15 may 2014

La extraña


Nadie me ve, porque camino por las calles envuelta en bruma y espuma. Como una narradora omnisciente que está presente sin que nadie la advierta, como una sombra transparente que se escapa. Pero estoy allí y conozco tus misterios. Soy tu secreto inconfesable.

Deambulo por las aceras acariciando con mis pies la alfombra morada que han dejado, al caer, las flores de las jacarandas. Sigilosa como un gato, sutil como una pluma que flota en una burbuja perfecta. Estoy entre los besos de esas parejas que se ocultan. Me asomo por las ventanas de los coches y veo cómo algunas mujeres se pintan los labios aprovechando los semáforos en rojo. Abrazo a los transeúntes que se reencuentran, y lloro con aquellos que entre lágrimas se despiden. Me escondo en las esquinas y te observo. Dibujo en el aire cada uno de tus lentos movimientos y acompaño con mis manos el baile de las tímidas mariposas. 

La ciudad huele a primavera, a la flor del naranjo y a sangre que bombea. Su latido me envuelve, me renueva. Me detengo en mitad de la carretera cuando la Luna ha salido, cuando ya nadie queda. Soy un silencio, un suspiro, un deseo. Soy escurridiza y a la vez tan frágil como una telaraña.

Vuelve la noche y entonces los monstruos se quitan los disfraces. Salen a la calle en busca de una suerte deseada. Pero yo vuelvo a mi escondite, entro en mi alcazaba. No me parezco a ellos. Yo sólo quiero ser la niña que llamaba a tu puerta y soñaba. 






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