2 jul 2010

Aviones


Tengo veinte minutos para escribir este poema. Dirijo mis ojos al triste cielo de la tarde mientras algo en el teléfono todavía se quema.

Se apaga tu voz y, de repente, advierto que ha regresado la luz. Para que ella volviese, parece ser que primero debías despedirte tú.


Despegaba un avión junto a ti y, al otro lado del mundo, el mismo viento que cruzaba el auricular me acariciaba también a mí. No he podido evitar que mi sangre se estremezca.


Se apaga tu voz mientras resuena el eco de tantas lejanas palabras. No te matará una guerra, no te matarán las armas ni tampoco el olvido; te matará la soledad con la que amenaza el adiós. Te matará todo lo que no has vivido, un estúpido reloj.


No habrá más pistolas ni ondearán más banderas, no. Subirás a ese avión. Una estela se dibujará en forma de melancólica canción.


Los extraños como nosotros sueñan con viajes infinitos. Romperán las distancias, inventarán los caminos. Los países, la lluvia, los otoños, los instantes y las ciudades compartirán en blanco y negro sus secretos. Los océanos y las fronteras amanecerán abiertos. Los extraños como nosotros sueñan con viajes infinitos, eternos, nuevos...


Quién sabe, quizás nos crucemos algún día y entre cenizas en el mismo aeropuerto.


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