28 dic 2012

La residencia del olvido




Era la primera vez que entraba en una residencia de ancianos. Nunca tuve familiares en una. Me habían invitado a un concierto del coro de la localidad y no pensé que cuando saliera de aquel lugar algo escondido en un entresijo de mi ser habría cambiado para siempre. Y es que ya no regresé siendo la misma. Algo de mí murió en ese lugar y algo nació y se vino conmigo cuando salí por la puerta.

Eran las siete de la tarde y el viento soplaba con tanta rabia y tanta fuerza que los cristales de la residencia se estremecían. El concierto de Navidad estaba a punto de empezar y llegué con prisas. Intenté abrir la puerta, pero desde dentro me dijeron que tenía que esperar. Allí estaban. Dos ancianos altos y fuertes golpeaban el cristal de la puerta de entrada con sus manos grandes. Gritaban, pedían ayuda. Querían escapar. Una enfermera vino a llevárselos, pero ellos se oponían. Al fin me dejaron entrar y todo empezó a dar vueltas a mi alrededor. Sentía que me mareaba. No podía dejar de mirar a esos hombres. "No cerréis la puerta, que no la cierren", decían. Me quedé quieta unos segundos hasta que pude dejar esa visión atrás y preguntar dónde se celebraba el concierto. 

Entre voces y ecos, recorrí un pasillo largo parecido al de un hospital, pero también al de un hotel. Pasé por delante de muchas puertas y muchas ventanas. Todo brillaba nuevo y limpio. Llegué a una amplia sala donde habían colocado en varias filas a los ancianos, sentados en sus silla de ruedas. También había dos filas de asientos con algunos ancianos que aún se valían por sí mismos y familiares que venían a ver el concierto. Aunque tenían edades, pasados, enfermedades y nombres distintos, la mayoría de los ancianos compartía una misma cosa: su mirada. Era una mirada opaca, vacía, perdida, cristalina y cristalizada. Lejana. Vulnerable. Fría. Era una mirada que a mí me hizo llorar. 

El piano sonaba y el coro llenaba la estancia de luz y de vida, al menos por una tarde. Unos niños participaban con el coro y bailaban, cosa que hacía sonreír a algunos ancianos. A algunas ancianas las notas rescatadas del pasado les hicieron sonreír y batir palmas unos minutos. No recordaban su nombre, pero sí el estribillo de una canción. Otras intentaban cantar o simplemente gritaban. Un anciano trataba de salir de allí con su silla para luego volver enfadado. Era difícil que estuviesen todos atentos, todos quietos, todos juntos.

La vida es un soplo y en ese soplo viajan nuestros recuerdos, nuestros conocimientos, nuestros sentimientos, nuestro pasado, nuestra historia. Creemos guardarlo todo en esa cajita que todos tenemos en algún rincón de nuestra mente, pero tristemente hay ladrones que una noche llegan y nos dejan sin recuerdos. Para algunos el ladrón se llama Alzheimer, para otros simplemente es el vacío; es la nada. Mirando a esas personas tan pequeñas pero tan mayores a la vez, tan indefensas, sentí un terrible miedo al futuro y pánico a envejecer. ¿De qué sirve todo lo que he vivido, si un día, de repente, se borra? ¿Por qué luchar, leer o estudiar tanto si un día no sabré ni quién soy ni quién fui? Quise salir corriendo, pero no pude. Aquellas miradas, tristes pero serenas, me eclipsaron. Entonces pensé cómo habrían sido de jóvenes estos hombres y estas mujeres, qué habrían hecho, cuántos hijos tendrían... A algunos les acompañaba algún hijo, algún sobrino u otro familiar. Otros estaban solos. Muy solos. 

La Navidad se había instalado en el lugar y por una vez, con aquellas voces y aquellas canciones, la muerte y el olvido eran silenciadas. Un anciano simpático nos invitó a mi abuelo y a mí a ver su dormitorio. Parecía una habitación de hotel. Su cama y la de su mujer, ambas separadas por una mesita, estaban acompañadas por las fotos de sus hijos y nietos. Había fotos por todas partes. Recorrí la habitación y me di cuenta de que el aire desprendía olor a soledad: una soledad inevitable a pesar de esos rostros plasmados en las fotos. Allí habían juntado los dos sus objetos más queridos, sus fotos, su ropa, un resumen de su vida. Una vida larga que ahora cabe toda dentro de una habitación. Me sentí triste. Tuve lástima de mi abuelo, y de mi abuela, aunque aún estén fuertes y no hayan cumplido los setenta. Tuve miedo de mí misma y me vi allí perdida, mayor y sola, y quise llorar.

En la sala del concierto me reencontré con una conocida. Su madre, que cambió su bicicleta por una silla de ruedas, envejece y se oxida a una velocidad de vértigo. Sin embargo, mientras disfrutaba de la música nos confesó que estaba llena de vida. A pesar de su enfermedad. A pesar de la nieve de su pelo. A pesar de ese sabor a muerte que recorría los pasillos de aquel lugar.

Estamos llenos de vida. La vida misma con su fuerza nos empuja a continuar. Pero nuestra vida, sea larga o sea corta, algún día cabrá en una habitación, o en una urna de cristal. Por eso es importante vivirla bien, saborearla, digerirla. Aprender de lo malo y retener lo bueno. Vivirlo todo con ganas, en definitiva. Eso será lo que nos quede, aunque nuestros huesos se quiebren con el paso de los años y en nuestra mirada perdida sólo quede el olvido. 


3 nov 2012

Daiquiri blues





Fue la última noche.
La sala estaba repleta
y dormimos en tu coche.

Las paredes del Daiquiri
se derritieron con tu voz.
Aquella voz tan rota,
aquel sabor a ron.

Apretado a mi cintura
tarareabas nuestra canción.
Acaricié tus rizos negros
y me resbalé en el cuero
de tu ceñido pantalón.

Terciopelo en las cortinas
y en tu flor de la pasión.
La sonrisa de aquel barman
y el calor tras el rincón.

Eras el mito y la leyenda,
eras el ángel del rock n' roll.
Eras mi sangre, eras la tierra
donde planté mi roja flor.

Pero todo se acabó
una noche fría y sucia
cuando a lo lejos se oyó
aquel tiro seco y firme
que destrozó mi corazón.

Era la droga una muerte segura.
No volverías. Nadie te vio. 

Tenías celos de Jimi Hendrix,
de Jim Morrison, mi trovador.
Pero yo jamás sería de ellos,
yo me abrasaré con tu calor.

Aunque el hielo arda en tus labios
en el silencio de tu muerto corazón,
te esperaré en la barra del Daiquiri
hasta que regreses del abismo 
y con aquellos labios sabor a ron.

Hoy hay una foto en el Daiquiri Blues.
En blanco y negro somos eternos.
Hay sólo borrachos en el Daiquiri Blues.
Nadie canta y nadie sueña si no vuelves tú.






1 nov 2012

Pero estamos juntos



Regreso a casa con las manos vacías.
La mesa puesta, nuestra cena fría.
Siento la vergüenza, la precariedad.
¿La crisis de mi alma quién la pagará?

Son cenizas los sueños que dibujamos.
La ilusión se desvanece, ¿adónde vamos?
Podría trabajar de jardinero en la Luna
para darles a mis hijos la mejor de las fortunas.

Pero no sucederá.
Somos presos del sistema.
"La Casta" se enriquece
y a nosotros nos condena.
¿Qué nos queda?

Aún soy dueño de mi sino
tengo un sueño y lo persigo.
Su castigo me hace fuerte.
Lucharé hasta la muerte.

Por mis hijos, todo puedo.
Sin trabajo y sin dinero.
Sin mi coche, sin mi casa.
La desgracia es corta y pasa.

No me quitarán la belleza de mi novia
ni a mis hijos la inocencia y la victoria.
Mi famillia, el mayor de todos mis tesoros
es lo único que tengo, y hoy lo es todo.

Miramos al cielo, cogemos un avión.
Late como nunca nuestro pobre corazón.
Nos esperan, tras las gruesas nubes negras
al fin nuevos tiempos, nuevas promesas.
Quizás también nuevas guerras.

Pero estamos juntos.






25 oct 2012

En busca del hada






Un día llegará en que el dolor termine y la angustia se aleje para siempre de nuestros huesos. Habrá llovido y habré sufrido mucho. Pero habrá merecido la pena. Entonces, cuando todo termine, te tomaré en brazos y te estrecharé muy fuerte contra mi pecho. Acariciaré tu piel y admiraré tu pequeño y dulce rostro. Te miraré, y daré gracias llena de asombro. Disfrutaré de cada uno de tus gestos y tus sonidos. Te veré reír. Estaré contigo. Estarás conmigo. Y nadie podrá arrebatarme ese momento. Pase lo que pase, pequeña Ailée, estarás aquí, con tu falda de tul y tus zapatos adornados con campanitas. Llegará ese día de color naranja en que al tenerte entre mis brazos seré feliz. Me devolverás la vida que yo te regalaré a ti. 


Dime dónde y a quién iré
cuando me sienta triste,
solo.

Dime si te encontraré
en la luz del meteoro.

Todo es muerte, frío, aire.
Todo corta, amarga, arde.

¿Dónde estás y quién te esconde?

No sé bailar sin que me aten.
No sé reír sin que me odien.
No sé nadar sin que me ahoguen.

¿Estarás bajo aquel sauce?

Oigo pasos en el cajón
mientras te esfuerzas en brillar,
mi pequeña luciérnaga.

Déjame tocar tu falda de tul
y saltar con tus zapatos
adornados con campanitas.

Llévame hasta el final
de ese bosque en el que habitas.
Sueño con abrazarte, Ailée,
un día de lluvia limpia.

Pero sin descanso te busco
y sé que no puedo llegar
si no me ayudas.

¿Estarás bajo aquel sauce?

Acércame a ti, Ailée.
Dame tu pequeña mano.
No permitas que me rinda.






14 oct 2012

El árbol de la vida


Hay dos caminos que podemos seguir en la vida: el de la naturaleza, y el divino. Debemos elegir cuál vamos a seguir. Algún día caeremos, lloraremos y entenderemos todas las cosas. Guíanos, hasta el fin de los tiempos. Si no sabemos amar, nuestra vida pasará como un destello...







Existe un lugar en lo más profundo de nuestro ser donde todos, independientemente de nuestro origen, cultura y educación podemos vernos identificados con los demás. Es ahí, en ese pequeño espacio tan vulnerable como resistente, donde todos los seres humanos nos hacemos preguntas comunes. Desde que nos alcanza con sutileza el primer haz de luz después de nacer, un sinfín de sensaciones y sentimientos inexplicables nos atacan, nos conmueven, nos desconciertan. 

¿Por qué llegamos a este mundo, si no lo elegimos? ¿Por qué tuvimos que sufrir? ¿Por qué nuestro padre (u otra persona) nunca entendió cuánto daño nos hacía con su frialdad? ¿Por qué nuestra madre (u otra persona amada) no podrá quedarse eternamente a nuestro lado? ¿Por qué morimos? ¿Por qué la educación que recibimos puede hacernos tan esclavos como libres? ¿Por qué hay cosas que están mal? ¿Quién lo ha determinado todo? Estas preguntas son sólo una parte de esa incertidumbre que acampa a nuestro alrededor cada día de nuestras vidas. Entonces, pregunta a pregunta, nuestros pensamientos comienzan a enraizarse unos con otros. Algo nace y crece en nuestro interior mientras esbozamos a base de experiencias la silueta de un árbol. Algo nos mueve a tomar nuestro camino.

¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? ¿Estabas entre el clamor a coro de las estrellas del alba y las alabanzas de todos los hijos de Dios? 

Muchos nos hemos preguntado si existe un ser omnipotente y omnipresente capaz de adivinar nuestros pensamientos, capaz de evitar todas las desgracias y miserias humanas. Algunos hemos descubierto que la respuesta puede ser afirmativa, aunque las miserias que vivimos nos las hemos ganado a pulso nosotros mismos con nuestro egoísmo y nuestra extraña y a veces detestable naturaleza "humana". Otros han descubierto que quizás no hay ningún ser creador y que los propios elementos de la naturaleza son nuestros particulares dioses. Otros han afirmado que la naturaleza, sus procesos y sus maravillosas imágenes reafirman más si cabe la belleza de ese ser omnisciente. Sea como sea, si hubiese alguien capaz de mirar la humanidad con ojos llenos de humildad y misericordia, si hubiese alguien capaz de calmar o transformar nuestro dolor, ¿dónde estaría?

¿De dónde venimos? ¿Quién cuida de nosotros? ¿Por qué a veces nos sentimos tan solos y tan incomprendidos? ¿Qué podemos hacer para aprovechar el tiempo que tenemos en la Tierra y saborearlo al máximo junto a las personas que queremos? ¿Cómo curaremos las heridas del pasado? ¿Cuál es el camino correcto a seguir? ¿Por qué cuesta tanto perdonar?

En realidad, no se trata de elegir un camino correcto para dejar otro incorrecto: se trata de amar. El amor, en todas sus expresiones, es al fin el único remedio, la única medicina y la mayor enfermedad. Sólo amando encontraremos el sentido que quizás nadie nos puede dar, y el bálsamo que cure nuestras heridas más profundas. Sea cual sea nuestro origen. Sea cual sea nuestro presente. Sea cual sea nuestro futuro. Cada persona es libre de elegir con qué tipo de raíces afirmará al suelo el árbol de su vida. Pueden ser raíces de odio, pueden ser raíces de tristeza o de alegría. Sólo mediante el amor nuestro árbol será un árbol sano y sin prejuicios... un árbol capaz de perdonar, capaz de comprender, capaz de descansar el día que todo termine. Sea natural o divino nuestro suelo. Y entonces, sólo si hemos elegido el camino del amor, tendremos paz con nosotros mismos. Y tocaremos el Sol. 

De todo esto nos invita a reflexionar la película de Terrence Malik, El árbol de la vida. Se trata de un filme no apto para impacientes con pocas ganas de hacerse preguntas. Y es que esta película nos sorprende lentamente mientras saboreamos sus imágenes, sus sonidos, su drama y sus preguntas. En un viaje por la vida de un niño que crece planteándose las mismas cosas que cualquier ser humano. En mitad de una familia estadounidense de los cincuenta, nos encontramos con nosotros mismos. La película actúa a veces como un espejo que nos golpea con nuestra propia imagen, con nuestra propia infancia, con nuestro propio pasado y nuestro dolor. Entonces la mente se nos llena de dudas, de preguntas, de imágenes que parecían borrosas unos segundos atrás. Hacemos un recorrido por la existencia humana, por la vida de los tan distintos personajes, por su alma. Sin duda se trata de una película difícil de olvidar. Con su magia reímos, lloramos, nos estremecemos. Vemos a nuestra madre, a nuestro padre. Nos tropezamos con nuestras propias experiencias. Y es que es una de esas pocas películas que nos llenan hoy en día, que nos hacen disfrutar segundo a segundo, que nos conmueven mientras nos adentramos en ese extraño y profundo hueco que forma nuestra alma, la savia que riega el árbol de nuestra vida. 










29 sept 2012

Y llueve

Llueve, y las ventanas están dormidas. Su luz refleja las melodías de mil gotitas que ya resbalan. Llueve, y los cristales están cerrados. Tienen miedo tras un verano que derritió aquellos tejados donde hoy duermen los secretos. Las gotas se agolpan, se estrellan, se fusionan. Las calles se ahogan, el viento destroza en cada estanque mi reflejo.

 Miro por mi ventana. Veo llover sobre los charcos y me estremecen los relámpagos. Entonces pienso que hubo otro tiempo donde creímos ser eternos. Lo fuimos, lo fueron aquellos segundos apresurados. Veo la playa de arena gris, los jardines mojados y los tristes tejados de París. Torres enfermas, hombres de traje, nubes muy negras, hambre de viajes.


Miro por mi ventana. Alguien corre, las farolas se apagan y caen, dobladas, las antenas. Vuelve un rumor conocido. Una sensación dentro del jersey. Un olor a pan recién hecho y a mermelada de fresa. Oigo crujir en mi boca las castañas. Vuelvo a mirar y, ¿qué veo? Otro otoño que se acerca, que se advierte, que se espera. Otro otoño para ahogar las lágrimas y las palabras que nunca dijimos. Esas palabras que ya nadie dirá, pues como las hojas caducas, todo lo que no se dijo y lo que ya se hizo en el otoño morirá. Entonces sólo habrá sombras. Sólo recuerdos.





9 ago 2012

Averías y calor



Espejos del verano,
relatos de terror,
sueños con propano
en el ventilador. 

Una voz tras el cristal,
un corazón averiado.
Grita como un animal
mi televisor atormentado.

Como en el final triste
de una película antigua
nadie puede abrirse 
y no hay nadie que resista.

Mi apartamento se derrite
como un helado en el suelo.
La avería persiste
como el sabor del caramelo.

Cae el agua de mi ducha,
cae al suelo un sujetador.
Al vecino se le escucha
cantando roto de amor.

Es el calor, es la avería
como un hielo derretido.
El verano y la alegría
no son hoy muy divertidos.

Y tu voz tras el cristal
llega al son del crepúsculo
cuando muere mi animal
en este sueño minúsculo...

Y ya no puede, no sabe respirar.



12 jul 2012

San Fermín




Suena un cohete y nos dicta sentencia.
En el amplio corral alguien abre una puerta.

Sale mi manada detrás de unos pastores
y en la calle nos esperan impacientes corredores.

Han cantado y han pedido en castellano y en euskera
que el pequeño San Fermín les proteja en la carrera.

Y, en nosotros, ¿alguien piensa?
Tenemos frío y no sabemos
qué encontraremos afuera.

Los húmedos adoquines resbalan.
La gente grita, los mozos saltan.
Los Sanfermines son una fiesta
que hacia la muerte nos abalanza.

Hay una curva en el recorrido
donde acabamos todos heridos.
Si encima caen de nuestras astas
todos corremos igual peligro.

No sólo ellos.
Nadie les mata.
Nadie clavará banderillas en su espalda.

Seguimos desconcertados
hasta entrar en una plaza
donde miles de personas
nos gritan haciendo palmas.

Y ahora, ¿dónde nos llevan?
Alguien abre otra puerta
hacia el infierno y la condena.

Es el final. Tenemos miedo.

Arena y sangre
se mezclarán
cuando esta tarde
salgamos al ruedo.

Y, ¿para qué?

Nadie nos preguntó
si queríamos salir
para darle la fama
al mayoral que nos trajo aquí.

Es una fiesta desalmada,
como ese San Fermín...
Pues atrae a medio mundo
para vernos morir.



6 abr 2012

No tengas miedo





Luego Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De repente, se levantó en el lago una tormenta tan fuerte que las olas inundaban la barca. Pero Jesús estaba dormido. Los discípulos fueron a despertarlo.

—¡Señor —gritaron—, sálvanos, que nos vamos a ahogar!

—Hombres de poca fe —les contestó—, ¿por qué tenéis tanto miedo?
Entonces se levantó y reprendió a los vientos y a las olas, y todo quedó completamente tranquilo. Los discípulos no salían de su asombro, y decían: «¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y las olas le obedecen?»


Un barco naufraga, tiembla
y se hunde en la tempestad.
Un corazón inquieto, muerto,
se ahoga en mitad del mar.

"No tengas miedo", me dices.
Yo sé que me vas a ayudar
pero las olas son tan altas
que ya me van a tragar.

Se tambalea la barquita
con mis sueños de papel.
Una mujer llora y tirita
con el frío pegado en su piel.

Puse mis ilusiones en una cajita
y al fondo del mar la tiré.
Hoy el infierno mi sangra habita
y siento que navego sin timón,
sin timonel.

Sé que no he sido perfecta
y mis errores me hicieron caer.
Pero tú abriste la puerta,
me enseñaste que con fe
todo se puede vencer.

Es la noche oscura y tiemblo
en una nave a la deriva.
Llegan mis gritos al cielo
mientras sangran mis heridas.

Te pisotearon como a una flor,
te dejaron solo y te olvidaron.
Te engañó quien más te amó
y a en la cruz te condenaron.

Vuelve a mí, tú que venciste
y de tu mano llévame.
Pues mi barco no resiste
y sin tu ayuda me ahogaré.

"No tengas miedo", me dice
quien camina sobre el mar.
¿Qué hombre es éste, al
que el viento y el agua
obedecerán?

Soy tu mano, soy tu fuerza,
soy la luz que hace de faro
cuando en mitad de la tormenta
siempre viajas de mi mano.



18 mar 2012

Preso




I si canto trist és perquè
no puc esborrar la por
dels meus pobres ulls.
(Lluís Llach)


No hay aire.

Una gota de sudor se detiene en mi frente. En el pasillo alguien grita. Llega el nuevo. Recuerdo el día en que llegué y me encerraron en esta lúgubre garganta de ballena, entre barrotes. Nunca olvidaré ese día negro. El mundo me abandonó, y yo me abandoné con él.

No soles, no lunas, no nada. Se calló la música y las flores dejaron de nacer. Los pájaros no cantan y no hay niños jugando, sólo miedo. Miedo instalado en el fondo de mis huesos. Miedo y pena recorriendo mi sangre y maltratando mi corazón. Miedo en todas las formas, incluso dentro del vaso de agua que me traen por obligación cada mañana.

Me gustaría conocer el porqué de este castigo, el motivo de mi encierro. Lo di todo por ellos, les enseñé el significado del amor, pero alguien a quien quería me apuntó con el dedo y ahora estoy aquí. ¿La razón? Ser distinto y no arrodillarme ante nadie, ser justo y no callarme ni ceder. Cometí el error de pensar de forma diferente.

En la celda hace frío y el agua está sucia. Las paredes son altos gigantes a los que jamás podré vencer. Me ahogo en el pozo al que cada día caigo y ya no sé reír ni llorar. Espero que la muerte me gane, espero esfumarme y que la vida me deje descansar. El miedo me impide escribir, me impide cantar. Yo ya no soy yo, y me lamento en mi propia desgracia. Si me hubiesen conocido hace apenas unos años... No pasará.

Ellos ya no vienen a verme. Esas personas a las que les di todo lo que fui y todo lo que tuve me rechazan y me culpan de su sufrimiento. Aprovechan mi dolor para hacerse fuertes y a cada momento conspiran contra mí y piensan en quitarme las pocas fuerzas que me quedan. No aguantaré. Estoy roto, y mi pareja me ha olvidado. Ya nadie me trae ropa limpia, ya nadie me regala su sonrisa, ni tampoco el contacto de sus manos.

Ni las ratas de la cárcel me inspiran confianza. A veces un médico se acerca para hacerme un examen rutinario, estoy pálido y me tiemblan las piernas. No puedo dejar de toser. Busco una luz a través de la minúscula ventana, un soplo de aire que me ayude a estar en pie. Extiendo los brazos por los barrotes y te llamo. ¿Por qué no has podido venir todavía? Creo en ti. Y es por eso que sigo vivo.

En la cárcel hay un patio, y en ese patio una estatua. El mármol dibuja un ángel con grandes y abiertas alas. Algunos días de verano, si a los vigilantes les apetece, me sacan a caminar. El ángel siempre está triste, siempre me mira con ojos de cristal. Entonces paso mis dedos por su cara y lloro. Me gustaría tener alas y volar. Me iría al último rincón soleado del mundo a cuidar de cualquier abandonado. La injusticia ha sentenciado a tanta gente sólo por creer, sólo por hablar... ¿Dónde estabas cuando te llamaba?

Saco el único libro que tengo. Lo abrazo, lo estiro hacia el pequeño haz de luz y empiezo a leer. De repente alguien me llama, alguien viene a buscarme. Miro al suelo y cojo aire. Quiero que termine mi pesadilla. Quiero irme. Quiero olvidarme de todos. Quiero que me dejen ser libre o que acabe conmigo para siempre el frío metal de la silla del garrote vil.








13 mar 2012

El miedo de los perros






(Para Ítaca)




Sentado en el filo de una hoja seca
observo el cielo fúnebre de la tarde.

El viento agita las páginas de mi vida
y se acerca lentamente la tormenta.
Las piedras ruedan, la tierra arde.

Como una fiera moribunda,
con mi alma sola espero el futuro
que me deparan los relámpagos.

Silencio oscuro dentro de mí.
Escribo mientras siento el frío
invierno pegado a mis zapatos.

El campo, vacío, es un inmenso
lago verde. Los árboles tiemblan,
los espantapájaros se divierten.

Llueve, y los truenos agonizan.
Las gotas de lluvia salpican mi frente
y busco refugio en mi tenue corazón.

Disparan las nubes fuertes rayos de ceniza.

Pero yo no tengo prisa.
Soy como un perro hambriento,
esperando un nuevo golpe de la vida.

Vigilando el día por detrás
yo no espero nada más.
Quiero que caiga la lluvia
para que muera la tarde.

La tormenta vuela como
un fin de semana agitado.
Mis ropas se empapan,
yo me hundo en el barro.

Los perros viajan solos
en busca de algo nuevo.
La hierba verde guarda
regalos que escupe el cielo.

Me siento en mi hoja seca
y ha parado de llover.
Dar amor es bueno
pero no funciona.

Soy un perro triste
bailando bajo la lluvia.
Ya no tengo a nadie
y nadie me abandona.



Violencia y medios de comunicación







La violencia forma parte de nuestra vida y nuestra naturaleza humana. Sin embargo, vivimos en una sociedad donde los medios de comunicación y el Estado se empeñan en legitimar algunos tipos de violencia y repudiar e incluso silenciar otros. También confundimos los conflictos con la violencia, y no entendemos un término sin el otro. Es cierto que la conflictividad en sí misma no es perjudicial, de hecho los conflictos son el punto de partida de grandes cambios sociales en muchos países. Los medios de comunicación, en especial la televisión, desempeñan un papel crucial en este sentido. Con frecuencia defienden que la violencia es el único modo efectivo para resolver cualquier conflicto, y eso conlleva tanto la imposición justificada por el Gobierno de la fuerza, como la manipulación de la información que se nos ofrece.
De nuestra pantalla de televisión emana cada día una infinidad de tipos de violencia. A la hora de comer, después de cenar... Cualquier momento del día es bueno para darnos cuenta de lo perversos que son los otros, esos violadores, asesinos y terroristas que parecen formar parte de otro mundo lejano. Niños heridos, hombres ensangrentados, cadáveres, pedazos de carne esparcidos por la arena... Estas imágenes, repetidas a diario en los informativos, ya no nos conmueven. Forman parte de nuestra vida cotidiana. Encendemos la televisión, nos sentamos en el sofá y nos reencontramos con una realidad que aceptamos y creemos. Los gobernantes intentan justificar tanta atrocidad haciéndonos ver que, si no es con armas, torturas, tanques, tiros y muerte, un conflicto no se gana y a los culpables no se les castiga como es debido. Los telespectadores, por nuestra parte, no nos conformamos con las imágenes manipuladas que ocultan lo que en realidad nadie quiere que veamos. Pedimos más espectáculo, más sangre y más emoción como si se tratara de un circo romano. No nos basta con saber que el líder más violento ha muerto: queremos ver su cabeza colgando y asistir a su ejecución en directo y sin interrupciones.

Por otro lado, solemos olvidar que la exposición a la violencia puede generar más violencia. Muchos estudios demuestran que los niños expuestos a contenidos donde la violencia verbal o física predomina experimentan cambios en su comportamiento. Otros programas generan satisfacción y, aquella persona que necesita un empuje para maltratar a su pareja, halla la fuerza gracias a la televisión. No obstante, programas como Sálvame o Gran Hermano, en los que abunda la violencia verbal y la vulgaridad, tienen elevadísimas audiencias. Entonces, ¿es el gusto del público el que determina el material de los medios, o es el material de los medios el que acaba determinando el gusto del público? Quizá las dos cosas. A los medios de comunicación, por objetivos económicos y empresariales, les interesa obtener beneficios y atraer al público. Al Gobierno le interesa manipular nuestra forma de pensar y reforzar el status quo. Muchos intereses se entremezclan y se confunden pero, a fin de cuentas, los más perjudicados somos los ciudadanos. Los medios de comunicación no nos muestran la verdad, aunque crean que lo hacen. Y eso también podría considerarse como otro tipo de violencia: la de ocultar, engañar, controlar y herir sensibilidades.
Aunque a menudo la violencia que emana de las pantallas nos provoca indiferencia, también puede despertar un sentimiento de solidaridad ante el sufrimiento ajeno. El dolor del otro nos ayuda a desarrollar una actitud más crítica, porque nos afecta la situación en la que malviven millones de personas. Los medios de comunicación, si ejercen su papel correctamente, pueden despertar nuestras conciencias y convertirnos en seres más libres y humanos. Si además comprendemos que la violencia no es una cualidad del comportamiento, sino un atributo que alguien que cree estar legitimado para ello le aplica a diversas conductas para controlarlas, nuestro mundo será un lugar mejor. Debemos ser objetivos y entender que la “violencidad” se asigna muchas veces indiscriminadamente, para que el poderoso refuerce su poder y el condenado sea considerado un monstruo al que hay que aniquilar.

20 feb 2012

La fidelidad, brumosa palabra






Evolucionar constituye una infidelidad: a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo. Cada día debería tener al menos una infidelidad esencial, una traición necesaria. Se trataría de un acto optimista, esperanzador. Garantizaría la fe en el futuro, una afirmación de que las cosas no sólo pueden ser diferentes, sino mejores.


A lo largo de nuestra vida, todos nos enfrentamos a alguna clase de infidelidad, ya sea con uno mismo, con los demás, con nuestros ideales o con nuestra forma de ser. La infidelidad, esa falta de fidelidad que muchas veces experimentamos, no es perjudicial en sí misma. En ocasiones, ser infieles con nosotros mismos (o con la sociedad, o con lo que los demás quieren que seamos) no es malo. Romper con una antigua manera de pensar, de vivir o de actuar puede ayudarnos a crecer, a evolucionar y a conocernos mejor. Cada ser humano posee una libertad que nada ni nadie debería cuestionar nunca. Querer avanzar demuestra que somos valientes, que pese a los problemas tenemos la capacidad de mirar hacia el futuro con optimismo. A menudo, nos conformamos con la vida, el trabajo, la rutina y las relaciones que tenemos. El mundo cambia tan deprisa que no nos paramos a pensar en nuestra felicidad, y en si podemos hacer alguna cosa para aumentarla. Nos conformamos con estar vivos y no nos miramos al espejo con ojos críticos. Romper con la comodidad es complicado, pero la mayoría de las veces, tomar decisiones con valentía según aquello que el corazón nos dicta puede ayudarnos a tener una vida mejor y con sentido.


No podemos olvidar que la palabra infidelidad suele provocarnos miedo y prejuicios. Lo primero que pensamos es que si nuestra pareja nos abandonara, el mundo se nos rompería a pedazos. ¿Por qué nunca pensamos que, si nuestra pareja decidiera dejarnos, esto nos haría más fuertes y nos permitiría conocer a alguien mucho mejor? Tenemos miedo. Mucho.

Hay personas cuya naturaleza les perjudica en este sentido. Muchos hombres y muchas mujeres confiesan que necesitan ser infieles a sus parejas porque así obtienen la emoción y la motivación para seguir adelante. Otros afirman que el éxito en las relaciones se consigue cambiando de pareja con frecuencia para no caer en la rutina, en el desánimo o en el aburrimiento. Existen personas infieles que no tienen reparo en admitir su problema, pero otras lo niegan sin cesar.


Caminamos por la ciudad y nos cruzamos con miles de historias anónimas, con miles de individuos de los que no sabemos nada. La infidelidad, hasta en su expresión más inocente, es un elemento más del aire que se respira. En un mismo vagón de metro, una chica rubia de unos 20 años, soltera, mira con disimulo al joven de 25 que tiene delante, guapo y moreno, sin novia desde hace dos meses. Él posa su mirada en la chica castaña de pelo rizado (con pareja desde hace un año) que acaba de subir, de 30 y pico, con gafas de pasta. Un hombre casado, de unos 50, mira a una mujer elegante que se retoca el maquillaje con un espejito. La mujer se fija en un padre de 42 años que está jugando con su hijo pequeño, y piensa en su marido, del cual se separó hace poco.

En la universidad, la tensión se concentra en un minúsculo ascensor. Un profesor catalán, de 39 años, observa con malicia a una estudiante alta y risueña de 22. Ella ha subido con su amiga, de 24, que mira con timidez al chico pelirrojo que bajará en el tercer piso. El chico pelirrojo mira a una compañera belga, con pecas y ojos verdes, que cada día le gusta más. La chica belga recorre con sus ojos verdes la cara del atractivo profesor, que ahora disimula. Nadie dice nada, sólo se escucha una voz automática que les anuncia que han llegado. Se abre la puerta. Todos se van.


En un parque del centro de la ciudad una pareja discute. Empezaron a salir hace un par de años, y hasta el momento han sido más o menos felices. Ella se seca la cara, mojada por las lágrimas, y acusa a su novio de mirar con frecuencia a otras mujeres. La joven, que nunca fue celosa, está enfadada porque cree que a su novio le gusta una de sus amigas, más joven, morena y provocadora. El chico, molesto, se esfuerza en darle explicaciones y se contradice, nervioso. Ella le grita, le dice que no valora lo que tiene, le amenaza con dejarle. Él no se atreve a confesar que su novia está en lo cierto, y que esa amiga le gusta hasta el punto de no atreverse a pasar ni un minuto a solas con ella. Se pone nervioso, muy nervioso... ¿Cómo decirle la verdad? Siente pánico al pensar en otra ruptura, en otra relación fallida más. No podría superarlo, o eso cree.

Amar es una aventura difícil. Crecer también lo es. El problema es que no sabemos estar solos. Somos cada vez más individualistas y egoístas, pero necesitamos tener a alguien que nos apoye o que, simplemente, esté ahí, en cuerpo y alma, para nosotros. Los cambios conllevan dudas, inseguridad y temor. Pero también aportan esperanza, optimismo y fuerza. Evolucionar, día a día y en todos los aspectos, es necesario. Ser felices, y libres, también lo es. Amar a una persona no quiere decir que tengamos que atarla a nuestros deseos contra su voluntad. Amar significa respetar, cuidar, dejar volar lo que más queremos en ocasiones (aunque nos duela). Amar es desear que el otro sea feliz, quizá lejos de nosotros. La resignación es un suicidio diario, y mirar hacia el futuro nos obliga a recapacitar, valorar, a hacernos preguntas.

¿Eres feliz con la vida que estás viviendo? Espero que sí. He tratado de convencerme de que abandonar a una persona (o ser abandonados), o romper con una vieja forma de vivir no es lo peor que podemos hacer. Puede resultar doloroso, pero no tiene que ser una tragedia. Si uno no dejase nunca nada, ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Y lo nuevo, si es para bien, será mejor.