18 mar 2012

Preso




I si canto trist és perquè
no puc esborrar la por
dels meus pobres ulls.
(Lluís Llach)


No hay aire.

Una gota de sudor se detiene en mi frente. En el pasillo alguien grita. Llega el nuevo. Recuerdo el día en que llegué y me encerraron en esta lúgubre garganta de ballena, entre barrotes. Nunca olvidaré ese día negro. El mundo me abandonó, y yo me abandoné con él.

No soles, no lunas, no nada. Se calló la música y las flores dejaron de nacer. Los pájaros no cantan y no hay niños jugando, sólo miedo. Miedo instalado en el fondo de mis huesos. Miedo y pena recorriendo mi sangre y maltratando mi corazón. Miedo en todas las formas, incluso dentro del vaso de agua que me traen por obligación cada mañana.

Me gustaría conocer el porqué de este castigo, el motivo de mi encierro. Lo di todo por ellos, les enseñé el significado del amor, pero alguien a quien quería me apuntó con el dedo y ahora estoy aquí. ¿La razón? Ser distinto y no arrodillarme ante nadie, ser justo y no callarme ni ceder. Cometí el error de pensar de forma diferente.

En la celda hace frío y el agua está sucia. Las paredes son altos gigantes a los que jamás podré vencer. Me ahogo en el pozo al que cada día caigo y ya no sé reír ni llorar. Espero que la muerte me gane, espero esfumarme y que la vida me deje descansar. El miedo me impide escribir, me impide cantar. Yo ya no soy yo, y me lamento en mi propia desgracia. Si me hubiesen conocido hace apenas unos años... No pasará.

Ellos ya no vienen a verme. Esas personas a las que les di todo lo que fui y todo lo que tuve me rechazan y me culpan de su sufrimiento. Aprovechan mi dolor para hacerse fuertes y a cada momento conspiran contra mí y piensan en quitarme las pocas fuerzas que me quedan. No aguantaré. Estoy roto, y mi pareja me ha olvidado. Ya nadie me trae ropa limpia, ya nadie me regala su sonrisa, ni tampoco el contacto de sus manos.

Ni las ratas de la cárcel me inspiran confianza. A veces un médico se acerca para hacerme un examen rutinario, estoy pálido y me tiemblan las piernas. No puedo dejar de toser. Busco una luz a través de la minúscula ventana, un soplo de aire que me ayude a estar en pie. Extiendo los brazos por los barrotes y te llamo. ¿Por qué no has podido venir todavía? Creo en ti. Y es por eso que sigo vivo.

En la cárcel hay un patio, y en ese patio una estatua. El mármol dibuja un ángel con grandes y abiertas alas. Algunos días de verano, si a los vigilantes les apetece, me sacan a caminar. El ángel siempre está triste, siempre me mira con ojos de cristal. Entonces paso mis dedos por su cara y lloro. Me gustaría tener alas y volar. Me iría al último rincón soleado del mundo a cuidar de cualquier abandonado. La injusticia ha sentenciado a tanta gente sólo por creer, sólo por hablar... ¿Dónde estabas cuando te llamaba?

Saco el único libro que tengo. Lo abrazo, lo estiro hacia el pequeño haz de luz y empiezo a leer. De repente alguien me llama, alguien viene a buscarme. Miro al suelo y cojo aire. Quiero que termine mi pesadilla. Quiero irme. Quiero olvidarme de todos. Quiero que me dejen ser libre o que acabe conmigo para siempre el frío metal de la silla del garrote vil.








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