13 mar 2012

Violencia y medios de comunicación







La violencia forma parte de nuestra vida y nuestra naturaleza humana. Sin embargo, vivimos en una sociedad donde los medios de comunicación y el Estado se empeñan en legitimar algunos tipos de violencia y repudiar e incluso silenciar otros. También confundimos los conflictos con la violencia, y no entendemos un término sin el otro. Es cierto que la conflictividad en sí misma no es perjudicial, de hecho los conflictos son el punto de partida de grandes cambios sociales en muchos países. Los medios de comunicación, en especial la televisión, desempeñan un papel crucial en este sentido. Con frecuencia defienden que la violencia es el único modo efectivo para resolver cualquier conflicto, y eso conlleva tanto la imposición justificada por el Gobierno de la fuerza, como la manipulación de la información que se nos ofrece.
De nuestra pantalla de televisión emana cada día una infinidad de tipos de violencia. A la hora de comer, después de cenar... Cualquier momento del día es bueno para darnos cuenta de lo perversos que son los otros, esos violadores, asesinos y terroristas que parecen formar parte de otro mundo lejano. Niños heridos, hombres ensangrentados, cadáveres, pedazos de carne esparcidos por la arena... Estas imágenes, repetidas a diario en los informativos, ya no nos conmueven. Forman parte de nuestra vida cotidiana. Encendemos la televisión, nos sentamos en el sofá y nos reencontramos con una realidad que aceptamos y creemos. Los gobernantes intentan justificar tanta atrocidad haciéndonos ver que, si no es con armas, torturas, tanques, tiros y muerte, un conflicto no se gana y a los culpables no se les castiga como es debido. Los telespectadores, por nuestra parte, no nos conformamos con las imágenes manipuladas que ocultan lo que en realidad nadie quiere que veamos. Pedimos más espectáculo, más sangre y más emoción como si se tratara de un circo romano. No nos basta con saber que el líder más violento ha muerto: queremos ver su cabeza colgando y asistir a su ejecución en directo y sin interrupciones.

Por otro lado, solemos olvidar que la exposición a la violencia puede generar más violencia. Muchos estudios demuestran que los niños expuestos a contenidos donde la violencia verbal o física predomina experimentan cambios en su comportamiento. Otros programas generan satisfacción y, aquella persona que necesita un empuje para maltratar a su pareja, halla la fuerza gracias a la televisión. No obstante, programas como Sálvame o Gran Hermano, en los que abunda la violencia verbal y la vulgaridad, tienen elevadísimas audiencias. Entonces, ¿es el gusto del público el que determina el material de los medios, o es el material de los medios el que acaba determinando el gusto del público? Quizá las dos cosas. A los medios de comunicación, por objetivos económicos y empresariales, les interesa obtener beneficios y atraer al público. Al Gobierno le interesa manipular nuestra forma de pensar y reforzar el status quo. Muchos intereses se entremezclan y se confunden pero, a fin de cuentas, los más perjudicados somos los ciudadanos. Los medios de comunicación no nos muestran la verdad, aunque crean que lo hacen. Y eso también podría considerarse como otro tipo de violencia: la de ocultar, engañar, controlar y herir sensibilidades.
Aunque a menudo la violencia que emana de las pantallas nos provoca indiferencia, también puede despertar un sentimiento de solidaridad ante el sufrimiento ajeno. El dolor del otro nos ayuda a desarrollar una actitud más crítica, porque nos afecta la situación en la que malviven millones de personas. Los medios de comunicación, si ejercen su papel correctamente, pueden despertar nuestras conciencias y convertirnos en seres más libres y humanos. Si además comprendemos que la violencia no es una cualidad del comportamiento, sino un atributo que alguien que cree estar legitimado para ello le aplica a diversas conductas para controlarlas, nuestro mundo será un lugar mejor. Debemos ser objetivos y entender que la “violencidad” se asigna muchas veces indiscriminadamente, para que el poderoso refuerce su poder y el condenado sea considerado un monstruo al que hay que aniquilar.

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