19 abr 2010

Otra primavera?


Un azul imperante parece atacar desde el cielo. La estrella de fuego, lanzando rayos que aterrizan con violencia y como balas, asalta y desconcierta a los transeúntes. Calles, voces, pasos y flores se rinden ante la eclosión de otra primavera. El ciclo se repite. Vuelven a llenar el calendario días más largos y parques llenos de niños y mayores, todos recién nacidos, despiertan y renacen del letargo.

Gira el muro. Nada se detiene. Gira otra vez, gira apresurado. Sin hacer pausa alguna, a nuestro alrededor una amalgama de sensaciones sobrepasa la poderosa rutina y la alegría enmascarada parece impregnar cada rescoldo de nuestro caminar diario. El bullicio se expande, sin miedo, y se apodera de una urbe entregada con los ojos cerrados a la nueva estación.

Sin embargo, el mágico ciclo que completa el giro de una rueda anual no es lo único repetitivo hoy. La historia, ajena a la utópica creencia de que los errores nos hacen mejores y lo pasado, pasado está, no pasa página y nos devuelve horrores de antaño. Regresan situaciones y otros ritos propios del cinismo elevado a su máxima potencia. Individuos sin un ápice de humanidad destrozan hogares y vidas de quienes creen su propiedad a un ritmo vertiginoso. La justicia se tambalea amenazada por el hambre de los verdugos de nuestro ayer y, el juez, camina por una cuerda cada vez más débil acusado por los orgullosos que prolongan los estadios más temibles de nuestra memoria; una memoria a la que entierran viva e impiden salir a luz. Un cuchillo sanguinario en forma de desigualdad asesina cada noche a las víctimas de un sistema desequilibrado lleno de mentiras y de ilusiones rotas. Los ideales más puros se confunden entre la indiferencia de un pueblo que no escucha, que asiente y se deja llevar arrastrado por la marea de la pasividad y el individualismo


Regresa la época más esperada, se abre nuevamente la ventana y las noches de invierno pasan a formar parte del olvido. Las personas, bajo una sobredosis de café y ajenas a las guerras y a las lágrimas del otro mundo, se dirigen como máquinas autómatas en medio de un ruido que no deja escuchar el latido de esa vida que palpita bajo la tierra para resurgir de sus cenizas. El ruido se adueña de lo que somos y hacemos mediante un estruendo que oprime, que no deja hablar ni ser escuchada a la voz que nos llama. El ruido no calla y deja abiertas las heridas que, hoy más que nunca, impiden que esta nueva primavera pueda despertar con ella a la voz de la esperanza.

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