30 ago 2010

Taza gris



Apago el televisor. Este estúpido aparato cada vez me ofrece menos cosas de las que puedo sacar algo bueno. Menudo mundo estamos construyendo... ¿Quién puede ser el guionista de tanta atrocidad, de tanto drama encerrado en una caja metálica?

Me siento en el sillón verde y paso mis dedos por los libros que se amontonan sobre la mesa. Este planeta está necesitado, cada día más, de verdaderas caricias. Qué desesperación...


Quiero ordenar las habitaciones de mi mente, pero no sé por dónde empezar. Echo de menos el otoño, el viento nostálgico, la lluvia, la calma tras los días tristes de noviembre. El verano, aunque sea en esta ciudad en la que todos presumen del frío, acaba con mi paciencia y mi esperanza.


Me levanto y me dirijo a la cocina a ver si preparo algo que pueda sofocar esta sed. Cojo un par de cubitos de hielo y dejo enfriarse una taza de té. Los imanes de mi nevera roja me traen tantos recuerdos... A veces mi vida se entristece de golpe, como aquellos viajes agridulces en blanco y negro. Un poco de azúcar y ya puedo llevarme la taza.


Vuelvo al sillón. Me dejo llevar por la voz de Leonard Cohen y un Le chant des partisans que versionó el grupo Noir Desir. Tomo el primer sorbo... El té de manzana es una de las mejores cosas que uno puede encontrar en Turquía. Alzo la vista y me detengo en la antigua Polaroid que duerme en la estantería. Querría volver atrás, o quizás corregir los sinsabores que aún tiene que traer este futuro. En fin.


Un trago más, dos, tres. Cierro los ojos y saboreo la voz de un desconocido cantante francés. A menudo pienso que sin los violines nada sería lo mismo. Al fin encuentro algo que puede aliviar mi por momentos tenue corazón. Dejo caer mi cabeza y me pregunto qué hubiera dicho Él, Jesús, al encontrarse perdido en un escenario lleno de escombros como estos. Recuerdo ahora las palabras de mi padre cuando le enseñé una cartulina que hice hace poco para unos niños, en la que decía algo así como que todos debemos de amarnos... Cuánta razón tenía mi padre cuando al verla, me dijo: "Ojalá que esa frase estuviese escrita en cada rincón de la Tierra, en cada farola. Hay demasiados desalmados sueltos por ahí."


Enciendo, desafiante, la televisión con rapidez. Nada cambia: mujeres con un maquillaje ridículo enseñando casi hasta la garganta, hombres insolentes que pretenden ser reyes, niños envueltos en miseria, incendios, hambre, muerte. Me rindo y castigo al pobre televisor que, a fin de cuentas, no tiene la culpa de nada. Nadie le preguntó si quería ser un instrumento para lavar los cerebros y acallar las conciencias.


Un trago más, dos, tres. La brisa de la tarde inunda el salón y de repente la radio se calla. El silencio me abraza y tomo el último sorbo de la taza de té. Suena el teléfono, no sé si responderé... A veces mi vida está toda en blanco y negro.






24 ago 2010

La sexta carta





Estambul, 21 de un agosto en el que el año exacto poco importa




Son las cuatro de la madrugada y no puedo dormir. La noche se encierra en sí misma y me atraganto entre este olor a especias y carne asada. La habitación es pequeña y, a pesar de estar en un sexto piso, abro la ventana y me falta el aire. Mi piel se estremece al invadirme las voces que invitan a la oración desde los minaretes cercanos. Esos gritos indescifrables hacen que tiemble y me asombre a la vez. Es algo inexplicable, digno de ser escuchado. La gente duerme, aparentemente. Algunos dejan de lado el sueño y se arrodillan mirando a la Meca.


En la calle, poco pasa. Los cubos de basura descansan medio abiertos y algunos gatos deambulan sigilosos en busca de comida. Saben que, en esta ciudad, tienen suerte... probablemente más suerte que yo. He vuelto al hotel cansada, vencida, sin ganas de pensar. He encendido la lámpara y he empezado esta carta. La policía escribe y comprende tan despacio...


La vida aquí es una ilusión. De poco sirve frotar con insistencia la vieja lámpara de un inocente Aladino. De poco sirve echarle la culpa al destino o a los sueños. La princesa del velo rosa no bailará en el palacio esta noche. El miedo se ha incrustado en su mirada y ya no es capaz de confiar en nadie. Y es así la vida, cuando crees que lo has perdido todo te das cuenta de que no has perdido mucho, pues sigues viva. Mi pelo baila bajo las estrellas y, desde lejos, el Bósforo me acuna en su canción mientras pienso en ti y en tu olor a canela. A veces, lo más seguro para aferrarse a alguien y amarle con sentido es decirle adiós, al menos por un tiempo, para saber qué significa ese ser que has tenido contigo.



Sin embargo, la tristeza te invade al sentirte sola y perdida en medio de una ciudad tan peligrosa como soñada. Bellos hombres de ojos negros te amenazan con sus hambrientas miradas y una sed tan incomprensible como incontenida. Silenciosas mujeres ocultan su cuerpo y casi su rostro detrás de largas faldas y coloridas pashminas. Los taxistas deboran las avenidas engañando a los turistas y, bajo la luna llena, las mezquitas reinan ajenas al mundo que se extiende ante sus pies. Todo parece estar del revés.




Al fin se escucha el silencio en el cuarto y cierro los ojos. Entonces, imagino tu risa y veo caer sobre tu tostada frente unos mechones negros. Preciosas alfombras nos rodean en una sala con paredes claras de mármol. Alguien, desde fuera, hace sonar la más hermosa de las guitarras y nos eclipsa una enigmática melodía. No hay nadie más, sólo los dos, sólo la luna en plenitud y los aromas que nos acerca un sutil viento desde el jardín. Te miro, caigo en tus brazos y empezamos a bailar. Sigues con alegría, divertido, el baile de mis caderas. Me besas, apartas el velo y recorres mi mejilla despacio con la mano. Tapas mis ojos y, de repente, me sorprendes con una taza de té de manzana. Nos abrazamos, la guitarra sigue sonando y el Bósforo nos regala una soleada mañana.




Una lágrima resbala ya en mi cara. A veces, la realidad es capaz de superar a la ficción. A veces, el hilo se vuelve demasiado débil y se confunde, como yo. Me gustaría poder cerrar la ventana y salir de aquí, pero no puedo. Los barrotes de mi cárcel son fruto de una decisión. Quisiera ser como ese tango árabe que le gusta tanto a los turcos: libre, alegre, poderosa y resbaladiza. Mi maleta, frente a mí, espera abierta. Te prometo que haré lo posible por volver. Te prometo que guardaré las pocas liras que me quedan y volveré. No me conformo con soñar contigo.


Deshago las horas y los minutos que me quedan, si es que no logro detener el maldito reloj esta noche. Nunca me habían aterrado de esta forma los aeropuertos, a veces la espera se hace interminable. Odio los trámites, las colas, las preguntas sin respuesta. Esperar, tendré que esperar. Hace unos minutos te escuchaba en el teléfono y daría cualquier cosa por recuperar esa voz, esas palabras que me devolvían la esperanza. Este lugar es así, cuanto más intensamente estás disfrutando de algo, te lo rompe.


Dormido, imagino que ya te habrás dormido. Mañana trabajas y te levantas temprano. Espero que tengas más suerte que yo. Voy a intentar arreglar las cosas para llegar al autobús, sólo de esa manera veo la salida un poco más cercana. Descansaré un par de horas y veré qué me ofrece este hoy que ya es mañana.


Tengo que empezar a despedirme, el sueño y los nervios han acabado conmigo. Si todo sale bien, te prometo que en pocos días estaré contigo. Eres todo lo que tengo. Tengo que ser fuerte, sé que apuestas por mí y supongo que verme así te desharía. Intentaré volver, ahora sé que la cárcel de mi casa no es nada comparada con la que me ha tenido encerrada entre delincuentes esta madrugada. La cárcel de mi casa, si es que existe, tiene los barrotes dibujados y podemos romperlos. El egoísmo y la incomprensión los mantienen erguidos, pero sé que me ayudarás y acabaremos con ellos. Tengo que salir de esto.


Nunca sé cómo terminar las cartas desde que aterrizó mi avión en este país. Aquí tienes mi sexta, la sexta carta. Hoy sé que el número seis es para mí algo más que esperanza. Seis lágrimas que mojan el papel, seis estrellas sobre mi cabeza, seis besos que te daría, seis canciones que te susurraría, seis vidas que a tu lado pasaría... y sé que nunca tendría bastante.


No olvides que esta carta, la número seis, es la más importante de todas. Quizás no sea la más alegre, ni la más bonita, pero sin duda es testigo de que hoy, más que nunca, quiero dibujar una espiral con sabor a canela en el fondo de tu corazón.


Hasta pronto, si las cosas salen bien. No me olvides, si puedo te llamo. Sabes que el Bósforo está también de nuestra parte. Pensaré en ti a cada instante, aunque no consiga hacer otra llamada.


Volveré, yo no me conformo con un seis... ¿Te conformarías tú?






Espérame...