21 oct 2011

Como castañas mordidas






Si te dijera, amor mío, que temo a la madrugada... No sé qué estrellas son estas que hieren como amenazas. Sé que sangra la luna al filo de su guadaña. Presiento que tras la noche vendrá la noche más larga. Quiero que no me abandones, amor mío, al alba. (L. Eduardo Aute)



No hay octubre en que no recuerde el olor de aquellas castañas asadas en el jardín de un pueblo mágico que no nombraré. Tenía 17 años y un mundo de ideales revolucionarios se gestaba en mi interior. Él, el chico de la camisa blanca, me compró mi primer paquetito de castañas. Estaban deliciosas y reconocí que, aunque de pequeña nunca me habían entusiasmado, en aquella ocasión probarlas merecía la pena. Mientras hacíamos cola para comprarlas, mi mirada se detuvo en las llamas de aquella pequeña hoguerita. Una mujer mayor se frotaba las manos y de su boca salía humo de forma ritmica. Olía realmente bien y los niños observaban la escena con la boca abierta. Era una noche fría, aunque en nuestra sangre ardía la emoción y al caminar dejábamos un rastro de sencilla felicidad. Paseamos del brazo sonriendo bajo las farolas y nos perdimos. Recuerdo perfectamente lo que nos sucedió poco después aquella noche de octubre y recuerdo un cuadro con el rostro del Che. Recuerdo una guitarra y una manta capaz de abrigar todas nuestras ilusiones. Recuerdo el sonido de un grifo tímido en el cuarto de baño. Me recuerdo en una casa que no era mía, ni suya, ni nuestra. Aquella noche terminamos como habíamos empezado. Aquella noche nos quedamos vacíos como el paquetito de castañas.


Fue aquél un octubre lángido, suave, hermoso. Fue un octubre de sabores y de canciones de Aute. Volví a probar los postres que de niña había saboreado y volví al viejo cementerio a dejar flores sobre las tumbas de algunos desconocidos. Las mañanas eran cálidas y las tardes tristes. La gente compraba ramos para los olvidados difuntos. La luna se cerraba, los muertos perdonaban a los vivos. En una casita alejada en medio del campo, un amor se tostaba al calor del fuego que abrasaba las castañas.


Nunca más he disfrutado de los sabores de un octubre como aquél. Nunca más he vuelto a comprar paquetitos de castañas, por más que se empeñe la señora del puesto de la estación de Valencia. Nunca más volví a ver a esos niños que abrían la boca y nunca volví a escuchar el grifo de la casa en la que había un cuadro del Che. El chico de la camisa blanca dejó de ser el mismo y yo me convertí en una persona menos revolucionaria y de ideales más sencillos.


Ha pasado mucho tiempo. Han caído muchas hojas y he visitado muchos cementerios. ETA parece haber dejado las armas. He viajado en busca de un puestecito de castañas como el de aquel pueblo. Nunca lo he encontrado. He vivido octubres muy distintos al octubre de Aute y he hechos grandes viajes para vivirme en vidas que no son la mía y amar a personas que nunca me amarán. No ha servido de nada.


Hoy, 21 de octubre, celebraría mi séptimo año de noviazgo con una persona a la que jamás comprendí y de la que por suerte me separé a tiempo. Hoy, 21 de octubre, estaría deshaciendo una maleta cargada de recuerdos de París. Hoy, 21 de octubre, el chico de la camisa blanca ya no vive en el pueblo mágico y no compra castañas para nadie. Hoy, 21 de octure, llevo 20 meses exactos disfrutado del cariño de mi mejor amigo y compañero de ojos negros. Hoy, 21 de octubre, no suena en la habitación ninguna canción de Aute y no paseo del brazo de nadie bajo ninguna farola. Nadie enciende hogueras, nadie visita el cementerio. Vuelvo a nacer, vuelvo a morir y me asusta mi último año de carrera. Mis recuerdos me amenazan, la responsabilidad me agobia y mi corazón se conmueve. La gente no cambia, tiene poco en común con las estaciones: todos mienten como siempre, muerden como siempre y matan como nunca. Hoy en día nadie se acuerda de las viejecitas que asan castañas en las plazas de los pueblos, ni de los niños que las miran con la boca abierta.


Octubre es el mes de la nostalgia, de la tristeza, de dejar nuestra vieja naturaleza caer y desprenderse como una hoja seca sin más. Octubre es el mejor momento para comenzar de nuevo y observar nuestro reflejo en cualquier estanque donde flotan las hojas muertas. Octubre es un buen mes para recordarnos que seríamos mejores personas si dejásemos de querer ser alguien. Octubre es dejarse llevar, recomenzar, cambiar, desnudar nuestra alma. Octubre es fuego y ceniza. Octubre es un pueblo, una persona y un sabor. Octubre vuelve y se marcha abandonándome a mi suerte y sin piedad como a una castaña mordida.







1 comentario:

  1. Eres una escritora increíble, si el otoño es para renacer, lo malo es que no se sabe como vas a afrontar "tu nueva vida", tu esencia no la cambies nunca y no le tengas miedo a Rajoy que la igualdad ira a más mientras haya mujeres peleonas y hombres que las aplaudamos, aunque lo de aprender Alemán no estaría de más, siempre tuyo, el de la camisa blanca.

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