31 oct 2009

El gorro de lana

...¡Pero si llevas la etiqueta colgando!. Ya sé por qué nos miraba mal aquella chica rubia, está claro. ¡Llevas la etiqueta puesta!... ¿Yo no la tengo, verdad?. Venga, va, no te lo quites, vamos a ver cuánto aguantamos. Mira, mira, el panel dice que la temperatura es de 29ºC. ¿Has visto la cara que ha puesto ese hombre?... ¿Crees que habremos salido en la foto de ese tipo?. No te lo quites, anda, aguanta un poco más...
Qué sencillo es caminar por la ciudad cuando no tienes nada mejor que hacer. Qué sencillo es encontrar un lugar donde comer cuando estás feliz y tienes la compañía de alguien que te comprende y comparte tu pequeña -o grande- locura, tus preocupaciones, tus sonrisas. Kilim, comida turca. Sentadas en la terracilla nos integrábamos en la mañana de aquellos paseantes mientras, curiosas y divertidas, escudriñábamos el menú rebosante de platos turcos. Qué bueno todo. Luego, aquella tienda llena de sorpresas. Qué objetos tan exuberantes, no podíamos ni imaginar cómo se aprenderá a usar esas cosas, tampoco nos preocupaba demasiado. Demasiado para nosotras. No era ese nuestro sitio, pensábamos entre carcajadas. Al llegar al estante, más tarde y ya en otra tienda completamente distinta, algo nuevo nos estaba esperando. El otoño ya era invierno, a pesar del calor, y los tibios gorritos de lana parecían llamarnos: ¿Nos lo compramos, no?. Yo me quedo con el negro. Creo que a ti te quedaba muy bien el de antes, el marrón. Voy a dejar el rojo, me parezco a Wally, ¿no?... Mira qué bonitos, se pueden colocar de varias maneras y todo. Venga, pagamos y nos lo ponemos ya.
Salir, mirarnos, descubrir nuestras cabecitas cubiertas con ese cálido y suave gorro de lana. Ver las caras de asombro de tantos que, buscando una sombra desesperados, nos señalaban. Andar más rápido, parar. Disfrutar descubriendo todas esas amargas caras. Nos daba igual lo que pensaran, nuestra complicidad era lo único que importaba. Era 30 de octubre, hacía un día absolutamente veraniego y llevábamos un gorrito de lana. Queríamos imitar a las mujeres parisinas, lo queríamos todo y a la vez no queríamos nada. Éramos libres, hacíamos lo que nos daba la gana.
(Esta entrada va por ti, y por nuestra mañana... por esos momentos y nuestros gorros de lana.)

29 oct 2009

Como pez inmóvil


Ya lo decía -y no se equivocaba- Ismael Serrano en una de sus canciones: Mi vida, poco a poco, se va llenando de esos días tristes, grises y opacos, que uno omite en su biografía... Y yo, como pez inmóvil, me quedo quieta en medio de la inseguridad de una sociedad que, cual ballena, nos engulle.

El problema no viene únicamente de ayer, ni del siglo pasado; el problema nace y renace cada mañana ante nuestros ojos. Retrocedemos, nos dirigimos sordos y ciegos hacia un abismo hambriento, cruel y desalmado que nos sucumbe. De nada nos sirvió el miedo, ni el horror, ni una devastadora dictadura. De nada nos sirve tenerlo todo, ni poder comprarlo todo... Y es que la realidad es que no tenemos nada. No sabemos tener nada. Ya no valemos para luchar por nada. Hemos olvidado -error pequeño pero crucial- cuál era la razón de ser de quienes nos precedieron. Hemos asesinado todo amor por la cultura, nos hemos burlado del tesoro que se esconde en los libros, en las canciones y en los corazones de aquellos viejos poetas. Ni tenemos ideales ni nos importan. Nos dejamos arrastrar, arrastrar y arrastrar por la ceguera de la masa.

La mujer, por otra parte, ha pasado de ser un objeto resignado a ser un objeto disfrazado. Estamos obligadas a ser perfectas, a mostrar los huesos y un maquillaje que sature los poros de nuestra piel. Tenemos que dejar de comer; tenemos que ser madres, hijas, esposas, trabajadoras, estudiantes y bombas sexuales al mismo tiempo. Nuestra vida es frenética, pero si nos portamos bien y obedecemos a este estúpido canon de belleza, tendremos nuestro merecido caramelito de la aceptación social. Los hombres, no sé, son otra cosa. Ellos pueden salir a la calle en pijama si quieren. Nosotras, tenemos que ser muñecas guapas, estupendas y, no lo olvidemos, tontas. Ni gordas, ni feas, ni listas, ni descuidadas. Si queremos formar parte del juego, tenemos que ser una celebrity más.

Pese a todas estas cosas, lo que menos gracia me hace, lo siento mucho por los ignorantes e incrédulos que piensan que nuestro mundo termina en Gibraltar, es que millones y millones de personas siguen presas del hambre, del terrorismo, de la desesperación. Ellos no comen, a diferencia de nosotros, no por miedo al rechazo social, sino porque no tienen nada que llevarse a la boca. Ellos lloran por su trabajo, no porque tengan depresión o estrés, lloran porque los explotan. Ellos no van al hospital, no porque no quieran probar el milagroso bótox, simplemente porque allí los hospitales y los médicos no existen.

La lista de desajustes, ironías y barbaridades podría hacerla más larga, pero lo que hoy me preocupa más todavía es que, en gran medida, la responsabilidad de todos nuestros problemas la tendrán pronto los jóvenes. Sí, los jóvenes, esos individuos fluctuantes que se desahogan con el alcohol, que celebran su inmadurez con drogas, que no saben ni quieren vivir, que nunca lucharon ni lucharán por nada. Ellos, los que se conforman con ser mileuristas, tener un choche nuevo y una aventurita cada fin de semana.

Abróchense los cinturones, el barco de la resignación ya ha zarpado. Y yo, como pez inmóvil, veo crecer a esa ola que a más de uno nos ha tragado.

28 oct 2009

Días

Otra vez lo mismo de siempre: abrir los ojos, estirar los brazos, apoyar los pies en el suelo helado, despertar.

Quién sabe lo que estará pasando ahí fuera. Muchas veces me resisto a encender la caja tonta, demasiadas desgracias para un corazón tan tenue como el mío. Qué le vamos a hacer. Quién sabe lo que estará pasando ahí fuera. ¿Por qué la ventana me trae de vuelta una imagen tan vacía, tan lánguida, tan triste aunque brille -aparentemente- el sol?. A veces pienso que el sol es eléctrico, que alguien lo enciende y lo apaga. Menudo misterio. Quizás funcione mediante una batería gigante. Si es así, no me imagino qué pasará si se apaga, sin más, sin avisar y de repente. Qué más da.

Y es que es muy difícil engendrar sonrisas por la mañana. La realidad te golpea sin piedad, luego te lanza contra el suelo. Entonces, descubres sin ánimo las rutinas de otros, sus dolores, sus canciones desazonadas, su salir a la calle, su volver, sus pasos subiendo escaleras. Descubres tus rutinas, tus dolores, tus canciones desazonadas, tu hablar sin querer decir palabras. Saludas sin ganas, voces en desperdicio. Cuánta vida pobre y resignada dentro de un edificio!.

Debe haber algo más. De hecho, estoy segura de que lo hay. Si no, no puedo imaginar cuál es el sentido de tanta sangre, de tantos motorcillos bombeando. Habrá que mirar debajo de los coches. Tal vez allí se esconde, olvidada, alguna papeleta de la suerte. Puede ser que un niño se la llevara a la escuela entre sus libros, o que viaje atada a la rueda de la bicicleta de un anciano cualquiera que, por miedo a no volver a verlo, se pasea cada amanecer por los bordes de su campo, de su sacrificado sudor. A pesar de todo, aún las calles conservan, bajo sus cansadas aceras, algunos rescoldos de felicidad. Es por eso que tendré que bajar, abandonar el portal. En algún lugar debe estar el mio. Sí, voy a bajar ya. No vaya a ser que un caminante inoportuno no lo vea y me lo pise. No vaya a ser que se hiele para siempre bajo el frío.

27 oct 2009

¿Hasta cuándo esperarías al amor de tu vida?




El amor en los tiempos del cólera es una novela de amor de Gabriel García Márquez, Premio Nobel en 1982, publicada en 1985. Es, principalmente, un compendio acerca del amor y sus múltiples variantes, una reflexión sobre el paso del tiempo que destruye y reconstruye almas y ciudades, sobre la memoria y sus infinitos laberintos, sobre el amor y sus consecuencias.

La trama se desarrolla en Cartagena (Colombia) a principios de siglo XX, época en la cual, según el narrador, los signos del enamoramiento podían ser confundidos con los propios síntomas de la enfermedad protagonista: el cólera. Al igual que el caudaloso Magdalena, a cuyas orillas la historia serpentea y fluye, rítmica y pausada, García Márquez describe durante más de sesenta años la vida de los personajes principales: Fermina Daza, Florentino Ariza y el doctor Juvenal Urbino de la Calle. Todo se entremezcla entre este escenario y estos personajes como una combinación tropical de plantas y arcillas que la mano del autor modela y fantasea, como una espiral de emociones que desemboca en los terrenos del mito y la leyenda, acercándose a un oscilante y tenue final feliz.

De la misma manera, El amor en los tiempos del cólera, (Love in the Time of Cholera), es una película de 2007 dirigida por Mike Newell y protagonizada por Javier Bardem, Giovanna Mezzogiorno y Benjamin Bratt. La película fue rodada principalmente en la ciudad de Cartagena de Indias en el año 2006 y está basada en la obra homónima del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Cuenta con la participación de varios actores de origen hispano y permite acercarse, sin duda, a un mundo de pasiones, aromas, texturas y colores, acompañado de una magnífica banda sonora en la que la artista colombiana Shakira ha interpretado algunos de sus temas, como La despedida y Hay amores.




Más información:

http://www.filmaffinity.com/es/film522524.html

26 oct 2009

Intensidades


'Fue la primera vez, y tus labios parecían de papel. Papeles de agua, un papel en blanco o en mi vida tu papel.'Tú me dirás quién ha escrito este papel que nos incluye, nos define, que te hace escritor y a la vez un sorprendido destinatario de tantos versos.

Es imposible entender cómo llega, pero nos transforma, nos eclipsa esta intensidad. Cómo conocer el amor que no puede mirar, que sólo espera, que únicamente adivina... cuando se ama sin nada más. Intenso latido de un corazón soñador al recibir el vuelo de tus palabras tiernas, eternas, mías, de los dos. Desde tan lejos, vuelven sigilosas tus palabras.

Nuestro único puente entre lo visible y lo invisible: esta intensidad. Besos etéreos que atraviesan el alma sin apenas acariciarla. Miradas perpetuas que detienen la historia de dos ojos que al fin, desde lejos, se funden en los del otro.

Tu risa y, entre letras, yo guardándola. Vencidas, las hojas se despiden y tiernamente descansan en este suelo tuyo y mío. Nuestras lejanas y preciosas palabras. Tu voz efímera y la esperanza.

Tu risa: intensidad.

20 oct 2009

Arcueil-Cachan



No pensaba que, al llegar a la estación del Norte, iba a sentir de nuevo ese olor a otoño, a melancolía y a castañas asadas. Allí estaba, de nuevo, aquella mujer tostando entre fuego y cenizas todos los recuerdos que irrumpieron en mi mente. Unos niños abrían la boca sorprendidos, mientras la inmensa marabunta continuaba con su paso frenético hacia su incierto destino rutinario. Fue entonces cuando el desesperado paso del tiempo me abrió los ojos, y entonces lo vi claro.

Durante varios días, mi vida había transcurrido de una manera más cercana al sueño que a la propia realidad. Allí estábamos, una y otra vez, subiendo y bajando escaleras cogidos de la mano. Entonces, entre gentes y miradas, lanzábamos al aire una sonrisa inocente cada vez que la puerta de nuestro habitual RER se cerraba y entonaba un simpático sonido que reconocí, me dije segura, como un "la". Todo tenía sentido entre aquellos transeúntes desconcertados, cuando buscábamos la salida entre los interminables pasillos del metro de París. Todo bastaba, nuestra aventura diaria no se quedaba pequeña, todo nos cabía en el arco que trazaban nuestros unidos brazos. A nuestros pies, al salir de aquel mundo subterráneo, la ciudad nos llamaba y acudía, enigmática, a nuestro encuentro.

Era allí, en aquel entrañable escenario lejos de todo y de todos, cuando sonaban acordeones y violines, cuando se perdían los soñadores y se disparaban con asombro cámaras fotográficas. Una espiral de calles, sabores, olores, aspectos, melodías, edificios y aceras grisáceas nos envolvía, nos hacía girar hacia la certeza de lo incierto. Era aquél el mundo que una vez habíamos reclamado. Era tan sólo un mundo que nos había escogido y arrastrado.

Noche de luna, noche fría, noche rosada, noche larga. El recorrido terminaba, día tras día, junto a las vías que descansaban frente aquellos cables eléctricos, junto a la pequeña torre y los escasos asientos inmóviles de aquel tranquilo apeadero. Bajábamos, corríamos, sonreíamos de nuevo.

Pero el tiempo es efímero, como la ilusión, como los segundos de gloria que nos devuelve toda espera. Entonces, ya de regreso, me desperté con el abrazo de Valencia mientras una mujer de jersey viejo y cara inexpresiva asaba castañas en la calle Xàtiva. El desesperado paso del tiempo me abrió los ojos, y fue allí cuando pude verlo claro: se cerró una puerta que daba paso a la apertura de otra. Sus ojos tranquilos me miraron, me retuvieron un instante más junto al dueño de aquel silencio. Una mano tierna se decidió a acariciar la mía. Y allí permanecimos cinco segundos más, testigos de nuestra historia en la estación de Arcueil-Cachan.

16 oct 2009

Tu mano


En el silencio de esta habitación, se ahoga un grito que me exprime el corazón.

Abajo, en la calle, las primeras hojas de Paris duermen en el letargo, mientras tú todavía no has vuelto. La ventana me sonríe, tímida, ya se acerca la hora.

No bastan días, minutos ni segundos. Ni una vida me basta para desnudar el tiempo contigo. Acaricias mi mano en la sombra de la noche, dentro de tu jersey puedo encontrar el abrigo.

Podemos bailar, recorrer las grises calles y los largos senderos de adoquines que se dibujan bajo los altos y cenicientos tejados de la urbe. Podemos condenar al tiempo para que muera en una mirada, podemos cerrar los ojos y perdernos dentro de nuestras manos enlazadas.

Yo me habré ido, quizás nadie te hable desde esta habitación perdida entre arboles y trenes que susurran ilusiones. Prometo buscar en cada latido de estas cuatro paredes una vida contigo, prometo abrazarte con cada palabra de mis canciones.

El cielo se entristece porque se agota el reloj y no vienes. La nostalgia de las nubes el suelo humedece, mi alma suplica que un adiós nunca llegue.

Y, tras la puerta, me sorprendes deshojando la esencia de la felicidad, dulcemente contenida en la palma de tu mano.

1 oct 2009

¿Qué es la música?



"La música no miente. Si hay algo que pueda ser cambiado en este mundo, sólo podrá suceder a través de la música". (J. Hendrix)


¿Qué es la música? Si nos detenemos a pensar sobre esto, podemos encontrar un sinfín de definiciones, como por ejemplo la música es vida y, por tanto, la vida es música.


Para empezar, la música ha estado cerca de nosotros desde que los primeros hombres se atrevieron a crear instrumentos simples durante el lejano pasado. La música es parte de nuestro ayer, pero también de nuestro presente y de nuestro futuro. Ha formado parte del escenario de las revoluciones más significativas de la historia, como la de 1968. La música también es capaz de conseguir que alguien permanezca inmortal. Muchas generaciones conocemos y admiramos a un vasto número de bandas simbólicas como lo fueron The Beatles, The Rolling Stones y Nirvana, por ejemplo. Este es el caso también de Elvis Presley, Bob Marley y Michael Jackson, los cuales restarán aún vivos gracias a sus seguidores y a sus reconocidas canciones.


La música puede, también, describir nuestro mejor o peor estado de ánimo. Está estrechamente vinculada con nuestros sentimientos más profundos. Podemos escuchar música celta, folk o chill out para relajarnos; rock, y heavy metal para activarnos y pop, jazz y música clásica para recrearnos en nuestra sensibilidad. La música nos acompaña en cada etapa de nuestra vida, es capaz de reflejar nuestra propia historia, de describir también nuestro camino.


Actualmente, pocos pueden vivir sin la música. Nosotros nos movemos conectados a nuestros iPods mientras viajamos en la rutina, yendo al trabajo o a la universidad. La mejor compañía son, sin duda, nuestras canciones preferidas. Son muchos los que sueñan con convertirse en artistas durante su juventud, a pesar de que crecen para vivir, finalmente, una vida normal e insípida. Algunos afortunados, en cambio, rozan el estrellato gracias a un inesperado golpe de suerte. El resto de los mortales, qué remedio, nos resignamos a escribir y a tocar nuestros propios temas en solitario, con nuestros amigos o dentro de una pequeña banda.


Por último, la música es también un vehículo de expresión artística, un estilo de vida, una forma de pensar, un ideal... Porque, como defendía el conocido filósofo Friedrich Nietzsche, sin música, la vida sería un error incorregible, como lo sería el silencio... Y, tras el silencio, aquello que expresa con más certeza lo inexpresable es la música.