26 mar 2014

Cincuenta sombras





Todos tenemos un pasado, más o menos oscuro y doloroso que nos determina y decide, en parte, quiénes somos ahora y por qué. Nadie puede escapar del pasado, por muy sombrío que éste haya sido. ¿Por qué? Porque, al fin y al cabo, nuestro pasado tiene mucho que decir acerca de nosotros mismos. Nos recuerda de dónde venimos y nos ayuda a entender todos los cambios y todos los progresos que hemos realizado a lo largo del camino. El pasado habla sobre nuestros temores, nuestros miedos y nuestra personalidad.

Todos tenemos sombras. Pueden ser cincuenta, o sólo dos, o diez, pero sombras al fin y al cabo. Todos conocemos lugares prohibidos y secretos que intentamos cerrar con candado para que nadie más acceda a ellos. Lo que no sabemos es que por mucho que tratemos de ocultarlo, el pasado forma parte del hoy, de nuestro rostro, de la forma en que miramos y de la intensidad de nuestra voz. Y no hay máscaras posibles a nuestro alcance. O uno aprende de él o se resigna a borrarlo inútilmente.

Tiene 27 años y el negro piano de cola describe, nota a nota, una lenta agonía. Una juventud rota y unas cicatrices redondas en el pecho no pueden ocultarse tras tantos trajes de diseño y tanta aparente frialdad. Es humano, aunque a veces sus ojos sean tan duros y fríos como las losas de un cementerio. En su corazón descansa un recuerdo envenenado, una historia que regresa por las noches con cada pesadilla. Las notas de Chopin son tristes, melancólicas y desgarradoras, pero el hombre que acaricia las teclas todavía conserva un poco de calor que circula con la sangre por sus venas.

A veces pensamos que somos capaces de dirigirlo todo. Somos unos obsesos del control. Tras el antifaz se esconden nuestros peores temores, pero nos esforzamos en mostrarnos firmes, rígidos, fuertes. No hay nada que pueda dañarnos y al mirarnos al espejo nos encontramos con la falsa sonrisa que día a día nos acompaña. Seguimos pensando que la vida puede ser como queremos y que sólo nosotros decidimos quién merece nuestro tiempo y nuestra atención. Parece que todo sigue un curso invariable hasta que, de repente, el azar, o la casualidad, le dan la vuelta a nuestro mundo. No somos los dueños del devenir. No estamos preparados para el caos. Ya no vale encerrarnos en el cuarto de juegos, en esa habitación del dolor.

Una sonrisa. Un instante. Una puerta que se abre. En el momento más impredecible, una simple gota de lluvia puede inundar nuestra existencia. La burbuja en la que vivimos explota y la realidad nos golpea con crueldad. Nos enfrentamos al pasado. El control se desvanece. Cuanto más seguros estamos de nosotros mismos, más tiembla el suelo hasta que caemos por un precipicio desconocido. Somos vulnerables, somos pequeños, somos frágiles. Ya no podemos ocultarnos en la sombra, es hora de salir y caminar hacia la luz. Sólo así, sólo fuera del blanco y el negro nuestra existencia podrá encontrar su sentido.

Puede ser un encuentro casual. Puede ser en un edificio de treinta pisos, o en mitad de una calle desierta. Puede ser al lado de nuestra casa o en la otra parte del planeta. Puede ser el día menos pensado. Puede ser dentro de un segundo o puede ser mañana. La luz, al igual que la sombra, es una elección. Sin embargo, se trata de una opción efímera que a lo largo de toda una vida quizás se presente una vez y durante un pequeño instante. Y he aquí su belleza. Porque la sombra depende de la luz, y quizás de esa luz dependerá nuestra felicidad.