1 dic 2010

Cuando llega diciembre


Bajo del tren y, mientras me abrocho el abrigo y anudo mi bufanda, la ciudad se muestra ante mí de una manera muy especial.

Cada vez llega antes, cada vez se instala con más prisa una ficticia "Navidad". Camino hacia la puerta de la estación y, a mi paso, las tiendas atrapan miradas y bolas y luces cuelgan en sus escaparates. En una esquina, un par de hombres se afanaban ayer en dejar listo lo que ahora veo. Han montado una casita en la que, desde sus ventanas, uno puede ver a los míticos tres osos merendando pasteles y tomando chocolate caliente. La pequeña cabaña está decoradísima, y los habitantes giran sus cabezotas y las mueven una y otra vez cuando los miras.

Continúo y las luces, carísimas energéticamente, parpadean y alumbran las grandes avenidas con sus elegantes dibujos y mensajes: millones de bombillas nos desean unas felices fiestas acompañadas de turrón, regalos y, cómo no, de árboles de plástico y campanitas.

La gente sube al metro tapada hasta el cuello; diciembre ha llegado y corremos como locos para lucir nuestros gorros de lana, nuestras botas de piel y nuestras chaquetas de Zara. Los niños saltan y ríen contagiados por una alegría que les anuncia que, en breve, van a disfrutar de juguetes nuevos. En los supermercados, los más listos ya han comprado el marisco, las botellas de cava y han encargado las cestas para sus amigos, familiares y empleados. Las ONG arrasan con sus tarjetas "solidarias" y los padres, ahogados por la crisis, corren a comprar revista en mano los deseos que sus hijos han plasmado con inocencia en la carta a los Reyes Magos de Oriente.


El frío, el cielo gris, el viento, la lluvia, el olor de las chimeneas y la calidez de los hogares... Todo nos recuerda que vuelven esos días cortos pero intensos, esas vacaciones tan esperadas y efímeras. Sin embargo, olvidamos que muchas personas no celebrarán la Navidad, simplemente, porque alguien llamado destino (o tal vez la crisis, o el paro, o la mala suerte) se ha encargado de recordarles que, para ellos, la Navidad es un derecho que no existe. Comamos todos como cerdos, bebamos y celebremos bien calentitos que, en otras partes del mundo, el invierno es realmente crudo y nuestra felicidad consumista duele y mucho.

1 comentario:

  1. Cuando llegan estas fechas, da la impresión de que todo es como un gran e inmenso anuncio publicitario.
    "¡¡ES NAVIDAD, CONSUME!!"

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