31 oct 2009
El gorro de lana
29 oct 2009
Como pez inmóvil

28 oct 2009
Días
Quién sabe lo que estará pasando ahí fuera. Muchas veces me resisto a encender la caja tonta, demasiadas desgracias para un corazón tan tenue como el mío. Qué le vamos a hacer. Quién sabe lo que estará pasando ahí fuera. ¿Por qué la ventana me trae de vuelta una imagen tan vacía, tan lánguida, tan triste aunque brille -aparentemente- el sol?. A veces pienso que el sol es eléctrico, que alguien lo enciende y lo apaga. Menudo misterio. Quizás funcione mediante una batería gigante. Si es así, no me imagino qué pasará si se apaga, sin más, sin avisar y de repente. Qué más da.
Y es que es muy difícil engendrar sonrisas por la mañana. La realidad te golpea sin piedad, luego te lanza contra el suelo. Entonces, descubres sin ánimo las rutinas de otros, sus dolores, sus canciones desazonadas, su salir a la calle, su volver, sus pasos subiendo escaleras. Descubres tus rutinas, tus dolores, tus canciones desazonadas, tu hablar sin querer decir palabras. Saludas sin ganas, voces en desperdicio. Cuánta vida pobre y resignada dentro de un edificio!.
Debe haber algo más. De hecho, estoy segura de que lo hay. Si no, no puedo imaginar cuál es el sentido de tanta sangre, de tantos motorcillos bombeando. Habrá que mirar debajo de los coches. Tal vez allí se esconde, olvidada, alguna papeleta de la suerte. Puede ser que un niño se la llevara a la escuela entre sus libros, o que viaje atada a la rueda de la bicicleta de un anciano cualquiera que, por miedo a no volver a verlo, se pasea cada amanecer por los bordes de su campo, de su sacrificado sudor. A pesar de todo, aún las calles conservan, bajo sus cansadas aceras, algunos rescoldos de felicidad. Es por eso que tendré que bajar, abandonar el portal. En algún lugar debe estar el mio. Sí, voy a bajar ya. No vaya a ser que un caminante inoportuno no lo vea y me lo pise. No vaya a ser que se hiele para siempre bajo el frío.
27 oct 2009
¿Hasta cuándo esperarías al amor de tu vida?
El amor en los tiempos del cólera es una novela de amor de Gabriel García Márquez, Premio Nobel en 1982, publicada en 1985. Es, principalmente, un compendio acerca del amor y sus múltiples variantes, una reflexión sobre el paso del tiempo que destruye y reconstruye almas y ciudades, sobre la memoria y sus infinitos laberintos, sobre el amor y sus consecuencias.
La trama se desarrolla en Cartagena (Colombia) a principios de siglo XX, época en la cual, según el narrador, los signos del enamoramiento podían ser confundidos con los propios síntomas de la enfermedad protagonista: el cólera. Al igual que el caudaloso Magdalena, a cuyas orillas la historia serpentea y fluye, rítmica y pausada, García Márquez describe durante más de sesenta años la vida de los personajes principales: Fermina Daza, Florentino Ariza y el doctor Juvenal Urbino de la Calle. Todo se entremezcla entre este escenario y estos personajes como una combinación tropical de plantas y arcillas que la mano del autor modela y fantasea, como una espiral de emociones que desemboca en los terrenos del mito y la leyenda, acercándose a un oscilante y tenue final feliz.
De la misma manera, El amor en los tiempos del cólera, (Love in the Time of Cholera), es una película de 2007 dirigida por Mike Newell y protagonizada por Javier Bardem, Giovanna Mezzogiorno y Benjamin Bratt. La película fue rodada principalmente en la ciudad de Cartagena de Indias en el año 2006 y está basada en la obra homónima del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Cuenta con la participación de varios actores de origen hispano y permite acercarse, sin duda, a un mundo de pasiones, aromas, texturas y colores, acompañado de una magnífica banda sonora en la que la artista colombiana Shakira ha interpretado algunos de sus temas, como La despedida y Hay amores.
Más información:
http://www.filmaffinity.com/es/film522524.html
26 oct 2009
Intensidades

'Fue la primera vez, y tus labios parecían de papel. Papeles de agua, un papel en blanco o en mi vida tu papel.'Tú me dirás quién ha escrito este papel que nos incluye, nos define, que te hace escritor y a la vez un sorprendido destinatario de tantos versos.
Es imposible entender cómo llega, pero nos transforma, nos eclipsa esta intensidad. Cómo conocer el amor que no puede mirar, que sólo espera, que únicamente adivina... cuando se ama sin nada más. Intenso latido de un corazón soñador al recibir el vuelo de tus palabras tiernas, eternas, mías, de los dos. Desde tan lejos, vuelven sigilosas tus palabras.
Nuestro único puente entre lo visible y lo invisible: esta intensidad. Besos etéreos que atraviesan el alma sin apenas acariciarla. Miradas perpetuas que detienen la historia de dos ojos que al fin, desde lejos, se funden en los del otro.
Tu risa y, entre letras, yo guardándola. Vencidas, las hojas se despiden y tiernamente descansan en este suelo tuyo y mío. Nuestras lejanas y preciosas palabras. Tu voz efímera y la esperanza.
Tu risa: intensidad.
20 oct 2009
Arcueil-Cachan
No pensaba que, al llegar a la estación del Norte, iba a sentir de nuevo ese olor a otoño, a melancolía y a castañas asadas. Allí estaba, de nuevo, aquella mujer tostando entre fuego y cenizas todos los recuerdos que irrumpieron en mi mente. Unos niños abrían la boca sorprendidos, mientras la inmensa marabunta continuaba con su paso frenético hacia su incierto destino rutinario. Fue entonces cuando el desesperado paso del tiempo me abrió los ojos, y entonces lo vi claro.
Durante varios días, mi vida había transcurrido de una manera más cercana al sueño que a la propia realidad. Allí estábamos, una y otra vez, subiendo y bajando escaleras cogidos de la mano. Entonces, entre gentes y miradas, lanzábamos al aire una sonrisa inocente cada vez que la puerta de nuestro habitual RER se cerraba y entonaba un simpático sonido que reconocí, me dije segura, como un "la". Todo tenía sentido entre aquellos transeúntes desconcertados, cuando buscábamos la salida entre los interminables pasillos del metro de París. Todo bastaba, nuestra aventura diaria no se quedaba pequeña, todo nos cabía en el arco que trazaban nuestros unidos brazos. A nuestros pies, al salir de aquel mundo subterráneo, la ciudad nos llamaba y acudía, enigmática, a nuestro encuentro.
Era allí, en aquel entrañable escenario lejos de todo y de todos, cuando sonaban acordeones y violines, cuando se perdían los soñadores y se disparaban con asombro cámaras fotográficas. Una espiral de calles, sabores, olores, aspectos, melodías, edificios y aceras grisáceas nos envolvía, nos hacía girar hacia la certeza de lo incierto. Era aquél el mundo que una vez habíamos reclamado. Era tan sólo un mundo que nos había escogido y arrastrado.
Noche de luna, noche fría, noche rosada, noche larga. El recorrido terminaba, día tras día, junto a las vías que descansaban frente aquellos cables eléctricos, junto a la pequeña torre y los escasos asientos inmóviles de aquel tranquilo apeadero. Bajábamos, corríamos, sonreíamos de nuevo.
Pero el tiempo es efímero, como la ilusión, como los segundos de gloria que nos devuelve toda espera. Entonces, ya de regreso, me desperté con el abrazo de Valencia mientras una mujer de jersey viejo y cara inexpresiva asaba castañas en la calle Xàtiva. El desesperado paso del tiempo me abrió los ojos, y fue allí cuando pude verlo claro: se cerró una puerta que daba paso a la apertura de otra. Sus ojos tranquilos me miraron, me retuvieron un instante más junto al dueño de aquel silencio. Una mano tierna se decidió a acariciar la mía. Y allí permanecimos cinco segundos más, testigos de nuestra historia en la estación de Arcueil-Cachan.
16 oct 2009
Tu mano
En el silencio de esta habitación, se ahoga un grito que me exprime el corazón.
Abajo, en la calle, las primeras hojas de Paris duermen en el letargo, mientras tú todavía no has vuelto. La ventana me sonríe, tímida, ya se acerca la hora.
No bastan días, minutos ni segundos. Ni una vida me basta para desnudar el tiempo contigo. Acaricias mi mano en la sombra de la noche, dentro de tu jersey puedo encontrar el abrigo.
Podemos bailar, recorrer las grises calles y los largos senderos de adoquines que se dibujan bajo los altos y cenicientos tejados de la urbe. Podemos condenar al tiempo para que muera en una mirada, podemos cerrar los ojos y perdernos dentro de nuestras manos enlazadas.
Yo me habré ido, quizás nadie te hable desde esta habitación perdida entre arboles y trenes que susurran ilusiones. Prometo buscar en cada latido de estas cuatro paredes una vida contigo, prometo abrazarte con cada palabra de mis canciones.
El cielo se entristece porque se agota el reloj y no vienes. La nostalgia de las nubes el suelo humedece, mi alma suplica que un adiós nunca llegue.
Y, tras la puerta, me sorprendes deshojando la esencia de la felicidad, dulcemente contenida en la palma de tu mano.
1 oct 2009
¿Qué es la música?
