29 ago 2014

Dolor





El ser humano, oxidado hierro
es a veces un lamento de huesos.
Los años vuelan densos, espesos
en mitad del horror y del destierro.

Sólo las palabras, y el recuerdo,
pueden llenar estas horas vacías
cuando mata el dolor, lluvia fría,
y los días de alegría quedan lejos.

Escribiré para poder ayudar
a la triste figura que ahora veo.
Se fue el calor, se fue el deseo
y el tiempo más bello vi marchar.

Los minutos muertos bailan tristes
mientras la cama es hoy el puerto
donde un atormentado cuerpo
batalla por volver a volar libre.

Dejad a esta tinta a mí venir
porque si no escribo, duermo.
No quiero ser como ese enfermo
que resignado se ve morir.



28 ago 2014

Lija y terciopelo





Entre el cielo y el suelo
sigue vivo un recuerdo
de historias de dos,
de pereza y desvelo.
Lija y terciopelo.

Un amor temporero
entre olivos y besos.
Un lamento severo
y un ardor en los huesos.

El cuerpo se me revuelve
cuando regresa tu voz.
Revolcón y patera,
una guitarra sin cuerdas,
eso somos tú y yo.

Un colchón remendado
en un octubre de luz.
Una boca sedienta
en un jardín desolado.

Una habitación y una cruz.

Tus palabras son acero.
Mi corazón es de mimbre.
Tu chaqueta es de cuero.
Si te alejas me muero.

Ojalá me quieras libre
entre promesas y celos.
Es nuestro amor temporero.
Somos lija y terciopelo.



26 ago 2014

Aquel amor





Y esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor...
(G. G. Márquez)



Los años han pasado como las páginas de un libro que no pudo terminar de escribir. Ya no encuentra un motivo, no logra el modo de empezar un nuevo capítulo. Sus días son grises y opacos, han perdido su color y hoy nada la inspira. Ha buscado esa pequeña luz en cada rincón de su mundo, ha viajado y ha tratado de congelar en su retina cualquier imagen bella y llena de vida. Ha coleccionado atardeceres, sonrisas, paisajes, sonidos, miradas, momentos... pero no es suficiente. Sentada frente al espejo de la cómoda de su dormitorio de matrimonio no se reconoce. Aún conserva la belleza de entonces, aunque en sus ojos se ha instalado una mirada nueva. Es una  mujer más pacífica, más serena. En su mano izquierda brilla delicado un anillo de diamantes. Lleva puesto un camisón rosa que contrasta con su negro pelo. Todo en ella ha madurado, pero en su corazón hay una herida que sangra y que ya ni quiere ni sabe ocultar. Una inexplicable tristeza (que dicen que se irá si tiene hijos) se ha detenido en sus ojos y en su corazón. Sólo el olor de las castañas asadas y la luz triste del faro, cada doce segundos, parecen aliviarla. 

Hubo un tiempo en que su irónica vida no era mejor, pero sí más fácil. Nada la preocupaba, nada la detenía y cada segundo merecía ser saboreado como el último. Los días tenían un brillo especial. Estaba viva, bailaba y sonreía. En aquella intensidad era feliz. Cerraba los ojos y se dejaba llevar por el cuerpo de su amante mientras la voz de Billie Holiday llenaba la habitación. Bailaban durante horas y sus noches se alargaban entre secretos y besos. Aquel dolor era el más intenso y agradable que había experimentado. Sangraba orgullosa y soñaba despierta disfrutando del sabor más dulce, el cual se había detenido para siempre en sus labios desde que lo conoció. Lo veía en el cielo de la mañana, en la brisa de la noche, en todas las caras de la Luna. Como una pareja eclipsada por su propia tragedia, disfrutaban de aquella enfermedad dichosamente compartida. No pensaban en las consecuencias de su extraña locura porque les embriagaba la pasión, el deseo y melancolía. Los tres elementos se necesitaban, se entrelazaban como sus labios y sus dedos hambrientos de amor. 

Entonces no le molestaba arrugarse el vestido, ni acostarse en la hierba. Era una joven guapa, divertida y despreocupada. Era la dueña de su vida y su día a día estaba teñido de éxito y sonrisas. Coleccionaba escondites y las paredes se convertían en testigos de lo que a nadie contó. Todo le iba bien, era una buena estudiante y sólo perdía la cabeza por los hombres. En especial por uno, por su gran amor. Eran jóvenes y la inexperiencia les mantenía siempre vivos, deseando agradar, sorprender, imaginar. Eran dos almas libres y opuestas pero no sabían separarse y cualquier excusa era buena para volverse a encontrar. Ni el paso de los años ha evitado que tiemblen cuando se escuchan, que le tengan pánico al teléfono, que se deseen cuando se miran, que se acaricien sin llegarse a tocar. 

Pero todo lo que empieza, le dijeron, tiene que terminar. ¿Terminó algún día? Nunca lo creyó. Conoció a otras personas, viajó por muchos países y vivió aventuras tan grandes como peligrosas. Se vistió de novia, creyó haberlo encontrado todo pero se dirigía al abismo más oscuro. Por las noches una roca pesada amenaza con destrozarle el pecho. El dolor regresa y no puede dormir. Un fantasma la persigue, salta de la cama y solloza a escondidas porque se siente sola, desdichada y vacía. Dicen de ella que lo tiene todo, al menos lo que cualquier mujer que conserve un poco de cordura podría desear: una casa grande, un marido trabajador y atento, un armario lleno, una agitada vida social. Por las madrugadas abre su cajita y vuelve a rozar con cariño un mechón de pelo castaño. Observa las fotos en sepia, las abraza y rompe a llorar.

Sucedió de repente. Una noche, mientras su marido dormía, sentada en la cama lo comenzó a observar. El hombre, que respiraba tranquilo tras el acto sexual, descansaba plácidamente ajeno a la terrible batalla que se estaba librando en el corazón de su mujer. Para ella la convivencia se había vuelto insatisfactoria e insípida. El sexo, soso y aburrido. Las noches, amargas y destructivas. Ya no lo ama. Tal vez nunca lo amó. Se había entregado a él hambrienta de unos brazos que le diesen, por una vez en su vida, seguridad. Toda mujer ansía en algún momento compartir la cama con un hombre que la proteja, que le dé estabilidad. Para ella, no obstante, la estabilidad tiene un coste demasiado grande y encontrar el equilibrio es imposible. Su compañero huele bien, le transmite calma y la complementa con su racionalidad. Pero su día a día es frío y repetitivo. La rutina se ha convertido en una losa que no la deja respirar.

Hay noches que se tiñen de rojo, de cuchillos y silencios. Ella recuerda aquellos días en los que se sentía volar. Su vida era agridulce, pero la intensidad de su locura la mantenía despierta. Lloraba y reía con el mismo placer. Se sentía deseada y poderosa. Era una guerrera radiante, dueña de su caminar. 

Sucedió de repente. Se apagó una voz. Su sonrisa se borró y las manos se separaron. No recuerda las razones, no hay responsables ni hay culpa. Sólo hay un deseo que se reaviva, noche tras noche, como las cenizas de su amor. Sigue cayendo, tropezando e intentando salir de su absurdo laberinto. Hay amores que se vuelven resistentes a los años. Parece que se acaban y florecen, pero en las noches del otoño reverdecen acompañados por una magia y una tristeza necesarias.

Dicen que a los muertos sólo los mata el olvido. Si algo es recordado es que nunca terminó.


(Para Fermina y Florentino)






20 ago 2014

Volar



A veces no es necesario perder el tiempo intentando contener entre nuestras manos la complicada madeja de la vida controlándola, protegiéndola. A veces simplemente es mejor cerrar los ojos y sentir con los pies descalzos el contacto de la tierra. Escuchar el reloj que nos late en el pecho. Oler el jersey de esa persona que nos hace sentir bien. Encontrarse lejos pero en casa. Encontrarse en casa pero distinto. Volver a esos lugares conocidos, pisar de nuevo las calles y ver que todo sigue, que nada es diferente menos tú mismo. El vértigo es tan natural como puro. Los atardeceres más bellos sólo se observan a tres metros sobre el cielo, por encima de las nubes desde la ventanilla de un avión.

Las mismas caras, pero un nuevo sentido. Te miran y algo de ti ha cambiado para siempre. No volverás a ser la misma persona. Todo cambio te engrandece y toda muerte te renueva. Te abrazas a esa fuerza, al valor para marcharse y al miedo a llegar. Sientes las cosquillas recorrer tu cuerpo. Sonríes sin motivo y no te avergüenza llorar. Ya no es necesario comprenderlo todo. La belleza de la vida también se encuentra en esos instantes inciertos, en el impredecible azar.

A veces no es necesario buscar razones. Sólo debemos abrazarnos a lo nuevo, al sueño y al despertar. Siempre hay algo bueno en lo malo, y a veces lo bueno no quiere decir lo mejor. Todo depende del vidrio con que lo mires. El camino está lleno de sombras, porque allá donde vamos encontramos espejismos. Tú eliges la imagen que mejor define cada uno de tus pasos. Ya no importan los porqués, ahora todo lo entiendes. Y te das cuenta de que has cambiado cuando comprendes que ya no es necesario buscar respuestas a lo que jamás las tuvo. Ya no buscas comprender lo incomprensible, porque sabes sentirte lleno reconociendo estar vacío. Ahí está: la sabiduría se esconde tras cada piedra. Los tropiezos son necesarios para perder el miedo al camino. Sólo sigues esa luz interna que te hace avanzar. Eres firme como una montaña, delicado como una rosa, fuerte como las raíces, libre como las corrientes del mar. 

Uno sabe que le pertenece todo cuando no se aferra a nada. Uno aprende a valorar lo que tiene cuando se desprende de sus cosas, cuando parte hacia lo incierto y se va. Todo cuanto amamos tiene que sentirse libre: si regresa, es nuestro; si no, nunca lo será. Todo hombre anhela ser como un pájaro: elegir el momento de partir y el instante para llegar. Pero la libertad es el tesoro más precioso, la fruta prohibida y la piedra filosofal. No se consigue fácilmente. Es una meta por la que luchar. La libertad, tan hermosa como necesaria, tiene un precio muy alto. Algunos por ella dan la vida. Otros simplemente se contentan con aprender, a base de golpes, a volar. Todos llevamos dentro un pequeño pájaro. Más aún, uno puede ser libre aunque esté en una celda rodeado de cadenas si conoce la grandeza de su mente. La mente no tiene límites, su límite siempre tiende al infinito. Y entonces sucede la magia: cuando el hombre comprende que es libre para pensar, entonces se da cuenta de que siempre ha tenido el precioso derecho a volar. De hecho, siempre supo hacerlo. 



Para mi sirena, un ave melancólica que dio su vida por volar libre.