29 nov 2009

Deseo



No pensar, no existir, no hablar, no vivir, dejar de respirar para empezar a morir en él. Es en ese instante cuando tus sentidos se entremezclan sólo en uno, desatan una lucha contra toda naturaleza conocida, contra todas las leyes que rigen nuestro entendimiento. Una fuerza te destruye, te invade apoderándose de ti, de todo lo conocido, de tu mundo y hasta de tu propia sangre. Dejar de ser el dueño de uno mismo para rendirse ante él, ante esa llamada poderosa que es capaz de deshacerte, ante el deseo. Es entonces, sólo entonces, cuando dejas de ser para nacer en otro cuerpo, en otro corazón, donde la delgada línea que separa una piel de otra se desvanece. Ya no hay identidades, ni mentes, ni límites, ni almas. Es entonces cuando despiertas viviendo en otro ser, alimentándote de su aliento, sediento de permanecer para siempre inmerso en él. No tiempo, no palabras, no nada. Miles de mariposas te asesinan por dentro con sus alas, los labios se vuelven espadas afiladas que te provocan el más placentero de los dolores. Tu corazón se abandona en un latido frenético, arrollador, desesperado. Tus ojos se cierran inminentes ante el fuego que, antes de arder, ya te ha quemado.


No encuentras ninguna explicación posible, ni aceptable, que te haga entender el miedo que experimentas al saberte vencido, derrotado, condenado por esa realidad que se engrandece y que se contiene en un instante. No logras comprender cómo te diriges inconscientemente a ese destino tan dulcemente peligroso únicamente gracias al poder de unos ojos que te miran, de unas manos que te hablan, de una voz estremecida, de un aroma, de una caricia, de unos brazos que te abrigan y de una boca que te guía. Sí, lo sabes, la culpable de todo es su presencia. Tener a esa persona delante de ti se convierte en tu propia perdición, es tu final, y ya no hay vuelta atrás. Conocedor hábil de ese camino que empieza en sus labios, enciendes la llama que contiene ese mensaje indescifrable y apasionante, ese viaje compartido hacia el rincón de los auténticos amantes y de sus secretos prohibidos. Nada hay más importante que el instante. Tú te vuelves instante, naces y mueres una y otra vez de la mano de la su efímera belleza. No, no quieres que se agote. Te esfuerzas en retener el sonido del reloj cada vez que se desdibuja un segundo más bajo tu piel.


La piel: ese cálido escenario donde te destrozan sin piedad las caricias, ese universo de sensaciones que te hacen caer, caer y caer. Su piel, tu piel, dos pieles que mueren para llegar a ser una sola piel. El concepto de ti mismo se vuelve ridículo, inverosímil, infantil, pequeño. Ni siquiera el cristal más nítido de esa habitación puede mentir al reflejar tu imagen en el espejo. Eres lo que ves, no importan los defectos. Las ropas no sirven, de nada valen los complejos, ya no eres cuerpo, ni carne, ni ser. En esa instancia, a la luz de una vela, lejos de todo y, sobre todo, los únicos habitantes sois tú y él.


Dos. Dos mitades, dos extremos, dos polos que se atraen. Dos responsables, dos opuestos, dos protagonistas, dos destinos en uno, dos piezas que completan un sentido compartido. Más allá del amor, más allá de amar, más allá de conocer, sólo navegar. Un mismo fin, un mismo objetivo: sentir. Se quiebra la distancia que separa lenguas, países, culturas, ciencia, ideales, palabras. El único idioma, la única ley, el único sintagma: el deseo. Las acciones dejan de tener consecuencias, pues nada importa, sólo volar, volar, desaparecer para no regresar jamás. Se descubre un edén que no entiende de lugares, ni de razas, ni de edades, ni de formas, ni de reglas. Entonces, sólo entonces, te conviertes en el testigo de tu propio desenlace. Nada te importa más que encontrarte en esa persona, nada te hace responder a tus preguntas como ese alguien lo hace. Entonces, sólo entonces, te desprendes de todos tus miedos, de todas tus inseguridades, de todo lo experimentado y vivido. Partes hacia lo desconocido. Te ahogas, al fin, en un mar que se adueña de tu interior con su invencible corriente; el deseo te abraza y te arrastra entre sus olas para siempre.


24 nov 2009

¡No!


No. Nunca más. Jamás. Estoy cansada. Que no, que no quiero. Lo siento. No más disfraces, no rosotros que no tengo, no más miserias escondidas, no mentiras, no sonrisas trágicas, no nada. He decidido dejar de esconderme, ya sé que soy así, que no puedo evitarlo... pero el mundo está demasiado saturado de basura sentimental y de hipocresía. Yo no tengo lugar ahí, para bien o para mal soy demasiado transparente, mi cristal es pobre e inútilmente resistente como para no reflejarme tal y como soy. Y es que soy así, soy ésta, y estoy harta de vestir y enmascarar a mi propia alma con trajes inservibles y baratos. Se acabó.

Puede que sea la entrada más personal que escribo, o no, pero no me importa. El mundo se dirige al caos, al abismo, a esa mierda que nosotros, los tan inteligentes y capacitados humanos hemos creado. Merecemos un premio, un premio a la bestialidad y a la idiotez. Lo que más me duele, sinceramente, es estar absurdamente inmersa en esta montaña de seres vacíos, de violencias aterradoras, de autodestrucción inminente y sumamente egoísta.

No me gusta lo que veo, no me gusta nada. No me gusta estar sola, pero a veces prefiero estarlo. Me da asco todo, sí, esa es mi frase. El hastío me rompe en pedazos y el desasosiego me oprime, me deja sin aliento, apaga mi pequeña luz. No hay verdad, no hay sol, no hay amor, no hay inocencia, no hay compromiso, no hay vida, no hay nada. Sólo este silencio, el cielo y tú.

Mi naturaleza es triste, no sé si algún día sabré el motivo. Soy nostálgica, melancólica, un bichito raro y dulce que a veces quiere cambiar el mundo. Pero es que el mundo es un desastre, y la culpa es nuestra. No. Estoy harta. Quizás desaparecer... Esa podría ser la solución.

Me escondería, me ocultaría de todo y de todos si no fuera por él. Porque hoy por hoy, la voz de ese ángel es lo único que me mantiene despierta, que me ayuda a continuar mis pasos por estas calles y este mundo de mierda. Su voz, y sus palabras, y la fe en lo que se cree, en lo que no se puede ver pero se espera.

22 nov 2009

Mapa de los sonidos de Tokio

Ryu es una chica solitaria, fría, gris, de aspecto frágil y vida reservada. Ni siquiera su único amigo, un misterioso ingeniero obsesionado con registrar en su equipo cualquier sonido del exterior -sobre todo si procede de ella- llegará algún día a conocerla. Por las noches, Ryu trabaja en una lonja de pescado perdida en la capital japonesa. Otras veces, de forma esporádica, esta joven de mirada infinita y de inquietante belleza, recibe encargos como asesina a sueldo. Sin embargo, su último encargo no será igual que los demás. Ryu no irá esta vez, como acostumbra a hacer los domingos, a limpiar la tumba de otra víctima más. Su vida, y su destino, se dirigirán inesperadamente hacia el abismo de la mano de una pasión extrema y de un vendedor de vinos español.

David, un empresario catalán instalado en Tokio, es considerado culpable de la muerte de su novia, Midori, la hija de un poderoso empresario japonés que decidió quitarse la vida sin más. No caben investigaciones. Para el padre de Midori sólo existe una posibilidad: "Ese hombre no puede seguir viviendo, ni riendo, ni respirando."



Un hotel, Bastille, dejará de recordar a la famosa prisión francesa para convertirse en la particular prisión de amor y pasión nocturnos de Ryu y David. Una habitación con forma de vagón de metro. Una banda sonora exquisita y sensual que entremezcla clásicos franceses con canciones japonesas. Una pistola que nunca más disparará y otra que pondrá punto y final al destino de Ryu. Una película sorprendente, sensible, diferente... marcada por el latido de unos corazones, por la respiración de sus protagonistas, por el grito de la muerte, por los innumerables e imprevisibles sonidos de Tokio.


Isabel Coixet ha escrito y dirigido este nuevo filme, un 'thriller romántico y sentimental', que narra una historia "absolutamente marciana". Acompañada por un más que satisfecho Sergi López y por la japonesa Rinko Kikuchi, nominada al Oscar por su actuación en 'Babel', Coixet ha tachado de "aventura extraordinaria" el proceso de rodaje, que inició en Japón y terminó muy cerca de su casa, en el barrio de Gràcia barcelonés.


Aunque reconoce que siempre le cuesta hablar de sus proyectos, la cineasta ha explicado que empezó a imaginar este filme -"la más dramática de todas mis películas"- hace dos años, cuando en el mercado del pescado de Tokio vio a una mujer muy guapa, que no quería ser fotografiada, limpiando la sangre de unos atunes. A partir de ese momento, empezó a hacerse preguntas, a imaginar cuáles serían los motivos de esa chica para negarse a ser inmortalizada. Esta historia, junto con otra muy diferente que ocurría en Barcelona, fueron el punto de partida a un proyecto arriesgado, poco convencional, impactante, poético.


A pesar de su alta dosis de sensibilidad, Mapa de los sonidos de Tokio no se ha salvado de las críticas de aquellos que, desafortunadamente, no son capaces de adentrarse en una realidad nueva y desconocida dispuestos a dejarse llevar, a navegar sin tabúes por una historia inusual, diferente y emocionante que, para bien o para mal, a nadie deja indiferente.






18 nov 2009

La vida mata






Todavía no asomaba el primer indicio de luz por la ventana de la oscura habitación y Jane ya llevaba varias horas despierta. A su lado, su pobre marido abrazaba la almohada con fuerza, profundamente dormido. Llevaban meses sin hacer el amor y ya nunca hablaban ni se besaban antes de apagar la luz para asesinar a otro día más que se esfumaba. Con los ojos fijos, la mujer detenía su mirada en la mesilla que había junto a la antigua cama. Allí, tras la lámpara china, la dentadura postiza de su marido se ahogaba en un vaso de agua y bicarbonato. Un poco más a la izquierda, el despertador mataba el tiempo apresuradamente y, justo delante del pequeño joyero aterciopelado, se encontraba abierto un botecito de plástico que guardaba los somníferos de Jane. Y es que, últimamente, la mujer de piel tostada y largo pelo castaño -que aún conservaba sin esfuerzo la exótica belleza que la había caracterizado durante un pasado no tan lejano- no se dejaba vencer por el sueño.




Aquella vida la mataba, aquella rutina tan inútilmente feliz la torturaba de nuevo cada amanecer. Ella sabía que, en el fondo, era una afortunada. Cada vez que salía al pequeño jardín para llorar a solas pensaba en sus viejas amigas y en lo desdichadas que habían sido todas. La una no podía tener hijos, la otra había perdido su casa y su dinero por culpa de un amor que, tras engañarla y robarle todo cuanto tenía, quemó aquel sueño que tanto le había costado construir. Jane no había sido presa de tantas desgracias, al menos de tantas penurias materiales. Su marido, un hombre dulce y trabajador que había heredado la relojería de su padre, la cuidaba constantemente y cada martes le traía un ramo de flores de la plaza. Su sencillo matrimonio quedaba ya muy lejos, al igual que las largas tardes de invierno leyendo libros junto a la chimenea con su hijo John, el único que habían tenido. Él se había convertido en un admirado profesor de literatura en el colegio del pueblo y se había casado dos años atrás con una joven alemana de padres belgas. Sin embargo y, pese a toda esa alegría disfrazada, el corazón de Jane se estremecía cada vez que subía al desván y abría aquella cajita de madera cubierta de polvo y recuerdos.



Treinta años, ocho meses, dos semanas y cinco días. Ese era el tiempo que la separaba del último encuentro que tuvo con él. Mientras acariciaba tiernamente el mechón de pelo negro que aún ocultaba secretamente envuelto en una tela, Jane revivía sin piedad y con cariño las últimas caricias, los últimos susurros y el último abrazo bajo la lluvia incesante de noviembre que marcarían para siempre su despedida. Bajo aquel cielo encapotado y ceniciento, ambos sellaron con un beso una sentencia de muerte. Lo amaba. Lo recordaba y lo necesitaba con toda su alma, con toda su tristeza, con todo el dolor de saberse tan lejos y tan perdida sin él. Lo abrazaba en el silencio y estrechaba contra su pecho aquellas largas cartas humedecidas por las lágrimas. Él nunca dejó de escribirle, incluso cuando se encontraba con su viejo barco cruzando el Atlántico. Era lo único que le hacía feliz, era lo único que le permitía seguir viviendo sin ella: navegar. A Jane siempre la había maravillado mirar las estrellas desde la cubierta, escenario de tantas noches eternas de amor entregado y exprimido. Cuando empezó la guerra y tuvo que cruzar la frontera con sus enfermos padres y sus cinco hermanos, Jane era incapaz de caminar, atada para siempre a la silla de la resignación, a esa compañera que la perseguiría de por vida. Con poco tiempo para salir del país, viajaba a toda prisa acompañada de las últimas palabras de aquel hombre enigmático que un día había escrito su nombre junto al de ella en la cubierta de un pequeño velero.







Nada había cambiado, salvo que ahora ella vivía en otro país casada con alguien a quien nunca había logrado querer ni tan sólo movida por la lástima. El marinero, que pasaba sus horas en el faro abandonado que una vez fue propiedad de un tío suyo, nunca se casó. Nunca más quiso mirar a una mujer, se volvió frió y solitario; muchos incluso lo tomaron por loco. Su corazón había muerto hacía más de treinta años. Aún la esperaba, aún conservaba intacto en sus labios el adiós que le regalaron los de ella.


Las cuatro y media de la tarde. Pronto llegaría su marido del taller. Era martes y, fiel a su costumbre, seguramente la sorprendería con otro ramo de flores, esta vez quizás serían margaritas -sus preferidas-. Su hijo vendría a merendar para enseñarle los trabajos que le entregaban, ilusionados, los alumnos del colegio. Mientras acariciaba tiernamente el mechón de pelo negro que aún ocultaba secretamente en la cajita que se escondía tras la máquina de escribir, Jane se secaba los ojos mientras veía, a lo lejos, como su amor naufragaba y se trizaba como un vaso. Entonces, como cada tarde, ya solamente le quedaba cerrar aquel tesoro, salir, mirarse en el reflejo de su empañado cristal para, al fin, volver a verse morir.





15 nov 2009

A solas con la soledad

Esta madrugada me ha sucedido algo inusual, inesperado. He pasado del sosiego y la calma del sueño a la repentina necesidad de abrir los ojos, encender mi lámpara naranja y empezar a pensar. Era una feroz sensación de angustia que sólo he conseguido apaciguar escribiendo. Ya lo decía Oscar Wilde: No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo. Pensar, pensar y pensar. Al mirar el reloj, mi vida estaba detenida en el siete.


Me sentía sola. La bohemia de mi habitación no bastaba. Me encontraba sin rumbo, navegaba a la deriva por el mar agitado de mis pensamientos. La soledad, el mayor de mis miedos, se convertía ahora en mi propia sombra. Reconozco que siempre fui un tanto solitaria, quizás porque no tenía hermanos; quizás por alguna extraña razón innata. Recuerdo que, a veces, me hacía feliz cerrar la puerta y adentrarme en el pequeño universo de mi habitación. Entonces, me recreaba entre libros, canciones, historias, poetas y secretos. Hoy no.


La vida, ese cajón de sastre lleno de giros, cárceles, encuentros y desencuentros, nos lleva por caminos raros. En ellos, pueden advertirse diferentes caras de la soledad. Cuando paseo por los tristes parques del otoño, no puedo evitar sentir compasión por esos hombres viejos y grises que exprimen su tarde sentados en un banco como si esperaran a la muerte. Luego, me cruzo con esos otros que, gracias a un revés de su existencia, viven congelados en cualquier esquina con la única compañía de su pobre perro y una ennegrecida caja de cartón. Solos. Muy solos. Todos.


Existen muchas formas de estar solo, alguna de ellas por voluntad propia. Yo, sin embargo, me refiero a esa sensación que te oprime, que te hace pequeño y se derrama a lágrimas desde la fuente de tu alma. Hablo de ese momento de naufragio y de destierro, de esas horas de madurez contigo mismo, con la vacuidad y con el silencio. Es entonces cuando se alberga la certeza de hallarse perdido aunque haya mucha gente a tu alrededor. Es entonces cuando frases como mejor solo que mal acompañado y estoy más solo que la una resultan estúpidas, inservibles, baratas. Nadie parece advertir que lloras por dentro, que tu frágil sonrisa es un mero recurso inútil para enmascarar ese dolor. La realidad emerge ante tus ojos y te encuentras hablando, sonriendo y amando solo. Absolutamente solo.
A lo lejos una voz, un rayo de luz que anuncia la mañana. Te aferras a la esperanza de que alguien se digne a hablarte, de que una mano oportuna se acerque para sujetar y acariciar la tuya. Buscas a Dios, buscas el latido de algún corazón cerca del tuyo. Cubres tu cuerpo con la manta y te resignas a aceptar que nadie irá a la cocina para prepararte un café, que tal vez lo mejor que puedes hacer es pisar el suelo y servirte tú mismo una taza. Bueno, una para ti y, también, otra para tu compañera soledad. Seguro que tienes muchas cosas que contarle, seguro que, como dice Jorge Drexler en una de sus canciones... Soledad, creo que pasaremos juntos temporales. Propongo que nos vayamos conociendo. Sientes como se desliza el primer trago de café por tu garganta. El reloj ya no te importa. En la mesa, testigos de un silencio desafiante y, frente a frente, tu soledad y tú.







13 nov 2009

Argentina: represión, lucha y victoria


La dictadura militar argentina puede entenderse como un acontecimiento histórico y político tanto pasado como actual. Aunque se llevó a cabo entre el período comprendido por los años 1976 y 1983, las consecuencias sociales de aquella época siguen apreciándose en nuestros días tanto en la vida de los argentinos como en las relaciones económicas y políticas de su país, marcado para siempre por la huella implacable de la violencia y el terror.
La dictadura militar instaurada en Argentina el 24 de marzo de 1976 , conocida como Proceso de Reorganización Nacional, estableció mediante el golpe de Estado un régimen totalitario basado en una metodología de desaparición forzada y masiva de opositores, así como la imposición del sentimiento de temor entre la sociedad. Diversos colectivos guerrilleros pretendían derrocar al nuevo gabinete para instaurar un régimen socialista y revolucionario, basado en una ideología de carácter marxista-leninista. Sus integrantes, mayoritariamente de clase media, eran estudiantes universitarios
En 1966 comenzó la etapa más violenta, cuando los militares de línea dura atentaron contra el poder civil, ostentaron los más altos cargos de la sociedad y reprimieron el movimiento sindical. La disputa entre el sector derechista (presidido por los militares) y la izquierda (formada por sindicalistas y guerrillas revolucionarias) se intensificó notablemente. Entre sus medidas de actuación más frecuentes, los militares emplearon la tortura clandestina y la ejecución para someter así a los opositores. El Campo de concentración de Mayo y la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) fueron los centros de tortura y exterminio más importantes, los cuales actuaban también como hospitales de maternidad clandestina. De las más de 5.ooo personas detenidas y llevadas al Campo de Mayo, sólo sobrevivieron unas 15. Por otra parte, a las prisioneras embarazadas se les provocaba muchas veces el parto, tras el cual se entregaban los niños a militares sin hijos y, posteriormente, sus madres biológicas eran asesinadas.
El tiempo y la Justicia, sin embargo, han conseguido devolver la esperanza a las familias de los desaparecidos. Argentina juzga estos días a su último dictador, Reynaldo Bignone, y las Abuelas de Plaza de Mayo (el conocido colectivo que lleva luchando 32 años por encontrar a sus hijos y nietos arrebatados) siguen recibiendo buenas noticias. La última de ellas se refiere al hallazgo de Martín Amarilla Morfino, el caso 98º -se busca a unos 400 jóvenes-, un posible nieto arrancado de los brazos de su madre encarcelada que fue entregado a una familia afín al régimen dictatorial.


11 nov 2009

Mil y una noches











Mil y una noches, Bin bir gece


Al trompetista turco



Siente la atracción
de esta ciudad soñada
entre especias de ilusión,
en siglos de historia bañada.

Estrechos callejones te ocultan
de los vendedores de alfombras
y te envenena una danza,
entre la pasión y las sombras.

Su negrísimo pelo,
su devastadora mirada
de cerezos en flor.
Su piel de atardeceres
pintada y, en sus labios,
todo el sabor del Sol.

Estambul:
El mar me arrastra
allí donde aguardas tú.

Llegará otra noche a morir.
Yo bailaré para tus ojos,
tú tocarás para mí.

Estambul:
Tu luna me embruja
en un delirio azul.

Llegará otro beso a morir.
Yo cantaré entre tus manos,
tú danzarás para mí.

Siento el sabor de estas
delicias prohibidas.
Entre tus cuentos de amor,
mil y una noches vencidas.

Estambul:
Su canto me arrastra,
arrástrame tú.




*Azahara

7 nov 2009

Mañana de sueño y clase


Habíamos entrado a las ocho. La noche se había vengado de nosotras y sus restos se reflejaban claramente en nuestras caras. Teníamos que editar y montar unas noticias, mirábamos a duras penas la pantalla. Entonces, como de la nada, alguna de nosotras pronunció la primera frase, y aquí recojo la conversación que tuvimos y que creo digna de esta entrada...

A -Venga, va, coge otro plano.
G -Sabéis... Tengo un problema. Se me ha acabado el vinagre.

L -¿Es que tienes piojos?...

N -¡Pero si se está volviendo loca!.

L -Así es precioso. Es súper chulo este plano.

G -Nuria, estoy súper deprimida porque van a cerrar mi bar. Íbamos allí desde los trece.

N -Pues encadénate...


N -Vi a Bananas.

L -Apunta que he gastado el 167LP.

A -Vale...

G -Nuria, yo declararé a tu favor en el juicio.

N -No me digas que no veías Malcom!!!

G -En mi casa, ver la tele era tabú.

L -¿Llevo ya un minuto? -cantando- ...Ti, ti ri, ti ri...

N -Te sale ahí lo que llevas, mira. Llevas veinte segundos.

G -Los estás haciendo larguísimos, los planos.

L -¿Y eso es cruel?...

G -Quítale la mitad.

L -Vamos a observar la magnificencia de la noticia...

G -Ese plano es un coñazo.

A -¿Tú te crees que esto es normal?.

N -Que no, que no tiene ninguna magnificencia.

G -A ver, que no es una creación, son imágenes...

N -Si hicieras una película, sería la más aburrida del mundo.

L -Sería de reflexión -sonriendo con la mirada perdida-.


N -¿No se estará colando ningún negro?.

L- Sí, sí. Aquí hay un agujero negro por lo menos.

A -Madre mía...

G -Que alguien opine por mí....

N -Mmmm, el cuero mola.


(Se oye un golpe: toc, toc, toc...)

L -Eso es que nos callemos

TODAS -Y la libertad de expresión, ¿eh?.

L -Es que, lo que pasa es que le cojo aprecio a los planos. Es como extirpar un cacho de plano...

N -Tengo bajada Kárate a muerte en Torremolinos.

(G se levanta, desesperada, como las demás. Cubre a L con su chaqueta, apenas la deja respirar para evitar que siga estirando y encogiendo la barra que hay bajo la secuencia de planos, esa que produce un efecto de zoom. L, presa de una extraña crisis nerviosa, grita y estira el brazo en dirección a la mesa, casi rozando el teclado.)

L -No!!, no!!... -con la cabeza tapada aún por la chaqueta, golpeando fuertemente la mesa con el puño- ¡Quiero ver el tránsito, el tránsito!.





4 nov 2009

Soldados de Salamina

Hace un par de días terminé de leer un libro que me ha dejado una huella imborrable, un impacto brutal. Sencillo y fantástico, se trata de un relato real que no deja indiferente a nadie.
Javier Cercas es un periodista que decide indagar en un episodio que marcó los últimos meses de la guerra civil española, cuando las tropas republicanas se retiraron hacia la frontera francesa y se decidió fusilar a un grupo de presos franquistas. Entre ellos, destacaba la presencia de Rafael Sánchez Mazas, fundador e ideólogo de la Falange, al cual un soldado republicano perdonó la vida en el último momento sin llegar a delatarlo.
El sorprendente proceso de investigación (acompañado por inesperados giros y golpes de suerte), así como una de las historias más impactantes y entrañables de nuestro pasado, llena de personajes valientes, anónimos y luchadores, dan forma a este libro, Soldados de Salamina, cuyo propósito es lograr que los verdaderos héroes jamás se pierdan; que no mueran nunca y que nunca los mate el olvido.
...¿Sabe? Desde que terminó la guerra no ha pasado un solo día sin que piense en ellos. Eran tan jóvenes... Murieron todos, Todos muertos. Muertos. Muertos. Todos. Ninguno probó las cosas buenas de la vida: ninguno tuvo una mujer para él solo, ninguno conoció la maravilla de tener un hijo y que su hijo, con tres o cuatro años, se metiera en su cama, un domingo por la mañana, en una habitación con mucho sol. (...) Nadie se acuerda de ellos, ¿sabe? Nadie. Nadie se acuerda siquiera de por qué murieron, de por qué no tuvieron mujer e hijos y una habitación con sol; nadie, y, menos que nadie, la gente por la que pelearon. No hay ni va a haber nunca ninguna calle miserable de ningún pueblo miserable de ninguna mierda de país que vaya a llevar nunca el nombre de ninguno de ellos.


1 nov 2009

Impresiones


Suenan en el piano las suaves notas del tema Tristesse, de Chopin. Acarician mi piel intensamente, me hacen volar y siento que viajo entre emociones. Nunca me canso de escuchar esta canción, tan íntima y melancólica. Cierro la puerta. Mi abuela, con una enigmática sonrisa en el rostro, llena de amor, me acaba de dejar un platito con dos boniatos al horno -antes, había preparado unas gachas-. El olor que desprenden impregna la casa, impregna mi habitación y hasta mi alma. Con los ojos cerrados aún es más fácil perderse entre ese aroma, entre las esencias que me devuelve de nuevo el otoño.


Otoño. La vida se vuelve más solitaria en los parques, más intensa tras los cristales, más breve en los atardeceres. Se desnudan los árboles sutilmente acompasados por la danza de la lluvia. Las calles se transforman en observadoras nostálgicas de la actividad que, tarde tras tarde, se agota. Regresan las castañas al fuego, regresan las setas a las cestas. Los pájaros taciturnos baten sus alas mientras tratan de encontrar su pequeño refugio. Los amantes, bajo el paraguas, comparten secretos mientras se esconden perdidos en medio de la cortina de agua. Se marchitan las flores que cubren caminos y cementerios. Las cenizas empiezan a aflorar en las grisáceas chimeneas. Se prepara nuevamente el chocolate caliente, rebosan de calor y recuerdos las tazas. Las luces de las farolas, efímeras, se apagan...


Y, al fin, siento que noviembre se instala, con su abrazo de eterno visitante, nuevamente en esta casa.