6 ene 2011

Balance




Todo parece dormido y aprovecho el momento para dejar dos regalos cuidadosamente envueltos en el mueble del recibidor, junto al Belén. Recuerdo que, de pequeña, me pasaba la noche de Reyes dando vueltas en mi cama. Era imposible evitar aquella emoción, aquellos nervios tratando de escuchar cualquier ruido en mitad de la madrugada... ¿Qué sorpresas me estarían esperando a la mañana siguiente? Muchas veces, mis padres llevaban los regalos a la Casa de la Cultura del pueblo y, los "Reyes Magos" de turno venían a las casas por las mañanas con sus caballos y toda su corte. Yo, desde la inocencia, bajaba al portal temblando y me ponía a llorar -no sé si de alegría o de miedo al ver los caballos-. Para mí, desde el primer momento todo tuvo un sabor agridulce, por eso en las fotos que me hacían, ya fuera con Melchor, Gaspar o Baltasar, mi cara reflejaba una expresión entre la alegría y la tristeza. Aún me pregunto qué era lo que pasaba por mi cabeza aquellos 6 de enero de tantos años especiales. Ojalá pudiera saberlo.

Ha llovido mucho desde la última vez que lloré por culpa de los Reyes Magos, pero nunca he dejado de creer en esta noche mágica en la que, mayores con cuerpo de niño y niños con cuerpo de mayor soñamos sin restricciones. A nadie le sienta mal un regalo, por pequeño que sea. Estas cosas no se ven influenciadas por la edad. Ni mucho menos.

Otro año se ha esfumado, se ha derretido, se ha desvanecido como una ilusión que llega y desaparece sin más. Doce meses con todos sus días y sus horas se han agotado de nuevo en el calendario y han pasado muchas cosas, demasiadas quizás. 2010, al menos para mí, no ha sido un año que pueda considerar como malo, para nada. 2010 me ha regalado viajes, experiencias maravillosas, éxitos y fracasos, alegrías y tristezas, pero sobre todo amor. Un amor que llega con fuerza y sin avisar, que marca un antes y un después en la historia de uno y en su vida. Un amor que te llena, te desborda y te cambia por completo. Amor del bueno, del de verdad, del que uno desconoce hasta que se empieza a gestar en su corazón.

2010 ha sido un año de esos que yo resumiría en una foto en blanco y negro. He reído mucho, pero he llorado más. He perdido muchas cosas, he ganado otras. Me he sentido abatida y me he reencontrado conmigo misma. He viajado a uno de los lugares más exóticos del mundo y me he burlado de mil peligros. He visto desaparecer algún sueño, algún fantasma del pasado, algún amigo que nunca lo fue. Pero la vida me ha seguido pidiendo perdón por los golpes que me ha propiciado, a veces suaves y otras mortales. Empecé el año amando y preparando exámenes, y lo termino igual, aunque amando más si cabe. La muerte me robó a una amiga, a varios conocidos, a un vecino de la finca justamente el día 31. Fuimos de boda en verano y de entierro antes de la cena de Nochevieja. La vida es así de caprichosa... juega con nosotros y nos obliga a dejarnos llevar. Es mejor no hacerse demasiadas preguntas. Una de las cosas que he aprendido este año es que el tiempo al final pone todo en su lugar, o el destino, o Dios. Quién sabe. Pero todo parece estar en el lugar adecuado -¿o soy yo, quién está en el lugar equivocado?-. Al menos eso parece.

No espero grandes regalos mañana... pedí unas gafas de sol y algunas tonterías que ya tengo. No necesito más, con ver la sonrisa de mis primos pequeños y de mi novio cuando descubran sus regalos me basta y me sobra. Cuando se ama de verdad no hace falta esperar nada a cambio. Sin embargo, hago balance y creo que el mejor regalo que he recibido este año ha sido (además de mi pareja, nuevos amigos, experiencias inolvidables, varios primos, etc.) haber llegado a conocerme a mí misma como nunca antes pude hacerlo. Ha tenido que llegar este año para darme cuenta de que, desde mi condición personal, soy como soy y este mundo en que vivimos me hace sufrir. Y mucho.

En 2010 he aprendido que las personas somos capaces de hacer mucho bien y a la vez mucho daño, tanto a nosotros mismos como a los demás, de maneras sorprendentes. He aprendido que mi verdadera familia, al fin y al cabo, no está obligada a tener mi misma sangre. Mi verdadera familia, la auténtica, se resume en unos pocos rostros que brillan más que nunca cuando sufro, cuando caigo, cuando me levanto. Mi verdadera familia es esa que conoce mis defectos, que me ama a pesar de ellos y que me apoya en cada uno de mis retos y decisiones. Da igual que estas personas vivan todas en mi casa, cerca o lejos. Sé que cuando estoy triste sufren; sé que cuando las cosas me van bien sonríen. Lo demás, se llame como se llame, es todo una mentira.

Otra de las cosas que he descubierto ha sido cómo la gente desarrolla estrategias muy diversas para hacer daño a los demás. He aprendido que no se puede llamar "amigo" a cualquier persona, aunque presuma de serlo y de estar siempre "a tu lado". A día de hoy, me sobran dedos y quizás hasta una mano para contar a los que considero amigos leales y verdaderos. No importa que vivan cerca o lejos, no importa su edad, en todo momento están cuidando de ti y no hace falta que les necesites para que aparezcan y te den la mano. Eso sí que es un auténtico regalo. Los amigos que hablan mucho y dicen poco -esos que intentan hacer creer que sufren cuando estás mal pero a la vez se recrean en tu dolor y se dejan llevar por la envidia cuando estás bien- no merecen ni tu cariño ni tu tiempo.

He aprendido, además, que de todos los males posibles hay tres que dejan una herida muy profunda: la soberbia, la ingratitud y la envidia. Me he sorprendido al ver cómo la actitud de personas muy cercanas a mí se ha transformado negativamente cuando he conseguido triunfar de alguna forma. He aprendido que la gente que te ama de verdad no inventa excusas para hacerte daño, para golpearte, para dejarte en mal lugar cuando se dejan llevar por el efecto que produce la mordedura letal de la envidia. Me he dado cuenta de que personas a las que creía de confianza y a las que amaba en realidad no me aman. Bueno, me aman sólo cuando las cosas no me van bien, pero si me ven feliz se alejan y a la vez tratan de clavarme cuchillos en la espalda.

Me he sentido decepcionada muchas veces, y eso me ha entristecido. Me entristece ver, por ejemplo, que personas de mi edad que estudian conmigo nunca han abandonado la infancia y siguen tratando de demostrar "que son los mejores en todo", como si de un juego de niños se tratara. He aprendido que no se puede confiar en los que parecen ser iguales a ti, porque cada vez todos somos más egoístas y lo único que realmente nos importa es el éxito individual, demostrar lo inteligentes, guapos, cultos, maravillosos y afortunados que somos. No obstante, sé que muchas de estas personas dejan de ser lo que aparentan cuando se encierran en la soledad de sus hogares. Sé que los que se afanan en estar radiantes hacen dieta sin que nadie lo sepa y se sienten mal consigo mismos comparando su aspecto físico con el de otras personas; sé que quien parece más seguro de sí mismo es en realidad el más inseguro; sé que quien parece más feliz es en realidad el más triste; sé que quien parece más dispuesto a ayudar es en realidad el más orgulloso y prepotente. Y así nos va.

No entendemos de compañerismo, ni de sinceridad, ni de solidaridad. Hemos invertido en comportamientos bipolares y fachadas que se derrumban fácilmente, sin pensar ni un momento en el daño que podemos estar haciendo. Somos celosos, ingratos, pedantes, orgullosos, hipócritas y a menudo desagradables. Preferimos taparnos los ojos y enfriarnos como muertos antes de estudiar qué es lo que está pasando en nuestro interior para empezar a cambiar. Cambiar, sí, este año me ha enseñado que tienen que empezar a cambiar muchas cosas. Y es que no pienso dejar que nadie que no merece mis lágrimas vuelva a hacerme daño; no pienso dejar que la envidia de los demás rasgue mi piel; no pienso dejar que mi boca calle ante una injusticia; me niego a dejar que alguien presuma de ser mi amigo cuando en realidad nunca lo fue.

Este ha sido, para mí, el mejor regalo: haber descubierto quién he sido, quién soy y quién siempre seré. Me he dado cuenta, al fin, de que hoy soy capaz de estar despierta y decir "no" a muchas cosas que antes no veía. Este mundo ya no me conmueve, ya no me alegra. Estoy despierta, aunque me pese.


Gracias a todos los que, físicamente o no pero de verdad, habéis estado a mi lado. Gracias, Jack.



1 comentario:

  1. Amor del bueno, del de verdad, del que uno desconoce hasta que se empieza a gestar en su corazón.

    Gracias a ti, Marianne...
    Precioso, no se si es la palabra adecuada.. Pero, tal vez, sí grandioso, el hecho de que en este año hayas visto todas estas cosas que por desgracia, posiblemente, la mayoría de la gente no consiguen ni quieren ver en toda una vida, viviendo para sí, engañados y engañando a los demás como bien dices y encima de nuestra propia sangre, eso da igual. Mi premisa es que la gente cada vez se mira más el ombligo y son unos auténticos egoístas y a la vez tienen miedo porque se sienten solos.

    Nadie está libre de pecado, por supuesto, pero si 3 cosas he visto y he aprendido en este año, han sido y son, el Amor Verdadero, "el celestial y el carnal". Que las cosas suceden siempre por un propósito y no existe la "casualidad" y que somos muy diferentes al mundo y podemos existir sin ellos. Y todo eso, lo he visto porque estás a mi lado. Así que una vez más, gracias, gracias, por existir, Marianne.

    Tuyo, por siempre, Jack...

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