26 ene 2010

Chelsea Hotel



-Venga, taxista, no podemos llegar tarde. A las cuatro sale el avión.

-No se desespere, señorita. Ya sabe cómo es el tráfico en plena hora punta en Nueva York.


Mientras miro por la ventanilla del viejo taxi amarillo, los rascacielos reflejan el impacto de tus ojos en cada una de sus intensas ventanas. Hambrientos de dinero y de carne, así estamos y así es nuestro amor, qué irónica es la vida. Y así vamos también, estirando de la cuerda de un deseo cada vez más intenso y repentino. Han pasado escasos minutos desde que nuestros labios se han separado, allí, en la puerta de nuestro escondite particular. Empiezo a echarte de menos, joder, y encima llorabas mientras me decías adiós con la mano. Pobre hombre.

Aún recuerdo la primera vez, sí, aquella inesperada primera vez. Con la cámara de fotos al cuello, la guitarra y dos maletas que me triplicaban en peso crucé aquella puerta como una loca. Extraños individuos con un acento exagerado me intentaban reconducir por un pasillo tan largo como caótico. Parece que me esperaban. Ya ves tú, si sólo soy una bohemia perdida que anda cruzando el mundo cantando por las calles, haciendo alguna que otra foto y escribiendo papeles baratos. Qué gracioso. Sin darme cuenta, una fuerza desconocida arrastró mi mirada hasta ti, sí, y entonces sonreías abiertamente con tu boca tan magnífica. No pude evitarlo, sabes que adoro a los hombres. Tengo pocos vicios, te lo dije... El alcohol no me gusta y me da asco el tabaco. Sin embargo, me encantan los hombres, los hombres como tú. Quién me iba a decir a mí, aquella mañana de abril, que me fijaría en el botones. Entonces me acordé de la película "El botones Sacarino", vaya tela. Tuve suerte, hablabas en español. Inteligente y simpático, qué poco tardaste en caerme bien, demasiado bien. Recuerdo las noches bailando contigo en la azotea, las mañanas en las que me colabas en la lavandería sólo para hablar conmigo entre sábanas o pedirme algunas fotos. Siempre sonreías, siempre tan dulces tú y tu acento. Me hablabas de Costa Rica...

Gracias a una de mis conocidas inocentes te hiciste con mi número. Luego pasaste meses y meses llamándome y esperando respuesta de esta loca. Soy un desastre, lo sé, e incluso así te presentaste en mi ciudad. Tarta de fresa. Todavía la recuerdo. Han pasado meses, años, lluvias, otoños, veranos. Han pasado muchas cosas. Gracias a alguno de mis libros y a la revista tengo lo suficiente para viajar. Nueva York siempre es un buen destino. No quiero que nadie me reconozca, odio la fama, no te empeñes, ellos no saben lo que dicen. Pobres y humildes trabajadores a veces quieren formar parte de mis fotografías, dicen que admiran mi música, que soy una española "buena". Para ellos el amor y la fama son un cuento adorable e inalcanzable que los músicos proclaman con sus canciones, qué equivocados. La fama me da asco, no la quiero. Quise cantar y escribir para desahogarme, no quiero sus malditos aplausos. Ya me esperan abajo, en la puerta del Chelsea, los pesados de mis compañeros. No me dejan en paz. Joder.

Tú. Tú. Tú y yo. Los dos. Qué importan ya los que me esperan abajo. Nunca me canso de tu piel, no quiero irme, quiero parar este estúpido reloj. Tras la ventana, los altos edificios rozando el cielo. Me has traído el desayuno a la cama, pero no queda rastro de tu uniforme. Me encantas así, cuando te lo quitas. Recuestas tu cabeza sobre mis piernas estiradas. La cama crece y florece cuando suenan nuestras carcajadas. Qué tonto eres, me dices que soy perfecta. Me conmueves. Repites una y otra vez que no eres suficiente para mí, que no eres tan guapo como el alto de pelo rizado de mi banda. Qué tonto eres. Qué más da lo guapos que seamos, tenemos la música, nos tenemos, y eso lo es todo. Más tranquilo, me regalas otra vez una sonrisa. Mis compañeros se desesperan, ya está saliendo el sol: Quiero escucharte cantar, cantar una de esas canciones tan bonitas de Jara. Qué hombre este Jara también. No calles nunca, tu voz tiene tanto azúcar... Mira, todavía está mi vestido arrugado en el suelo, de cualquier manera. Qué noches. No quiero cerrar la maleta.

Pero he tenido que cerrarla. Una chica de leyenda, según tú, y un forastero atrapado por el trabajo. Qué extraña pareja. Intento despedirme de ti mientras me susurras al oído, mientras me hablas tan valiente y tan dulce. Nunca te dije que te necesito, pero tampoco te diría que no te necesito. Me he dado la vuelta y te he dado, después del beso, la espalda. No me fallas tampoco esta vez, sigues mirándome hasta verme subir al taxi. Mueves con intensidad la mano. Tu mano. Lloras. Pobre hombre. No sabía qué más decirte. A veces intento no pensar en ti, aunque cuando lo hago no se lo digo a nadie, la culpa la tiene mi orgullo. Mi corazón no tiene puerto, ni ataduras, ni origen ni final. Soy libre, por primera vez en la vida sé hasta dónde quiero llegar. La soledad es una ventana que puedo abrir, o cerrar. Sin embargo, sé que algún día vendré, o vendrás, y entonces me volverás a besar.


Espérame tras esa puerta, tras la puerta del Chelsea Hotel. Espérame con las manos abiertas, espérame y volveré.




(A Chris, a la libertad, a la vida)


23 ene 2010

La habitación


Y aquí está el paisaje cotidiano en el que me adentro cada día. Últimamente, la vida es un poco aburrida, insípida, creo que tiene cada vez más forma de inquebrantable rutina. Despertadores, ojeras, manos y pies fríos, sueño. Más sueño. Alarmas, dolor de espalda, dolor de cabeza y una lucecita artificial. En mi particular paisaje diario las montañas no tienen nieve, ni rocas ni picos altos. Mis montañas tienen papeles, papeles y más papeles. Sobre la mesa redonda hay también carpetas, algún rotulador, un manual rojo interminable y otros librillos. Luego está mi taza de The Beatles, esa en la que siempre sobra agua. Ya sólo quedan las dos sillas. Sí, dos. Tengo dos sillas, digo, porque se hace insoportable pasarse sentado tantas horas. Para variar un poco mi soledad estudiantil, cambio de silla cuando me apetece. Así, la espalda duele menos (o más, a mí siempre me duele al final). Pues sí, aquí me paso las horas durante hace no sé ya ni cuántos días. Es triste. Es triste sentirse tan ajeno al mundillo de la calle. Es triste no poder visitar el sofá como antes, o a los amigos, o a esos amores que todos tenemos y que aparecen y desaparecen. En fin. A veces cambio cosas de sitio, o cuelgo más tonterías en la pared para, como si ayudase mucho, verlo todo más bonito. Dicen que uno tiene que sentirse en su "hábitat", perfectamente integrado en su ecosistema. Pero es que mi hábitat es un poco aburrido, y más en invierno. Las horas frente al ordenador, o bailando frente al espejo, o colocando libros en la estantería eran felices, o eso creía. Ahora no. Los exámenes se adueñan de nuestras horas, nuestra mente traga y traga frases extrañas que, como si estuviésemos locos, engullimos.


Qué bonita es la vida de estudiante. Me encanta levantarme, mirar mi cara en el espejo y ver que ella también está cansada, como yo, de todo un poco. Me encanta, cómo no, ponerme ocho capas de ropa y taparme hasta el cuello mientras leo y releo apuntes, leyes, sentencias y otras historias similares. Mi libertad. Quiero mi libertad. Espero que siga esperándome allí cuando todo esto termine, a la vuelta de la esquina. No sirve de nada jugar a ser una niña pequeña. Salir una hora a mi clase de pilates (todo es válido con tal de no perder los nervios, eso no puede pasar), salir a darle de comer a los gatos que tenemos en el huerto del abuelo, salir a tirar la basura, salir a... Y digo salir por decir algo.


En fin. Para bien o para mal estas paredes guardan secretos, guardan historias que nunca contarán a nadie, porque son fieles, son buenas compañeras. Al fin y al cabo, ellas me aguantan cuando me aburro, cuando estudio en voz alta, cuando les pego y les quito cosas, cuando me inclino contra ellas si me siento perdida. Estos días son mis amigas, estos días y muchos otros, los exámenes se reducen a una mera anécdota... Si ellas pudiesen hablar...


Hoy se merecían una entrada, sí, mis cuatro paredes color lila y esta habitación que, la use para lo que la use, siempre es un refugio, siempre es buena para perderse en ella. No puedo decir mucho más, me gustaría, pero es que tengo que mirarme la segunda parte de derecho. Qué bonita es la vida de estudiante...



20 ene 2010

Caer

Una lágrima. Otra. Una presión en el pecho que te oprime, que ahoga tu corazón y hasta tu alma. Sentir el dolor que causa el golpe contra el suelo. Sentir la muerte de todo tan cerca, sentir que la conoces tan bien. Otra vez, piedras y más piedras. Dolor. Hastío. Fuerzas que se quiebran, ojos que se humedecen, gritar. Mil porqués sin respuesta. Tropezar con viejas piedras y otras nuevas, otras que causan todavía más dolor. No reconocerte. No encontrar dentro de tu ser la que fuiste, la que tendrías que ser. Dios. Buscas a Dios. Nadie responde. Lloras.

Caer. Oscuridad. Un laberinto lleno de agujeros negros. Pesadillas. Sentir tus piernas temblar, sentir el eco de tu voz desesperado dentro de la nada. Pero ni la nada te responde. A tu paso, nadie se percata de tu dolor, nadie advierte ni tu sombra. Hasta el cielo se cierra y parece olvidarse de ti. Nadie. Sola. Perdida. Pero sigues comentiendo errores sin quererlo. Te equivocas. Otra vez. Y te hacen sentir culpable, y te sientes fuera de ti cuando adviertes que has vuelto a fallar. No te quedan cartas. No hay respuestas. Silencio, silencio y vacío. Caes otra vez.

Te preguntas por qué te sucede esto a ti, a ti, que no has hecho nada para merecerlo, o quizás sí. Quizás alguien se burla de ti mientras te observa desde afuera, tan pequeña, tan insignificante, entre el mar de tus propias lágrimas. Qué escena tan conmovedora. Pero todo muere, todo ha muerto, no queda nada, se acabó. Un golpe tras otro. Y otro más. Perdida, absorta, muerta, quebrada, rota.

Fin, fin de un día más, fin de un capítulo de una pesadilla que se divierte a tu costa. Fin de ti misma, fin de lo que creías para siempre, fin de lo que un día te hizo reír, fin de esa confianza que tenías antes de salir de casa. Fin de otro asalto.

Y, sin poder levantarte del suelo, aún con la cara bañada en lágrimas, aparecen dos pies. Unos brazos te cogen, te abrazan y te elevan mientras no puedes ver nada más. Arena. Sólo arena. Arena y la huellas de dos pies que se dibujan mientras vuelves a morir entre su abrazo.

13 ene 2010

De mayor quiero ser sexador de pollos


Aunque para la entrada de hoy tenía alguna idea totalmente distinta en mi mente, he cambiado de opinión y he decidido indagar un poco en el mundillo de las profesiones extravagantes, sí, esas que casi nadie conoce. Lo más gracioso del asunto es que, aunque se trata de oficios en parte desprestigiados, poco comunes e incluso anticuados, sin ellos nuestro día a día sería un auténtico caos. Estaba hablando con mi padre mientras cenábamos y me contaba que ayer, mientras hacían el turno de noche en la fábrica, metieron una única moneda de un euro en la máquina expendedora de las bebidas y, en unos segundos, tenían un cargamento de 17 zumos de sabor tropical como resultado, un par de los cuales yo misma me he bebido. Al preguntarle a mi padre acerca de la persona que se ocupa de recargar esa máquina, él me ha dicho, sin poca razón, que se trata de un "currante" que se dedica a hacer su trabajo y nada más. Parece ser que al pobre hombre no le pica la curiosidad, ni tampoco le extraña que al abrir la máquina esté vacía y sólo aparezcan unas pocas monedillas. Yo me he reído de lo más a gusto, y es que no es para menos.

A partir de la historia que contaba mi padre durante la cena, han pasado por mi cabeza otras maneras atípicas de trabajar las cuales siempre llamaron mi atención. La verdad es que esas personas que pasan inadvertidas ante nuestros ojos juegan un papel realmente importante en nuestra vida y en esta sociedad cada día más irónica. En un pasado no tan lejano, era de lo más normal encontrarse por la noche al sereno, sí, ese hombrecillo que se quedaba en la calle y vigilaba al acecho las entradas y salidas de las casas. También estaba el que se ocupaba de encender las farolas, que por aquella época no funcionaban con electricidad, obviamente. Algunos de esos oficios hoy siguen en pie, como en el caso del afilador, el herrero, el pocero o el deshollinador... Sin embargo, no son estos trabajos los que me han movido a escribir esta entrada.




Investigando un poco me he dado cuenta de que, actualmente, la profesión extravagante más admirada es la de "sexador" de pollos, un oficio que ha tomado su nombre traducido literalmente del término inglés sexer. El "sexador" en cuestión posee unas capacidades admirables en cuanto a determinar, observando rápidamente la cloaca del animal y la parte que se encuentra bajo el ala, el sexo del ave. Se trata de una tarea difícil, pues la apariencia externa tan similar de estos animales, así como el plumaje, no permite diferenciar a simple vista cuál es el sexo del pollito. Este oficio está muy valorado, ya que es necesario para destinar los animales, según su sexo, a las distintas granjas, criaderos y carnicerías que llevarán a cabo una actividad comercial u otra.
Merecen ser parte de esta entrada otras profesiones no menos atractivas. En primer lugar, encontramos al recogedor de animales muertos de las carreteras, gracias al cual se evitan muchos accidentes de tráfico. También está el recogepelotas, o el que recoge la basura de nuestros contenedores cada noche a bordo de un camión de lo más limpio y perfumado. Entran en este grupo el pintor de cuentas de collares, los peluqueros caninos, los limpiadores de tumbas, los enterradores, los vigilantes de cementerios o los paseantes de perros y gatos. También están esos hombrecillos que se cuelgan de una fina cuerdecita para limpiar con destreza los cristales de los edificios, los técnicos de los fotomatones o los malvados que nos asustan en atracciones de feria tales como el tren de la bruja o la casa del terror. En China, por otra parte, es fácil encontrarse a divertidos hombres y mujeres con banderitas de colores que hacen la función de las típicas señales de circulación. Los más famosos, sin ir más lejos, son el "hombre semáforo" y la "mujer stop". Gracias a su presencia en lugares estratégicos, los cientos de ciclistas pueden circular por las calles sin miedo alguno. No hay que olvidar a los profesionales del higiene... Y es que muchos curiosos se preguntan qué cosas encuentra una limpiadora en el rodaje de una película porno, o quiénes se encargan de que los preservativos sean cada día más seguros y eficaces. En Francia, creo recordar, había unos hombres que barrían cada tarde las cantidades enormes de hojas que caían de los árboles para, en vez de recogerlas, amontonarlas en grandes montañas que, a la mañana siguiente, volvían a estar destrozadas. Me pareció un trabajo absurdo, pero no por ello menos curioso... Y es que hay gente para todo!.

Lo último que he encontrado y que merece cerrar la entrada de hoy es el oficio de "catador" de axilas. Resulta que las empresas que se dedican a la elaboración de perfumes y otras fragancias realizan un estudio en el cual huelen, literalmente, las axilas de un gran número de personas muy diferentes para determinar, de esta manera, cuáles son las características de los olores que se desprenden y así poder elaborar nuevos productos con una fragancia más atractiva. Que nadie lo olvide: ese desodorante que nos hemos comprado en Mercadona ha sido el resultado de que unas pobres narices hayan tenido que oler, quién sabe durante cuánto tiempo, una infinidad de axilas, con todos los matices y placeres que esto comporta.

A partir de ahora, ya no vale el pretexto de que "no quiero estudiar una carrera universitaria porque hay muy poco entre lo que poder elegir". Ya no hace falta dejarse los codos estudiando, qué va, siempre quedarán pollos por nacer, residuos que limpiar, basura que recoger y, ya puestos, axilas que oler. Ya lo dicen los entendidos, quien no trabaja es porque no quiere.




7 ene 2010

Perfecta



Es sencillo recordar aquellas interminables y poderosas tardes en el patio del colegio. Él, con la camiseta sucia después de jugar a fútbol con los demás, te ofrecía un pedacito de su merienda a cambio de un tímido beso en su mejilla. Otras veces, venía corriendo y, satisfecho, te entregaba un dibujo lleno de barcos y piratas o un póster de su equipo de fútbol preferido, acompañado también de algún caramelo. Tú te creías la niña más afortunada, le dabas la mano y le mirabas con alegría mientras corría como un loco con los otros niños por la pista. Alguna vez, una de tus amigas le dijo al profesor que tú y aquel niño erais novios. A ti te daba igual lo que los demás pensaran entonces, te encantaba compartir tu bocadillo con él y, sobre todo, te encantaba elegirle siempre como pareja en carnaval o en el autobús durante las excursiones. En sus dibujos, él siempre te hacia una dedicatoria en la que decía: "Eres perfecta".
Crecer. Transformarse. Estrellarse contra los primeros juegos, tan crueles, del amor. La fiesta de fin de curso del instituto, sí, aquella noche en la que te fijaste por primera vez en él. Los bailes para los que, con poca destreza, intentabas maquillarte. Los largos días de verano asomada al balcón, cuando quedabas con él para verle en el parque después de cenar. Los pendientes de aro, el pelo liso, las camisetitas de tirantes que debajan tus hombros y media espalda al aire. El perfume de vainilla y el pegajoso brillo de labios. Intentabas que sus ojos se detuvieran en ti, porque en definitiva, antes de salir te habías empeñado en estar perfecta.


El tiempo se esfuma, se exprime tras el reloj que, sin compasión alguna, se alimenta de tu vida, de tus horas y tus minutos. Convertida en una mujer o en el ensayo de la mujer que algún día serás, asistes a la tragicomedia de tus encuentros y desencuentros. Muchas personas se deciden a caminar contigo en la desequilibrada cuerda que es la juventud. Algunas llegan y, sin razón aparente, se marchan. Otras, en cambio, se quedan por mucho tiempo dando vueltas y vueltas como una parte más de tus días. El resto pasa, durante más o menos tiempo, para dejar una huella imborrable en las paredes de tu triste y conmovido corazón iluso. No bastan las lunas, no basta el negro cielo de la noche. Con prisa, desesperadamente, buscas un rincón sin luz en el que poder estar con él. Entonces, las horas corren con velocidad acompañadas de latidos frenéticos, suspiros, secretos inocentes, risas cómplices, vecinos inoportunos y mares de besos. Te vuelves, con él, la reina de la calle y hasta del mundo. Las edades no importan, ni los nombres. Os gusta la misma música y lleváis las mismas zapatillas, eso es lo importante. El portal de tu edificio se queda pequeño ante tantas emociones que albergas. Las madrugadas se convierten en el escenario improvisado de unas historias agridulces, posibles e imposibles, efímeras o largas, pero siempre inolvidables. Con su pelo revuelto, sus ojos fijos, sus manos temblorosas y su barba desordenada, recuerdas como sostenía tu cintura en aquel rincón que era un refugio ante la lluvia y, antes de volver a besarte, repetía: "aunque estés despeinada y con la ropa empapada por culpa de la tormenta, sabes que para mí eres perfecta".

El miedo no te da miedo. En el fondo, te gustan las emociones fuertes. La amistad, cual mariposa, abre sus alas convertida en un amor inesperado, en una historia de dos que callan un secreto compartido pero que mueren en silencio cada vez que están juntos. Entonces, él roza tu mano aprovechando cualquier momento de juego, te quita tu anillo para hacerte enfadar mientras, con dulzura, acaricia tu dedo con el suyo. Luego, pasa sus cinco dedos con ternura por tu pelo y te dice que le gusta porque es salvaje y huele bien. Te protege, mientras tú, intentando hacerle ver que no te das cuenta de nada, dejas que coja tu mano para cruzar rápidamente la calle llena de charcos y mojada por la lluvia. El correr con él bajo los edificios te encanta, te divierte verle sufrir cada vez que gritas porque el paraguas no es suficiente ante tanta cantidad de agua. Con inocencia, bebes de su mismo vaso dentro de la primera cafetería que encontrais en vuestro paseo. Descansas tu mirada en el puerto de sus labios aprovechando que, en ese instante, él mira por la ventana. La gente os observa, divertida y curiosa. Algunos se giran cuando sacas la cámara y, con emoción, le pides que haga él la foto mientras le abrazas por la espalda. La plaza se vuelve otra, los árboles se hacen más altos y tu sonrisa se hace más y más intensa. Quieres que el tiempo se pare. Entre alegría, sabor a miel e intensidades, te despides en la puerta de tu casa y le dices que, para ti, la tarde ha sido perfecta.

Ya sola, te detienes ante la imagen que de ti te devuelve el espejo y miles de dudas y preguntas sin respuesta asaltan tu existencia. No entiendes ni puedes descubrir el enigma que guardan tantos límites tan frágiles y quebradizos. La amistad, el amor, el deseo, la atracción, la fidelidad y la angustia... Todos se desordenan en el mar enfurecido de tu cabeza. Tu respiración se contiene al pensar en su último beso, en esos labios cálidos y acogedores. Las lágrimas asoman ya en tus ojos y ahora descienden por tu cara. Te gustaría no tener que elegir. Deseas con toda tu alma encontrarte, encontrarle y escuchar cada respuesta. Nada tiene sentido, lo que eras unos minutos atrás ya no existe, como esos momentos tan dulces ahora marchitos. Te sientas, derrotada, en el filo de la cama. No puedes ver nada con claridad, sólo la imagen que de ti y tus lágrimas el cristal del espejo refleja. Lo único nítido tiene forma de frase, es su voz que regresa y te dice eres perfecta.


P.D.

Lu, esta entrada va dedicada a ti, mi perfecta.