1 dic 2015

A un billete de ti


La sonrisa ancha, 
la lluvia en el pelo.
No importaba nada,
ibas a encontrarte con él.
Con él, con él, con él.
Son cinco minutos.
La vida es eterna 
en cinco minutos.

(Víctor Jara)



Ya no somos los mismos. Hemos tratado de convencernos, de reencarnarnos, de copiar vagamente lo que fuimos. Pero, aunque ciegos, las cosas ya no las vemos igual. Han pasado nueve años y el cuerpo no es lo único que cambia. 

Mi corazón era un volcán a punto de estallar con furia. Pasaban unos minutos de las cinco de la tarde. Oh, las cinco de la tarde. La hora de mi muerte en vida. El momento de la embestida. Un reencuentro. La pasión. Me temblaban las piernas y me escondí tras la pared. ¿Estaba preparada para volver a verle?

Llegó con una chaqueta de pana negra, con un jersey mostaza, con una cartera y el ardor en la piel. El rostro que tantas veces había besado sentía los estragos de los años, y eso lo embellecía. El chico tenía menos pelo y muchas más canas. Sin embargo, conservaba el atractivo de entonces: sus labios finos, sus dedos largos, su perfecta nariz, No pude evitar mi sonrisa de niña. Volví a aquel tiempo en que todo era posible y, casi siempre, amargamente feliz. 

Nuestro abrazo duró más que nuestra historia. Más que un milenio, más. Más que todas las promesas. Me emborraché de aquel olor que tanto había echado de menos. Aquel olor que me arrastraba y en el que me sentía arder. Los ojos se reencontraron. Nos sentimos piel a piel. Regresamos al infierno del dolor y del placer.

Ya no somos los mismos. Hemos tratado de escondernos en los rincones de un Madrid que se estremece, que nos acoge y sabe a metros, jardines, restaurantes y hotel. Un Madrid testigo de recuerdos. Un Madrid de silencios, de besos prohibidos y sueños robados. Un Madrid de noviembre que huele a Navidad anticipada. Un Madrid a veces claro y a veces gris. Un Madrid que se enternece y que recoge los trozos del futuro que perdimos.

Hay días en que no necesitamos más de cinco minutos para volver a vivir. A menudo la muerte se instala en nuestros huesos en forma de insípida rutina. Allí, entre luces, gentes y calles, el tiempo se detiene y, con sudor y sangre, los amores pelean por volver a nacer. Las personas se aferran al paisaje, a las hojas caídas, a los monumentos, a los escaparates. Sus deseos se visten de gala y salen en busca de suerte por última vez. Aunque lo pierdan todo.

El niño de campo ahora es un hombre. La niña de ciudad ahora es mujer. La memoria puede ser una amiga pero también una amante cruel. El sexo ya no sabe a castañas con chocolate. Los celos son pistolas cargadas para matar. El pasado pone las balas, y ahora el rencor las dispara.

Había una vez un parque con un lago y unos patos salvajes. Había también unas manos que heladas se entrelazaban. Él se declaró con ansiedad y de rodillas. Ella tenía que subir a un tren. La vida a menudo es amarga. Pero en su noria de sentimientos lo efímero puede ser maravilloso también. 






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