8 sept 2010

Polka triste de septiembre


Me imagino como tú, Diego Vasallo, temerosa ante el vuelo de un avión y ahogada en recuerdos rotos. Paseo como tú, por la orilla de una playa sin nombre bajo un cielo gris y un paraguas negro como mi abrigo. Sonrisas vacías, espíritus que salen al frío de la noche y esta canción para tratar de entender qué sucede dentro de mí... ¿Lo entenderías tú? Dime que sí.


Paso a paso, mis pies se confunden con las profundas pisadas de otros solitarios paseantes que dejaron una huella junto al mar de un febrero en el que todo acabó y se convirtió en una polka triste. Todo se redujo a cenizas que cubrieron la ciudad inundando sus tejados.


La espuma de mar se entremezcla con mis lágrimas y el blanco de los callados edificios. La noche azul de este septiembre me duele... La quietud de este silencio hace temblar a los periódicos que he convertido en pequeños barcos de papel. Las cortinas de la habitación tiemblan otra vez.


Déjame sentarme contigo junto al viejo piano, Vasallo. Vamos a inventar versos que consigan acortar los días y alargar los sueños. Hablemos de antiguos otoños, o de nuevos, en los que los árboles griten más que nunca al perder sus hojas y el viento nos devuelva las húmedas tardes que sin darnos cuenta perdimos.


Juegan, tan nostálgicos, los niños. Los parques les recuerdan que su largo verano termina y mañana vuelven a sus colegios. Los padres parecen felices y, en esta casa, la familia celebra un cumpleaños. Se abren los regalos que para la ocasión se habían comprado y todos sonríen, menos mi corazón amordazado. Cierro la puerta, me oculto entre las notas de las canciones que un día hiciste. Alguien entra en la cocina en busca de algo que calme la sed en una noche de celebraciones. Cierro la puerta, me dejo llevar por la soledad de este momento y de tus canciones.


Quisiera ser como tú, Vasallo, para que mientras me habla tan rota tu voz pueda entender qué se esconde entre las trampas de tanta gente que no conozco. Los padres dejan de ser padres y se convierten sólo en un instrumento; cierro los ojos y pienso cómo sería mi vida lejos de aquí. Todo lo conocido de repente se desconoce, las calles se confunden y se entremezclan las voces.


Más que nunca, Vasallo, necesito que me devuelvas ese otoño que tan bien conocemos. Devuélveme la lluvia que bailaba tras los cristales, devuélveme la suerte de la que hablan tantas postales. En el palpitante valle de espinas, de nubes y teclas dulces... Bebamos de ese vaso en el que el licor, su hielo y los faros, como hacen nuestras miradas, se apagan mientras nos envuelve otra polka triste.

Dime que sí...

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