29 dic 2011

La feria medieval





Hay algo de vida en esas lámparas que parecen casas. Hay humo en esas casas que parecen lámparas. Uno, dos, tres... Cuelgan los amuletos adornados con conchas y cristal. Huele a queso, a incienso, a castañas y a carnaval. Hay jabones de flores, juguetes de madera, arcos, flechas. Las piedras del suelo acarician nuestros pies. Te compraría uno de esos platos para que siempre comas conmigo. Te regalaría uno de esos colgantes para estar cerca de ti. Jugaría contigo al ajedrez, si me acordara. Me convertiría en ese deseo si lo pudiera cumplir por ti. Me metería en tu cartera, si es que así eres más feliz.

Podemos ser artesanos, duendes, arqueros o cetreros; podemos bailar una antigua danza agarrados de la mano con coronas de flores alrededor de nuestra cabeza. Saltaremos y brindaremos cuando caiga la noche y, en la feria, los malabaristas hagan volar sus bolas de fuego. Yo seré tu princesa, tú serás el trovador. Canta, canta conmigo. Ven a perderte en la feria del amor. Ven, alza tu copa, la Luna vuelve.







28 dic 2011

Días sucios






Mil heridas remuevo con una cucharilla en la taza de café. Me miro en el espejo y mis ojos son dos faros tenues, víctimas de la emoción. Los escaparates, las compras navideñas, el frío... Todo es artificial. Tu amor también lo fue, como la nieve que se deja ver tras el cristal.

Día a día las mismas personas ocupan el autobús. "Buenos días, qué frío hace", dicen. Amanece y una esfera roja se eleva poco a poco sobre la albufera. La observo, lentamente, a través de la ventanilla. La carretera se alarga, el humo nos invade, la gente corre. Todo sigue su curso en esta estúpida normalidad. En la calle los fantasmas se saludan, se analizan con una sonrisa cosida en la boca y comparten con prisa un mismo despertar. Se pierden las miradas en las luces del semáforo. Todos llegan al trabajo.

Somos dos imposibles encerrados en una jaula de temores. Somos estatuas que alguien debe corregir. Andamos, corremos, llegamos, comemos sin pararnos a pensar que algún día morirán nuestros relojes. La plaza está adornada como el cantante adorna una canción de amor. Todo es tan artificial... Los días están sucios, como la boca del metro; como la boca del lobo.

Pondré unas velas a ver si así ahogo mi pena y olvido. La Navidad es así, llega cargada de recuerdos unidos con imperdibles. La Navidad llega cargada de deseos falsos, postizos, imposibles. Las manos se enlazan, las mismas frases se rescatan del cajón y, con la sonrisa enlatada, abrimos una pasta de turrón. La tormenta sabe a calma si se adorna.

Camino hacia la estación, poco a poco, y cientos de ojos plateados me saludan. Han puesto un tren para niños en la plaza, unos renos falsos, un puesto de regalos caros. Los transeúntes, con los huesos pesados, intentan llenar su vacío comprando algunas cosas que pondrán como parches para curar el dolor de sus familias. Alguien mira al cielo, alguien come helado. El McDonald's está a punto de reventar. Yo te busco entre las luces de los taxis, entre un montón de vidas rotas por la maldita crisis. Todo sigue su curso en esta estúpida normalidad y un niño, sobre el bordillo, se abrocha el zapato.

Llego a la estación. La gente espera, la gente se despide, la gente sueña. Sigo el camino de las sucias palomas que vuelan como fragmentos de estrellas. Sonrío y miro el cielo invernal vestido con esa intensa luz azul artificial. Los corazones se vuelven de goma, la ciudad, como la sociedad, está en coma. Llega el autobús y me muero de sueño. Todos suben. Centro mi atención en la radio del vehículo y, mientras observo las aburridas fachadas de Valencia, llega a mi mente el recuerdo de una habitación roja con ventanas a ras del suelo. Quizá hay un pastel en el horno. Quizá los sillones son verdes. Quizá un hombre sonríe mientras un gato se sienta en la ventana. Quizá un bebé llora. Quizá una cuna se mece. Dejo de pensar. El autobús frena. Todo es tan artificial...



5 dic 2011

Volver atrás



No puedes volver atrás,
no tienes más que seguir.
Que no te aturda el engaño,
sigue, sigue hasta el final.

Víctor Jara



Déjame volver atrás,
donde sé que todo empieza.
Quiero pisar esa senda
que me lleve hacia el inicio.

Sabré que alegrías esperan
y las tristezas que viviré.
Querré a los que me quieran,
correré y no pararé.

No puedo seguir despierta.
Soy anhelos de mi ayer.
El amor es un fantasma
al que no puedo morder.

Déjame volver atrás,
hasta el patio del colegio.
Volverán las golondrinas
pero yo estaré muy lejos.

Este hoy ya no lo quiero.
Soy la sed en el desierto.

Dile a esos niños
que no me llamen
"profe". Quiero
ser pequeña
y que lo noten.

Cantaré, dibujaré,
estaré fuera de
este saco de penas
que yo no compré.

Mi retrato es simple,
lo borraré.

¿Dónde ha ido mi alma?
Iré tras ella.
Volveré a pisar la senda
que mis pasos crearon.

Se escapa el gato,
sale ya por la ventana.
Lo retengo entre mis brazos.
La rutina nos atrapa.

Huye, gato, tú que puedes
con la luz de la mañana.
Vuelve al mundo del que vienes.
Vuela ya, como mi alma...

pequeño por ti y por mí.
Sé pequeño por última vez.



9 nov 2011

Abrázame





Es tarde y tengo frío. Este mundo que se me atraganta no ha dejado de girar. Tengo sueño y tengo miedo. La noche es larga, mis ojos son tristes. No te marches, vuélveme a abrazar.

Vamos navegando por el mar de la vida en un barco que a veces pierde el rumbo. Creemos que hemos avistado tierra firme, pero las olas renacen de golpe y el viento agita hasta nuestros huesos. Hoy la tormenta perfecta amenaza con hundirnos y, como dos niños pequeños, lloramos. Lloramos porque el corazón nos duele y porque en esta sociedad es muy fácil perder el sentido. Lloramos porque ya no nos quieren y ya no queremos. Lloramos porque el dolor es injusto e inevitable a la vez. Tus ojos me lloran, mis ojos los miran. Tus manos me rozan y una pequeña luz parece que brilla.

Quizá el mundo nos resulta demasiado grande o quizá le resultamos demasiado pequeños al mundo. Tú y yo, dos personas cualquiera, nos abrazamos y compartimos un sufrimiento mutuo, una desazón que nos impide caminar. Cuando queremos expresar lo que sentimos, resulta imposible. Entonces, de una manera mágica, nuestro abrazo en su esencia habla por nosotros. Durante esos instantes que nuestro abrazo nos regala, nuestros brazos se convierten en el calor de nuestras almas. Por unos segundos la ansiedad se esfuma, el dolor se reduce y el afecto se convierte en nuestra mejor medicina. No hay fronteras, no hay paredes, el cariño ahora es libre. Un abrazo cura las heridas más abiertas. Un abrazo une y renueva las fuerzas.

Puede que el cielo se haya oscurecido tanto que no encuentres el camino por el que debes andar. Puede que te sientas perdido y que alguien te haya robado ese valioso tesoro que hasta ahora guardabas. Puede que la vida nos haya juntado en un mismo golpe, en una misma sangre, en un mismo círculo vicioso del que no sabemos escapar. Sin embargo, existe un lugar donde siempre estaremos seguros, protegidos y aliviados: ese hueco que se forma en medio de nuestros brazos.

La noche es larga, y mi llanto amargo. La noche es agridulce y ha cerrado nuestros labios. Tengo frío y tengo miedo. Me acerco a ti muy despacio. El dolor es profundo, nuestros ojos se derraman sin descanso... Aún así, cuando te miro, tengo la certeza de que algún día la luz inundará nuestro cielo. Ese día, como dos niños pequeños que renacen, resurgiremos de las cenizas que apagamos esta tarde en el hueco de nuestros brazos.

Tus ojos me lloran, yo los seco en los míos. Nos dormimos cansados de tanto llorar.



Para Carlos







21 oct 2011

Como castañas mordidas






Si te dijera, amor mío, que temo a la madrugada... No sé qué estrellas son estas que hieren como amenazas. Sé que sangra la luna al filo de su guadaña. Presiento que tras la noche vendrá la noche más larga. Quiero que no me abandones, amor mío, al alba. (L. Eduardo Aute)



No hay octubre en que no recuerde el olor de aquellas castañas asadas en el jardín de un pueblo mágico que no nombraré. Tenía 17 años y un mundo de ideales revolucionarios se gestaba en mi interior. Él, el chico de la camisa blanca, me compró mi primer paquetito de castañas. Estaban deliciosas y reconocí que, aunque de pequeña nunca me habían entusiasmado, en aquella ocasión probarlas merecía la pena. Mientras hacíamos cola para comprarlas, mi mirada se detuvo en las llamas de aquella pequeña hoguerita. Una mujer mayor se frotaba las manos y de su boca salía humo de forma ritmica. Olía realmente bien y los niños observaban la escena con la boca abierta. Era una noche fría, aunque en nuestra sangre ardía la emoción y al caminar dejábamos un rastro de sencilla felicidad. Paseamos del brazo sonriendo bajo las farolas y nos perdimos. Recuerdo perfectamente lo que nos sucedió poco después aquella noche de octubre y recuerdo un cuadro con el rostro del Che. Recuerdo una guitarra y una manta capaz de abrigar todas nuestras ilusiones. Recuerdo el sonido de un grifo tímido en el cuarto de baño. Me recuerdo en una casa que no era mía, ni suya, ni nuestra. Aquella noche terminamos como habíamos empezado. Aquella noche nos quedamos vacíos como el paquetito de castañas.


Fue aquél un octubre lángido, suave, hermoso. Fue un octubre de sabores y de canciones de Aute. Volví a probar los postres que de niña había saboreado y volví al viejo cementerio a dejar flores sobre las tumbas de algunos desconocidos. Las mañanas eran cálidas y las tardes tristes. La gente compraba ramos para los olvidados difuntos. La luna se cerraba, los muertos perdonaban a los vivos. En una casita alejada en medio del campo, un amor se tostaba al calor del fuego que abrasaba las castañas.


Nunca más he disfrutado de los sabores de un octubre como aquél. Nunca más he vuelto a comprar paquetitos de castañas, por más que se empeñe la señora del puesto de la estación de Valencia. Nunca más volví a ver a esos niños que abrían la boca y nunca volví a escuchar el grifo de la casa en la que había un cuadro del Che. El chico de la camisa blanca dejó de ser el mismo y yo me convertí en una persona menos revolucionaria y de ideales más sencillos.


Ha pasado mucho tiempo. Han caído muchas hojas y he visitado muchos cementerios. ETA parece haber dejado las armas. He viajado en busca de un puestecito de castañas como el de aquel pueblo. Nunca lo he encontrado. He vivido octubres muy distintos al octubre de Aute y he hechos grandes viajes para vivirme en vidas que no son la mía y amar a personas que nunca me amarán. No ha servido de nada.


Hoy, 21 de octubre, celebraría mi séptimo año de noviazgo con una persona a la que jamás comprendí y de la que por suerte me separé a tiempo. Hoy, 21 de octubre, estaría deshaciendo una maleta cargada de recuerdos de París. Hoy, 21 de octubre, el chico de la camisa blanca ya no vive en el pueblo mágico y no compra castañas para nadie. Hoy, 21 de octure, llevo 20 meses exactos disfrutado del cariño de mi mejor amigo y compañero de ojos negros. Hoy, 21 de octubre, no suena en la habitación ninguna canción de Aute y no paseo del brazo de nadie bajo ninguna farola. Nadie enciende hogueras, nadie visita el cementerio. Vuelvo a nacer, vuelvo a morir y me asusta mi último año de carrera. Mis recuerdos me amenazan, la responsabilidad me agobia y mi corazón se conmueve. La gente no cambia, tiene poco en común con las estaciones: todos mienten como siempre, muerden como siempre y matan como nunca. Hoy en día nadie se acuerda de las viejecitas que asan castañas en las plazas de los pueblos, ni de los niños que las miran con la boca abierta.


Octubre es el mes de la nostalgia, de la tristeza, de dejar nuestra vieja naturaleza caer y desprenderse como una hoja seca sin más. Octubre es el mejor momento para comenzar de nuevo y observar nuestro reflejo en cualquier estanque donde flotan las hojas muertas. Octubre es un buen mes para recordarnos que seríamos mejores personas si dejásemos de querer ser alguien. Octubre es dejarse llevar, recomenzar, cambiar, desnudar nuestra alma. Octubre es fuego y ceniza. Octubre es un pueblo, una persona y un sabor. Octubre vuelve y se marcha abandonándome a mi suerte y sin piedad como a una castaña mordida.







3 oct 2011

Cuando morir no apetece



Un maestro agonizaba. Un discípulo se acercó al moribundo y le dijo:

-¡Dime tus últimas palabras! ¡Dame tu testamento espiritual!
-¡No quiero morir! -respondió el maestro-. He aquí mi testamento espiritual. ¡No quiero morir!

(El dedo y la luna)


Nadie quiere morir, al menos cuando se tienen pocos años, algunos sueños y muchas cosas por hacer. Nadie quiere sentir que su sangre se congela cuando se sigue estando vivo y el corazón late con fuerza.

El mundo se nos muere, y no porque yo lo diga. El mundo está enfermo y tiene dolor. Mucho. Nos asustan los terremotos, los tsunamis y el cambio climático. Nos da miedo que el suelo tiemble y la temperatura suba, ¡menudo horror! Sin embargo, ya no nos preocupan las guerras, ni el hambre, ni la desolación que ahoga a tantos países. Nos da igual. Nos importa un pepino que en otros lugares miles de personas y animales sean asesinados injustamente. Nos resulta normal que cada día mueran más y más mujeres a manos de sus parejas y que los negritos de ese continente tan triste llamado África salgan en nuestra tele comidos por las moscas y desnutridos. Nos provocan indiferencia los titulares de los periódicos y las lágrimas de los demás. Los humanos hemos evolucionado tanto (y tan mal) que ya no mostramos ningún tipo de emoción por algo o alguien que esté unos centímetros más allá de nuestro ombligo. Nos creemos los reyes del universo, y eso es un problema.

Lo malo es que España también se muere. Mientras unos abusan de su poder, otros pierden su hogar y su vida en un instante. Y es que un día cualquiera, un hombre con traje y corbata se planta en la puerta de tu casa y te dice que tienes unas horas para irte. Además, te recuerda que aunque te vayas vas a seguir pagando una hipoteca imposible. Por si no fuera poco, el paro se ha convertido en la pesadilla de todos y las empresas de trabajo temporal se ponen las botas engañando a diestro y siniestro con contratos basura que no se alargan más de unas pocas semanas. No hay hechizo posible para que el poco dinero que nos queda se multiplique; llegar a fin de mes, si antes era difícil, ahora es una utopía. Carteles con el lema "compro oro" se reproducen en las calles como moscas... La cosa está bien fea.

Lo más gracioso de este ambiente desolador (como si con la crisis no tuviésemos suficiente) es ver cómo Mariano Rajoy -ese simpático candidato a la presidencia de nuestro país- y su equipazo -gente ambiciosa y preparadísima- posan como superhéroes para las fotografías que luego serán portada de nuestros diarios más independientes (pongamos como ejemplo a La Razón, venga). Mariano Rajoy, junto a los suyos, comenta que preparan grandes cambios para España y, por qué no decirlo, para la mujer. Se acabaron las tonterías y se acabó la igualdad. La mujer, según estos señores, está destinada a ser una excelente esposa que, además, deberá preparar deliciosos bizcochitos para quitarle la mala leche al marido (empresario ricachón, si puede ser) cuando llegue cansado a casa. Nada de descotes, nada de melenas sueltas, nada de ir enseñando las carnes por ahí... Váyanse preparando, señoras. Ya podemos renovar el armario.

Por otra parte, es una lástima que nuestros amigos, nuestros hijos y nuestros nietos tengan que emigrar en busca de un futuro algo mejor que el que les espera aquí. Es una lástima que, cuando terminemos la carrera, mis compañeros y yo tengamos que hacerlo. Si antes se aventuraron nuestros abuelos, ahora seremos nosotros los valientes que aprenderemos a chapurrear el alemán o cualquier otro idioma mientras fregamos platos o cuidamos niños ajenos para pagar un alquiler en el extranjero. Sinceramente, creo que no hace falta mucha imaginación para atreverse a dibujar cómo será nuestra situación dentro de poco. Qué pena vivir esta crisis con 20 años. Rectifico: qué pena vivir.

A pesar de todo, no podemos olvidar que cada ser humano (sea de donde sea y viva donde viva) tiene una historia, una familia, unas ideas, unos sueños y un amor. A pesar de la niebla que nos amenaza ahí fuera, seguimos pensando que quizá algún día esto tendrá otro color. Todos sabemos qué o quién nos da cada mañana la fuerza necesaria para que sigamos caminando, trabajando, estudiando, riendo y llorando. Mira que somos fuertes... Aunque nos encontremos en un mal momento, o aunque parezca que esto se acaba, seguimos esforzándonos para ser felices y seguimos esperando otro golpe de suerte.

En mi caso, muchas veces he sentido que estaba a punto de morir, ya fuera físicamente o emocionalmente. Muchas veces he muerto un poquito y luego me he levantado con más energía que nunca. Cuando pensaba que vivir entre estas cuatro paredes me era imposible, una señora de 89 años y una gran sonrisa me abrieron la puerta. Cuando pensaba que el amor era una cárcel que nunca me iba a hacer feliz, me invitaron a ver un concierto en el Phileas Fogg. Cuando pensaba que la amistad era una auténtica mentira, conocí a unas personas maravillosas. Cuando pensaba que las relaciones de pareja eran como un chicle de Mercadona con poco sabor, apareció un hombre con camisa negra y sonrisa perfecta...

Tengo miedo de terminar la carrera y verme obligada a dejarlo todo para buscar alguna oportunidad lejos de aquí. Tengo miedo porque no sé hablar alemán. Tengo miedo de encender la tele. Tengo miedo del periódico. Tengo miedo de Mariano Rajoy. Tengo miedo de que llegue el día 20 de noviembre y, cuando salga a la calle y mire al cielo, pase una avioneta con una pancarta enganchada en la que ponga España, descansa en paz.


Para el Moro, el mejor amigo del mundo.

29 sept 2011

Extracto de "Rayuela"






Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico. Pero ella no estaría ahora en el puente.

Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas.

Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro...

Julio Cortázar, Rayuela

5 sept 2011

Lau teilatu, quatre toits




En París, los tejados esconden secretos consentidos.


Dejo caer otra hoja del calendario y septiembre duele. Duele porque octubre queda cerca, demasiado, y la memoria se entrevé. Los meses de octubre siempre me fueron dolorosos, aunque a la vez felices. Muy felices. Fueron tristes y felices, como yo también lo fui, como algún día volveré a serlo. Es imposible ahora porque no puedo andar, ni correr, ni reír. Lejos duermen las ciudades que me vieron vivir, alzarme, renacer divisando el mundo entero bajo mis pies... ¿Dónde te fuiste, París? Octubre, octubre, ¿por qué me dueles si aún no estás aquí?

Pienso en los tejados y dibujo la silueta de la playa de la Concha con mis dedos. Existen dos lugares con sabor a París: uno está perdido en Francia, otro en un paraíso al norte de mi país. Donosti dulce, Donosti melancólico, París disfrazado de arena y de gris.

¿Dónde aguardas, hombre triste? Dime en qué playa me volverás a recibir. Zurriola, la Concha y el Sena agitan sus aguas con el mismo fin: encontrarte, encontrarme bajo nubes que se rompen y en habitaciones con luces naranjas. Las olas empapan los recuerdos desde el Atlántico y el Peine de los Vientos rompe a llorar y por sus hierros se resbalan gotas con sabor a sal.

Con los ojos cerrados trazo una línea sobre el mapa para que me lleve hasta ti. En mi mente huele a pan recién horneado, el agua de lluvia baña los adoquines y el monte Igueldo contempla la costa feliz. Las farolas brillan sobre el Urumea, las gaviotas planean delicadas y en el barrio de Montmartre todo se vuelve frío como las losas de su bello cementerio.

Alguien, con mucho esmero, consiguió traer hasta Euskadi la esencia de una ciudad donde el metro hace soñar y los acordeones marcan el ritmo de cada corazón solitario. Alguien, en su capricho, hizo que mi sombra se rompiera en dos cuando empecé a recorrer callejones sin salida, nombres en vasco y restaurantes en francés.

Extraño tus luces de neón y el sabor de aquellos tiernos panes de leche. Extraño tus parques, tus tardes de lluvia, tus farolas en la noche. Recuerdo cómo sonaban las hojas que caían en aquel largo paseo bajo la torre Eiffel, y siento aún en mis labios el sabor de aquella mermelada de fresa y albaricoque que venía en un bote con tapa de cuadros rojos.

¿Dónde me equivoqué? ¿Por qué me dejas habitarte para luego obligarme a regresar a este lugar tan sombrío escondido en el Levante?

Suena un vals, bailan las notas de aquella tarde de octubre en la que, al besarme, supe el camino que siempre debí seguir. Retumba en el salón una melodía, la que el 17 de junio me ayudó a volver a ti. Cojo la maleta y ya en el frío pasillo corro, corro hasta subir. El vehículo arranca, ya nos vamos. El cielo se abre, saluda, me acoge. Empezaré un nuevo viaje, pero esta vez no tendrá fin. Sólo así, octubre, sus vientos y sus livianas hojas dejarán de dolerme; sólo de esa forma no me importará perderme en tu oleaje o en canal de Saint Martin. Sólo así volveré a sentarme sobre tus eternos cuatro tejados.

Lau teilatu gainian, ilargia erdian eta zu goruntz begira...

18 ago 2011

Que Dios les pille confesados, a poder ser







No tengo ganas de encender la televisión. Estoy cansada del tema. Estoy cansada hasta de las sonrisas de los presentadores de informativos cada vez que se refieren a la JMJ, o Jornada Mundial de la Juventud. Soy creyente, pero no católica. Muchas personas en mi familia tampoco son católicas, pero otras sí. Sea como sea, ninguno de nosotros nos identificamos con las miles de personas que compran como locas recuerdos y más recuerdos de este idílico encuentro que se celebra en Madrid estos días. Desde pequeña he escuchado muchas cosas acerca de Jesucristo, y otras muchas sobre su vida, su testimonio y sus valores. Leo la Biblia, que para mí es como un manual de instrucciones que no pasa nunca de moda, sin el cual no me gustaría vivir.

Aunque creo en Dios, nunca he presumido de ello. Aunque tengo fe en Jesucristo, mis pies van pegados al suelo y yo no vivo en una burbuja. Vivo en un país que tiene, a mi parecer y al de muchos que piensan como yo, problemas muy serios que en la JMJ parecen no importarle al Papa, ni a los obispos, ni a nadie. Estos señores parecen haberse confundido con los que supuestamente deben ser los valores del que cree ser un "intermediario de Dios" en nuestro planeta. Este encuentro multitudinario, por muchos millones de euros que genere gracias a las mochilitas, gorras, llaveros y demás recuerdos que se venden como roscas cada día, no nos convence. Celebraciones como las de la JMJ nos hacen recordar -al menos a mí- que España sigue a la cola de otros países a los que quizás tengamos que emigrar en los próximos años. Aquí todavía queda un atractivo remanente de fieles que parecen estar deseando vivir en aquellos "maravillosos" años de miedo, injusticia y represión. España, por voluntad propia o a la fuerza, ha tenido que avanzar, aunque con bastante torpeza. Vivimos en una sociedad obligada a perseguir nuevos valores y necesarios derechos. Perdóneme, señor Rouco, pero España is a bit different del pasado.

El espectáculo ha traspasado la televisión, el cine y Gran Hermano. Sólo hay que dar una vuelta por el Retiro de Madrid. Cientos de confesionarios esperan que jóvenes sin trabajo y sin casa abran su alma y confiesen sus pecados. Cientos de puestos arrasan con las ventas de objetos oficiales y falsos. Miles de peregrinos se asfixian en la capital española mientras lucen sus preciosas mochilas. Las grandes empresas se benefician, los tiburones se engordan y a los ciudadanos normales y corrientes, que nos den. Quizás muchos de esos chicos y chicas de mi quinta que cantan y celebran la visita del Papa en Madrid terminen pronto sus estudios y no encuentren trabajo. Quizás esos chicos no puedan comprar nunca una casa, ni formar una familia, porque no tendrán dinero y deberán hasta los euros en los que después de la JMJ ha quedado valorada su fe. Quizás esos chicos y chicas tengan que viajar por el mundo en busca de un futuro decente, pero no necesitarán maleta. Ya tienen su mochila de la JMJ para llevarla a todas partes.

Como he dicho antes, he escuchado muchas cosas acerca de la fe y de Dios desde mi infancia. Voy a la iglesia (evangélica bautista) los domingos y he conocido a personas creyentes que me han marcado de por vida. He estado en el Vaticano y en muchas iglesias católicas. He hablado con muchos creyentes católicos y me asombra lo que leo y lo que veo sobre la JMJ. Qué quieren Rouco y compañía que les diga... De las cosas que sé sobre Jesús a día de hoy (y de las cosas en las que creo y que reafirman mi fe), ni Cristo se paseó por Galilea subido a un "Cristomóvil" de madera, ni vendió sandalias con su firma, ni habló desde la ventana más alta de su fortificación. Jesús, en su paso por aquí, se relacionó con todos los sectores de la sociedad de la época (especialmente con las personas rechazadas, vulnerables y marginadas). Jesús se desplazó en barca o a pie, y dio su comida, sus ropas y hasta la vida por los demás. Jesús nunca organizó jornadas multitudinarias para enriquecer a los ricos y empobrecer -más si cabía- a los pobres. Jesús multiplicó panes y peces; lloró y rió con todas las personas sin distinciones ni favoritismos. Demostró lo que era la compasión y el amor, pero nunca sobresalió por la calidad de sus vestidos, ni por los escándalos sexuales de sus compañeros, ni por haber tenido un pasado turbio y la mente retrógrada.

Espero que la JMJ genere muchísimos millones, parte de los cuales puedan enviarse a Somalia o a cualquier otro país del estilo (es sólo un pequeño ejemplo), o puedan servir para ayudar a tantos españoles y españolas que dependen del banco y de la Divina Providencia para subsistir. Espero que los confesionarios del Retiro sean un éxito y que los adorables confesores se hagan con los secretos más oscuros de las almas de los jóvenes. Espero que, como en el dicho, Dios les pille a todos confesados antes de que caigan desmayados por el calor o que el sol de Madrid les derrita el poco cerebro que les queda.


29 jul 2011

Flor de mal





Que te acerques del cielo o del infierno, ¿qué importa?
Tristeza, profunda espina, divina y dolorosa,
si mi sangre -si tu sangre- se derrama hacia el abismo
al que no quise saltar.

Dulce, venenosa, vive en mí esta flor de mal.
¿Qué más da? ¿A quién le importa?
Tú regresas, aunque nadie te espere.
Te clavas en un colchón hecho de nube
y todo lo conviertes en vidrios rotos.

¿Qué importa? Si tú vuelves,
me acaricias hasta vaciar
ese corazón que de piel ya no entiende...

Es inútil, eres sed y bebes sal.
Aunque intentes matarme,
aunque quiera arrancarte,
arde en mí esta flor de mal.

Todo lo conviertes en vidrios rotos
mientras tu veneno vuelve a arder.

Es inútil: soy tu espejo, eres cristal.

6 jul 2011

La mariposa





Sé de un jardinero fiel

que riega siempre a su amapola,

aunque el hambre le asalte,

aunque le desgarren las ropas.


Vuela, vuela, mariposa.

El verano te abre paso.

Te asustará entre las rosas

tu final, como el ocaso.


Sé de cuervos asesinos

que destruyen el jardín.

Con sus gritos y sus trinos

te matarán también a ti.


Pero ahí llega el jardinero,

y te guarda entre sus manos.

Corre tierra por sus dedos

del color de los castaños.


La mariposa tiene celos

de este pobre jardinero.

El hombre canta, sonríe al cielo

sin futuro y sin dinero.


Una a una roza sus alas

y le susurra cuentos de miel.

La mariposa se agita, asustada.

No quiere enamorarse de él.


El jardinero canta, ella emprende el vuelo:


Vuela, vuela, mariposa.

El verano te abre paso.

Te asustará entre las rosas

tu final, como el ocaso.


Y si sientes que te mueres

ven a mí, te soy sincero.

Yo te daré larga vida

si me lanzas un "te quiero".


Ella se pierde, él la espera

en el camino del recuerdo.

Ella vuela y un hombre en tierra

barre siempre el campo nuevo.




Para J.


7 jun 2011

Siempre (al abandonarnos)





Nunca olvides que, antes de rendirnos, fuimos eternos.



Siempre que todo moría, siempre que los días mentían, siempre que el amor se disfrazaba de algo que se movía con miedo...

Perdimos el mundo
en el viaje de vuelta a casa después de amarnos. Perdimos el mundo al abandonarnos.

Siempre, después de las derrotas, te acercabas como un lago dormido.
Y sé que siempre, detrás de algunos cuadros quemados, nunca nada se movía.

Todo es tan extraño como el faro cerrado los días de lluvia en tus ojos.

Todo es tan extraño como un nudo de autopistas.



(Duncan Dhu)


31 may 2011

Mi carrera universitaria hecha poema







Dedicado a los que, como yo, sufren estas penas y alegrías.
No hace falta decir nombres :)


Yo sólo quería escribir, sí,
o al menos eso pensaba
al irme de Mordor, mi casa,
para venir a estudiar aquí.

Aquel primer día de clase,
hasta las cejas maquilladas,
las "princesas" más mimadas
presumían de sus trajes.

Sus madres podían pagarles
esta carrera en la privada,
pero como eran espabiladas
fueron a ver qué hay por la calle.

Entonces a mi padre llamé
y le dije que de ahí me iba.
No seas tonta, hija mía;
estudia, que yo no estudié
-dijo él-.

Los que éramos de pueblo
y hablábamos valenciano
nos sentíamos marcianos
directos al matadero.

Vuestra lengua es horrenda,
a mí me habláis en español,
nos dijo con gran dolor
la que se creía estupenda.

Había césped para todos
donde jugábamos a cartas
y también comíamos tarta
si no había que hincar codos.

Algunas noches fuimos de fiesta
para perdernos por la ciudad
y explicar qué es la humanidad
a la gente más molesta.

No necesitamos carnaval,
por clase vagan fantasmas.
Vendrán a robarnos el alma
a un consejo de guerra mortal.

Hicimos alguna que otra amiga
que parecía buena gente
pero con su lengua de serpiente
nos empapó con sus mentiras.

Cosas buenas, por ejemplo,
las que vi en Nochevieja.
Con pareja, o sin pareja,
todos estábamos contentos.

A clase de televisión
llegó una chica finlandesa
que con cara de vampiresa
nos quiso comer el corazón.

Hay compañeros que explican
que han ganado muchos premios.
Supongo que debe salir un genio
si froto su cabecita.

Estos chicos ambiciosos
harán que tiemble Gabilondo.
Me parece muy cachondo
su "talento" empalagoso.

Espero que sean muy ricos
cuando en nuestras televisiones
los jefazos les condicionen
a mentir como borricos.

Pero este no es mi sitio.
Perdónenme, periodistas.
Buena suerte, yo no me alisto
bajo la bandera de Camps y Rita.

Si puedo me iré bien lejos
a visitar a niños tristes
que ni pudieron vestirse
ni podrán llegar a viejos.

Queda un año por delante
y tenemos que sobrevivir.
Es nuestra lucha resistir
entre gente tan pedante.






19 may 2011

Arde la noche, Valencia quema






Muchas cosas importantes están pasando estos días en Valencia. La primavera golpea la ciudad con su fuerza y todo parece renacer, hasta nuestras esperanzas. Por fin un halo de luz. Por fin Valencia arde, y nosotros con ella. Se despiertan del invierno muchas luchas, luchas anónimas y compartidas que son de todos y de cada uno. Luchas pequeñas o grandes que tendrán ciertamente consecuencias.

Dos enamorados anónimos pasean por el centro de la urbe sin prisas. Entran en una tienda de discos antiguos que recién han descubierto, una tal Oldies, y allí se encuentran con algunos coleccionistas, con clientes que buscan lo más extraño. Compran una cinta de Joan Báez, grabada en 1976, y ella la guarda con cariño en su bolso. Salen, se pierden por los callejones y sus vericuetos. Comen algo que han comprado en una tienda de productos ecológicos. Sonríen, se cruzan con turistas y curiosos. Entran en una vieja casa donde un hombre y su perro inspiran poca confianza y huele mal. Todo asusta y les da miedo, no es lo que buscaban. Se han equivocado otra vez. Andan un poco más, de laberinto en laberinto. Llaman a varias puertas, algunas voces les sorprenden, como ese lugar que se hace llamar "Hostal del Cid Campeador". De pronto, un edificio rosa oscuro les sale al encuentro y no lo dudan. Es perfecto. Se quedan.

Una, dos, tres. Desde la torre de la iglesia las graves campanadas se instalan con ellos en una habitación donde la noche resucita y los tacones no cesan bajo el balcón. La madrugada promete. Un músico extranjero toca el violín en la plaza cercana, luego se oye un saxo y, por encima de ellos, cobra protagonismo un acordeón. Las notas arden, suena un tema de Sinatra y los enamorados se abrazan en la paz de su calor. La felicidad, piensan, está al alcance de sus manos... al menos por unas horas. La luna también.

Una, dos, tres y hasta ocho. El reloj avanza, la mañana no espera. La lluvia tampoco. Los enamorados de mi cuento salen de su refugio y avanzan con destreza entre calles, cruces, semáforos y aceras. Los turistas se agitan como hormigas, uno tras otro con algo cargado sobre la espalda. La pareja llega a la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, donde gente anónima y decidida, como ellos, se agrupa en busca de un presente y un futuro mejor. Desde el pasado día 15, ciudadanos de distintas edades e ideologías se unen sin descanso para defender sus derechos y manifestarse a favor de una democracia verdadera y renovada. Todos hablan, todos explican sus opiniones, todos hacen fuerza y se apoyan. La ciudad abre los ojos. La balanza empieza a equilibrarse y el pueblo resurge de sus cenizas, pese a lo que digan en los medios de comunicación y en esos programas basura.

Algo está cambiando en esta ciudad y en muchas otras del país. Los políticos temen que el despertar del pueblo les haga daño este domingo. Pero nuestros amigos jóvenes y mayores, como los enamorados de mi cuento, no tienen miedo. Mi pareja también forma parte de esas voces anónimas que arden, de esas víctimas inocentes que pagan y se quedan sin casa, sin trabajo y sin vida. Valencia quema, los ojos ya no duermen. Caminamos entre sombras, rodeamos abismos presos de nuestra ceguera. Hay un mañana que no espera. La energía y la lucha, como el amor o la felicidad, son eternos mientras duran. Pues que duren, que no mueran. Arrasemos el teatro.





16 may 2011

Canción de cuna de otro verano





Escaleras del metro de París. La lluvia amenaza con atravesar las ventanas. Un acordeón y un titiritero hacen soñar en el vagón gris. A las puertas del Sacré Coeur un mago danza, mientras los niños hacen palmas. Nadie deja de reír.

En la esquina suena un violín. Las lágrimas y un beso cantan una canción desesperada. La ciudad arde entre amantes y viajeros; los labios se funden; explotan las almas. La tarde se desgrana entre olores, adoquines y chimeneas manchadas de hollín. Entonces suena otro violín. El fotomatón congela una imagen que morirá desangrada. Pero ellos sonríen y bajan alegres las escaleras del metro de París. Comen panes a la luz de una vela. La habitación ahora es rosa, el amor es así.

Escaleras del metro de París. Un aeropuerto amenaza con asesinar la mañana. Una pareja con su equipaje mira un mapa en el vagón gris. En la entrada del Charles de Gaulle un niño llora, mientras los padres arrastran las maletas. En la puerta de embarque nadie puede sonreír. Junto a la cinta roja suena un violín. Las lágrimas y un beso gritan en su canción desesperada. El cielo arde entre aviones que despegan y viajeros; los labios se funden; explotan dos almas. El momento se desgrana entre sollozos, caricias y mejillas manchadas de carmín. Entonces suena otro violín. El cristal del aeropuerto congela una imagen que morirá desangrada. Pero ellos sonríen, él se aleja y baja esta vez solo las escaleras del metro de París. Ella espera como cualquier otra viajera. La despedida le ahoga, el amor es así.


Cierran los ojos, ella en su asiento y él en el metro de París. Cierran los ojos, los cierran bien fuerte y recuerdan . La manta amarilla, la estufa y un poco de queso con mermelada antes de irse a dormir. La miel en los labios, el albaricoque listo. Las noches suaves de París.

El avión se tambalea. La lluvia amenaza con atravesar las ventanas. Él ha vuelto a la habitación. Mientras se arropan en los recuerdos de su propia canción de cuna, el destino envuelve sus corazones con tramposas telarañas. Fuera, en la calle, suena el violín. La vida les mata, el adiós es así.




11 may 2011

En el laberinto de espejos




Los cristales, como los obstáculos de la vida, sólo existen dentro de nosotros. Si nosotros queremos, ellos nos abrirán paso.

Me ves correr, me ves bailar.
Tus ojos brillan al mirar y un sol te quema.

Me ves llorar, me ves temblar. Te vas entre cristales.
Caigo, se rompe un día de pasos que pesan.

Luces, espejos, destellos infernales y un estrecho pasillo.

Oscuro, todo está oscuro. Un laberinto transparente me rodea y me hace tropezar. Lo intento, pero no puedo. Camino, vuelvo al suelo y no logro avanzar. No dejo de dar vueltas en el mismo sentido. El mismo viaje. Ninguna puerta.

Me siento en el suelo, lloro. Los tétricos vidrios me observan cuales vigilantes fijos. A lo lejos me hago pequeña, me rompo, me trizo. Todos mis lados se encogen, se deshacen en el infinito. Pasan las horas; pasa el horror con sus gritos.

Una sombra se acerca y la sigo. Una sombra dice que vaya, que tiene frío: "Ven, y nos arroparemos los dos. Te dormirás en tu hueco, tendrás abrigo en tu nido". Pero todo está oscuro, muy oscuro. Me golpeo contra mi propio reflejo y esa imagen asustada de mí misma parece haberse ido. Me pongo en pie, estiro los brazos.

Doy un paso, dos, tres. El último espejo me regala lo que sé: estás muy cerca, aunque te vea tan lejos. Doy un paso, dos, tres. Tus manos regresan, me acogen con sed. Damos los últimos pasos y nos vamos. El miedo también.

Nunca tuve el valor de enfrentarme a las trampas del laberinto en el que se enreda mi vida. Nunca quise luchar contra mi esfera perfecta, contra la posibilidad de perder mi camino de regreso. Nunca pude evitar esa sensación de ahogo, ni esas ganas de escapar pidiendo auxilio.

Tus manos. Tus manos son mi llave y son la puerta que siempre se espera cruzar. Las manos de un amigo al que se ama, de un amante al que se anhela. Las manos que me ayudan a avanzar.




2 may 2011

Aquell desig




Són moltes les ocasions que ens conviden a formular desitjos. Estan els aniversaris, estan les nits estrelades, estan els petits trèvols de quatre fulles... Estes ocasions són com els desitjos: infinites. Tot el món, al mateix temps, té el dret i el deure de tancar alguna vegada els ulls i pensar en aquell desig que voldria complir. Menuts i majors, joves i grans... Tots deuríem demanar algun desig, encara que sols fóra un, al llarg de la nostra vida. Ocorre que els desitjos, com la vida, són ben importants.

Són moltes les persones que desitgen tindre una vida determinada, i són moltes les persones que, després d'haver lluitat pel seu desig, viuen la vida que sempre desitjaren. No és impossible complir un desig, sempre que el desig formulat siga senzill i no massa artificiós. Si seguim aquesta regla, més tard o més prompte el nostre desig es complirà. I es complirà si demanem petites coses, coses reals al cap i a la fi... com quan érem xiquets.

De sobte, m'envolten els records de la infància que encara romanen als àlbums i intente recordar quines coses demanava quan m'agafaven fort i m'apropaven al pastís. Les fotos, les imatges immortalitzades em retornen aquella dolça sensació plena d'innocència. Sempre demanava coses senzilles, petites, reals. Primer demanaves algun joguet, alguna nina, algun regal inesperat. Després, demanaves tindre sort amb aquell examen, o amb el xic més espavilat del grup. Més tard, ja et trobes a tu mateixa emocionada, amb una copa de cava a la mà, mirant als teus familiars i demanant que es pare, per sempre, eixe instant d'absoluta i enigmàtica felicitat. Tots eleven les seues copes per celebrar un any més, un casament més, un naixement més. La vida no para, tots ens fem grans i al nostre cor cada cop dormen menys desitjos, més petits amb el transcurs del temps.

La duresa de la vida, les experiències negatives i la maduresa ens ensenyen a no desitjar el que tenen els demés. Arriba el moment de fer-se major i, quan les coses pinten mal, sols desitgem quedar-nos com estem: "passe el que passe, millor si em quede com estic!", pensem.

Jo he desitjat moltes coses al llarg de la meua vida. He desitjat coses petites i també, per què no dir-ho, coses grans. Molts desitjos s'han fet realitat (viatges, experiències, regals...) i altres, en canvi, no s'han arribat a complir -cosa que m'ha estalviat algun mal de cap-.

He demanat desitjos a les estreles, també als ciris d'aniversari i als trèvols. He demanat desitjos cada vegada que he pogut retirar-me per assaborir millor un instant congelat en una fotografia. He demanat fer-me petita de nou, reviure les coses que em van marcar, trobar aquell amic imaginari, quedar-me per sempre vora mar.

Març, any 2010. Una taula llarga i, al seu voltant, els pares, els oncles, els avis i els cosins. Vint espelmes sobre un pastís de xocolata, vint flames ardents com la sang al meu cor. Les càmeres en marxa, els somriures dels cosins, els plats, la música i les culleres. "Que demane un desig, que demane un desig". La meua mirada va fer un viatge de dos segons i, en el meu horitzó, un vaixell de vida es va detindre en els teus ulls marrons. Aleshores, les nostres pupil·les coincidiren en un punt.

"Que demane un desig, que demane un desig", deien. La meua ment esperava, transparent, que formulés aquell secret, però aquell dia no calia. El meu desig el portaves tu. Obrires les mans, t'apropares al pastís i, mentre jo bufava divertida, la teua mirada es convertia en el meu destí.





18 abr 2011

Tu hueco, el mío



Mis versos dicen que el hueco es el único sitio habitable
(Luis Vidales)

Un hueco que te acoge, te atrapa, te arropa.
Un hueco en el que anidas para detener las horas.
El calor de la sangre en ese corazón inquieto
cuando late, baila, tiembla mientras duermes en su pecho.

Narcóticos y estupefacientes que se compran en los labios.
Ojos llenos de alegría, ojos de luz, ojos de faro.
Medicina hecha de almas, de seres, de sueños.
El deseo y la belleza caben en ese rincón pequeño.

El mundo se estrecha, el miedo no te embiste.
Tu mente no tiembla, no piensas, no existes.
El principio y el fin se destrozan en un latido
cuando el amor deja de ser ese monstruo contenido.

Déjame dormir en ti, déjame ser un ser vivido.
Déjame morir en ti, déjame caer en tu suspiro.

Sé ese hueco que me acoge, me atrapa, me arropa.
Déjame anidar en ti para que se detengan las horas.


5 abr 2011

¡Para!



Se ahogan, mueren en el intento de poder serlo todo a la vez sin ser nada. Quieren ser alguien, no saben ser nadie, el tiempo gira rápido y nadie les para. La Tierra no para, las calles no paran, los odios no paran, las envidias no paran. Entonces una luz, roja como la granada, cuando en medio del tráfico alguien llora y grita ¡mundo loco, para, para!

Almas mecanizadas, mentes anestesiadas por el afán de la absurda competencia. Una sombra sin cabeza nos da la bienvenida cuando lo más horrible de los corazones rompe su estado de latencia. Todo es una carrera que dirige hacia el abismo. Ciegos y ensimismados, hombres y mujeres caen presa de su propio egoísmo.

Se agitan las redes sociales, asesinado queda el autoestima de pobres mortales. Los amigos quieren ser amigos, los amantes ya no saben ser amantes. Celos e infidelidades en las redes sociales. Asesinado queda el autoestima de los pobres mortales.

La Tierra no para, las calles no paran, los odios no paran, las envidias no paran. Entonces una luz, roja como la granada, cuando en medio del tráfico alguien llora y grita ¡mundo loco, para, para!

En medio de la jaula, el águila quiere salir. No le dejan mover sus alas, ya no sabe ni vivir. Sueña con un cielo amplio del color de las naranjas. Sueña con un mar tranquilo, sueña con poder sobrevivir.

Es grave la enfermedad que somete a los pueblos de este mundo frenético.


23 mar 2011

Una muerte distinta





Tuve la suerte de conocerle hace algo más de un año. Fue una de las personas que con más amor me recibió cuando entré en aquella casa. La primavera llegaba tímida y en la chimenea ardía el fuego como ardían los colores de los primeros pájaros en las ramas. Un profesor de la universidad nos había mandado escribir una historia de vida sobre alguien mayor. Le elegí a él, o él me eligió a mí. Nunca lo tuve demasiado claro.

Habitación naranja. Las siete y media. Él y ella se abrazan felices, se arropan, miran el reloj. Un autobús, una tarde húmeda y fría. Él sube, ella se queda en casa saboreando los momentos que acaban de regalarse, recordando los paseos por la ciudad, las risas y el viaje. Algunos minutos después, aún en la cama, recibe un mensaje de texto. Su corazón le avisa y no sabe si abrirlo, presiente que la noticia no es buena. Lo abre y se enfrenta a una frase amarga y dura como la muerte: "El iaio acaba de dejarnos. Te quiero". Le llama, él apenas puede hablar. Lloran en silencio, lloran hasta mojar sus teléfonos. Intentan consolarse el uno al otro. La tarde se ha dado la vuelta. Lágrimas caen, lágrimas van y vienen. Llamadas, explicaciones, sollozos y dolor. Dolor en busca de algún porqué.

Amanece otro día después del golpe, después de haber llorado mucho. Es casi de noche y ella llega a un edificio de enormes cristales y amplios ventanales. Entra. Luces, plantas, cuadros modernos, todo cuidado hasta el mínimo detalle. Si no fuera porque el silencio reina en el lugar y las personas visten de negro, cualquiera diría que se trata de un hotel. Y es que puede ser sorprendente un tanatorio. Escaleras, puertas, sillones. Una habitación iluminada a la que no se atreve a entrar. Sabe lo que encontrará dentro. Respira. Alguien la abraza, ella abraza a alguien y alguien también llora. Todo parece extraño, no es lo que se había imaginado. Cruza la puerta gris y un globo en forma de corazón se mueve atado a un carrito azul de bebé. Al lado, una mujer le da el pecho a su hija de pocos meses, mientras su hijo mayor juega a perseguir a una niña y caen al suelo riendo. Otra mujer joven, que está embarazada, acaricia a los niños y alrededor de una mesa la gente sonríe mientras los niños gritan. Todo es muy extraño. Entre tanta apariencia de muerte, la vida se impone y todo cobra otro color.

Ella se abre paso entre la gente, saluda y abraza a conocidos y familiares, besa a su novio y se coge de su brazo antes de decidirse a mirar tras el cristal. Su "iaio", su amigo, su hermano, su cómplice de 98 años y medio parece dormido entre nubes blancas y rodeado de flores. No queda nada de él en esa estrecha cama sobre la que su cuerpo descansa. Un rostro apenas, un retrato imperfecto de una muerte inesperada que se ha puesto sus ojos, su boca y su cara. Nada más. La muerte ha venido, y tiene sus ojos. Pero ahí no hay nada más. El abuelo no está. Ese reflejo no es más que un espejismo de lo que fue, de lo que llegó a ser, del tesoro de una persona admirable que se fue a un lugar mejor. Porque su sueño acababa de cumplirse y ya estaba con Él. En la caja, tan sólo un ápice de lo que un día fue su cuerpo, una imagen distorsionada formada de tristeza y de recuerdos. Sólo eso.

Reencuentros, risas, juegos, lágrimas. Las personas salen y entran, las ancianas se conmueven, los familiares se acompañan. Algunos recuerdan y suspiran, otros duermen en los brazos de su madre, otros corren y se mueven sin parar, como ese globo en forma de corazón atado al carro. Ella sale de la habitación y coge en brazos a la niña que antes corría. La pequeña le explica que están en un lugar donde hay muchas cosas bonitas: flores rojas, azules, blancas y rosas (sus preferidas); cuadros bonitos; plantas grandes; luces que no dejan de brillar. Ella estrecha con fuerza a la niña y piensa que, quizás, esa manera inocente de ver hasta la realidad más triste es la correcta. La pequeña sigue hablando y le cuenta que se lo está pasando muy bien porque está jugando mucho con su amigo y además están todos juntos: sus padres, su amiguito, los amigos de sus padres y el abuelito, que está dormido en una cama rara. La niña deja de sonreír por un momento y le confiesa que el abuelito se ha marchado a un lugar cerca de las nubes para quedarse, pero que esta noche dormirá en su cama de siempre y en su casa. Las horas transcurren tranquilas y más hombres y mujeres abandonan la sala más o menos apesadumbrados.

Entonces, a los jóvenes se les ocurre una idea y deciden bajar a hablar con el personal del tanatorio. Un hombre alto, joven también, les invita a conocer los secretos del edificio. Ella tiembla, el lugar le asusta un poco, pero se deja llevar. Recorren varias habitaciones frías, muy frías. A su paso, coches fúnebres aparcados, ataúdes envueltos, camillas de hierro, pizarras con nombres de difuntos, flores y otros objetos propios de una película de terror les salen al encuentro. Ella cierra los ojos, todo parece tan siniestro y divertido a la vez... Llegan a la iglesia, una bonita y luminosa sala con bancos de madera y un piano. Todo saldrá bien mañana.

Viernes. El mismo edificio, todos con trajes negros. El dolor. Ramos de flores, abrazos, más reencuentros y saludos llenos de ánimo. Un poema, unas canciones preciosas, la emoción derramándose gota a gota. Un mensaje de esperanza, de confianza y de seguridad: hay un lugar mejor allí donde Él está, donde ellos dos están. La caja está cerrada, solo queda decirle adiós. Prisas, más gente, más flores. Un cementerio bañado por el sol. Llegan al lugar, una tumba se abre, la familia se arropa más que nunca. El viento les atrapa, ella no sabe si reír o llorar. De repente, la niña de la noche anterior, su pequeña amiga, se acerca con una muñeca en los brazos. La coge, le acaricia el pelo y le susurra al oído palabras bonitas. La niña, feliz, señala un ramo de flores en un nicho cercano y dice: "Flores rosas, flores azules, mis flores preferidas". Un tiempo después, la familia, la niña y la muñeca dejan el lugar y se marchan. La vida vuelve a ganar la partida. Todos se quedan a pasar la tarde en una casa y recuerdan y ríen juntos. Todos dan las gracias a Dios y a la propia vida por estar vivos, por estar juntos, por haber conocido al que fue su abuelo, su padre, su hermano, su "iaio", su amigo. Yo soy una de ellas.

Tuve la suerte de conocerle hace algo más de un año. Fue una de las personas que con más amor me recibió cuando entré en aquella casa. La primavera llegaba tímida y en la chimenea ardía el fuego como ardían los colores de los primeros pájaros en las ramas. Un profesor de la universidad nos había mandado escribir una historia de vida sobre alguien mayor. Le elegí a él, o él me eligió a mí. Nunca lo tuve demasiado claro. Durante largas mañanas, el abuelo Pedro me explico su historia, su vida y las anécdotas que llenaron de alegría aquella historia y aquella vida. Mediante sus propias vivencias, me ayudó a conocer rápidamente una época difícil, el sabor del amor verdadero, la inocencia de la juventud o la plenitud de la madurez junto a la familia que tanto le quería. Aprendí muchas cosas, cosas que se quedaron para siempre escritas y grabadas. Reímos, lloramos, nos emocionamos. Una mañana de mayo, mi novio y yo fuimos a buscarle a su casa. El abuelo nos esperaba impaciente con muchas ganas de pasear. Era más rápido que nosotros y se enfadaba cuando hacíamos un alto en el camino para descansar. "Venga, venga", nos decía. Otro día, nos fuimos juntos de vacaciones a un pequeño pueblo que se llama Aliaguilla y allí nos hicimos muchas fotos y descubrimos rincones y paisajes sorprendentes. Exploramos la cámara en la que dormía el abuelo y pasamos las tardes en la terraza, sentados en un sofá bajo la parra. La mirada del abuelo se volvía más nostálgica cada atardecer y los últimos rayos del día se quedaban en sus mejillas para darles un color melocotón. Además, los vecinos del pueblo envidiaban mucho a nuestro "iaio" porque, con casi 99 años, era más veloz y más astuto que todos ellos juntos. Estaba lleno de vida, lleno de luz, lleno de paz y de alegría. En uno de sus paseos, el abuelo olvidó su chaqueta azul, esa que a mí me gustaba tanto, y se la recogimos entre risas. También le regalamos una pulsera de bolitas moradas el día de su último cumpleaños, aquel cálido y feliz 7 de agosto con fartones y horchata bien fresca en Aliaguilla. Qué bien lo pasamos.

Pero hubo más. En diciembre lo invitamos a ver un musical muy especial al que acudió con muchas ganas y emoción. Le gustó mucho. También estuvo en mi casa y en mi iglesia. Comió con nosotros, conoció a los recién nacidos y se quedó dormido en el sillón nuevo. Cantó, disfrutó, dio gracias y aún sucedieron muchas cosas más...

A ti, que conoces mi secreto y el secreto de alguien a quien tú y yo tanto queremos; a ti, que me enseñaste a ver la parte positiva de las cosas por difíciles que parezcan.

A ti, que me llamaste "nieta" y "hermana" desde el día en que te abracé por primera vez; a ti, por convertirte en alguien tan especial para mí en tan pocos meses. A ti, "iaio", por emocionarme, aconsejarme, darme la mano y guardar un secreto que sólo nosotros conocemos.

A ti, y sólo a ti, por haber compartido conmigo y con los tuyos este año tan especial, un año perfecto y redondo con el que te despides, con el que te vemos partir para encontrar tu merecido lugar en nuestro "siempre del siempre".

A la memoria de Pedro Rubio González (1912-2011)

Sólo Dios sabe cuánta verdad y cuánta luz dejaste en nuestras vidas.

Hasta siempre.