29 sept 2011

Extracto de "Rayuela"






Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico. Pero ella no estaría ahora en el puente.

Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas.

Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro...

Julio Cortázar, Rayuela

5 sept 2011

Lau teilatu, quatre toits




En París, los tejados esconden secretos consentidos.


Dejo caer otra hoja del calendario y septiembre duele. Duele porque octubre queda cerca, demasiado, y la memoria se entrevé. Los meses de octubre siempre me fueron dolorosos, aunque a la vez felices. Muy felices. Fueron tristes y felices, como yo también lo fui, como algún día volveré a serlo. Es imposible ahora porque no puedo andar, ni correr, ni reír. Lejos duermen las ciudades que me vieron vivir, alzarme, renacer divisando el mundo entero bajo mis pies... ¿Dónde te fuiste, París? Octubre, octubre, ¿por qué me dueles si aún no estás aquí?

Pienso en los tejados y dibujo la silueta de la playa de la Concha con mis dedos. Existen dos lugares con sabor a París: uno está perdido en Francia, otro en un paraíso al norte de mi país. Donosti dulce, Donosti melancólico, París disfrazado de arena y de gris.

¿Dónde aguardas, hombre triste? Dime en qué playa me volverás a recibir. Zurriola, la Concha y el Sena agitan sus aguas con el mismo fin: encontrarte, encontrarme bajo nubes que se rompen y en habitaciones con luces naranjas. Las olas empapan los recuerdos desde el Atlántico y el Peine de los Vientos rompe a llorar y por sus hierros se resbalan gotas con sabor a sal.

Con los ojos cerrados trazo una línea sobre el mapa para que me lleve hasta ti. En mi mente huele a pan recién horneado, el agua de lluvia baña los adoquines y el monte Igueldo contempla la costa feliz. Las farolas brillan sobre el Urumea, las gaviotas planean delicadas y en el barrio de Montmartre todo se vuelve frío como las losas de su bello cementerio.

Alguien, con mucho esmero, consiguió traer hasta Euskadi la esencia de una ciudad donde el metro hace soñar y los acordeones marcan el ritmo de cada corazón solitario. Alguien, en su capricho, hizo que mi sombra se rompiera en dos cuando empecé a recorrer callejones sin salida, nombres en vasco y restaurantes en francés.

Extraño tus luces de neón y el sabor de aquellos tiernos panes de leche. Extraño tus parques, tus tardes de lluvia, tus farolas en la noche. Recuerdo cómo sonaban las hojas que caían en aquel largo paseo bajo la torre Eiffel, y siento aún en mis labios el sabor de aquella mermelada de fresa y albaricoque que venía en un bote con tapa de cuadros rojos.

¿Dónde me equivoqué? ¿Por qué me dejas habitarte para luego obligarme a regresar a este lugar tan sombrío escondido en el Levante?

Suena un vals, bailan las notas de aquella tarde de octubre en la que, al besarme, supe el camino que siempre debí seguir. Retumba en el salón una melodía, la que el 17 de junio me ayudó a volver a ti. Cojo la maleta y ya en el frío pasillo corro, corro hasta subir. El vehículo arranca, ya nos vamos. El cielo se abre, saluda, me acoge. Empezaré un nuevo viaje, pero esta vez no tendrá fin. Sólo así, octubre, sus vientos y sus livianas hojas dejarán de dolerme; sólo de esa forma no me importará perderme en tu oleaje o en canal de Saint Martin. Sólo así volveré a sentarme sobre tus eternos cuatro tejados.

Lau teilatu gainian, ilargia erdian eta zu goruntz begira...