12 jul 2012

San Fermín




Suena un cohete y nos dicta sentencia.
En el amplio corral alguien abre una puerta.

Sale mi manada detrás de unos pastores
y en la calle nos esperan impacientes corredores.

Han cantado y han pedido en castellano y en euskera
que el pequeño San Fermín les proteja en la carrera.

Y, en nosotros, ¿alguien piensa?
Tenemos frío y no sabemos
qué encontraremos afuera.

Los húmedos adoquines resbalan.
La gente grita, los mozos saltan.
Los Sanfermines son una fiesta
que hacia la muerte nos abalanza.

Hay una curva en el recorrido
donde acabamos todos heridos.
Si encima caen de nuestras astas
todos corremos igual peligro.

No sólo ellos.
Nadie les mata.
Nadie clavará banderillas en su espalda.

Seguimos desconcertados
hasta entrar en una plaza
donde miles de personas
nos gritan haciendo palmas.

Y ahora, ¿dónde nos llevan?
Alguien abre otra puerta
hacia el infierno y la condena.

Es el final. Tenemos miedo.

Arena y sangre
se mezclarán
cuando esta tarde
salgamos al ruedo.

Y, ¿para qué?

Nadie nos preguntó
si queríamos salir
para darle la fama
al mayoral que nos trajo aquí.

Es una fiesta desalmada,
como ese San Fermín...
Pues atrae a medio mundo
para vernos morir.