27 abr 2010

La noria


No sabe por qué, ni cómo, pero de nuevo su pequeño mundo se hace añicos y se tambalea bajo sus pies. La banda sonora de Amélie traspasa los altavoces. Cierra la puerta con prisa y se sumerge en el refugio de una habitación solitaria. Quizás entre esas cuatro paredes una extraña fuerza la convierta en invisible para que nadie pueda verla ni advertir su presencia. Quizás las lágrimas puedan caer y liberarse, al fin, frente a los libros del estudio. Vuelve a tener miedo. ¿Otra vez?

Mientras siente cómo sus ojos almendrados se humedecen hasta llorar, regresan a su mente días grises de su infancia en los que, ajena a la realidad que ahora conoce, escuchaba portazos, golpes en las paredes y voces fuertes, al menos demasiado fuertes para los oídos de una niña de 8 años. Con rabia, incomprensión e indiferencia, aquella niña convertida hoy en mujer nota cómo su corazón se exprime y sus piernas flaquean y tiemblan todavía. Debería estar estudiando, o viendo ese programa de televisión que tanto le gusta en el que hablan de viajes y de lugares sorprendentes. Ojalá fuese tan fácil cambiar de país, de residencia o de vida. Ojalá la vida fuese más fácil. Sin embargo, la única salida la ha encontrado aquí, en una pequeña habitación de paredes suaves y moradas. A veces cerrar los ojos es suficiente, al menos por un momento, para poder escapar. La música de Yann Tiersen es tan bonita...

Por fin algo tranquilo. Por fin un sonido agradable en plena noche. Ya ha escuchado demasiado ruido, sobre todo demasiado ruido procedente de gritos hirientes como cuchillos. Suena el acordeón de fondo mientras una inmensa sensación de solitud recorre su cuerpo y se instala en sus ojos, los cuales se derriten en pequeñas gotitas transparentes que ahora bajan por su perfilada nariz hasta los labios. Se abraza a la indiferencia, a las ganas de acabar con todo o de acabar con ella misma. ¿Dormir, volar, morir? ¿Por qué tienen que poblar su absorta mente pensamientos tan horribles?

Sigue pensando y se encuentra sola y perdida como aquella niña callada y temerosa de la canción de Suzanne Vega que se escondía en los rincones de un viejo edificio para hablar consigo misma, o para inventar cuentos imposibles para así vencer a la pesadilla que tanto la entristecía. De pronto, suena un vals francés en su cabeza y todo su universo deambula de un lado a otro al compás de unas suaves olas de mar. Nunca se preguntó si quería estar sola, pero a veces tuvo que estarlo por propia necesidad. Nunca se preguntó por qué prefería leer o pasear sin rumbo por la calle, o ir a la escuela... antes de estar en casa. Nunca se preguntó por qué los otros niños hacían cosas tan estúpidas e infantiles mientras ella acariciaba las hojas del otoño con la mirada ausente, tan cerca pero tan lejos de sus compañeros. La vida le enseñó que la crueldad posee mil caras diferentes y, antes de tiempo, aquella revelación la hizo madurar.

La vida le gusta, algunas veces al menos. Le gusta amar y que la amen, le gusta reír y bailar, le gusta pensar y perder el tiempo tumbada en la hierba con sus amigos en la puerta de la universidad. Todo y nada le gusta ahora. Le gustan las canciones de Tiersen, pero odia encontrarse a sí misma así, tan insignificante y pálida, tan cansada de llorar. Se siente pequeña, tan pequeña que incluso teme que la tristeza pueda tragársela sin vacilar.

Muchas noches le gritan. En la cocina todo son fríos cristales de una incomprensión ilógica y asesina. Prepara su cena mientras su pecho se deshace en un charco húmedo de amargura. Se asoma para ver esa noticia importante de la que habla la televisión. Afuera, el mundo anda tan perdido y herido como ella. No comprende nada, no entiende por qué muchas noches le gritan. La noria gira, gira como las ruedecitas de ese pesado carro de supermercado. La noria de su vida realiza ahora el giro más peligroso. La ansiedad, el miedo y la tensión amenazan con destrozar los hierros que la mantienen erguida.

Es así, entre gritos y otros sonidos similares, cuando una nube negra, más negra que la muerte más oscura, cubre los rincones de la casa y de su alma. Una nube pesada como la piedra más grande se instala sobre sus hombros y quiebra los huesos de su espalda. A su alrededor, todo se estremece, hasta las ventanas más altas. Todo se convierte en un ir y venir de heridas, de frases vacías pero llenas de odio, de amenazas y de mentiras. Muchas noches alguien grita.

Suena un piano, un piano tenue como la luz de la lamparilla. Las notas, sutiles, hacen vibrar cada centímetro de su piel, de una piel ensombrecida por la presión y las lágrimas. Ella se resigna a ver pasar por sus ojos el desfile de la realidad. No tiene por qué cerrarlos. Todo parece claro y evidente. Con el semblante serio y los labios firmes, no le importa estar esta noche sentada cara a cara con el dolor. Nada duele más que el engaño, nada duele más que no querer ver lo que le hace tanto daño. Remueve con languidez una taza de café invisible. El dolor ha cambiado su cara, pero sigue siendo reconocible.

Esta canción que suena ahora le recuerda a la feria, a un torbellino de colores y sabores que suben y bajan. Quizás esta canción sea capaz de recuperar un tiempo feliz aunque efímero, un tiempo que recrea la estampa más dulce de cualquier rincón en cualquier ciudad o plaza: algodón de azúcar, caballitos de madera, luces de colores, viejos que conversan y ríen, niños que saltan y aplauden, parejas que se abrazan y de la mano pasean...

La felicidad es así, inexistente sin el dolor, necesaria para respirar. Y es ahora, cuando todo más le duele, que ella sabe con certeza que existen los días naranjas, esos días que se desdibujan tras las canciones de Yann Tiersen. Sabe que existen esos acordeones que cantan al amor, sabe que el amor y la alegría aún existen.

Sin embargo, mientras recorre con el pensamiento esa estampa tan idílica se siente otra vez pequeña, tan pequeña que incluso teme que la tristeza pueda tragársela sin vacilar. Todo se convierte en un ir y venir de heridas, de frases vacías pero llenas de odio, de amenazas y de mentiras. La noria de la vida le da vértigo, la noria no obedece a sus ejes y ahora con violencia sus diámetros helados giran. No comprende nada, es incapaz de entender por qué muchas las noches le gritan.


2 comentarios:

  1. Ella que cree ser frágil, esculpe en letras digitales sus miedos, sus temores, con tal rapidez por acabar que se le va la vida en ello. Piensa, cuanto antes lo termine antes se acabará este dolor.

    Ella que cree ser frágil pero no lo es, esculpe en letras digitales su texto sombrío de nube oscura de muerte que rompe con cualquier hogar supuestamente idílico de una familia cualquiera en una casa cualquiera, para romper con la tranquilidad y la pureza de alguien normal, de un alma sensata y bella, que no entiende que otras personas por desgracia ven algo normal y cotidiano, chillar, menospreciar, insultar, golpear, y humillar a alguien porque sí, porque es algo normal comportarse como un homínido, como un ser estúpido y poco evolucionado como lo es en su mayoría el ser humano.

    Pero ella, que cree ser frágil, pero no lo es, también sabe darle la vuelta a la tortilla, porque no lo es como ya he dicho. Ella acude a la mejor medicina que es la música, y se sumerge en los mundos Yann TIersen. Y aunque sea por instantes, encuentra su pequeña y humilde paz.

    Jack.C

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