disparan cuando él sonríe, al fin, despierto.

Teme equivocarse otra vez y llegar tarde a ese tren de las cinco. Imaginando una nueva historia, acaricia las paredes de una casa y huele a café, a lavanda y amapola. La habitación es roja y un libro de Pío Baroja descansa en un sillón verde. Suenan risas, grifos y colchones cuando su amor entra en casa y, mientras acunan a un niño, la esperanza llena de luz sus corazones.


10 may 2010

Ladrones y fantasmas



Vuelvo al lugar en el que el reo echa las horas, mientras sueño y mi coartada se desmonta.

Sentada bajo la estatua en la que aquellos ojos me encontraron, trazo con mi mirada las líneas de un viejo edificio. Los tejados son azules, infinitos; las ventanas son negras y bordeadas en sus filos. La ciudad no piensa en detenerse y me pierdo con los caminantes entre el humo de un cigarro. Un hombre de pelo cano espera, quizás a alguien o tal vez a la nada. Mientras los minutos pasan, los coches se incendian siguiendo un camino ajeno a la primavera, a los pájaros y a sus trinos. La calma por la tempestad vuelve a ser amenazada.

Sentada bajo el metal que un día me vio soñar, cuento una a una las lágrimas que amanecen en mi cara mientras un fantasma acaba con mi utópica alegría. Vuelve otro ladrón, me roba lo que más quiero y de mis manos lo arranca para ahogarlo en algodón.

Me pregunto qué es vivir, mientras fracasa mi huida y me roban aquella risa en la que antes creía encontrarnos a ti y a mí. Los viajeros, aburridos, miran con calma por la ventana mientras un sol y mi alma se apagan y nada pasa. De repente, un ruido. El estruendo de la tristeza invade el vagón y me recuerda que el viaje acaba. Los muertos, y los recuerdos, parecen habernos vencido.

Se deshace la piel cuando mi todo se derrumba y entro en casa. La esperanza en los tiempos difíciles, dicen, es buena cuando la vida mata. Entre las paredes y los muebles deambula la sombra de una duda resignada. Lleno el vaso y pienso en las fotografías, en los viajes y las promesas que un día hice. La noche quiere dictarme sentencia, pero aprieto los puños para no perder el rumbo y que mis pies se deslicen.


Sentada en la mesa que un día me vio brindar como siempre quisiste, cuento una a una las lágrimas que amanecen en mi cara mientras un fantasma acaba con mi utópica alegría. Vuelve otro ladrón, me roba lo que más quiero y de mis manos lo arranca para ahogarlo en algodón.



Los muertos, y los recuerdos, parecen habernos vencido.

9 may 2010

"A pesar del vértigo, seguimos soñando"


Esta entrada no pretende describir una noche especial. Esta entrada no pretende sólo hablar bien de alguien que es conocido y admirado por varias generaciones en un país. Esta entrada es más que eso, es una historia. Esta entrada es el reencuentro con alguien a quien, sin verle, siempre guardé dentro de mí.

No tenía ni diez años la primera vez que dejé de lado el juego para dejarme llevar por su voz. A mi padre siempre le gustó escuchar a sus cantautores favoritos cuando íbamos de viaje rumbo a Andalucía. Era pequeña y, aunque no me había enfrentado todavía al amor y a sus trampas -ni tampoco a la nostalgia o a la melancolía-, me sentía extrañamente atraída por esas canciones que, según creía, me llegaban de parte de unos hombres especiales pero muy tristes. Sí, aquellos cantautores dejaron huella en mi memoria y sus notas regresaron a mí, inmensas y plenas, cuando llegó el momento de dotar mi día a día adolescente de sentido. Aute, Pedro Guerra, Serrat, Sabina... Eran todos grandes genios, todos reyes de la música y su arte. Sin embargo, hubo una voz que tal vez por su profundidad, por su cadencia o por su color azul poesía, llamó a la puerta de mi corazón para quedarse dentro de por vida. Era él, Ismael Serrano, el dueño de una poesía que empezó a formar parte cada vez con más intensidad de mis noches y mis días.

Mi mundo -ese mundo que creía ideal y pequeño- comenzó a desangrarse y a expandirse entre los golpes y las victorias de la vida. El amor, la política y la rebeldía hicieron de mí una soñadora con bellos ideales que la música de Ismael, en cada viaje en tren, me repetía. Empecé la facultad y me creí en medio de aquel mayo del 68 , o escapando de la guerra y el fascismo. Otras veces, acompañaba en Buenos Aires a las Abuelas de pañuelo blanco y vivía encuentros con Ernesto Che Guevara y otros luchadores vencidos. El metro dejó de ser un sinsabor para convertirse en ese escenario idealizado de mis mañanas, cuando antes de ir a clase de sociología escuchaba a Ismael susurrando en mi oído su tema "Recuerdo". Y así me sentía, como la protagonista de su canción... la chica más triste de la ciudad que escapaba de la lluvia cobijada en una cazadora de cuero.
El amor imposible dejó de ser para mí una utopía; Ismael me recordaba que, entre un diputado y una niña, la historia más enigmática podía ser posible entre sus acordes. La tristeza, la soledad, la rutina, un amante perdido... Cerrara mi puerta o abriera mi ventana, en secreto y con voz baja Ismael me abrazaba y, con lágrimas bailando entre sus letras, yo me perdía con los ojos cerrados.
Así han pasado los años, los meses, mi vida. Así, y de muchas otras formas, Ismael ha sido testigo de mis hallazgos, de mis pasiones y heridas: tardes lluviosas dentro de un coche negro junto a un príncipe, besos y vuelos que traspasan las paredes y las camas... Ismael estaba allí, espiándome como un silencioso testigo tras los secretos que se esconden bajo las aceras y las sábanas. Ismael conocía mi ánimo y compartía conmigo cada etapa -alegre o triste-, cada caricia, cada recuerdo, cada mirada nostálgica o enamorada...

Mi corazón bombeaba intentado contenerse. La suerte es costosa y efímera porque la esperas por mucho tiempo y, al final, cuando aparece se escapa rápido... Sin embargo sucede que, a veces, sin saber cómo ni cuándo, algo te eriza la piel y te rescata del naufragio. Se abrió una puerta oculta y, ante mis ojos, aquella parte de mi vida preservada tanto tiempo como un tesoro cobraba forma e inundaba mis pupilas.
Unos ojos castaños y profundos me conmovieron hasta estremecerme. Una sonrisa tímida, teñida de calor y humildad, me hablaba con esa voz inconfundible de tantos años: "Azahara, a pesar del vértigo, seguimos soñando". Mis brazos intentaron congelar el maldito tiempo cuando los suyos me abrazaban. Unos años reducidos a ese instante; una historia que, al fin, ponía cara a cara a dos cómplices que sin necesidad de presentaciones ya se conocían. Y, en aquel primer abrazo, mi corazón le daba la gracias.
No necesitamos más palabras que una lista de frases simples y sencillas, cargadas sin embargo de luz y de esperanza. Eran más que canciones, más que música o poesía. La noche debilita los corazones, pero con una mirada brindamos por nuestros sueños y nuestras derrotas. La tinta de un rotulador que, educadamente, pidió: "Alguien tiene un boli?". Sentía mil pájaros anidando en mi cabeza cuando, mientras se derramaba mi miedo a la despedida, su mirada volvió enigmática y tranquila. Volví a sentirle cerca, muy cerca, mientras volvía a deshacerme en aquel abrazo. Soñando con mundos mejores y luces de faros que nunca se apagan, mis ojos retuvieron la última imagen de ese hombre triste (no me equivocaba de pequeña) antes de volver a emprender mi camino.

Juntos, entre aplausos y lágrimas, nos acordamos de vivir. Vino a recordarme que no es tan malo crecer, aunque puede doler vivir, porque cada día el mundo amanece en él y por tanto también en mí. Vendrá el futuro a vernos, alguien escribirá un saludo de paz y los pájaros volarán con las alas más abiertas que nunca. Nos miramos y supimos que, cuando sintamos miedo al futuro, alguien nos estará buscando para que el mañana incierto sea más real, más igual, más limpio y justo. La cita terminó como empezaba, entre el sabor de la emoción y la alegría desatada. El vértigo nos recordó que nuestros sueños son ese alimento de vida cuando el mundo sólo es ruido y la injusticia una amenaza.

No tenía ni diez años la primera vez que dejé de lado el juego en el que estaba inmersa para dejarme llevar por su voz. Sucede que, a veces, sin saber cómo ni cuándo, algo te eriza la piel y te rescata del naufragio. Se abrió una puerta oculta y, ante mis ojos, aquella parte de mi vida preservada tanto tiempo como un tesoro, cobraba forma e inundaba mis pupilas. Unos ojos castaños y profundos me conmovieron hasta estremecerme. Una sonrisa tímida teñida de calor y humildad me hablaba con esa estrella inconfundible de tantos años: "Azahara, a pesar del vértigo, seguimos soñando".
Mi corazón te dio las gracias.


1 may 2010

Ausencia

Quien dice que la ausencia causa olvido merece ser de todos olvidado. El verdadero y firme enamorado está, cuando está ausente, más perdido. (Juan Boscán)


AUSENCIA

El reloj marca las once y su prisa y esta cama me recuerdan que no estás. Podría salir y ver cómo se esparce la noche entre las cenizas de unas aceras mediocres y un silencio sin final.

Cierro la puerta y mi cárcel me secuestra para escapar de esos gritos y esas voces que me amenazan tras el umbral.

Acaricio mi pelo, húmedo todavía, y me pregunto con tristeza si encontraré la certeza de saber cuándo vendrás.

Tu ausencia es la culpable de que deshoje cada recuerdo y, mientras me vence este sueño, te necesite más, siempre más.

Podría abrir la ventana y perderme, como otra sombra, en la basura que alguien se deja abandonada tras el cristal.

Me acerco al portal donde nos despedimos anoche y siento tus labios cuando acogen los míos sin vacilar. Acaricio mi pelo, húmedo todavía, y me pregunto con tristeza si encontraré al fin la certeza de saber que volverás.

El reloj marca las once y su prisa y esta cama me recuerdan que hoy no estás.