9 dic 2009

La fábrica



Otra mañana como tantas. Tras una noche fugaz volvían a sentirse los pasos de hombres y mujeres que dejaban atrás su humilde y pequeña casa para empezar, nuevamente, un día más de color gris, un día más dentro de aquella oscura y fría fábrica. El sol todavía no había aprecido y la niebla aún resultaba más espesa a causa de la ausencia de farolas. Entre sonidos desesperados y brutales movimientos de chimeneas y de máquinas, el proceso volvía a repetirse. El grito agudo de una sirena anunciaba el principio de aquellas interminables y abominables horas de trabajo.

A través de las minúsculas ventanas -que eran la única vía de supervivencia dentro de aquel ambiente insalubre, húmedo, lleno de cenizas y humo- podía contemplarse el barrio obrero. Decenas de diminutas casas iguales establecidas en linea recta una junto a otra, todas tan cenicientas y tristes, esperaban la llegada de sus pobres ocupantes, los cuales jamás llegarían a ser ni siquiera sus propietarios. El hambre voraz del capitalismo más enfurecido acababa tragándose la vida de mayores, de jóvenes y de niños. Sí, los niños. En aquel escenario propio de una pesadilla con muy poca gracia, los más pequeños del grupo eran muchas veces los más deseados. Con sus manos finas y hábiles, eran capaces de hacer funcionar enormes monstruos. Para ellos nunca existiría la infancia, ni los juegos, ni los parques, ni nada. Al igual que sus padres, crecerían entre la resignación y el silencio mientras los engranajes de aquel terrorífico mundo controlado por las almas más crueles seguirían girando y girando hacia el destino de la esclavitud y de la muerte.


Un sistema de trabajo único y sencillo: utilizar al obrero como un títere, como un pequeño robot al que se le podía exprimir hasta la sangre. Y es que algunos ni tan siquiera salían muchas noches de la fábrica. Quedarse atrapado entre las garras de aquellas máquinas podía suponer el final. Pero nada se detenía. No importaban las vidas que se pusieran en juego. Nadie debía pararse. En aquel mundo hostil no existían derechos, ni opciones, ni posibilidades. No importaba ser un niño, ni ser madre, ni estar enfermo. A cambio muchas veces de nada, la sirena obligaba a todos a trabajar, trabajar, trabajar. Al fin, cuando el reloj se había agotado, montones de rostros ennegrecidos y cuerpos derrotados volvían a caminar tan vacíos hacia sus habitáculos, libres de aquel suicidio permanente hasta que la sirena les volviera a llamar.


Lo que los creadores de aquel despiadado sometimiento desconocían era que, entre las sucias pareces de aquellos tenebrosos y congelados edificios, se albergaba un rayo de luz, un halo de esperanza protagonizado por las más entrañables historias de sus valientes protagonistas. En un lugar tan poco idílico como lo era la fábrica, hombres y mujeres se amaron intensamente, lucharon conjuntamente y se ayudaron hasta la muerte. No sólo latían las cenizas en aquellos hornos, o los motores de aquellas máquinas hilanderas. Apasionados corazones encontraban el alivio sintiéndose alimentados gracias a la mirada de sus amantes, sintiéndose eternos durante los escasos minutos que duraba el tiempo de descanso. Y era allí, en el humedecido patio lateral, cuando en el cielo se abría una brecha que mandaba el aliento suficiente, en forma de amor, para poder continuar...

"L'Elionor tenia catorze anys i tres hores quan va posar-se a treballar. Aquestes coses queden enregistrades a la sang per sempre. Duia trenes encara i deia: sí, senyor i bones tardes. La gent se l'estimava, l'Elionor, tan tendra, i ella cantava mentre feia córrer l'escombra. Els anys, però, a dins la fàbrica es dilueixen en l'opaca grisor de les finestres, i al cap de poc l'Elionor no hauria pas sabut dir d'on li venien les ganes de plorar ni aquella irreprimible sensació de solitud. Les dones deien que el que li passava era que es feia gran i que aquells mals es curaven casant-se i tenint criatures. L'Elionor, d'acord amb la molt sàvia predicció de les dones, va créixer, es va casar i va tenir fills. El gran, que era una noia, feia tot just tres hores que havia complert els catorze anys quan va posar-se a treballar. Encara duia trenes i deia: sí, senyor i bones tardes."

Miquel Martí i Pol, La fàbrica



2 comentarios:

  1. Després de llegir l'entrada, torne a veure les fàbriques com un simbol de canvi, com a base de l'organització obrera i de la sublevació primer contra els patrons i després contra els estats per eixes classes socials oprimides del segles XIX i principis del XX.
    Em recorda aquells obrers bruts, barbuts, que es deixaven més que la pell -massa i tot- per tirar endavant les seues famílies, que cada dia es jugaven la vida per un sou miserable que no els arribava per a res.
    Aquests obrers ja no existeixen a les fàbriques, però em ve al cap quan el meu pare torna de treballar per la vesprada o ja de nit, amb la granota bruta reflexant un dia de treball...
    No sé què té aquesta entrada, però m'ha encantat

    I Victor Jara... què dir-te d'ell?

    ResponderEliminar
  2. Què bonic... :)) Què dir de Victor Jara?? .. Tu i jo sabem que tal volta no ens arriben les paraules ;))

    ResponderEliminar