2 jun 2010

La veillée (la velada)

Tras una puesta de sol tan rápida como cálida, la noche ha tendido su manto de estrellas sobre los últimos tejados. Sentada frente a su taza de porcelana, esa que tiene espirales dibujadas en negro, no puede evitar rendirse a la llamada de esa ciudad, su ciudad. La cocina permanece silenciosa después de fregar las últimas baldosas de colores, guardar los platos y beber el último trago de agua de la vieja jarra. Ha cenado pasta y luego ha probado unas cuantas cerezas, esas que ha comprado esta mañana en la frutería de abajo. Nipho, el pobre pez, decide dormir satisfecho porque la luz, al fin, está apagada. Enciende la lamparilla roja y un pequeño mechero desata la efímera vida de un par de velas blancas junto a una foto en blanco y negro. La brisa nocturna parece anunciar la inminencia de un verano suave y ella deja entreabierto el balcón. Al otro lado, laten sigilosos los grises edificios de París...

No ha podido evitarlo. Abrir los ojos le duele, le arrebata los latidos de su soñador corazón. Otra vez. Todo vuelve a ser frío y decepcionante si los ojos están abiertos. Tendría que haber continuado allí, sentada en su sofá de rayas abrigada por las paredes rojas y verdes de un pequeño salón y un antiguo piso en la calle Quincampoix de la capital francesa. Qué se le va a hacer. La realidad es tan poco convincente que esta noche nadie apostaría por ella. Todo es tan sombrío y vacío aquí... El conocido precipicio, las voces, la incipiente tregua que trae la madrugada cuando los vecinos callan al fin... Nada, lo de siempre. Mientras observa sus uñas pintadas de rojo, como las paredes de su casa imaginaria, la extraña mujer se da cuenta de que no necesita cerrar los ojos para ver lo que quiere. Sabe lo que quiere, por eso puede verlo sin manchas ni dilaciones. Lo sabe, le duele saberlo y quiere irse. No puede esperar.

Con la mirada fija en la tenue luz del estudio, regresa al pensamiento original y se recrea en el sabor de sus deseos, de esa sensación tan conocida cuando se roza con nostalgia algo que nunca se ha tenido pero que se conoce desde antaño. Con la mirada perdida, siente caer sobre su hombro el peso de un mechón desordenado y vuelve al punto de partida. Un pequeño armario guarda tarros de mermelada de fresa y manteles de cuadros blancos y rojos. El pan más tierno del mundo espera en una cesta de mimbre partido en grandes rebanadas. La tetera grita y tiembla mientras en una jarra de cristal blancas margaritas llenan de vida la sala. La radio, como siempre, amenaza con destruir el sosiego de la mañana con noticias asesinas... pero todo se calma cuando se escucha por toda la casa rien de rien de Edith Piaf. Ella, divertida, tararea la canción mientras se dirige al balcón para tender la ropa recién lavada. Nipho gira con velocidad en su pequeña burbuja de cristal. Todo es tan sencillo y parece tan dulce...



Llaman al timbre. Una sonrisa generosa que da luz a esos mechones negros inunda la casa con un buenos días lleno de energía. Él sigue sonriendo mientras deja unas cuantas bolsas en el suelo y se descalza. Le ha traído Le Monde y, como cada día, el planeta sigue igual de desalentador. Sin embargo, hay tanta vida contenida entre esas paredes que ni las más decepcionantes noticias del diario pueden alterar tanta felicidad.

Ella le muestra una crítica literaria que acaba de imprimir mientras la ropa tendida se deja acariciar por un sol radiante y deseado. Se besan, se revuelven el pelo mientras deciden divertidos qué van a preparar para comer. Tienen hambre, pero la luz que comparten es ahora el mejor alimento: su alimento.

Con la mirada fija en la tenue luz del estudio, ella sabe que París le aguarda, París les aguarda. Nació para conocer ese mundo y sabe que volverá a él. Adivina el camino y su corazón, fiel a sus sueños, se lo recuerda. Sólo necesita una maleta. Sólo un tren, un avión, una cigüeña que quiera llevarle en sus alas. Sólo necesita la llave de esa casa; sólo necesita unas cuantas velas y un poco de pintura roja. La ropa bohemia y el carmín de sus labios esperan que abra esa puerta. Lo que más quiere está ahora cerca, muy cerca... y seguro que puede caber entre esos sueños y viajar con ella en su maleta.





1 comentario:

  1. Ella le muestra una crítica literaria que acaba de imprimir mientras la ropa tendida se deja acariciar por un sol radiante y deseado. Se besan, se revuelven el pelo mientras deciden divertidos qué van a preparar para comer. Tienen hambre, pero la luz que comparten es ahora el mejor alimento: su alimento.

    Lo que más quiere está ahora cerca, muy cerca... y seguro que puede caber entre esos sueños y viajar con ella en su maleta.

    En general está todo muy bien, señorita Quincampoix, todo muy correcto, sencillo y tierno como el pan recién hecho, aunque me quedo con el final, la mejor parte para mí.

    Suyo, Jack.C

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