2 dic 2010

Caperucita




Mientras se dirige a clase sostiene su cesta con fuerza, mucha fuerza. En su interior viajan una carpeta, un móvil y una agenda. Baja la mirada hasta encontrarse con sus zapatos. Corre, corre y escapa. A lo lejos, el camino conocido. Solo en este lugar puede hacer en paz su recorrido. Llega a la universidad.

Quiere ocultar su helado rostro de mujer entre sus miedos de niña. De la capucha color carmín sobresalen algunos mechones negros. Corre, corre y escapa. Los árboles la acompañan, silenciosos, mientras se pierde entre las sombras de la larga avenida. Descansa y estudia por unas horas, pero cuando el reloj marca las siete, el hechizo se termina. Caperucita despierta y, con más temor que nunca, regresa a la realidad.

El lobo ha vuelto. Ya no se esconde para sorprenderla en el bosque, ha conseguido las llaves de su casa. Cuando está sola con su madre, Caperucita respira y todo es más tranquilo. El lobo ahora abre la puerta y la madre llora, presa del nerviosismo. Los aullidos anuncian histeria, horror, violencia y egoísmo. Caperucita abre el armario, entra y nota que sus largas piernas tiemblan. Su madre no puede defenderse, en unos segundos la bestia la ha devorado entre gritos.

Un segundo, dos, tres. El tiempo muere y Caperucita cuenta los días, los minutos y las horas para poder dejarlo todo. Quiere irse lejos, muy lejos. Sin embargo, hoy los leñadores parecen sordos... Nadie la escucha, nadie advierte su dolor. Nadie se detiene en las lágrimas de su madre. Caperucita intenta taparse los oídos para sentirse mejor. Lejos, muy lejos, sabe que puede brillar algún sol.

Silencio. A su alrededor, la nada amenaza con su aterrador silencio. Despacio, la chica de abrigo rojo abandona el escondite y entra en otra habitación. La luz del ordenador es su única compañía. Caperucita se deshace en lágrimas y sollozos, su mundo se ha convertido en un paisaje desolador. Acaricia con ternura y tristeza cada arista de su alma e intenta suavizar cada rincón. Un dardo repentino parece haber dormido al lobo feroz, que ahora ronca en la cama. Su madre ha salido, deshecha, en busca quizás de telarañas.

Caperucita sale también, sube unas cuantas escaleras y golpea la puerta de su abuela. Nadie responde, nadie aparece en el rellano para abrazarla. Caperucita suspira y extraña la leche con miel que le prepara su abuela, echa de menos los dulces y el chocolate de la nevera. Cabizbaja, recorre otra vez esos peldaños y se resigna a volver al estudio para escribir este relato triste. Al menos, mientras teclea, sabe que el lobo no la puede atacar.

Escapar, quiere escapar. Se imagina sonriente y bien lejos mientras se agota su paciencia. Continúa a la espera de una respuesta que la aparte del dolor, pero hoy nadie contesta.


1 comentario:

  1. Y a lo lejos, entre la bruma y los árboles, Caperucita se asoma por la ventana y observa un candil....Será el leñador?

    ResponderEliminar