El mar nunca deja de sorprender, otra vez me ha sobrevenido el asombro al pasear por una solitaria playa en la noche. Perteneciente a los protistas dinoflagelados y de anatomía simple, un nuevo regalo de la naturaleza guarda un secreto en su interior: cuenta con una enzima que, al reaccionar con el oxígeno, provoca un destello de luz. Estoy hablando de la noctiluca.

Media hora de viaje es suficiente para olvidar el ruido, el humo, los coches, las prisas, los desencantos del día a día. Los locos transeúntes se deshacen ya en mi mente. No quiero recordar, solo trato de escapar. El viaje es dulce. Un señor con pajarita y grandes gafas lleva a su lado una cesta de mimbre en la que guarda unas botellas de cava que tiemblan con el vaivén del tren. A su lado, una anciana detiene sus ojos en el reloj una y otra vez. Nadie quiere llegar tarde a su cita. La temperatura es la correcta, el murmullo de las voces me acaricia y, entre tantos desconocidos, me siento como en familia. Abrazo mi mochila y me pongo un poco de crema en mis labios. Ya casi hemos llegado.
Me despido del hombre del asiento de enfrente con un guiño simpático y bajo despacio. Me gusta disfrutar de la brisa que golpea mi cara nada más llegar. Todo es perfecto en el pequeño pueblo de Meralia. Unas casitas blancas son el refugio de gente humilde, gente trabajadora, sabios pescadores. Ando poco a poco a lo largo de la calle principal, disfruto de sus esquinas y observo las azules ventanas. Allí está: ante mis pies, empieza el camino que me lleva a la playa.
La cala del Adrión es el lugar más mágico que he conocido. Las rocas trazan una línea interminable que parece acabar en el infinito. El mar murmulla tranquilo y el olor a sal me sumerge en un paisaje idílico. Un barco, a lo lejos, navega solitario. Me gusta el tacto de la arena, suave y fría, entre los dedos de mis pies. Una sensación de paz me abraza y dejo mi mochila en el suelo. Me siento, abrocho los botones de mi chaqueta y una música empieza a sonar... ¿Esos destellos, de dónde vendrán?

Me eclipsan pequeños faros de luces intermitentes y diminutas. Brillan y brillan las noctilucas, puntos en el mar oscuro donde la luz se acurruca. Un concierto. Todo se transforma y la arena ahora es un reflejo de lo que acontece mar adentro. Como faros, estas criaturas me dirigen hasta el puerto de los náufragos. Sin embargo, yo me busco sin encontrarme en esta playa desierta.
Enciendo una vela y algo en mi pecho me advierte de que algunas heridas siguen abiertas. Brillan, brillan las noctilucas, puntos en el mar oscuro donde la luz se acurruca. Me acerco lentamente hasta la orilla y entran mis pies en la calidez de un inmenso mar. Como luciérnagas o estrellitas, ahora me acompañan las noctilucas al nadar.
La noche está cerrada y, a lo lejos, siguen palpitando más y más protozoos. Salgo del agua, pero golpeó con mi pie y sin querer una botella. Un mensaje se enrolla en su interior: El miércoles nos veremos, ese día tan especial. El miércoles veré cuál es esa sorpresa, seguro que será bonita. Prométeme que, hasta que venga a buscarte, no dejarás de brillar.
Miro al cielo y sonrío, mis pasos pesan y con mis huellas imborrables escribo una contestación. Alguien parece haberme escuchado, por fin hay alguien que venga al rescate de mi corazón. El mar es ahora una fiesta y la energía lumínica se desborda... Brillan, brillan las noctilucas, puntos en el mar oscuro donde la luz se acurruca.
Un día entendrás que habla de ti mi canción encandilada...