Gracias a una de mis conocidas inocentes te hiciste con mi número. Luego pasaste meses y meses llamándome y esperando respuesta de esta loca. Soy un desastre, lo sé, e incluso así te presentaste en mi ciudad. Tarta de fresa. Todavía la recuerdo. Han pasado meses, años, lluvias, otoños, veranos. Han pasado muchas cosas. Gracias a alguno de mis libros y a la revista tengo lo suficiente para viajar. Nueva York siempre es un buen destino. No quiero que nadie me reconozca, odio la fama, no te empeñes, ellos no saben lo que dicen. Pobres y humildes trabajadores a veces quieren formar parte de mis fotografías, dicen que admiran mi música, que soy una española "buena". Para ellos el amor y la fama son un cuento adorable e inalcanzable que los músicos proclaman con sus canciones, qué equivocados. La fama me da asco, no la quiero. Quise cantar y escribir para desahogarme, no quiero sus malditos aplausos. Ya me esperan abajo, en la puerta del Chelsea, los pesados de mis compañeros. No me dejan en paz. Joder.
Tú. Tú. Tú y yo. Los dos. Qué importan ya los que me esperan abajo. Nunca me canso de tu piel, no quiero irme, quiero parar este estúpido reloj. Tras la ventana, los altos edificios rozando el cielo. Me has traído el desayuno a la cama, pero no queda rastro de tu uniforme. Me encantas así, cuando te lo quitas. Recuestas tu cabeza sobre mis piernas estiradas. La cama crece y florece cuando suenan nuestras carcajadas. Qué tonto eres, me dices que soy perfecta. Me conmueves. Repites una y otra vez que no eres suficiente para mí, que no eres tan guapo como el alto de pelo rizado de mi banda. Qué tonto eres. Qué más da lo guapos que seamos, tenemos la música, nos tenemos, y eso lo es todo. Más tranquilo, me regalas otra vez una sonrisa. Mis compañeros se desesperan, ya está saliendo el sol: Quiero escucharte cantar, cantar una de esas canciones tan bonitas de Jara. Qué hombre este Jara también. No calles nunca, tu voz tiene tanto azúcar... Mira, todavía está mi vestido arrugado en el suelo, de cualquier manera. Qué noches. No quiero cerrar la maleta.
Pero he tenido que cerrarla. Una chica de leyenda, según tú, y un forastero atrapado por el trabajo. Qué extraña pareja. Intento despedirme de ti mientras me susurras al oído, mientras me hablas tan valiente y tan dulce. Nunca te dije que te necesito, pero tampoco te diría que no te necesito. Me he dado la vuelta y te he dado, después del beso, la espalda. No me fallas tampoco esta vez, sigues mirándome hasta verme subir al taxi. Mueves con intensidad la mano. Tu mano. Lloras. Pobre hombre. No sabía qué más decirte. A veces intento no pensar en ti, aunque cuando lo hago no se lo digo a nadie, la culpa la tiene mi orgullo. Mi corazón no tiene puerto, ni ataduras, ni origen ni final. Soy libre, por primera vez en la vida sé hasta dónde quiero llegar. La soledad es una ventana que puedo abrir, o cerrar. Sin embargo, sé que algún día vendré, o vendrás, y entonces me volverás a besar.
26 ene 2010
Chelsea Hotel
23 ene 2010
La habitación
20 ene 2010
Caer
Caer. Oscuridad. Un laberinto lleno de agujeros negros. Pesadillas. Sentir tus piernas temblar, sentir el eco de tu voz desesperado dentro de la nada. Pero ni la nada te responde. A tu paso, nadie se percata de tu dolor, nadie advierte ni tu sombra. Hasta el cielo se cierra y parece olvidarse de ti. Nadie. Sola. Perdida. Pero sigues comentiendo errores sin quererlo. Te equivocas. Otra vez. Y te hacen sentir culpable, y te sientes fuera de ti cuando adviertes que has vuelto a fallar. No te quedan cartas. No hay respuestas. Silencio, silencio y vacío. Caes otra vez.
Te preguntas por qué te sucede esto a ti, a ti, que no has hecho nada para merecerlo, o quizás sí. Quizás alguien se burla de ti mientras te observa desde afuera, tan pequeña, tan insignificante, entre el mar de tus propias lágrimas. Qué escena tan conmovedora. Pero todo muere, todo ha muerto, no queda nada, se acabó. Un golpe tras otro. Y otro más. Perdida, absorta, muerta, quebrada, rota.
Fin, fin de un día más, fin de un capítulo de una pesadilla que se divierte a tu costa. Fin de ti misma, fin de lo que creías para siempre, fin de lo que un día te hizo reír, fin de esa confianza que tenías antes de salir de casa. Fin de otro asalto.
Y, sin poder levantarte del suelo, aún con la cara bañada en lágrimas, aparecen dos pies. Unos brazos te cogen, te abrazan y te elevan mientras no puedes ver nada más. Arena. Sólo arena. Arena y la huellas de dos pies que se dibujan mientras vuelves a morir entre su abrazo.
13 ene 2010
De mayor quiero ser sexador de pollos
7 ene 2010
Perfecta
El tiempo se esfuma, se exprime tras el reloj que, sin compasión alguna, se alimenta de tu vida, de tus horas y tus minutos. Convertida en una mujer o en el ensayo de la mujer que algún día serás, asistes a la tragicomedia de tus encuentros y desencuentros. Muchas personas se deciden a caminar contigo en la desequilibrada cuerda que es la juventud. Algunas llegan y, sin razón aparente, se marchan. Otras, en cambio, se quedan por mucho tiempo dando vueltas y vueltas como una parte más de tus días. El resto pasa, durante más o menos tiempo, para dejar una huella imborrable en las paredes de tu triste y conmovido corazón iluso. No bastan las lunas, no basta el negro cielo de la noche. Con prisa, desesperadamente, buscas un rincón sin luz en el que poder estar con él. Entonces, las horas corren con velocidad acompañadas de latidos frenéticos, suspiros, secretos inocentes, risas cómplices, vecinos inoportunos y mares de besos. Te vuelves, con él, la reina de la calle y hasta del mundo. Las edades no importan, ni los nombres. Os gusta la misma música y lleváis las mismas zapatillas, eso es lo importante. El portal de tu edificio se queda pequeño ante tantas emociones que albergas. Las madrugadas se convierten en el escenario improvisado de unas historias agridulces, posibles e imposibles, efímeras o largas, pero siempre inolvidables. Con su pelo revuelto, sus ojos fijos, sus manos temblorosas y su barba desordenada, recuerdas como sostenía tu cintura en aquel rincón que era un refugio ante la lluvia y, antes de volver a besarte, repetía: "aunque estés despeinada y con la ropa empapada por culpa de la tormenta, sabes que para mí eres perfecta".
El miedo no te da miedo. En el fondo, te gustan las emociones fuertes. La amistad, cual mariposa, abre sus alas convertida en un amor inesperado, en una historia de dos que callan un secreto compartido pero que mueren en silencio cada vez que están juntos. Entonces, él roza tu mano aprovechando cualquier momento de juego, te quita tu anillo para hacerte enfadar mientras, con dulzura, acaricia tu dedo con el suyo. Luego, pasa sus cinco dedos con ternura por tu pelo y te dice que le gusta porque es salvaje y huele bien. Te protege, mientras tú, intentando hacerle ver que no te das cuenta de nada, dejas que coja tu mano para cruzar rápidamente la calle llena de charcos y mojada por la lluvia. El correr con él bajo los edificios te encanta, te divierte verle sufrir cada vez que gritas porque el paraguas no es suficiente ante tanta cantidad de agua. Con inocencia, bebes de su mismo vaso dentro de la primera cafetería que encontrais en vuestro paseo. Descansas tu mirada en el puerto de sus labios aprovechando que, en ese instante, él mira por la ventana. La gente os observa, divertida y curiosa. Algunos se giran cuando sacas la cámara y, con emoción, le pides que haga él la foto mientras le abrazas por la espalda. La plaza se vuelve otra, los árboles se hacen más altos y tu sonrisa se hace más y más intensa. Quieres que el tiempo se pare. Entre alegría, sabor a miel e intensidades, te despides en la puerta de tu casa y le dices que, para ti, la tarde ha sido perfecta.
Ya sola, te detienes ante la imagen que de ti te devuelve el espejo y miles de dudas y preguntas sin respuesta asaltan tu existencia. No entiendes ni puedes descubrir el enigma que guardan tantos límites tan frágiles y quebradizos. La amistad, el amor, el deseo, la atracción, la fidelidad y la angustia... Todos se desordenan en el mar enfurecido de tu cabeza. Tu respiración se contiene al pensar en su último beso, en esos labios cálidos y acogedores. Las lágrimas asoman ya en tus ojos y ahora descienden por tu cara. Te gustaría no tener que elegir. Deseas con toda tu alma encontrarte, encontrarle y escuchar cada respuesta. Nada tiene sentido, lo que eras unos minutos atrás ya no existe, como esos momentos tan dulces ahora marchitos. Te sientas, derrotada, en el filo de la cama. No puedes ver nada con claridad, sólo la imagen que de ti y tus lágrimas el cristal del espejo refleja. Lo único nítido tiene forma de frase, es su voz que regresa y te dice eres perfecta.
P.D.
Lu, esta entrada va dedicada a ti, mi perfecta.