11 feb 2010

Marianne

Han pasado más de treinta años, pero aún la recuerda. No era el suyo un pueblo muy conocido y estaba medio perdido entre las verdes y frías regiones de Alemania. Cinco calles y un par de plazas. Su casa era antigua, pequeña, muy similar a las demás. Sin embargo, ella le dejaba siempre abierta la ventana. En la puerta, descansaba día y noche la bicicleta, aquel artilugio oxidado y azul...


La bicicleta. La primera vez que la vio andaba subida en ese trasto. Levantaba las manos del manillar y gritaba mientras el viento revolvía aquella melena larga, indómita, salvaje. El sombrero tapaba medianamente sus ojos y sobre sus ropas caían cientos de cuentas de colores en forma de collar. Era un mujer muy extraña, pero su intensa mirada le arrastró... La contempló, sin miedo, como quien descubre por primera vez el mar ante sus pies. Su belleza desconocida y aterradora la hacía aún más atractiva. La recuerda así, como la encontró aquel primer día, mientras acaricia la trenza que ella misma se cortó y le regaló varias décadas atrás. Ese mechón de pelo hábilmente retorcido y adornado era su mejor recuerdo.


Volvió a verla. El verano aún no había terminado cuando se decidió a dar un paseo hasta la colina. Los girasoles le guiaban en un camino cálido y sublime, rebosante de mariposas, pájaros y sensaciones. De repente, sus ojos se detuvieron ante una antigua caravana pintada con colores estridentes y un pequeño grupo de gente alegre que cantaba y tocaba la guitarra sentada en el suelo. Eran muy jóvenes. Su voz le golpeó. La joven de pelo cobrizo y sombrero de paja, la misma que había visto un par de días atrás, le invitaba a sentarse. Vaciló, dudó... pero en ese instante uno de los melenudos entonaba las primeras palabras de Let it be. Conocía bien aquella canción, la conocía y se moría de ganas por conocer también a esa chica.


Y la conoció. La tuvo, intentó reternerla y la perdió. Ella, la criatura más hermosa pero a la vez más caprichosa y escurridiza del planeta, le prometió un amor sincero, un amor eterno condenado a ser libre. Él la quería, no había en el mundo nada más enigmático y deseable que ella. Desapareció, aunque nunca dejó de escribirle. Hasta cinco veces dicen que cambió de nombre, pero aquel verano no le falló ni una sola noche a la cita en la ventana. Cantaba para él, cantaba a susurros mientras él la adoraba. Se fue, antes de que él regresara a casa de sus vacaciones y pudiera despedirse de ella. Se fue, pero en la ventana de tantas lunas, un sobre y una trenza le devolvieron la ilusión. Su vida era ella. Se fue, desapareció sin regalarle ni siquiera un tenue adiós. Su espíritu libre se la arrebató, pero en noches como ésta, él le canta en soledad aquella secreta canción...


3 comentarios:

  1. Ella, la criatura más hermosa pero a la vez más caprichosa y escurridiza del planeta, le prometió un amor sincero, un amor eterno condenado a ser libre.

    So long Marianne. Dichosos mis ojos cuando han visto el título de mi canción favorita de Leonard Cohen. Solo tú, podrías haberte atrevido a realizar semejante hazaña tan bien hecha en su forma y contenido. Inteligente detalle, la foto de la chica y la de la hippie van, que hacen recordar aquellas épocas doradas del amor libre y psicodélico de los 60;

    También este amor imposible me ha recordado a aquella película tan divertida de Peter Seller del 68, llamada, ( I love you, Alice B. Toklas )

    http://www.youtube.com/watch?v=yUgHDIqON_E

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  2. El video sobre la peli "I love you, Alice B. Toklas" es buenísimo... Me reí un montón, gracias x pasarlo!. Y es que esta canción... se ha convertido en una "droga"!.

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  3. Pues ya verás la película, te encantará. Aunque no tanto como el guateque, por lo menos a mí;

    Así que María, Ana se ha convertido en una droga para tí eh,jejej!!

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