20 oct 2009

Arcueil-Cachan



No pensaba que, al llegar a la estación del Norte, iba a sentir de nuevo ese olor a otoño, a melancolía y a castañas asadas. Allí estaba, de nuevo, aquella mujer tostando entre fuego y cenizas todos los recuerdos que irrumpieron en mi mente. Unos niños abrían la boca sorprendidos, mientras la inmensa marabunta continuaba con su paso frenético hacia su incierto destino rutinario. Fue entonces cuando el desesperado paso del tiempo me abrió los ojos, y entonces lo vi claro.

Durante varios días, mi vida había transcurrido de una manera más cercana al sueño que a la propia realidad. Allí estábamos, una y otra vez, subiendo y bajando escaleras cogidos de la mano. Entonces, entre gentes y miradas, lanzábamos al aire una sonrisa inocente cada vez que la puerta de nuestro habitual RER se cerraba y entonaba un simpático sonido que reconocí, me dije segura, como un "la". Todo tenía sentido entre aquellos transeúntes desconcertados, cuando buscábamos la salida entre los interminables pasillos del metro de París. Todo bastaba, nuestra aventura diaria no se quedaba pequeña, todo nos cabía en el arco que trazaban nuestros unidos brazos. A nuestros pies, al salir de aquel mundo subterráneo, la ciudad nos llamaba y acudía, enigmática, a nuestro encuentro.

Era allí, en aquel entrañable escenario lejos de todo y de todos, cuando sonaban acordeones y violines, cuando se perdían los soñadores y se disparaban con asombro cámaras fotográficas. Una espiral de calles, sabores, olores, aspectos, melodías, edificios y aceras grisáceas nos envolvía, nos hacía girar hacia la certeza de lo incierto. Era aquél el mundo que una vez habíamos reclamado. Era tan sólo un mundo que nos había escogido y arrastrado.

Noche de luna, noche fría, noche rosada, noche larga. El recorrido terminaba, día tras día, junto a las vías que descansaban frente aquellos cables eléctricos, junto a la pequeña torre y los escasos asientos inmóviles de aquel tranquilo apeadero. Bajábamos, corríamos, sonreíamos de nuevo.

Pero el tiempo es efímero, como la ilusión, como los segundos de gloria que nos devuelve toda espera. Entonces, ya de regreso, me desperté con el abrazo de Valencia mientras una mujer de jersey viejo y cara inexpresiva asaba castañas en la calle Xàtiva. El desesperado paso del tiempo me abrió los ojos, y fue allí cuando pude verlo claro: se cerró una puerta que daba paso a la apertura de otra. Sus ojos tranquilos me miraron, me retuvieron un instante más junto al dueño de aquel silencio. Una mano tierna se decidió a acariciar la mía. Y allí permanecimos cinco segundos más, testigos de nuestra historia en la estación de Arcueil-Cachan.

4 comentarios:

  1. Creeme cuando te digo que este viaje que has hecho NUNCA lo vas a olvidar... Se te nota en el brillo de los ojos, en las palabras, en la sonrisa... Has vuelto de París siendo la misma, pero de forma diferente. Y eso siempre es bueno. Creeme, lo que has vivido, te ha engrandecido.

    Un beso muy fuerte.
    Boy unde the rain

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  2. Me encanta, y me encanta que hayas sido así de feliz.

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  3. Sólo puedo repetir lo que ha escrito Berry. Y añadir que, pese a esa felicidad, me alegro de que hayas vuelto para contagiarnos de París a todos :)

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  4. Os quiero, es todo lo que puedo decir. Gracias por formar parte de esta felicidad compartida.

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