11 sept 2009

Por amor


¿Quién no ha escuchado alguna vez en su vida alguna de las frases pertenecientes a la lista interminable de cosas que se hicieron, se hacen, que se harían o que nunca llegarán a hacerse por amor?


Por amor, hombres y mujeres derramaron sangre, besaron banderas, abrieron fuego, partieron hacia lo desconocido o perdieron hasta lo que no tenían. Amor por un pedazo de tierra, amor por lo propio, amor por un país, por un ideal, amor por lo que ni siquiera sabían, amor que les hizo perder. Por amor se inventaron mareas, se bebieron los mares, se asolaron las tierras y defendieron ideales. Por amor Jesús, el Cristo, se vistió de sufrimientos y perdonó a los mortales. La historia, testigo inequívoco de nuestras hazañas y atrocidades, emerge de nuevo como la lluvia en los cristales.


Son muchas (incluso demasiadas) las veces que, por amor, se cometen acciones que atentan -qué irónico- contra aquello que más queremos: "La quería tanto, que la mató". Nuestros televisores vomitan diariamente noticias desalmadas que, además de formar parte de nuestra pasiva rutina, nos recuerdan -si es que todavía hay alguien que les preste atención-, que la cifra de mujeres asesinadas por sus parejas, amantes o ex-parejas asciende hasta alcanzar una cantidad que horroriza. Sin embargo, la causa principal de esas injustas y repentinas muertes vuelve a ser que, los responsables, parecían sufrir un pequeño -e imperdonable- error en su diccionario. Parece ser que no conocían el verdadero significado del amor. Por amor a una nación se pierde inútilmente la vida en combate, por amor al poder se somete al más pobre sin compasión. Por un amor egoísta y terrible, la muerte consigue convertirse en canción.


Pero hay más. Las personas nos movemos impulsadas por el motor amor, aunque muchas se nieguen a reconocerlo. Por amor al arte, por amor al dinero, por amor a nosotros mismos realizamos lo impensable. Por amor, la gente cree que desempeña algo productivo, inclusive cuando en su vida no hay ni un solo vestigio de amor. Dejando de lado posibles paradojas se podría hablar, también, de aquellos individuos temerosos que, por amor a su mundo idílico y a una realidad inventada, no son capaces de arriesgarse por ir detrás de una convicción, de una oportunidad, de un sueño. Por amor, la gente hace, pero también deshace y, cómo no, deja de hacer. Por amor, algunas personas consiguen la felicidad de otras, pero por la misma razón la destrozan.


Hoy se cumplen 8 años de uno de los acontecimientos más escalofriantes de la historia y, sin embargo, también este episodio estuvo marcado por el amor. Hoy vuelve a mi mente el réquiem por todos aquellos que desaparecieron bruscamente a causa de un inesperado atentado que ahogó nuestra respiración. En aquel trágico episodio, unos individuos dieron su vida y la de tantos inocentes por amor a un terror que no escuchó. Por amor al dolor y a la violencia, el más retorcido plan con éxito finalizó. Por amor a lo impensable, la muerte calló a la vida, y el horror abrazó sin piedad a la gran ciudad dormida. Por amor, aquella mañana los que quedarían asolados recibieron en sus teléfonos llamadas y mensajes cargados de emoción, marcados por el adiós. Por último, tras esta mancha imborrable en nuestros libros, por amor al patriotismo, guerras y llanto empezaron, inútiles intentos de encontrar la justicia donde jamás existió.



Tal vez, el verdadero amor se decida a deambular por nuestra vida un solo segundo. Tal vez, el verdadero amor nos esté intentando acercar a la respuesta que logrará sacarnos de nuestro absurdo mundo. Quizás creemos ser capaces de vivir protegidos por una ridícula coraza de frialdad y miedo que nos impide rozar con nuestras manos un ápice de lo que comprende el amor. Nuestra realidad compartida nos dice que, hoy por hoy, son pocas las garantías. El riesgo está ante nosotros, y debemos correrlo. El amor ya no es aquel reducto de palabrerías comprendido en los libros de cuentos. El amor no debe ser una excusa gracias a la cual manipulemos, destrocemos o asesinemos a otros. El amor no debe ser la cárcel, debe ser la llave de nuestra celda, cerrada por nuestro más absoluto y terrible egocentrismo.


Dejemos que el amor fluya, que nos invada, que nos transforme. Dejemos que el amor, tenga la forma que tenga, nos libere de las cadenas del miedo, de la atrocidad y de la tristeza. Que, si se decide y llama a nuestra puerta, no sea nuestro ensombrecido corazón quien le niegue la entrada. Dejemos que el amor nos devuelva la esperanza y nos abra la mirada. Un buen uso del diccionario es la mejor recomendación... No vaya a ser que nos olvidemos de lo que significa el verdadero término y despertemos, otra vez más, a nuestra amiga destrucción.



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